viernes, 19 de febrero de 2021

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena XIII: Yo le creía)

 

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 13ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Yo le creía», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 22 de febrero a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 23 de febrero en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!

ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación añado el nombre de los autores y autoras.

ACTUALIZACIÓN 2: Una vez desvelado el resultado en Radio Elche, ordeno los relatos de menos a más puntuación.


ME UTILIZÓ, de África Estrella.

Yo le creía, porque siempre fue muy honesto. Muy respetuoso. Jamás se propasó conmigo.

Hablaba de lo felices que seriamos con la familia que íbamos a formar. Me prometía tantas cosas...Yo, tocaba el cielo. Era tan dulce...

Aquel día estaba serio. Dijo que quería contarme un secreto.

Yo soy gay me dijo. Quería asegurarme de mi inclinación sexual, por eso decidí probar con una mujer.

Me has utilizado. Me alegro por ti si has conseguido tu objetivo, pero no imaginas el daño que me has hecho

Entonces comprendí muchas cosas.


LOCURA DE AMOR, de Mari Bastida.

Yo le creía, ¿cómo dudar? ¡Él era mi vida!

Luego todo cambió. Nuestros sueños se diluyeron, solo quedaban palabras huecas y excusas vacías. Perdí la fe cuando se marchó, pero me hice más fuerte al sanar las heridas.

Pasado un tiempo volví a verle, había desmejorado, ¿Acaso me echaba de menos? Un destello en sus ojos parecía suplicarme perdón.

En nuestra última cena le dije que lo sabía todo. ¿Tenía que ser con mi mejor amiga? A ella también la invité. Bastaron unos cuantos somníferos y fuertes cadenas.

Subí las escaleras del sótano y cerré la trampilla. Jamás los encontrarán.


GUARDANDO LAS APARIENCIAS, de Paquita Márquez.

Yo le creía capaz de cualquier cosa, pero que a estas alturas me engañe con la vecinita del quinto, ¡es pasarse de la raya!

Vale que se tire al putón verbenero de la secretaria, o que ponga la excusa del trabajo para perderse algún fin de semana en el pisito que le puso a esa pelandrusca, o que se pase la tarde del domingo en el D´Angelo con la excusa del partido y vuelva a las tantas oliendo a lujuria, pero… ¿con la vecina del quinto? ¿Qué pretende, que yo sea el hazmerreír de la vecindad?

¡Ese idiota desaparece, no me queda otra!


EL CONSEJERO, de Rosa García Panera.

Yo le creía, era mi corazón y volvía a recordarme que debía cambiar, dejar a un lado la amargura y los días tristes, la vergüenza de sentirse feliz cuando el mundo giraba sin saber a dónde iba.

Mi corazón era insistente, siempre había sido mi mejor consejero y le había creído a menudo siguiendo el impulso de sus latidos.

¿Por qué no te perdonas de una vez?

Descolgué el teléfono, dudé y volví a colgarlo, finalmente me decidí y marqué el número que aún recordaba de memoria.

¡Diga!

Hola, soy yo...


14 DE FEBRERO, de Raquel Sepulcre.

Yo le creía,

tú le creías,

él le creía,

ella le creía,

nosotros le creíamos,

vosotros le creíais,

ellos le creían.

La verdad ya no importaba,

la política se había corrompido.


UN TRUCO ARRIESGADO, de Marcelo Celave.

Yo le creía. Por eso cuando pidió una ayudante, salté de mi butaca.

Me tomó de la mano y me introdujo suavemente en una caja de mimbre. A través del tejido veía al público abarrotando el teatro.

Una sierra comenzó a bajar rasgando la caja con sus púas destellantes. Tanto bajó, que comenzó a desgarrar mi vientre, brotando trozos de carne y sangre.

Desde la ambulancia vi al mago sollozante explicando que la sierra increíblemente ¡no había ido por las guías laterales!

Hoy, tras diez meses de rehabilitación salgo del hospital con un ramo de rosas: «De Merlín con amor».

Valió la pena.


ODISEA, de Raquel Sepulcre.

Yo le creía. Sus palabras dulces resultaban caricias embriagadoras para mis oídos de tal forma que cada uno de mis impulsos me hacía perseguirla deseando tenerla, poseerla, hacerla mía. Era magia en plena tormenta, un sinsentido desear un sonido tan en tu interior capaz de hacerte perder la cordura. Y quise seguirla, pero nadie me soltaba del mástil.


