viernes, 15 de noviembre de 2013

Los viajes literarios: JULIO VERNE


No sé si alguna vez lo he comentado antes en esta plaza, pero si soy ingeniero de caminos se lo debo en parte a Julio Verne. Y si la fiebre de viajar o el ansia de conocer nuevos lugares prendió en mí, también se lo debo en parte a Julio Verne (Nantes, Francia 8-02-1828 ‑ Amiens, Francia 24-03-1905). Así que aquí va un poco de saber wikipédico sobre uno de los grandes autores/divulgadores del siglo XIX.
 Y es que no diga viajes, diga Julio Verne. No diga técnica, ni diga ciencia ficción, diga Julio Verne. Uno de los padres, junto a H.G. Wells (de quien seguro hablaré aquí algún día, puesto que el primer libro que me impactó en mi infancia fue su Guerra de los mundos), de la ciencia ficción y que dedicó una buena parte de su obra a la serie Viajes extraordinarios.

 
Verne, aplicando el conocimiento científico existente a mediados del siglo XIX, y tamizando estos conocimientos con su gran imaginación e inventiva, fue capaz de anticiparse al desarrollo de la técnica y predecir gran cantidad de inventos, máquinas y conceptos hasta entonces desconocidos, con una cantidad de detalles abrumadora. Todos hemos oído hablar del submarino eléctrico del capitán Nemo en 20.000 leguas de viaje submarino o la acertada elección de los detalles del lanzamiento del cohete de De la Tierra a la Luna, pero incluso llego a anticiparse a otros muchos detalles de la vida diaria en su novela París en el siglo XX, cuyo manuscrito fue descubierto por un bisnieto suyo en una caja fuerte hace un par de décadas. Dicha novela fue escrita en 1863 y, dado el rechazo del editor, estuvo oculta durante 130 años. En ella Verne se adelantó a lo que habría de venir, describiendo los motores de combustión interna de los automóviles y casi toda la maquinaria pesada actual, los trenes de alta velocidad, la silla eléctrica, las calculadoras e incluso una red de comunicación mundial parecida a lo que hoy es internet.

Pero, ¿quién era Julio Verne? Fue sin duda un estudiante ejemplar, una mente privilegiada para almacenar datos, comprender materias nuevas e investigar todo lo que se le ponía por delante, poseyendo además una gran inventiva. Por ello, el traje de abogado con el que le quería vestir su padre le venía estrecho, puesto que sus fronteras y sus inquietudes estaban mucho más allá de lo que un trabajo de procurador o notario en Nantes, o aún incluso en París, podrían proporcionarle. Así que durante su periodo de estudiante de Derecho en París comienza a frecuentar los círculos literarios (donde conoce por ejemplo a los Dumas, padre e hijo) y a escribir sus primeras obras, sin dejar de atender a sus estudios para ser abogado.


Pero su obsesión por la literatura y la geografía es tal que se gasta sus ahorros en libros, mapas y pasar el tiempo en las bibliotecas, absorbiendo nuevos conocimientos. Incluso su padre dejó de financiarle y sus problemas económicos antes de convertirse en un escritor de éxito le ocasionaron trastornos digestivos y nerviosos que llegaron a provocarle parálisis facial.
 Ni siquiera el éxito y el matrimonio conseguirían apaciguar su mente inquieta, siempre ideando un próximo viaje, incluyendo conferencias por Estados Unidos, navegar por el Mediterráneo en su yate y viajes al norte de Europa, sin duda buscando o descubriendo ambientaciones para sus siguientes novelas.

A él debemos, además de las obras ya mencionadas, trabajos geniales de viajes y aventuras, de los que no puedo dejar de recomendar unos cuantos:
 
Cinco semanas en globo (1863)
Primera novela de Verne, la que lo lanza a la fama, permitiéndole vivir de la literatura. En esta obra encontramos ya los elementos clave de muchos de sus libros, con el excéntrico y despistado genio en algún campo científico, el gran invento o adelanto técnico, la descripción minuciosa, tanto geográfica como técnica y naturalista de los avatares del viaje, y la exploración de algún territorio desconocido.
En esta ocasión será el globo el gran adelanto técnico que Verne usa como vehículo y elemento clave de su viaje, un viaje por África para explorar las manchas vacías que aún quedaban en el mapa del continente.

Viaje al centro de la Tierra (1864)
Julio Verne no sólo imaginó viajes por toda la superficie de la Tierra, fuera de ella o bajo el mar, sino que también exploró las profundidades de la corteza terrestre.

Han sido tantas las revisiones a la obra de Verne, que este libro fue incluso llevado al cómic, con una fantástica historieta de Superlópez.
  
Los hijos del capitán Grant (1865)
En esta aventura, los protagonistas dan la vuelta a la Tierra recorriendo el paralelo de latitud 37 Sur. Esto lo hacen porque siguen la pista de un mensaje encontrado en una botella en medio de mar. Quien encuentra ese mensaje de socorro del capitán Grant, se lanza a la búsqueda de éste junto con los hijos del mismo.
Este viaje le sirve a Verne para describirnos los Andes, las pampas australes, el sur de Australia y la isla de Nueva Zelanda.


