viernes, 25 de diciembre de 2020

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena IX: Eres mío)

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido, las obras presentadas en la 9ª quincena del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche 'Libros y música para un paseo en Vespa'.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Eres mío», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 28 de diciembre a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 29 de diciembre en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!


ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación, pongo el nombre de los autores.

ACTUALIZACIÓN 2: Reordeno los relatos según puntuación recibida, de menos a más.


AMIGOS, de Ana Montesinos.

Eres mío, te cacé.

Había empezado el día con energía, de la cama al baño, deportivas puestas, desayuno ligero, y a correr unos kilómetros por el Retiro.

Madrid resplandecía con un día soleado, con el mismo fantástico humor que lo había hecho yo. Niños riendo en los jardines, jugando a la pelota, familias conversando, parejas besándose, terrazas repletas de bullicio y alegría.

El día continuo incansable de bar en bar, con amigos de esos de cada día, otros que veo de vez en cuando, todos, regalos en mi vida.

Y al llegar la noche, agotada, pero plena y feliz... aquel maldito mosquito.

 

¡CIELOS!, de Narcís Ibáñez.



Eres mío cuando te escurres dentro de mí cuerpo mirándome a los ojos fijamente, rompiendo el silencio con rumores ancestrales y salvajes, continuamente preguntándome: ¿Dime, quien es tu amante?

Te va la vida en ello, intento seguir tu estela y arqueo el cuerpo doblando levemente el pubis hacia el cielo de tu paladar, apagando tu voz ¡oh! marido mío, sufres buscando… me refugio en recuerdos olfativos que me alejen de esté mal sueño, contigo en este momento de sufrimiento: sin responder a tus malvadas inquisiciones sobre la identidad de mi amor.

Me asfixias con tu peso.

¡Nunca, delataré a tu hermano!

 

DÍA DE REYES, de África Estrella.

Eres mío; por fin te tengo conmigo.

En casa escribían las cartas a los Reyes Magos. Preguntaron qué pediría yo.

—Eso es cosa de niños —contesté.

Después pensé: Pediría un muñeco, porque a pesar de peinar canas, siempre fueron mi pasión. Pero no dije nada.

Es Nochebuena, la familia cenaba alegremente.

Me dirigí a la cocina, quería sorprenderlos con el postre; la sorpresa me la llevé yo: tenía un paquete en mi silla. Lo abrí y allí había un muñeco.

—Como según tú, los reyes son cosas de niños, pedimos algo para ti. Creemos que te gustará.

Gracias. Esta vez acertaron.

 

¡MANUEL!, de Patricia Rodríguez.

¡Eres mío al fin! ¡Por favor, Manuel!, ten a bien dejar de chillar y te explicaré mi anhelo, no me jodas el momento.

Los entendidos en naturaleza humana creen que se desea lo que no se tiene, y eso me pasa a mí, soy un estereotipo del necesitado. Manuel, entiéndeme, yo no tengo… ergo lo quiero; y no lo quiero cortado, no funcionaría, lo quiero entero con su cuero cabelludo y todo. ¡Si es que hasta el color y la longitud son los ideales! así que… echa el cuello hacia atrás, no me vayas a manchar el pelo.

 

NIEBLA, de Ana Montesinos.

Eres mío —grité desesperada.

¡No puedes irte! —seguí berreando mientras mis labios temblaban.

Pero cerró la puerta y se fue.

Me prometió que seríamos uno, que yo era suya y él mío. Y a pesar de no creer en la propiedad humana, había aprendido a poseerlo, a imaginar que jamás se desprendería de mí ni yo de él.

Me asomé al balcón a tiempo de verle cruzar la acera y sentía que mi ser se quedaba incompleto, sentía que mi cuerpo anhelaba su mitad. Él huía veloz y se escondía entre la niebla de la mañana.

Lo conocí ayer y lloro hoy.

 

UN MAL SUEÑO, de María José Peña.

Eres mío, repetía aquella frase en mi cabeza mientras con cuidado acariciaba la tuya, tan suave y perfecta. Veía como se hinchaba tu pecho cuando respirabas y la sonrisa que me regalabas cuando te quedabas dormido. No podía dejar de mirarte, simplemente eras perfecto, y ya casi no recordaba las noches incómodas al dormir, el malestar, los cambios en mi cuerpo…

Empezaste a llorar, cada vez más incesantemente, fui a la habitación, no estabas, pero tu llanto seguía. Recorrí desesperadamente la casa, pero no te encontraba.

Fui al baño y allí estaba. No cabía lugar a dudas, el Predictor era negativo.

 

EL SUEÑO DE UNA NOCHE NAVIDEÑA, de Rosa García Panera.

«¡Eres mío!» dijo y solo se dio cuenta de que había levantado la voz cuando los más próximos le miraron sorprendidos. ¡Qué le importaba! solo le preocupaban aquellos ojillos negros mirándole fijamente y los bigotes Dalí tentadores y acaracolados. Se movió con cautela iniciando un avance estratégico, tenía que llegar la primera, había demasiados ojos mirándole, deseando ganárselo. Ella sabía lo que quería y él era suyo. Solo imaginarlo desnudo y envuelto en crema le ponía.

Cuando estuvo tan cerca que sentía su aroma, observó si alguien la miraba, alargó rápidamente la mano e hizo suyo el último langostino de la bandeja.

 

EL ANILLO, de Américo Fojo.

¡Eres mío! ¡Eres mío!… y el eco repetía en la oscura caverna… mío…mío…

Una sombra enana se deslizaba por las paredes de piedra, quizás un niño que aferraba algo valioso en sus manos. Al llegar a la gran laguna subterránea, centellante como iluminada por un sol negro, se acurrucó entre las rocas de la orilla.

