Y le manchaba los dedos de harina al entregarle el paquete de
naipes con el que realizaba el siguiente de sus números.
Toda la Corte, con la aquiescencia del Emperador, aún
celebraba con exagero su bufonada previa en la que, imitando al Panadero Real,
se llenaba la boca de harina. Era una de las ocurrencias preferidas del
monarca. No tanto como el de «Los Naipes Predestinados».
A pesar del júbilo general, el favorito del Emperador se
limpió silencioso y angustiado la harina de sus dedos. Intuía que la carta que
le saldría en el juego no sería aleatoria. Tragó saliva y encaró a su destino: el
Bufón era sólo un instrumento.
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