LAS CARICIAS PERDIDAS, de Ana Medina.

Yo le creía, cuando me decía que íbamos a pasear... Que subiríamos a las nubes y después alcanzaríamos la luna trepando por una escalera muy alta. Yo todo creía que pasaría, porque mi madre era la mejor persona del mundo. Ese día de mi cumpleaños yo soñaba con la promesa... ella me dijo que ese día no se encontraba bien.

La ambulancia se detuvo a escasos metros de la entrada. Dos hombres de blanco la subieron en una camilla. Ella gritando dijo: quizás mañana, te lo prometo, mañana subiremos a las nubes y abrazaremos la luna. Te lo prometo hija.


BESOS, de Ana Montesinos.

Yo le creía a pesar de ese temblor de labios y esa mirada baja que siempre ponía al hablar.

Llevaba tres días repitiendo la misma versión a cada uno de los que intentaron sacar algo en claro.

Estaban los dos solos, se fue la luz, se oyeron gritos y al encender la linterna del móvil, ella estaba tumbada sobre la alfombra y un charco de sangre comenzaba a extenderse llegando hasta la suela de sus zapatos.

La autopsia, las huellas, los hechos, todo apuntaba a él.

Le quité las esposas y le besé antes de huir en mi coche patrulla.


¡QUÉ IRONÍA!, de América Martín.

Yo le creía a mi madre cuando decía:

Tu hermana, la obediente y disciplinada, llegará lejos... pero a ti, ¡la letra no te entra ni con sangre!

Y pensé... ¿Se habrá ganado ella la lotería genética? Mientras yo fantaseaba con lujo, colores y moda.

Ahora, desde mi empresa en New York, cuando llamo a mamá:

¿Aún estás en la oficina hija? Mira que siempre te he dicho «debes distraerte».

Soy feliz respondo... pero su réplica me atropella.

¡Igual que tu hermana!

Finjo no haberla oído, mientras recuerdo a mi hermana planchando las camisas del marido.


INDAGACIONES, de Paquita Márquez.

Yo le creía capaz de cualquier cosa con tal de averiguar lo que le quitaba el sueño. Por eso mi marido se presentó en casa de los Adams, nuestros vecinos, con la excusa de una herramienta que necesitaba. Pero lo que de verdad quería era saber por qué el abuelo dormía en un ataúd durante el día, por qué la madre criaba renacuajos de sapo en el fregadero y, sobre todo, sobre todo, por qué la extraña cabeza del señor Adams, además de tornillos, tenía unos ojos, una nariz, unas orejas y una boca igualitos, igualitos que los de su difunto padre…


RUTINA DE JUEVES, de Patricia Rodríguez.

Yo le creía, primero porque era mi mejor amigo y segundo porque era el mejor oncólogo del país.

Supe que algo iba mal cuando fui a verle a la consulta y me recibió sin su característica sonrisa de mirada, me abrazó fuerte durante un buen rato y se puso a llorar.

Quise ahorrarle el mal trago y comencé a hablar yo.

¿Cuánto? le pregunté.

9% en el primer año gimió.

¡Ni de coña!, pienso multiplicarlo por diez para joderos la estadística.

Y riéndonos cerramos la puerta al salir para ir a comer juntos, como todos jueves.


CHEMA, de Silvia Espina.

Yo le creía a Chema, a pesar de ser un chico fantasioso y dado a las bromas pesadas.

Por eso, cuando apareció en la escuela con el cuento de que había encontrado una cría de zorrito abandonada, yo le creí.

Al final de clase, escapando de los amigos y entusiasmado por la aventura, lo seguí hasta el monte cercano.

¡Está allí, en ese hueco! -me dijo.

Temeroso pero convencido, acerqué la mano al orificio y en ese momento sentí el aguijonazo. Todo giraba a mi alrededor, me sentí desvanecer mientras que, como en sueños, oía resonar una risa mordaz, alejándose.


CIEGA, de Ana Montesinos.

Yo le creía ciegamente.

El ramo de flores era porque me amaba, no por sentirse culpable de haber estado en la cama retozando con otra la tarde anterior.

No olvidó mi cumpleaños, pero quería prepararme algo tan hermoso que no le dio tiempo a materializarlo ese día.