Abrió su mano para contemplar el tesoro, ¡precioso mío!... balbuceaba ansioso.

Quedó sorprendido al ver que la terrible joya maléfica de Mordor no brillaba, deslumbrante, como él había supuesto.

Frenético revisó el interior del anillo y con ira leyó «TODO a 100 – MERCACHINO».

CORAZÓN, de Ana Montesinos.

Eres mío —dijo la encantadora de serpientes—, y picó al apuesto joven.

—Eres mía —dijo el verde sapo a la princesa del castillo—, y la besó para convertirse en príncipe.

—Quédatelo —gritó la bruja malvada—. Te hará reina.

—Cógelo —bramó el Gran Ogro del Tesoro—. Te hará rica.

—Encántalo —dijo el Mago de las montañas—. Te dará amor.

Pero, aquella niña morena, entendió que nada podía poseer, que tenía dentro de sí todo lo que le hacía feliz. Dar, Amar, Alegrar. Todo aquello agrandaba su pequeño corazón.

Su madre la llamó:

—Libertad, la cena se enfría.

 

VIAJE INACABABLE, de Paquita Márquez.

Eres mío, y el saber que ya eres mío nos ha hecho iniciar este viaje extraordinario. En él han cambiado las costumbres, la manera de ver las cosas, de contemplar lo que nos rodea, la forma de comunicarnos, de alimentarnos, de movernos en estos nuevos espacios…

En este viaje inacabable de nuestra vida, he descubierto infinidad de sensaciones que jamás había experimentado: pasiones nuevas, temores incontrolables, angustiosas ansiedades, insomnios febriles, despertares intempestivos, cansancios infinitos, alegrías extremas, profundas preocupaciones, miedos infundados, dudas insolubles, trabajos agotadores, súbitas contrariedades, gozos increíbles, ternura infinita…

¡Bienvenido a mi vida, hijo mío!

 

NUEVO COMIENZO, de Silvia García Blasco.

Eres mío, mis ojos acostumbrados a la oscuridad te descubren agazapado detrás de mi viejo cuaderno de notas. Sigilosa, permanezco tumbada esperando sorprenderte. Creyéndome dormida, sales de tu refugio temeroso, desesperado por buscar una salida. La emoción al tenerte tan cerca consigue que olvide un instante mi objetivo, pero no puedo perderte; conteniendo la respiración, salto atrapándote en el hueco de mi mano. El calor que emanas y tu luz filtrándose entre mis dedos, provocan en mi corazón latidos desbocados. Abro con cuidado de no dejarte escapar y compruebo que es cierto: dentro traes mi próxima historia, ya puedo volver a escribir.

 

¡LA VIRGEN!, de Raquel Zaragoza.

«Eres mío. ¡Por fin!» —pensé tras aceptar el papel de «La Virgen» para la representación navideña del colegio.

Me llamo Juanita; aunque la mayoría me conoce como «la cojita». Tengo poliomielitis y, allá por los años sesenta, era una niña con más operaciones que años.

Fue un día mágico. Por primera vez en mi vida, las luces que me cegaban no eran las de un quirófano, sino las del escenario. El salón de actos estaba repleto de gente a la que, a juzgar por los aplausos, no parecía importarle que una alumna pelona y con muletas fuera: ¡La Virgen!

 

CÍRCULO, de Yepes.

Eres mío y soy culpable. Por ti lucho contra mis demonios y pago mi propia condena. Por ti me siento viejo y acabaría con el reflejo que veo en el espejo.

Todo lo que he hecho mal ha sido a escondidas. «Vendrán tiempos de sacrificio y disciplina», esa rutina repetitiva que constantemente olvido. No voy a empezar a pensar en locuras. No me importa tu mirada desafiante ni tu desprecio vacuo.

Quédate dónde estás, seguirás durmiendo en una caja oscura. No eres especial, solo eres un pantalón muy caro comprado en rebajas. Otro error cometido en tiempos pretéritos.

 

PERSECUCIÓN IMPLACABLE, de Marcelo Celave.

—¡Eres mío, no intentes resistirte!

Jim Fenton había cruzado todo el desierto de Arizona persiguiendo al forajido Ralph Nolan. La recompensa era jugosa, vivo o muerto.

Ralph estaba en la barra del saloon cuando sintió la punzada del Colt 45 en su espalda.

Disimuladamente, Jim le hizo señas que subiera a la habitación sin hacer ninguna jugarreta.

Traspasaron la puerta, arrojaron las cartucheras al suelo y se midieron con la mirada fijamente, segundos que parecieron una eternidad.

—Basta Jim, esto no puede ser, el sheriff nos colgará a los dos.

—No me importa Ralph, ¡prefiero morir que vivir sin ti!

 

LA CITA, de Paquita Márquez.

—¡Eres mío, te he reconocido enseguida! —me dijo con una encantadora sonrisa, afirmando con la cabeza cuando se acercaba.

—¡Sí! —dije yo levantándome y sonriéndole mientras nos besábamos en ambas mejillas.

Allí, sentados en aquella minúscula mesa de cafetería, empezamos a conocernos…

Pasamos una tarde-noche de fábula. Flirteamos, reímos, bailamos, nos besamos. Volvimos a salir, y otra vez, y otra… Nos enamoramos, soñamos juntos, tuvimos enfados y reconciliaciones, nos casamos, vinieron los hijos, las preocupaciones, algunas penas, muchas alegrías…

Han pasado un montón de años, y yo sigo preguntándome quién sería el tipo aquel de su cita a ciegas.

 

COSAS DE CHICOS, de Silvia Espina.

Eres mío, trocito de mar, caracola que se desconcha ensuciando la alfombra y pierde arena al menor movimiento.

