El otro, hombre o mujer, siempre
muerto o vivo, o muerta o viva, qué más da: poco sentido tiene
asignarle género a una aberración incapaz de reproducirse siguiendo los
parámetros que el Creador ordenó en el Comienzo. Asumamos que quizás éste es el
Final, pero a su vez un nuevo Comienzo en el que nosotros, pecadores, ya no
contamos en los planes de nuestro Padre Eterno, el único que seguirá aquí para
regocijarse en la contemplación del Otro, su nueva criatura. Hermanos, no os
apenéis y rezad. ¡Rezad y salid gozosos a las calles! ¡Difundid la Nueva, que el
Otro os comulgue y mute vuestra Carne viva!
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