Los fines de semana quedaba con sus amigos de mañana a noche, le gustaba darme mi espacio, para dedicarme tiempo a mí misma.

Ciegamente le creía.

Me dejó en septiembre. Empiezo a abrir los ojos.


DESAJUSTES, de Paquita Márquez.

Yo le creía cuando me dijo que el mundo se estaba desajustando, que alguno de sus engranajes se había vuelto loco. Me pareció que debía ser verdad porque entre unas cosas y otras, la vida de la humanidad, en general, estaba como patas arriba.

Cuando me aseguró que todo se debía a los malévolos planes chinos para manipular el universo a su antojo, me pareció una locura, pero lo que terminó de convencerme de que estaba como una regadera, fue su absurdo empeño en arrancarles sus preciosas alas a las mariposas; decía que el efecto de su aleteo la estaba liando parda…


DESAPARECIDO, de Raquel Zaragoza.

Yo le creía mi compañero ideal. Tanto que, si la vida nos daba pie, siempre estaríamos el uno al lado del otro.

Siendo altos ejecutivos, nuestra función era cumplir con una apretada agenda.

Labor que, en ocasiones, resultaba asfixiante para alguien tan sediento de aventuras como él. Así que, en cuanto se le presentó la ocasión para perderse… ¡Se perdió!

A pesar de ello, nunca dejé de confiar en él. Por eso, decidí darle un tiempo, y esperar… hasta que la misteriosa máquina «teletransportadora», conocida como lavadora, lo trajese de vuelta.

Desde que apareció, …estamos enrollados… ¡Somos la pareja perfecta!


DESDE DENTRO, de Narcís Ibáñez.

Ilustración: SSAPINA.
Pintura/pantalla (fragmento): Manuel Pérez.

Yo le creía cuando veía su sombra galopar en la oscuridad frente a mí, siempre acomodados, sentados, la luz circular, cual cañón, salía de la nada, la sal en los labios. Entrelazados los dedos de la mano en medio del silencio y la sonoridad musical, exultante junto a mí chica. Entre ella y yo, surgían imaginarios volcanes de calor que ardían en sus pechos apenas acariciados, trémulos, atrapados entre las costuras de su blusa y los botones que tan hábilmente aprendí a soltar. Un beso de lado apasionado y profundo, daba paso a una luz de linterna en la cara.

Era el acomodador.


¡MALDITA SEA!, de Rosa García Panera.

Yo le creía, me juró que lo había dejado y que volvía a casa. Estaba asustada, era difícil olvidar lo pasado, su locura y sus mentiras. ¿Sería una más de sus idas y venidas? Yo solo deseaba que esta vez fuera la última.

Acabé creyéndole, incluso hablaba de volver al Instituto, necesitaba creerle así que dejé a un lado el miedo.

Entré en su cuarto, dormía plácidamente, me recordó a aquel niño bueno de antaño, iba a cerrar la puerta de nuevo cuando pensé que algo iba mal.

La jeringuilla aún pendía de su brazo enganchada a su vena. ¡Maldita sea!


OTRO TIEMPO, de Silvia Espina.

Yo le creía sus cuentos increíbles.

Con suave voz y sutil dejo asturiano, daba rienda suelta a su teatralidad y su imaginación.

Sentados a su alrededor, los chicos escuchábamos sus narraciones maravillosas, llenas de matices, que nos llevaban a mundos imaginarios y nos invitaban a adentrarnos en esa feliz fantasía infantil, sumidos en un estado de ensoñación que deseábamos fuese interminable.

Pero cuando en las frías mañanas me acompañaba a la escuela, tomados de la mano, el abuelo era solo mío.


Y el podio de esta quincena queda de la siguiente manera:

El bronce, con 5 puntos ha sido para:

LA NECESIDAD, de Américo Fojo.

Yo le creía a mi padre:

Neno, toma la mula y ve al muiño por sacos de harina.

¡Pai, soy pequeno, no podré!

Sin miedo fillo; si tienes problemas llama a la Necesidad, te ayudará.

Al regreso los sacos se vinieron a tierra y no pude levantarlos; comencé a gritar:

¡Necesidad, Necesidad!

Nadie apareció; desesperado frené la mula y esforzadamente logré subir la carga.

Al llegar a la finca, llorando, le dije a padre:

¡Pai, me has mentido, la Necesidad no me ayudó!

Neno, ¿cómo no? ¡¡Si has vuelto con los sacos de harina!!