Mami quiere que te eche a la basura porque dice que tengo muchos juguetes con los que entretenerme y no necesito un cachivache semejante.

Pero papá te recogió para mí el último día que paseamos juntos por la playa, antes de irse.

Te protegeré con uñas y dientes, como un rey su castillo; no quiero dejar de escuchar el sonido del mar…

 

Y el último podio de 2020 queda así:

El bronce, con 8 puntos, es para Paquita Márquez con:

AMORES FUGACES

¡Eres mío! ¡La de veces que lo habré repetido! Nunca al mismo, claro. Ni siquiera a tipos de características similares. Soy inconstante y veleidosa, lo reconozco. Me enamoro perdidamente con suma facilidad y, mientras lo disfruto a tope, ese amor absorbe y ocupa todo mi tiempo y hasta mis pensamientos. Pero se termina. Y no es que me desenamore, no. Tampoco es por decepción, ni por hastío; tampoco es eso. A decir verdad, suelo guardar un buen recuerdo de todas mis historias amorosas… casi siempre. Pero, inexorablemente, son cortas. A veces, duran un solo día. Todo depende de su número de páginas.

 

La plata, con 13 puntos, se la lleva Silvia García Blasco con:

PARADOJA CRUEL

«Eres mío» pienso mientras miro de nuevo a través del cristal. Te observo ahí sentado, tan perfectamente profesional, y tu permanente sonrisa me pone enferma. Tanto tiempo devorando temarios, sin vivir, perdiéndomelo todo; para que al final unas milésimas decidieran mi lugar en el mundo: tú dentro, yo fuera.

Es la hora y ahí estás, cerrando los ojos acelero hasta notar el impacto y huyo. Corro a esconderme en casa como la rata que soy, esperando mi final. A estas horas todos deben saberlo ya, pero no me arrepiento.

Suena el teléfono y sobresaltada contesto.

—¿Señorita Sáez? Ha quedado libre una plaza.

 

Y el último ganador del año, quien se lleva la excursión de www.scootatrip.es, es Américo Fojo con:

DECISIONES FINANCIERAS

«¡Eres mío!», pensé para mis adentros mientras cerraba la puerta de cristal.

Había recorrido por enésima vez todas las sucursales de bancos de la zona y las opciones se habían ido perdiendo. Era mi última posibilidad y, como decía mi abuelo, esta vez la había cogido por los pelos. Me sentía orgulloso de mi perseverancia y de este hallazgo.

Silbando bajito, extendí mi bolso de dormir en un rincón del cajero automático y me acurruqué de cara a la pared.

 

 

 

Fuera de concurso:

CUESTIÓN DE LETRAS, de David Reche Espada.

Eres mío y serás posesivo, aprehenderás el amor y los celos a partes iguales, pero en ocasiones serás mimoso e íntimo como una m amorosa. Tú, sin embargo, eres río, y recorrerás las tierras a raudales. Serás un torrente en los rápidos, pero remolona en los remansos. A ti te llamarán lío, serás locuaz y loco como un ligue cuando la libido nos alela.

—¿Y yo? —preguntó una vocecita vivaz que bailaba abajo, entre la selva y el bosque.

—Tú eres bío, ¡la vida!

—¡Yo no estoy conforme! —protestó otra voz.

El Ponepalabras resopló.

—Me tienes harto, tío.

 



UN REGALO INESPERADO (CUENTO DE NAVIDAD)

 

Por motivos en los que no me extenderé mucho, me vi a mediados de diciembre de aquel año en la mítica Samarcanda, una de las ciudades más antiguas del mundo. Desde luego no esperaba pasar los días previos a la Navidad en Uzbekistán, en aquella vieja república soviética, cruce de caminos y mitad de recorrido de la fabulosa Ruta de la Seda. Sin embargo, debía esperar a que el departamento de Legal de mi empresa enviara las partidas de nacimiento de los compañeros que abrirían nuestra delegación en Asia Central. Luego, debería presentarlas en algún despacho perdido y oscuro del vetusto complejo administrativo de la ciudad. Después, un funcionario no menos gris y oscuro cotejaría documentos, compulsaría copias y las distribuiría por triplicado a diferentes departamentos de la antediluviana maquinaria estatal uzbeka. La burocracia de las repúblicas del antiguo imperio soviético era a veces frustrante. Bueno, les seré sincero, siempre lo era: invariablemente faltaba algún papel, un sello o la firma de algún nimio funcionario de un negociado de lo más inverosímil. Y los días pasaban, y la documentación nunca estaba en las condiciones óptimas para ser tramitada.

Mi jefe aseguraba en cada correo que todo saldría bien y que en pocos días volvería a casa para disfrutar de las Navidades con mi familia, pero me barruntaba que la mirada impertérrita del funcionario que me atendía significaba que esto iba para largo. El caso es que cada mañana iba puntual a recorrer los pasillos del complejo administrativo, a intentar ganarme el favor de unos y otros, a averiguar cómo podría acelerar los sucesivos trámites; pero las tardes las tenía ociosas, sin ocupación alguna, así que las dedicaba a hacer turismo. En pocos días terminé por conocer de memoria cada calleja del centro histórico de la ciudad, alrededor de la vieja ciudadela. Los vigilantes de las madrasas del Registán me saludaban incluso por mi nombre cuando visitaba aquellas maravillas, Patrimonio de la Humanidad. Me atrevía a compadrear con ellos y a chapurrear las pocas palabras en uzbeko que iba aprendiendo: eran buena gente. Pero conforme los días avanzaban el frío también lo hacía y mis paseos fuera del hotel ya no eran tan placenteros.