La vuelta al mundo en ochenta días (1872)
Un viaje con todos los medios de transporte disponibles en la época a excepción del globo, aunque en la película de Cantinflas y David Niven, se toman la licencia de usar también este medio de desplazarse.
Una carrera contra el calendario en la que el excéntrico y acomodado Phileas Fogg, perseguido sin él saberlo por un sabueso de Scotland Yard que le cree autor del robo del Banco de Inglaterra; monta en tren, buque de vapor, taxi, trineo, elefante,... Un recorrido por el imperio británico en el hemisferio norte, o por antiguas posesiones de dicho imperio (a excepción de Japón), demostrando cómo dicho imperio empieza a controlar el mundo, articulando la comunicación entre cada uno de sus dominios por eficientes medios de transporte (que a veces pueden fallar, es cierto).
En este viaje atravesaremos el túnel ferroviario bajo los Alpes, el canal del ingeniero francés Lesseps en Suez, las joyas británicas en la india de Bombay y Calcuta, las coloniales y aún no convertidas en monstruos de hormigón y acero Singapur, Hong Kong y Shangái, Yokohama, San Francisco en pleno desarrollo por la fiebre del oro e inmersa en un proceso electoral y la ciudad de Chicago recién devastada por el incendio que la convertiría en la primera capital de los rascacielos, antes que Nueva York, que aún es una tranquila ciudad muy lejana a la mítica metrópoli actual. Todo esto sin despeinarse mientras salva a una princesa hindi montando en elefante y se enfrenta a los indios norteamericanos cuando intentan asaltar el tren que une el Pacífico y el Atlántico.

La isla misteriosa (1874)
Quien escribe este blog decidió ser ingeniero en parte gracias a este libro que empieza con un viaje en globo para huir de una ciudad confederada en la guerra de Secesión norteamericana. Un libro que es todo un compendio de la capacidad técnica de la segunda mitad del s. XIX y una muestra de la confianza que tuvo Verne en la capacidad humana por salir adelante en cualquier circunstancia, a pesar de que en sus últimas obras Verne no deja de ser pesimista por el comportamiento voraz al que tendía ya entonces la sociedad. Pensamiento que se ve reflejada al final del libro expuesto en el genial personaje del capitán Nemo.

Miguel Strogoff, el correo del zar (1876)
Un viaje de acción a lo largo de toda Rusia, desde Moscú hasta Irkustk, la capital de Siberia a las orillas del helado lago Baikal, en el que el protagonista ha de enfrentarse a espías tártaros y los elementos mientras huye de dos periodistas que le siguen por la estepa.

Hay quienes aseguran que el steak tartar, el filete de carne cruda picada, fue una invención de Julio Verne en este libro. De hecho, el restaurante de la torre Eiffiel, donde éste es uno de los platos estrella, fue bautizado con el nombre del escritor.
La esfinge de los hielos (1897)
Uno de los libros más completos y personales de Verne, rindiendo homenaje a Edgar Allan Poe y continuando la novela del nortemericano: La narración de Arthur Gordon Pym (1838). Sobre esta novela de Poe, el otro padre de la ciencia ficción, H.G. Wells, escribió: «Pym narra todo aquello que una inteligencia de primer orden era capaz de imaginar sobre el Polo Sur hace un siglo», tal fue el efecto que tuvo dicha obra entre los mejores autores de la época (sin olvidar En las montañas de la locura del turbador H.P. Lovecraft, también basada en la obra de Poe y que a su vez será inspiración para otras muchas obras).

La continuación de Verne es un viaje a la Antártida en busca de los protagonistas de Poe, con la premisa de que éste había escrito su historia a partir de un hecho real. A partir de este punto de partida, un familiar de uno de los componentes de la expedición narrada por Poe intenta ir al lugar de los hechos para conocer la verdad, llegando a participar en este viaje alguno de los protagonistas de la obra previa.
 
 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

LOS VIAJES ANTERIORES



El primero fue hacia arriba, muy alto, altísimo, tanto que me dio la impresión de que dejaba a las estrellas debajo de mí, como si me saliera del recipiente finito en el que imaginamos nuestro Universo infinito. Tuve la certeza de tener ante mis ojos la Verdad más absoluta. Y eso me desconcertó. Tanto que un vértigo violento vino a envolverme cruel.

Mareado por las alturas, dejé que ese vértigo tirara de mí hacia abajo, descendiendo en un vuelo picado de halcón milenario que no teme ni al viento ni a la antimateria primigenia en la cara. El pequeño punto azul que nos alberga brilló allá abajo y corrió hacia mí, acercando desierto y oasis a mis ojos. Aquéllos dejaron de ser manchas lejanas para convertirse a una velocidad preocupante en los miles de azulejos del Registán de Samarcanda.



Luego, en silencio, me estiré estáticamente hacia delante y hacia atrás. Quedé sentado en un rincón de la plaza, protegido del sol por un gorro tártaro. Allí, escondido de las miradas curiosas entre la multitud, vi pasar al croata Marco Polo, discutiendo con su tío sobre los precios de sus mercaderías; descubrí al madrileño Ruy González de Clavijo rehusando el vino que yo acepté tiempo después; tragué el polvo que levantaban en el camino las tropas del emir, atravesando la ciudad camino de los puestos imperiales rusos más allá del río Amu Daria; contemplé la imprudencia de los soviéticos al abrir la tumba del gran Tamerlán desafiando así la profecía de su sepulcro: «Aquel que abra esta tumba se enfrentará a un enemigo más cruel que yo», justo antes de que Hitler se volviera contra Stalin...

Entonces una corriente de aire inoportuna me enfrió y estornudé; y volví al tranquilo quiosco barecillo, junto a la plaza del Registán. Mi copa de vino aún estaba a mitad, y el camarero me sonreía impenetrable con una botella de vodka en la mano.