Con 6 puntos, la plata es para:

EL HOMBRE DEL SACO, de Raquel Zaragoza.

Yo le creía capaz de todo, ¡hasta de matar!

Cuando corrió la voz de que el hombre del saco andaba merodeando por los parques, se extendió el pánico.

Por aquel entonces, yo era un adolescente barbilampiño, con poco miedo y mucha curiosidad…

¡Me quedé a cuadros! Persiguiéndole, descubrí que la saca contenía ¡libros!

Libros que, meticulosamente, colocaba en lugares estratégicos. Cada ejemplar iba acompañado de una nota; en ella se sugería que después de su lectura, lo dejaran en otro parque, en otra ciudad…

Al conocerse su propósito de incitar a la lectura… aumentó la preocupación.


Y tenemos empate a 11 puntos en el primer escalón del podio:

IGOR MALDUSKY, de Américo Fojo.

Yo le creía al tío Ceferino cuando me aseguraba que nuestra familia descendía de Igor Maldusky, un famosísimo genio científico, galardonado en Europa.

Con el paso del tiempo la importancia del antepasado aumentaba; según algunos había ganado el Nobel de Medicina.

Ayer lo busqué en Wikipedia:

«MALDUSKY, Igor: eminente científico nacido en Transilvania a fines del siglo 19. Realizó investigaciones sobre la longevidad y la prolongación de la vida más allá de los 120 años.

Por sus conclusiones la Universidad de Turingia lo nombró Doktor Vitae, título que le fue retirado, post mortem, cuando falleció de muerte natural a los 40 años.»


Y ganadora, pentacampeona gracias al voto de los lectores (6 puntos):

BÉCQUER, de Raquel Zaragoza.

Yo le creía «a pie juntillas» ¡Era mi abuelo!

Si me regalas una sonrisa, te hago un poema decía cuando me veía triste.

Luego, con voz pausada, recitaba…

«… ¿Qué es poesía?... Poesía… eres tú»

Me hizo sentir la protagonista de sus versos, hasta que un día…

¿Quién me dice qué es la poesía? preguntó la profesora.

Enseguida levanté la mano y, toda ufana, me apresuré a contestar:

¡¡¡Soy yo, señorita, soy yo!!! Me lo dijo mi abuelo.

Todos se rieron.

¡Mi abuelo era un hombre sabio, aunque no supiese leer ni escribir! grité en su defensa.

Al instante, cesaron las risas.



Fuera de concurso:

BERGERAC, de David Reche Espada.

Yo le creía más inteligente, más intelectual... No sé... Comprendan que es fácil subir las expectativas cuando eres un enamorado del amor. Además, en sus cartas que recibía cada viernes destilaba un rosario de referencias literarias y musicales, cinematográficas e históricas. Destellos que, junto al humor socarrón y la ironía sin concesiones que manejaba, me impactaron tanto que me declararé sapiosexual. Deseaba conocer aquella mente que desde la sección de breves del diario demandaba un compañero de tardes vitivinícolas y risas en el parque. Llegó el día y, cuando abrió la boca... Le pregunté por el Cyrano tras sus cartas.

No me entendió.



Aquí el programa de radio.

viernes, 5 de febrero de 2021

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena XII: Yo fingía que le creía)


A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 11ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Yo fingía que le creía», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 12ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 8 de febrero a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 9 de febrero en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!

ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación. añado la autoría de cada obra así como el material audiovisual del que se acompañaban.

ACTUALIZACIÓN 2: Coloco los relatos de menor a mayor puntuación.



MENTIRAS, de Rosa García Panera.

Yo fingía que le creía y él fingía que me creía a mí, vivíamos en un círculo de mentiras y disimulo, de tristeza y dudas y dejábamos pasar el tiempo como si algo fuera a devolvernos milagrosamente la confianza perdida.

Él me decía que no había nadie, que me amaba y yo le miraba mentirme como si le creyera, aferrada al miedo de decirle adiós definitivamente.


MADRE CREYENTE, HIJO DUDANTE, de Marcelo Celave.

Yo fingía que le creía y ella sonreía. Así toda la vida.

De niño, mientras me ponía los zapatos brillantes de domingo, me regañaba dulcemente:

No puedes faltar a misa hijo, que Dios se entera. La misa es un remedio para el alma.