Quedarme toda la tarde refugiado del frío en mi habitación o en las zonas comunes de mi hospedaje se me antojaba deprimente, así que busqué alternativas a los espacios enormes y congelados del Registán, donde la humedad del fértil oasis regado por el río Zeravshan se colaba desde las puertas hasta los mismísimos huesos. Una tarde, buscando dónde huir del helor que reptaba por las paredes de adobe, me encontré con un coqueto museo de historia local al que me metí sin dudar. Ingresé entre aburrido y esperanzado de entrar en calor, sin importarme demasiado lo que encontrara en las vitrinas polvorientas de aquella instalación museística obsoleta pero, eso sí, calentita a falta de la compañía de mi familia en esos días previos a la Navidad.

No es que la historia de la ciudad sustituyera esa carencia pero, había alguna curiosidad reseñable y, lo que es más importante, la calefacción funcionaba con un ronroneo acogedor que invitaba a rezagarse en los estantes de arte persa, o en los que hablaban del paso por allí de Alejandro Magno. Delante de mí recorría el museo una mujer joven. Estaba embarazada y, según deduje de su vestimenta típica, venía del valle de Ferganá al este del país, el lugar desde donde se difundió la seda china hacia Europa hace siglos. Guardé una distancia prudencial con ella, hasta que llegó a una vitrina en la que se detuvo más tiempo del normal. Tras unos minutos en los que ya no podía seguir fingiendo que me interesaba la administración sasánida de la vieja Samarcanda, alcancé su posición. Miraba con asombro unos objetos entre los que se incluían utillaje de montar a caballo y diversos utensilios de viaje. Se apartó un poco para hacerme sitio frente a la vitrina y los paneles indicativos. Sin dejar de tocarse la barriga como lo hacen las embarazadas, me llegó a dar la impresión de que me urgía a que mirara los objetos que llevaba un buen rato observando. Entre ellos destacaba un cáliz. Leí con rapidez el panel en inglés y descubrí asombrado que la tradición local aseguraba que todos esos utensilios pertenecieron a Jesús de Nazaret. Afirmaban que, tras su resurrección, visitó Samarcanda camino de la India; y se vio obligado a vender algunos objetos para continuar su viaje.

Miré a la mujer, y ella enarcó las cejas haciéndome partícipe de su asombro al ver que yo también lo estaba. Me aventuré a decirle «Qué raro, jamás lo había escuchado». La mujer sonrió pero, en ese momento la vigilante nos advirtió de que iban a cerrar el museo. Así que salimos al frío de la calle sin llegar a intercambiar ninguna palabra más. Yo me encaminé hacia mi hotel, pensando en que tenía que buscar más información de aquella teoría de los historiadores locales; aunque no pude quitarme de la cabeza la mirada de la mujer embarazada: cuando nos despedimos nos dedicamos una sonrisa educada en la puerta del museo. Tenía una extraña expresión que combinaba fuerza y determinación con fragilidad.

Al día siguiente, tras mis típicas e infructuosas gestiones matutinas, regresé por la tarde al museo, con la intención de observar con más detalle las supuestas reliquias del fundador del cristianismo, cuyo nacimiento estábamos a punto de celebrar. Aún esperaba poder contar esta anécdota a mis sobrinos cuando les diera sus regalos de Navidad frente a la chimenea de los abuelos. Para mi sorpresa, encontré allí a la mujer embarazada, y tuve la sensación de que, como yo, deambulaba por el museo con la única finalidad de dejar pasar el tiempo en un sitio cálido. El tercer día regresé al museo, intrigado por la presencia de aquella mujer, y de nuevo la encontré, contemplando los objetos atribuidos a Jesús. En esta ocasión comenzamos una conversación en un inglés muy básico pero suficiente como para que me contara que estaba a punto de dar a luz, y que estaba de paso en Samarcanda acompañando a su marido, que sí era natural de la ciudad. Explicó que se dirigían al valle de Ferganá, de donde era ella, tal y como supuse dos días antes, para dar a luz a su hijo en su tierra. Pero, según me contó, debido a las restricciones de acceso al valle, necesitaba certificados de buena conducta y nacimiento de su marido. Debido a la lentitud de la burocracia uzbeka Youssef, así se llamaba él, decidió ir a la capital confiando en que un primo suyo influyente le expidiera un salvoconducto o algún documento que les permitiera agilizar trámites. Ella quedó en Samarcanda, en casa de unos familiares lejanos, porque su estado no le permitía hacer tantos viajes. Tan solo se atrevía a hacer un desplazamiento más: a casa de su madre en Ferganá.

Me parecía una historia rocambolesca pero creíble en un país con esa burocracia endemoniada. Cuando fue un momento al baño, la vigilante del museo aprovechó para confirmarme la historia, y que iba todos los días allí porque los familiares del marido eran malas personas y no tenía otro lugar caliente donde sentirse tranquila. Aseguraba que eso iba a ser malo para el bebé. Le pregunté si sería apropiado que yo, un extranjero occidental, un extraño, invitara a una mujer casada musulmana a tomar algo en el restaurante de mi hotel, por ayudarla de alguna manera. Esta buena señora se mostró de acuerdo con mi proposición e incluso se ofreció a acompañarnos unos minutos por si la pobre embarazada recelaba de mis intenciones.

