sábado, 18 de abril de 2015

MI FUNERAL. ¿Qué será de nosotros cuando yo haya muerto? (Reseña literaria)





Hace ya muchos meses un amigo y compañero de letras, Eduardo Boix (poeta, agitador cultural y contenedor de mil batallas internas), me pasó el borrador de su primera novela. Por aquel entonces contaba ya con dos poemarios, de los que había leído el segundo: Prozac, Tankimazin y otros parques infantiles . A pesar de no ser un lector espontáneo de poesía, este libro me impactó, así que pillé con muchas ganas esta primera novela inédita que confiaba a mi criterio. El nombre provisional de la misma era Todo acaba mañana, y he de confesar que me gustaba más que el que ha escogido la editorial: Mi funeral.

Esta reseña es sobre aquel texto puesto que aún no he podido comprar el libro finalmente publicado. Pero conociendo a Eduardo y su compromiso con la creación, dudo que haya habido cambios reseñables, al menos en todo lo bueno que contenía aquel texto.

Esta obra es un libro de recuerdos y especulación. Eduardo especula, a partir de los recuerdos que tiene de todos los que le rodean, con lo que pasará también a su alrededor tras el momento de su muerte. Es una descripción que en un principio parece aséptica de todo el proceso que va desde que se descubre que alguien ha muerto hasta que se despide a esa persona. Y así, Eduardo Boix nos va pintando alrededor suyo quién es su familia, sus amigos, su ciudad, los pasos más duros de su vida, en definitiva, quién es él y por qué es él.

No se puede negar que es un libro con mucho dolor ya que, como él mismo se dice «El dolor como patrimonio podría ser la frase que resumiera parte de tu vida». Esta frase también podría resumir la novela, una novela en la que estremece comprobar el detallado conocimiento que tiene el autor sobre el proceso de la muerte y los procedimientos de un tanatorio; en la que descubres en qué te conviertes cuando no eres más que un bulto al que alguien llevará al hospital o al tanatorio.

Y esto es sólo el principio, este libro está escrito como un epílogo lleno de momentos muy duros, pero también muy tiernos, como cuando nos da la lista de la gente a la que quiere que se repartan sus cenizas, una lista con aclaraciones muy reales, que podrían ser la agenda del teléfono móvil de cualquiera de nosotros.

Además, desde su tumba, Eduardo deja sus sables en alto contra quienes le desengañaron de la política, una especie de epitafio en el que no le importa dejar bien claro lo que ha pensado, como si ya no le importara.

Aunque realmente sí le importa qué será de los suyos y qué pensarán de él cuando haya muerto: no en vano se hace una pregunta que seguramente muchos nos hemos hecho y que Eduardo se hace aquí: «Cuando muera, ¿cuánto tiempo durará mi recuerdo? ¿Qué intensidad  tendrá ese recuerdo? Sin hijos y sin nietos la trascendencia de un ser humano es poco más que sus obras. Realmente lo que nos mantiene vivos, lo que realmente nos hace sobrevivir al paso del tiempo es el recuerdo de los demás. Tal vez te hiciste escritor por eso mismo, por la trascendencia».

No podemos negar que esa duda nos ha asaltado más de una vez: ¿qué será de nuestro recuerdo? Es más, ¿se nos recordará? ¿Cómo? Quizá la trascendencia de lo que dejamos escrito nos ayudará a convivir con esa duda. Esto es en cierta medida un defecto de los que escribimos, nuestro ego, nuestras ganas de escribir lo que pensamos y que sea leído por otros, se traduce a largo plazo en la duda de la trascendencia. Puede ser que ésa sea una de las razonas por las que escribimos.

Esta novela es un modo de conjurar los miedos, un tratamiento contra la posible obsesión con la muerte que parece tener Eduardo Boix, una muestra del ego que tenemos todos los escritores. Es una reafirmación, colocándose en el centro en ese momento tan terrible, preguntándose si se acordarán de él (ese miedo a la intrascendencia), haciéndose cuestiones tan duras como si sus padres seguirán hablando de él en presente. Mi funeral tiene el punto de ego necesario, de reafirmarse, de decir «Soy alguien y seguiré siendo alguien».

Al fin y al cabo, la pregunta o la inquietud de si tendremos trascendencia es otro lado de la pregunta «¿Quiénes somos y adónde vamos?»

«Dar besos y manos como en un ritual, como el trabajador del asador de pollo que corta y coloca las raciones en aquellas bandejas metálicas sin levantar la vista, absorto en sus pensamientos» Buena comparación.

Siguiendo con los motivos de este libro, hay un capítulo en el que Eduardo Boix nos da una de las claves: «Los días que permaneciste en el hospital te dio por analizar lo que había sido tu vida y lo poco que habías escrito sobre ella». Esta novela parece una forma de canalizar toda esa ansiedad que apareció en aquellos días con motivo de sus ingresos en el hospital.

Sin embargo, por otro lado surge la paradoja de que a pesar de lo que parece obsesión de Eduardo por la muerte, el halo de chico triste y solitario que pudiera adivinarse, está contrarrestado porque el autor menciona muchas veces la risa. Declara que era una de sus señas de identidad, que le encantaba hacer reír a los demás, y que era algo que le hacía realmente feliz.

Y es que, siguiendo con lecturas menos oscuras de esta obra, el hecho de que Eduardo haya elegido una muerte natural por ataque al corazón, aunque mencione tantas veces la sospecha del suicidio, puede ser porque nos está diciendo que a pesar de su obsesión por la muerte y las veces que ha imaginado un posible suicidio, en esta obra él nos dice: «Tranquilos, no lo voy a hacer». Se le rompe el corazón, nos dice que tiene un corazón que ha sufrido mucho y está muy gastado, pero que no se suicidará, sino que tantas desgracias quizá le matarán el alma, aunque al mismo tiempo nos explica que la risa es un elemento también presente en su vida.

El autor

Mi funeral, de Eduardo Boix, es en definitiva un libro en el que leyendo sobre la vida de otra persona, uno aprende a preguntarse sobre sí mismo, a conocerse y a darse cuenta de qué somos o qué no somos.

jueves, 9 de abril de 2015

Despertar

Procuraba no perder sujetándole las nalgas, disfrutando en sus yemas del contacto de la tersura de esos glúteos esculpidos en un momento de inspiración suprema de la evolución natural. Con la cara prácticamente en su nuca y sus jóvenes pechos oprimidos contra la espalda hercúlea del socorrista, podía aspirar la mezcla de olor a sal y desodorante masculino de chico mayor. Sentía, con un placer nuevo y extrañamente culpable, un calor hormigueándole entre el vientre y los muslos. No quería que aquello terminara pero, ante la estupefacción del vigilante que la traía de vuelta a la orilla, sus amigas gritaron que podía soltarse: había ganado la apuesta.

lunes, 6 de abril de 2015

Normalidad

A cada vuelta del tambor de la lavadora se atenuaba su ansiedad. Aquel ruido doméstico, previsible y fácilmente reconocible sustituía a cualquier mantra de religión olvidada en las montañas de Asia. Siempre, con cada antigua mudanza, entre cajas por abrir y muebles por armar, lo primero que solía hacer era poner la lavadora, buscando así ruidos hogareños conocidos. Y ahora, tras mucho deambular jugándose el tipo, pudo robar gasoil para el generador eléctrico y lavar sus harapos. Lo siguiente era salir nuevamente a las calles desoladas y luchar por comida.

Cauto a cualquier ruido que se escuchara por la calle salió por Embajadores. Al fondo, una nueva columna de humo brotaba del Reina Sofía.