Ya de mayor, cuando con Marita no iba más…, ahí sí que se enfadó:

¿Qué te crees que es el matrimonio? ¡El matrimonio es resistencia, respeto, no hace falta amor! ¡Es un contrato ante Dios nuestro Señor… irrenunciable, eterno!

Cuando murió, entre la pena inmensa, sentí una gran liberación.

Sin embargo, al domingo siguiente fuimos con Marita a misa a pedirle perdón.



DECISIONES, de Rosa Juan.

Yo fingía que le creía a pesar de sus malos hábitos y sus creencias absurdas, ya no intentaba entender la vida que le envolvía, el caos y la decadencia en la que caminaba, hay que adoptar una posición definitiva ante esas inferencias.

Cuando el tren de la vida pasa y no intentas subirte a el, no puedes esperar que el resto se quede en el anden contigo, has de subirte a él o no cambiarás tu destino y tu entorno se limitará a fingir y que simplemente y por un momento solo te escuche.



PREFIERO VIAJAR EN METRO, de Américo Fojo.

Yo fingía que le creía a Haruki cuando me relataba, insistente y obsesivo, que el mundo había cambiado y en el cielo del parque brillaban dos lunas.

Me gustaba escuchar la emoción de su voz cuando trataba de convencerme de que había aparecido una segunda luna, más pequeña, de color verde claro que iluminaba tenuemente los grandes árboles.

Ninguno lo había advertido porque ya nadie en la ciudad contemplaba el cielo atentamente.

No sé si creerle pero, desde entonces, prefiero utilizar el metro para no cruzar la arboleda en la noche.



ABSURDA FORMA DE DEJARME, de Marcelo Celave.

Yo fingía que le creía, y ella también fingía no darse cuenta de que yo fingía.

Los dos mantuvimos la comedia por diferentes razones: ella para suavizar el momento de la despedida; yo, por estrategia exclusivamente.

Porque si bien me irritaba más su argumentación para no herirme que el hecho en sí, debía mostrarme de acuerdo, digno, entero. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Porque…en pleno diciembre de 2019… ¿quién puede creer que me deja para irse a vivir al campo por una supuesta pandemia que vendrá de China y azotará impiadosamente todas las ciudades del mundo…?

Tal vez si hubiera buscado otra excusa menos ridícula…



FANTASÍAS, de Rosa Juan.

Yo fingía que le creía cuando me contaba sus pequeñas historias fantásticas, pero yo, ya no estaba allí. Esa persona ya había salido de mi vida.

No se daba cuenta de que nunca vuelve quien se fue, y yo, me había ido.

No sé si su inocencia o idiotez le hacía pensar que estaba delante de la persona que era tiempo atrás, sin pensar que, en el regreso, nunca se encuentra a la misma persona que se dejó.



EXCUSAS, de Ana Montesinos.

Yo fingía que le creía porque ya estaba cansada de discusiones y reproches. Era más sencillo creer sus largas reuniones en el despacho, el pinchazo del coche o el atasco de los viernes.

Así, mientras no hubiera enfados ni dramas, yo planeaba la huida.

Le dejé una nota el último viernes que me llamó para contarme, por enésima vez, el atasco de la M30. Yo sabía que andaba entre las piernas de su última clienta.

Escribí muerta de risa: «He salido a por tabaco».



LA INVITACIÓN, de Paquita Márquez.

Yo fingía que le creía y le animaba a hablar. Me decía que en el cielo jugaríamos a las canicas con estrellas chiquitinas que cuando chocan lanzan chispas de luz como las bengalas; que hay un jardín donde las arañas tejen alas con hilos de plata para los ángeles recién nacidos; que las nubes allí arriba son dulces, con aroma y sabor de vainilla, o de fresa, o de chocolate…

Yo seguía fingiendo que le creía, pero seguro que todo formaba parte de mi sueño. De pronto el viento abrió de golpe la ventana, desperté y aquel niño se fue como vino, en un vuelo.



FE CIEGA, de Patricia Rodriguez.

Yo fingía que le creía cuando me contaba que un grupo de hackers había atacado el sistema informático gubernamental acabando con las comunicaciones, el agua corriente, la luz, y otro largo etcétera.

El caos y la violencia callejera que imperaban fuera eran la causa por la cual habíamos vallado nuestra granja con estacas y construido un gran muro rodeando la casa. Era mejor no salir, no era seguro.