Así que de la forma más insospechada pasamos las siguientes tardes juntos, contándonos nuestras vidas y hablando de nuestras familias y tradiciones mientras esperábamos a nuestros respectivos Godot. Se llamaba Yulduz, que significa Estrella. A veces se nos unía Oktyabrina, la vigilante del museo, una soltera cercana a la jubilación y de etnia rusa, a la que los avatares de la época soviética habían dejado sola en Asia Central. Igual que lo estábamos en ese momento Yulduz y yo. Y esa soledad se iba haciendo más patente conforme los días avanzaban y nos era imposible salir de allí. Quedaban dos días para Navidad cuando mi jefe me confirmó que los papeles correctos estaban por fin en camino y llegarían el día de San Esteban, el 26 de diciembre; mientras que Yulduz supo que su marido Youssef volvería el día 24 por la noche, después de que su primo consiguiera los certificados que necesitaban. Oktyabrina leyó la desolación en nuestras caras, sabiendo que todo se nos retrasaba más de lo que deseábamos. Ambos, por un motivo o por otro, veíamos postergada la reunión con nuestras familias, y nos propuso cenar en Nochebuena en su casa para que yo celebrara la Navidad y Yulduz el regreso de su marido. Jamás hubiera pensado que alguna vez en mi vida pasaría la Nochebuena así, en compañía de una señora ortodoxa rusa y de una joven embarazada musulmana, a miles de kilómetros de mi casa y de mi familia.

La tarde del día 24 fui al Gran Bazar de Samarcanda a hacer algunas compras para colaborar en la preparación de la cena, aunque el plato principal: cordero al estilo local además de una típica sopa de col y remolacha, correrían a cuenta de nuestra anfitriona. Había empezado a nevar tímidamente y, aunque la mayoría de la población es musulmana, los puestos del zoco tenían una decoración navideña sencilla y los vendedores me saludaban afables al saber que yo era occidental. Todos querían invitarme a un típico licor caliente y afrutado para que entrara en calor. Después pasé en taxi a recoger a Yulduz porque su barriga ya le dificultaba caminar. En el coche, animado por el licor, comencé a enseñarle unos villancicos. Llegamos al barrio de Oktyabrina cantando alegres, y con el taxista haciéndonos los coros imitando con la voz el sonido de una zambomba. Caminamos el último tramo peatonal de la calle bajo los copos de nieve. Al final nos esperaba nuestra anfitriona con la puerta abierta, atónita por la alegría y la música que traíamos. Un aroma delicioso salía por la puerta y se percibía a metros de distancia, guiándonos como una estrella en el cielo de Samarcanda hacia el refugio seguro y cálido en casa de aquella bondadosa mujer.

Sin duda esa noche, con la nieve cayendo tras la ventana y las risas animadas de aquellas dos mujeres, solitarias igual que yo y que apenas conocía, se convirtió en una Nochebuena inolvidable. Oktyabrina incluso sacó unos regalos para nosotros: unos recuerdos sencillos para mis sobrinos y para el bebé de Yulduz, que recibimos con una ilusión que nunca habríamos imaginado. Pero la ilusión y lo inolvidable de la noche no llegó hasta después del postre: de repente Yulduz rompió aguas y le llegaron las contracciones a toda velocidad. Fuera la nevada arreció y las calles estaban intransitables, así que después de que lleváramos a la parturienta al dormitorio, Oktyabrina me dio un capón para que espabilara y me mandó a calentar agua y preparar toallas y tijeras. La vigilante del museo se arremangó y no dudó en ejercer de matrona mientras yo daba ánimos a Yulduz e intentaba ayudarla a seguir el ritmo de la respiración. Apretaba mis manos con rabia y empujaba con todas sus fuerzas mientras Oktyabrina hablaba y hablaba en uzbeko dando instrucciones a la joven. Ella apretaba más y más y me miraba a los ojos asustada pero siguiendo el ritmo que le marcaba con mi respiración. Tras varios minutos de fuerza, sudores y gritos que se me hicieron interminables, por fin lanzó una voz desgarradora seguida de un llanto de bebé. No me da vergüenza admitir que lloré de emoción sosteniendo la mirada de aquella mujer que acababa de tener a su primogénito. Sin contener las lágrimas yo mismo corté el cordón umbilical mientras Oktyabrina sujetaba al bebé y lo ponía en brazos de su madre.

Nos dijo entre risas y sollozos que se llamaría Yassu, Jesús, en honor al motivo de habernos conocido. Estaba eufórico cuando llamaron a la puerta. Me acerqué a abrir, era Youssef, al que conocía por las fotos que me había mostrado ella. Le di un abrazo como nunca he dado a nadie y tiré de él hacia el dormitorio dándole las enhorabuenas y diciéndole, con las cuatro palabras que sabía en uzbeko, que todo estaba ok. Una vez en la habitación, la nueva familia se reunió bajo la humilde bombilla de nuestra anfitriona. La vigilante del museo me abrazó y ambos lloramos de alegría por el bebé que acababa de nacer en Navidad.

viernes, 11 de diciembre de 2020

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena VIII: El efecto balsámico de las micras de un relato)

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido, las obras presentadas en la 8ª quincena del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche 'Libros y música para un paseo en Vespa'.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «El efecto balsámico de las micras de un relato», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 14 de diciembre a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 15 de diciembre en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!

ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación, añado el nombre de los autores de cada relato.

ACTUALIZACIÓN 2: Una vez conocido el veredicto en la sección 'Libros y música para un paseo en Vespa' de Radio Elche, doy a conocer el podio.



DE REGRESO, de Ana Medina Martínez.

El efecto balsámico de las micras de un relato. Sin decirme cuando volvería, él se marchó bajo aquel cielo diáfano de primavera. ¡Yo nunca pensé en su regreso! Cuando lo vi llegar aquella tarde sosegada de otoño, mi corazón no estaba preparado para el encuentro.

 

CARONTE DESNORTADO, de Ismael Vives Bonete.

