Te
quiere, mamá; se enorgullece de ti, papá; te admira, tu hermana Marta; te
añora, el abuelo. Se apiadan de ti los vecinos al recordarte todos esos
sentimientos de tu familia, al darte ese abrazo que no sabe cómo reconfortar;
se solidarizan los compañeros de trabajo, torpes con las miradas que no
encuentran el modo de consolar. Se horroriza el mendigo de la esquina, el de la
parálisis cerebral, el que sólo tiene vida en los ojos; esos ojos que,
prisioneros de sí mismo, recorren las urnas funerarias para terminar posándose
en los tuyos y en el brillo malvado que sólo él comprende.
lunes, 19 de diciembre de 2016
lunes, 12 de diciembre de 2016
LOS CAPRICHOS
De un certero bocado, le arrebató
el pincel y, sin volver la vista, se dirigió a gatas hacia el diván,
contoneándose dadivosa en el ofrecimiento de sus caderas desnudas. El maestro
apretó los dientes observando malhumorado el espectáculo de su impertinente
modelo. Sabía que si se dejaba embaucar por los caprichos de una noble podía
darse por hombre muerto, especialmente en este país de curas que le había
tocado en suertes. Así que buscó otro pincel en su bata y, sin dejar de admirar
su femineidad exuberante, soltó un improperio.
‑¡Copón bendito! Sepa vuesa
merced, que en el próximo retrato posará vestida. ¡Y no se hable más, pues!
LOS NUEVOS CORDEROS
El otro, hombre o mujer, siempre
muerto o vivo, o muerta o viva, qué más da: poco sentido tiene
asignarle género a una aberración incapaz de reproducirse siguiendo los
parámetros que el Creador ordenó en el Comienzo. Asumamos que quizás éste es el
Final, pero a su vez un nuevo Comienzo en el que nosotros, pecadores, ya no
contamos en los planes de nuestro Padre Eterno, el único que seguirá aquí para
regocijarse en la contemplación del Otro, su nueva criatura. Hermanos, no os
apenéis y rezad. ¡Rezad y salid gozosos a las calles! ¡Difundid la Nueva, que el
Otro os comulgue y mute vuestra Carne viva!
lunes, 5 de diciembre de 2016
¡CORTEN!
De un certero bocado, le arrebató el pincel y, con ojos
traviesos, descendió golosa recorriendo con dedos de manicura perfecta su pecho
cada vez más acalorado. Bajando hacia las caderas, le quitó con pericia pasmosa
el mono blanco mientras que, sin soltar el pincel de sus labios, fue capaz de
pronunciar sensual y con una habilidad encomiable no sé qué declaración sincera
sobre la preferencia de las brochas gordas. Él, con una sonrisa creciendo de
forma directamente proporcional a su palmaria excitación, ya no oía nada,
tampoco la voz que preguntaba a gritos desde un megáfono quién había dejado
entrar a ese zoquete en el estudio de grabación.
viernes, 2 de diciembre de 2016
Crítica de cine: LA REINA DE ESPAÑA
Una película de otro tiempo y
para otra gente.
Obviando la polémica para
patriotas tontos que ha rodeado a Fernando Trueba y sus declaraciones sobre su
españolidad, obviando la estupidez del boicot a algo muy español pedido por los
que se consideran más españoles todavía, voy a comentar las impresiones que he ido
madurando tras ver La reina de España.
A pesar de lo que me divertí hace
18 años con La niña de tus ojos, no
me atraía en exceso el tráiler de la continuación de las desventuras de
aquellos cómicos españoles que se las ven en Alemania con la cúpula del régimen
nazi mientras aquí había una guerra; pero circunstancias que no vienen al caso
me hicieron adelantarla en la lista de películas pendientes.
El caso es que comparando con el
cine hecho aquí que he visto en los últimos meses, La reina de España se me queda fuera de la senda que otros están marcando.
Pareciera un homenaje póstumo o un epílogo a algo que ya no es. Y
lamentablemente un homenaje muy descafeinado, quizá por eso considero que es un
epílogo, porque o se repiensan las cosas o ese cine de chiste fácil más tópico
que gamberro, de comedia entretenida que quiere reivindicar, pero sin pasarse
(para llegar a todos los públicos), algo que ya todos deberíamos dar por
asumido; se diluirá en sus propios recuerdos de viejas glorias.
La reina de España parece un homenaje que Trueba hace a sus personajes
de hace casi dos décadas, a la profesionalidad de los trabajadores del cine que
hicieron cantera con las superproducciones norteamericanas que se grabaron aquí
a mitad del siglo pasado (esfuerzo encarnado en un siempre eficiente Javier
Cámara), un homenaje a sus propios actores y al mismo tiempo un lienzo suave de
aquel país y su cultura (interesante la charla en la que los cómicos citan las conversaciones
de Salamanca y el realismo cinematrográfico, o incluso la censura de la escena
del beso, que intuí como homenaje al también melancólico Cinema Paradiso).
Pero poco más.
La sucesión de chistes
tópicamente fáciles (incluidos los referentes a la homosexualidad, que no
llegué a discernir si eran retrato irónico de la hipocresía y la opresión
censora o necesidad de recurrir al lugar común) eran reídos, eso sí, por un
público en general complaciente y con una edad media claramente superior a la
de las películas que he visto últimamente. Un público que había ido a pasar un
rato entretenido. Eso se podría decir de La
reina de España, que es una película entretenida y que se queda en eso a
pesar de todo lo que intenta encerrar dentro de su historia (más en la primera
parte que en la segunda).
Es una pena que una película con semejante
reparto no consiga sacarles con la historia contada el potencial probado de
muchos ellos tanto para la comedia como para el drama. Al final cada uno de
ellos hace lo que sabe, desde la capacidad de la caricatura de Santiago Segura
o Jorge Sanz hasta la “raza” de Penélope Cruz, contando una vida de alguna
manera paralela a la suya propia, pasando una digna Sardá o un hace mucho
tiempo comedido Antonio Resines. En general, todos ellos podían haber sido
mejor aprovechados si la historia, especialmente la del rescate, plano y
anodino; hubiera tenido más idas y venidas. Sabemos que Trueba sabe construir
la atmósfera propicia y contar esos retruécanos y carambolas, por algo ganó un Óscar y tiene un buen puñado de Goyas.
Pero no ha sido esta vez.
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