Yo le creía, no hacerlo me haría preguntar dónde estaba el resto del pueblo, aquellos que ya estaban vacunados, y si realmente era una manada de lobos la que gemía y aullaba de hambre por la noche…



LA FORMULA, de Mari Mastida.

Yo fingía que le creía hasta que contó aquella trola.

Supuestamente tropezó con dos seres muy extraños. No hablaban, pero se comunicaban con él de una manera que no sabía cómo explicar.

Acto seguido lo introdujeron en una especie de burbuja flotante y empezaron a torturarlo, querían una fórmula que recientemente había descubierto, presumía de ser ingeniero de física cuántica.

Necesitaban recuperar las coordenadas para regresar a su hogar.

Le dije que eso era imposible porque yo pilotaba la nave y jamás lo vi allí dentro.

De repente se nos acercaron esos pesados de bata blanca:

Se acabó el recreo, hora de tomar la medicación.



LA CRUELDAD DE LA MENTIRA, de Ana Medina.

Yo fingía que le creía cuando en la oscuridad de la alcoba me abrazaba susurrándome palabras de amor. Hacía mucho tiempo que había descubierto que era un mentiroso, pero no me animaba a decirle nada. «¡Lo amaba tanto!» que no lograba imaginar mi vida sin él. Día tras día trataba de convencerme a mí misma que lo tenía que dejar, que sus mentiras me dolían en el alma. Llovía cuando vi que se marchaba. El llanto irrumpió en mis ojos fundiéndose con las gotas de la lluvia.

Desperté y seguía allí, «sin falta hoy se lo digo».



SUEÑOS, de Ana Montesinos.

Yo fingía que le creía. Sus engaños inocentes me causaban compasión.

Mentía sobre dónde pasaba los fines de semana, contando que a la orilla de la playa con su familia, haciendo castillos de arena y comiendo bocadillos.

Mentía al contar cómo llegaba al colegio, sorteando peligrosos barrios hasta alcanzar el autobús urbano.

Mentía cada mañana y repartía su sabroso almuerzo, exclamando que lo había robado en algún bar de la zona.

Cualquier cosa menos que supieran que era un niño rico, con mansión, chófer y cocineros a su servicio.

Se sentía solo y era desdichado. Sus mentiras eran sus sueños.



CONTENTOS PERO ENGAÑADOS, de África Estrella.

Yo fingía que le creía, pero sabiendo lo que escondían sus palabras.

A veces es más efectiva una mentira que enfrentarse a una persona violenta, y él lo era, por tal motivo tomé esa decisión.

Pero no estaba dispuesta a vivir siempre con engaños, así que me decidí y comencé a pagarle con la misma moneda.

Empece a darle gato por liebre. El, por supuesto ni se enteraba.

Y así vivimos: contentos pero engañados.



EL TIEMPO, de Rosa Juan.

Yo fingía que le creía cuando lo miraba viendo su camino constante, siempre en su andadura, lo miraba y pensaba, no es cierto, no es verdad lo que dices, pero el seguía su camino imperturbable, tic-tac, tic-tac, me gustaría pararlo en momentos concretos felices, que no continuara pasando ni un minuto, pero nada, ni caso que me hacía.

Tomé la decisión definitiva, ya no marcaría mi vida, no me condicionaría mas, le quité las pilas al de la cocina y solté la correa de mi brazo, hoy vivo sin horario marcado. Y soy feliz.



SOLILOQUIO, de Raquel Zaragoza.

Yo fingía que le creía hasta que ya no pude más.

» Excusas…: Se quitó la alianza porque le apretaba. Llegaba tarde, y era por trabajo. El perfume de su ropa… era el mío. «¡Pero si yo uso Nenuco!»

» Pronto le faltaron las excusas; entonces, empezó a negarlo todo y, a llamarme loca. Decía que mis celos eran enfermizos Decía que me quería tanto que prefería irse de casa a verme sufrir.

» ¿Imaginaciones mías…? ¡Me quería dejar sola!

» Ya está, otra vez, el perro husmeando en el jardín; necesito una coartada. ¡Debo pensar con la boca cerrada!



CASANDRA, de Américo Fojo.

Yo fingía que le creía cuando escuchaba las terribles profecías que Casandra murmuraba tomando mi mano entre las suyas.

¿Por qué dudaba del vaticinio si había peregrinado, agotador y duro camino de montaña, para llegar al templo del oráculo?