El efecto balsámico de las micras de un relato duró un santiamén, y habrá quien no comulgue con mi cristo pordiosero de la eternidad bajo el arrope de la barba hípster de un San Pedro enclavado en las puertas del cielo o del infierno (la disyuntiva es pertinente pues hay quien prefiere un Caronte borracho y desnortado), pero tras ese breve lapso de tiempo se creó todo un universo de átomos y materia oscura, que no son otra cosa que las letras con las que un irredento, cumpliendo condena, maquina y masculla el libro infinito del que todos somos hojarasca en un otoño sin amor ni ocres.

 

INSTINTOS, de Paquita Márquez Ayuso.

El efecto balsámico de las micras de un relato que leía mientras desayunaba, no fue suficiente para evitar maldecir la inexorable Ley de Murphy. ¡Otra vez la tostada y la mantequilla contra el suelo! Me levanto de golpe, piso el rabo de Luna que venía a relamer aquello, da un tremendo bufido, maúlla dolorida y sale como una exhalación de la cocina. Enseguida creo oír a la abuela exhibiendo el mal genio que se le pone cuando se trata de su gata:

—¡Ya estás otra vez haciendo rabiar a mi pobrecita Luna!

¡Hasta puedo sentir el escozor de la colleja de rigor!

¡Cómo te echo de menos, abuela…!

 

SALVACIÓN, de Ana Montesinos.

El efecto balsámico de las micras de un relato me hizo, por fin, dormir toda la noche. Llevaba semanas en vela tras su marcha repentina. Días apagados por su ausencia y horas inacabables que me asfixiaban en las paredes blancas de esa pequeña casa que había sido nuestro hogar.

Ni el alcohol, ni las fiestas habían conseguido aplacar mis lágrimas. Mi tristeza chorreaba espesa tal y como fluye la sangre de las venas tras un consciente corte.

Y precisamente, escribiendo esa carta de despedida, surgió ese relato que cambió mi ser por dentro, que me renació, me que salvó dulcemente del deseo de acabar con mi desolada vida.

 

BÚSCAME, de Mari Bastida.

El efecto balsámico de las micras de un relato:

Me llaman de mil maneras y tengo múltiples personalidades.

Hay quien no quiere conocerme, para algunos ni siquiera existo y si me ven no les parezco atractivo, pero hay otros que me buscan, me prueban y exprimen toda mi esencia, siempre quedan con ganas de más.

Conmigo ríen, les intrigo, a veces lloran, se enamoran y ya no pueden vivir sin mí.

Soy el hijo de mis padres y antes de nacer se preocuparon de inculcarme toda su sabiduría e imaginación. Me concibieron para trasmitir conocimientos y también para entretener.

Ahora solo tienes que elegir un título leer y disfrutarme.

 

ILUSIONES, de Raquel Zaragoza.

El efecto balsámico de las micras de un relato fue la mejor medicina para vencer al buitre de la depresión; que, tras el fallecimiento de mi madre, merodeaba devorando mis ilusiones.

Empezar a escribir fue lo más difícil; manchar el blanco del papel. Luego, poco a poco, embriagada por un cóctel de emociones contrapuestas, me fui desnudando para vestir con palabras los folios en los que resumí mis vivencias.

Hacerlo me reconcilió con la niña que fui; a la que le prometí tantas cosas… Las ilusiones de una niña de ojos azules y trenzas rubias que tenía mucha imaginación, y, ¡soñaba con ser cuentista!

 

LETRAS QUE MIRAN AL CIELO, de Marcelo Celave.

El efecto balsámico de las micras de un relato…, no olvides eso hijo —me decía mi madre cada noche al acostarme.

Al apagar la luz yo empezaba a diseccionar el relato, oración por oración, palabra por palabra, sílaba por sílaba… hasta desmenuzarlo de tal forma que cada letra viajaba a un pequeño compartimento de mi cabeza y se quedaba ahí, encerrada, esperando que yo mismo la sacase con mimo para utilizarla en otra frase.

Así le daba nueva vida a una letra haciéndome sentir su Dios.

Sin embargo hoy, las letras comenzaron a salir solas sin yo llamarlas y una frase primero ininteligible, tomó forma:

«No te vayas Diego…».


ARREBATOS, de Paquita Márquez Ayuso.

El efecto balsámico de las micras de un relato se había esfumado, ya solo quedaban los violentos chispazos de aquellas micras que, en la profundidad de mi sueño, formaban un espacio lleno de pequeños haces de luz, estelas que se cruzaban raudas formando geométricas figuras y herían mi retina. Quería despertar y no podía. Y ahora no solo dañaban mis ojos, eran como agujas que se clavaban en el alma y en el cuerpo. Pinchazos incandescentes que atormentaban mi sueño y lo transformaban en remordimientos que me hacían estremecer. Desperté arrepentido y me acerqué a mirarla. Con delicadeza, cerré sus ojos y le tapé la cabeza con la sábana.

 

FINAL DE CONFERENCIA, de Silvia Espina.

El efecto balsámico de las micras de un relato era el tema de la conferencia que acababa de pronunciar un prestigioso y guapo profesor de la Universidad local. Al finalizar, invitó a los asistentes a formular preguntas.

Él se fijó en mí al instante y mostró una decidida preferencia a dialogar conmigo. Una cosa llevó a otra y salimos a tomar unas copas.

Luego, amablemente, se ofreció a llevarme a casa.

En el instante en que me senté a su lado en el coche y escuché trabarse las puertas, sentí un hormigueo de espanto al recordar que un maníaco homicida asolaba la zona.

 

ESCALOFRÍO, de Paquita Márquez Ayuso.

El efecto balsámico de las micras de un relato no fue capaz de neutralizar la inquietud que producían esas otras micras. Las de los relatos capaces de ponerte la carne de gallina, como el que yo acababa de protagonizar.

Todo lo había llevado a cabo con la meticulosidad del excelente profesional que soy. Había desatado el infierno en aquella habitación de la sexta planta siguiendo a rajatabla las instrucciones. La primera dama ya no podría interferir en nada, y nadie podría relacionar el crimen conmigo. Solo que cuando sus ojos se apagaban, en lugar de horror, mostraban regocijo y, estoy seguro, de su boca entreabierta escapó una risa sarcástica…

 

MADRE, de Ana Medina Martínez.

El efecto balsámico de las micras de un relato. El suave perfume a madreselvas que el aire expandía por el jardín hizo que recordara a mi madre. Cerré los ojos y el pensamiento me llevó a su mirada. Tierna y sensible mirada ante la enfermedad que estaba sobrellevando. Los hermanos reunidos alrededor de la cama, sentíamos cómo se apagaba la vida de la que había sido la columna vertebral de nuestro hogar. Sentí entonces, que el bálsamo de sus palabras arracimadas en micras descendía sobre nosotros brindándonos protección y consuelo. El amor que nos había dado permanecería para siempre en nuestras vidas.

 

LO QUE SOMOS, de Yepes.

El efecto balsámico de las micras de un relato, también conocido como «léele un cuento cuando llore», fue la única directriz que recibió de su cuñada.

Ningún abuelo había conocido a la niña, la canguro estaba enferma y él mismo ya estaba superado.

—¿Cariño, qué quieres? —le preguntó desesperado.

—Tío, quiero jamón —musitó entre sollozos.

—¿¡Jamón!?

—Si tío, quiero jamón.

La llevó a la cocina y le sirvió una ración generosa. Cesó el llanto, volvió la risa. Viéndola comer comprendió que aquello era para toda la vida. Era de los suyos, a esa niña tampoco le iban los cuentos…

 

EL REGRESO, de Patricia Rodríguez González.

El efecto balsámico de las micras de un relato no logran calmarme. Percibo tu ausencia en el aire denso que no me deja respirar, que seca mi garganta, que me ahoga.

Me sirvo un whisky, solo, como a ti te gusta, y te recuerdo en las gotas que derramo sobre mi cara, sobre mi cuello, sobre mi pecho. Su sabor se parece al tuyo.

Sentada frente al espejo rompo el vaso y practico incisiones sobre mi piel abriéndome camino entre vasos y tejidos, buscando y extrayendo defectos e imperfecciones.

Profundo, profundo llego al alma. Corto y limpio.

Perfecta de nuevo, espero tu regreso.

 

EL ABUELO, de América Martín.

El efecto balsámico de las micras de un relato caen como los granos de un reloj de arena, frente aquella hoguera en la playa con el abuelo, cuando contaba cómo había llegado de polizonte en un barco a la costa de Venezuela. Sus pupilas se dilataban al pulso de los detalles y su voz con pesadumbre mostraba matices de felicidad y dolor en su trayectoria, comenzando de cero, por ese nuevo mundo. La brisa marina casi extinguió el fuego, y con sus fuertes manos movió las brasas enrojecidas y comento:

—Aún me queda mucha leña por quemar.

Quién iba a pensar que esa sería su última aventura.

 

ZONA DE NIEBLA, de Américo Fojo Ferretti.

El efecto balsámico de las micras de un relato no es suficiente para calmar mi angustia y eso que siempre pude relajarme escribiendo.

Pero ahora no, no basta.

Desde que la niebla clausuró mis ventanas, todo cambió: no más voces, sonidos, ni música. El mundo parece deshabitado, vacío en un silencio denso.

Pero lo peor son las hormigas que invadieron todo; calles, plazas, edificios y finalmente entraron en casa. Muros y pisos que vibran, negros, rojos, marrones.

Sin embargo habían respetado mi cama, no como estos bichos de ojos relucientes que aparecieron hoy y ahora han comenzado a trepar por las sábanas.

 

REVELACIÓN TARDÍA, de Marcelo Celave.

El efecto balsámico de las micras de un relato está recogido en una rama de la psicoterapia muy desarrollada en los países anglosajones… —explicaba en mi cátedra de Filosofía en la universidad de Oxford.

Ella no paraba de mirarme con sus inmensos ojos verdes... Ella 20, yo 55… ¡No puede ser! Me repetía una y otra vez… Pero me resultaba imposible quitármela de la cabeza.

Al terminar la clase, se acercó y me propuso quedar en una hora en Cozy Coffee.

Al encontrarnos, mi corazón latía desbocadamente mientras ella hablaba:

—Como te decía en mi carta, tenemos que ser valientes. Es hora de que comencemos a conocernos… Papá.

 

COLOR AÑIL, de Trini García Lloret.

El efecto balsámico de las micras de un relato era lo que necesitaba aquella noche… Las compré en una pequeña tienda escondida de aspecto clandestino. Entré y allí estaban esos frascos color añil intenso. Compré cuatro y me advirtieron que jamás debían utilizarse a la vez... Me insistieron pero no hice caso.

Al llegar a casa los abrí y esas micras comenzaron a flotar por toda la habitación. Todo se descontroló con esa bruma etérea... pasaba de la tristeza a la euforia, del caos al orden, del miedo a la calma... en bucle. Dicho así puede asustar, pero yo estaba emocionada con el simple hecho de sentir de nuevo...

 

GRAMÁTICA Y MATEMÁTICAS, de Pablo Crespo.

«El efecto balsámico de las micras de un relato».

Leyó la frasecita una vez más, estupefacto. —¿Qué demonios son las micras de un relato? ¿Cómo iba a escribir sobre algo que no entendía?