Su voz me dijo que no buscara a la mujer de mis sueños, ya que perdería la vida en ello.

¿Por qué no le creía, si sabía que sus ojos habían penetrado en mi corazón con sólo mirarme?

Encomendándome a Apolo, regresé por el valle; necesitaba ver a mi amada.



HIPOCRESÍA, de Martina Arreaza.

Yo fingía que le creía, él venía a diario; solícito a hablarme del inmenso amor que sentía hacia mi hermana. Llevaban seis meses de matrimonio; y yo me moría de envidia. Desde 6º de primaria, estaba loca por él. Él nunca se fijó en mí, siempre me dijo que yo era su mejor amiga.

Pero un día, que no olvidaré jamás… los vi, en una calle cualquiera haciéndose arrumacos en una esquina. ¡ERA SU MEJOR AMIGO!



MARÍA MAGDALENA, de Silvia Espina.

Yo fingía que le creía cuando, entre parábola y parábola, nos decía que su padre lo había enviado para salvarnos.

Después de caminar con Él por el Sinaí y llegar al Gólgota final, reconocí que ya no tenía ninguna duda.



YA ES TARDE, de Luisa F. Escalada.

Yo fingía que le creía cuando él fingía que me quería, y los dos sabíamos que el otro fingía.

Fingiendo, fingiendo, acabamos casándonos y tuvimos dos hijos.

Mientras paseábamos al primer nieto, confesó que me amaba de veras, que ya no fingía y deseaba saber si yo le amaba. Fingí que le quería, fingió que me creía y seguimos fingiendo los dos.

Ahora me doy cuenta de que nunca he fingido, pero su Alzheimer le impide entenderme cuando le confieso que siempre le he querido y que sé que siempre me ha correspondido.



LÓGICA INFANTIL, de Paquita Márquez.

Yo fingía que le creía, porque papá parecía muy triste cuando me dijo esta mañana que Dios se había llevado al cielo a mamá; que aquí estaba sufriendo y no quería vernos a todos tan tristes por ella; que allí, con Dios, estaría mejor.

Pero eso es mentira; lo sé porque anoche oí a papá hablar por teléfono con la abuela para decirle que mamá había muerto. Yo me asomé por la rendija de la puerta y es verdad que mamá estaba muerta, pero en su cama, no se la había llevado Dios.

Además, ¿para qué iba a querer Dios una mamá muerta?



MI PRIMERA VEZ, de Raquel Zaragoza.

Yo fingía que le creía, pero… ¡¿Cómo iba a pensar que moriría por mí?!

Ocurrió durante una mañana de mayo. Quizás fue la primavera…; aunque, antes de salir al jardín, ya notaba un ardiente cosquilleo en mi interior.

Sucedió entre los hibiscos. Allí, embriagado por el polen, me confesó que para él sería su primera y última vez. Supuse que solo era un modo de seducción. Sin embargo, después de ¡¡¡cinco segundos!!! Dejándose la vida, amándome como si no hubiera un mañana…; entonces supe que decía la verdad.

Cuando volví a mi colmena, me recibieron como a una reina.



Y el podio de la duodécima quincena queda como sigue:

En tercera posición, triple empate con 7 puntos:

MI OTRO YO, de América Martín.

Yo fingía que le creía, haciendo suficientes esfuerzos para recuperar aquello que alguna vez nos unió, a sabiendas que el engaño era mutuo.

¿Qué hacer con los sueños prietos de ilusión?

Siempre volando… divagando entre sentimientos recónditos ¡Pero joder! tan densos, que se decantan solos sin poder detenerlos, y se ahogan en el pozo profundo del olvido...

¿Te lo sigues pensando?

Aderezas dulcemente la decepción del día a día, con la miel del amor sufrido y el vinagre de la rutina cansina, convirtiendo los deseos en pliegues, a la orilla de tu vida.

Me miro al espejo y por fin me veo… ¿Esta soy yo?



GOLPES, de Raquel Sepulcre (1 punto del público).

Yo fingía que le creía mientras me pedía perdón desconsoladamente.

Algo renacía como un brillo de esperanza otra vez en mi interior... entonces recogía la ropa y levantaba mis ojos hinchados mientras él cerraba la puerta diciendo:

Amor, limpia bien esto que ya lo has puesto todo otra vez perdido de sangre.