A menos que…

Una micra es la millonésima parte de algo. ¿Cuánto será la de un relato de 100 palabras? Tenía que ser algo más pequeño incluso que una simple letra.

Investigando sobre tipografía averiguó que las letras tienen brazos y trazos, hombros y cuellos… y entonces lo supo:

El bálsamo estaba en el consuelo que ofrecen los dos hombros de la letra m. Conmocionado, abrió de nuevo su cajita de costura buscando hilo y aguja.


ROMANCE QUÍMICO EN SMALVILLE, de Narcís Ibáñez

 El efecto balsámico de las micras de un relato crea límites entre realidad y ficción.

—Pronto pagaremos por escuchar el silencio —sentenciaba el profesor.

Lois Lane rumiaba: entre ese estúpido sentido del deber y la obligación de ser cabal, solo hay unas micras de cordura agitándole los poros de su piel, creándole un microclima alrededor del cuerpo, encendiendo el deseo del reencuentro con su amado, era la hora.

Entró por una ventana saliendo por la de enfrente, con ella en sus brazos, dejando una estela roja y azul.


TALLER DE RELATOS, de Pablo Crespo.

El efecto balsámico de las micras de un relato siempre fue bien apreciado por el comité de expertas (y expertos).

El escritor contemplaba enfurruñado su última obra, decidiendo los cambios. Abrió su cajita de instrumental y cogió las pinzas más finas.

Con un gesto delicado despegó, una a una, las letras de su triste confesión, trasplantándolas a continuación al nuevo cuaderno, donde antes había dibujado unos renglones a lápiz para evitar torceduras. —Aquí se valora la belleza —pensó.

Tras amputar con su bisturí alguna m de muerte (y autocompasión), y suturar otras letras igualmente maltrechas, contempló su nueva creación:

«Esta vez sí, lo voy a petar».

 

 

Y el PODIO de esta quincena queda de la siguiente forma:

En tercer lugar, con ocho puntos, el bronce ha quedado para:

MARIPOSAS, de Rosa García Panera.

El efecto balsámico de las micras de un relato leído por la voz familiar, me alejó del lugar de la conferencia. Oyéndole recordé que nos habíamos dicho adiós sin lágrimas, sin discusiones, como dos amigos aclarando las cosas.

Él ahora parecía tranquilo, yo, sin embargo, me sentía tonta, la decepción aún pesaba en mi corazón como plomo. Pero éramos modernos y civilizados así que, allí estaba yo en la presentación de su nuevo libro, escuchándole leer un párrafo del primer capítulo:

«...Un irónico canto de despedida al hombre, huyendo del presente...» decía y su voz aún despertaba mariposas en mi estómago.

 

En el segundo escalón, la plata con 9 puntos es para:

 (DES)PROPÓSITOS, de María José Peña.

El efecto balsámico de las micras de un relato, bajar el volumen de lo que escucho y subir el de lo que siento. Asumir que me hago mayor y ya tengo alguna cana.

No hacer colas, no dedicar ni cinco segundos a personas con las que no irías a ninguna parte, si el tiempo que tardas en beberte la copa de vino es directamente proporcional al aburrimiento que te produce, pedir la cuenta y marcharte disimuladamente.

Admitir que cada vez me sorprendo menos, disfrutar de mi estabilidad emocional intermitente, no poner nombre a lo nuestro, porque ya somos. Acurrucarme en tu cuerpo y dejar que lleguen todos los inviernos.

 

Y en cabeza, ha habido un empate a 11 puntos con los relatos:

ZOZOBRA, de Isabel Núñez de Arenas.

El efecto balsámico de las micras de un relato…quedé perpleja al leer esta frase en el escaparate de una librería. ¡Empujé la puerta airadamente para entrar! ¡Esa frase era mía! La compuse para un librito de micro ficciones que iba a ser editado en breve.

La dependienta, de rostro amable, cuando escuchó mi protesta quedó demudada. Lo siento, dijo, esta locución pertenece a una escritora del siglo pasado : M.A.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, balbucí algo parecido a un adiós y salí.

Con manos temblorosas saqué de mi cartera el D.N.I. Ninguna duda: yo era M.A.

¿Entonces?


Y ganadora, por decisión de la jueza de última instancia en este concurso, Cristina Medina, directora de informativos de Radio Elche:

MÍO, de Patricia Rodríguez González.

El efecto balsámico de las micras de un relato, un baño caliente y dos trankimacines no me relajan. Camino como una loca por casa intentando disminuir la ansiedad, arriba, abajo, arriba, abajo; incluso busco restos de maría olvidados desde del pleistoceno (mi juventud) en un cajón. Me la fumo. Nada.

Saberte ahí, escondido, intacto, entero, virgen, duro y dispuesto para mí, me hace sentir culpable.

Vacío los armarios y limpio la casa para no oír tu llamada. Te oigo. ¡Lujuria!

¡No puedo más! Me abandono al pecado, y mientras te saboreo leo en ti: «Turrón de chocolate Suchard ».

Eres mío.

 

 

 

Fuera de concurso

INGREDIENTE ESENCIAL, de David Reche.

El efecto balsámico de las micras de un relato se suministrará en pequeñas cucharaditas, ni muy pronto, ni muy tarde. También se aderezará con la sorpresa de una llamada imprevista que envuelva sus oídos. Tu voz tiene que sonreírle, siguiendo la posología recomendada, y no olvides la promesa del cálido aliento de tu beso inesperado cuando os encontréis. Pero lo que es más importante, el ingrediente secreto que algunos olvidan, malogrando el menú de una bonita historia entre dos, es hacerle sentir especial. Y eso sólo lo conseguirás si en verdad es especial para ti. Si no lo es, apaga el fuego y deja que llegue otro comensal.