DURMIENDO CON UN FANTASMA, de Raquel Zaragoza (3 puntos del público)

Yo fingía que le creía en todo lo que me contaba sobre su amigo imaginario.

Hasta que mi hijo Óscar cumplió cinco años, las mil travesuras que cometía se las adjudicaba al paciente «niño fantasma».

Una noche, se metió en mi cama quejándose de la suya porque estaba mojada. Al tocarle el pijama, comprobé que estaba seco y supuse que no era más que una excusa para dormir conmigo. Le abracé y seguí durmiendo.

A la mañana siguiente, desperté sola y abrazada a la almohada. Cuando fui a su habitación, Oscar dormía empapado; su cama estaba meada.



En el segundo puesto, doble empate a 8 puntos de:

AMISTAD, de Isabel Núñez de Arenas.

Yo fingía que le creía cuando aparecía en días nublados con unas enormes gafas de sol, y también fingía, al verla en pleno mes de agosto con un grueso foulard alrededor del cuello.

Nos sentábamos ante una taza de café y simulaba no darme cuenta de sus grandes ojeras y sus amoratados brazos, siempre cubiertos con un chal pese a la calefacción.

Ese día el cielo estaba cubierto de negros nubarrones; él, enfundado en un sobrio traje negro se disfrazaba de dolor.

Al preguntarme la gente por qué mi amiga se había suicidado ,decidí no callar más y al mirarlo grité frenética ¡Asesino! ¡Asesino!



DESCUBRIENDO, de Rosa García Panera (3 puntos del público).

Yo fingía que le creía mirándole asombrada; no entendía cómo podía hablarme con aquella tranquilidad y que yo estuviera escuchándole casi divertida. ¡Si solo tenía once años! Los ojos esquivos, sin mirar de frente y con un ligero temblor en el izquierdo. Me preguntaba cómo podía tener aquella caradura para seguir mintiendo.

O sea que no has sido tú ¿quién ha podido ser entonces, hijo? la vecina dice que te ha visto y los prismáticos estaban en tu mesilla.

¡Que no, mama! que yo no miro desnudarse a la vecina —insistía, rojo como un tomate— ¿Le has preguntado a papá?



Y en lo más alto del podio, con 9 puntos:

ALTO PRECIO, de Paquita Márquez.

Yo fingía que le creía y le daba la razón en todo a papá, porque desde que le salieron aquellos colmillos tan grandes, se había vuelto muy quisquilloso y si hacíamos ruido durante el día, o si abríamos las ventanas, o si ponía mamá ajo en las comidas, se enfadaba mucho y amenazaba con ¡hincarnos el diente!

Hasta que mamá se hartó de sus tonterías y le obligó a ir al dentista a quitarse esos colmillos y sustituirlos por unos normales.

Papá, desde entonces, no es el mismo. Debe ser por el riñón, ese que le costaron los colmillos nuevos…



Y ganador gracias a los 6 puntos del público:

¡MAÑANA LO DEJO!, de Narcís Ibáñez.

Collage: SSAPINA

Yo fingía que le creía cuando llegaba de madrugada bebida, llamando al timbre, despertando a los vecinos, sin llaves, deseando entrar, clamando ¡me han robado el monedero!

Yo fingía que le creía, me entristecía, una mujer hermosa, cultivada, amante de la ropa de marca, siempre perfumada con una discreta agua de colonia, se transformaba cuando la recogía del despacho su amiga Pasión y empezaban a tomar absenta imitando a los poetas malditos franceses.

Augusto ábreme la puerta, por lo que más quieras. Una vez dentro de casa, rebuscaba entre sus cosas y al encontrar lo que buscaba, solía decir: Augusto, enseguida vuelvo…

Yo le creía.




Y fuera de concurso:

PROMESAS, de David Reche Espada.

Yo fingía que le creía cada vez que venía a contar algunas de sus promesas. Asentía con falsa sonrisa cada vez que su puesta en escena pretendía ganarse mis favores y mi aprobación. Escenificación estudiada a conciencia, detallada, con las palabras escogidas para la ocasión, con sus argumentos y su sonrisa que querían arroparte para que te durmieras en el tono ideal de su voz.

Pero por más que él vistiera su disfraz de sinceridad, siempre tuve la convicción de que todos sabíamos de su actitud taimada y de que en las próximas elecciones le dejaríamos en la estacada votando a alguien honrado de verdad.