Here comes the sun
Publicado en mi libro Relatos improbables de la ciudad antropomorfa
Publicado en mi libro Relatos improbables de la ciudad antropomorfa
Meses después volvió a notar en sus
mejillas la caricia cálida, casi imperceptible, del sol. No abrió los ojos, se
dejó zambullir por unos segundos en los recuerdos que el sentido del tacto le
estaba brindando por gentileza del primer amanecer real tras muchas semanas de
frío, niebla y lluvia. Quiso tener la convicción de que todo podía cambiar, y
dadas las circunstancias, eso significaba mejorar.
A tientas, pulsó el play
del viejo radiocasete que encontró a principios del invierno en un destartalado
bazar de electrodomésticos. Apareció en un cajón detrás del mostrador, junto a
un paquete de pilas nuevas que algún dependiente previsor había tenido la
precaución de dejar al alcance. Recordó la alegría que sintió cuando comprobó
que el aparato funcionaba y que el dependiente desconocido, ¿quién sería y que
habría sido de él?, escuchaba a The Beatles.
La primera canción que aquel desconocido había grabado en el casete era Here comes the sun; y cuando la volvió a
escuchar en la fría mañana de principios del pasado enero, por fin encontró
algo parecido a un Leitmotiv en la
existencia que arrastraba desde que comenzó aquel infierno.
«Aquí viene
el sol, aquí viene el sol y digo que todo está bien», tradujo mentalmente con una sonrisa en cuanto los primeros
acordes de la canción sonaron en sus oídos. Sí, el invierno se estaba haciendo
realmente largo. Parecía que habían pasado años, y no meses, desde que comenzó
el ataque, desde que todo saltó por los aires y la realidad desveló con un
golpe inconcebible lo ilusorio de todo lo que previamente estaba establecido.
Quería ser sincero consigo mismo y se obligaba a enterrar los recuerdos, los
conceptos, la vida tal y como la había aprendido, porque todos aquellos que
intentaron afrontar la situación como se suponía se debía hacer, habían muerto,
desaparecido o enloquecido. Aún así, en la propia naturaleza humana viene de
serie el hilo que te aferra a lo vivido, la referencia que evita que te
pierdas, y él sabía que sólo con templanza y desafecto sabría soltar sedal,
dejar lastre para sobrevivir, sin olvidar pero sin demorarse fatalmente en los
viejos tiempos, que ahora sí, siempre serían mejores que el presente. Y
seguramente que el futuro.
«Pequeña,
las sonrisas vuelven a las caras»
susurró acompañando a la música y abriendo los ojos. Más allá de los edificios
humeantes, de los árboles esqueléticos y del graznido de las aves carroñeras el
sol asomaba por el horizonte, sin niebla, sin fogonazos de cañones que los
últimos obstinados se empeñaban en seguir usando, sin zumbidos aterradores en
el cielo deambulando fantasmales de horizonte a horizonte. No, parecía una
pequeña tregua de primavera, una oportunidad para escapar de las ruinas de la
ciudad agonizante, de la civilización extinguida. Un tiempo muerto para pensar
en un nuevo refugio donde el fusil sólo fuera necesario para la caza a la que
siempre se le había destinado, mientras quedara munición, por supuesto. Incluso
le reconfortó la idea de cambiar la dieta, sabría sobrevivir en las montañas
ahora que los restos de la ciudad no daban más de sí.
Al Oeste brillaron las cumbres nevadas, «pequeña, siento que el hielo se derrite
lentamente» pensó con un
suspiro recordando la doble lectura de la canción. No, él no tenía nadie con
quien avivar una relación, él debía ceñirse a la literalidad, aprovechar el
deshielo y el verano para huir y morir solo. Solo pero digno, si es que había
quedado algo de dignidad en el planeta, en algún valle oculto de las vastas
tierras vírgenes.
«Here comes the sun, here comes the
sun, and I say it’s all right», terminó de cantar antes de presionar el stop. Se levantó decidido a
aprovechar la primavera que tanto había esperado, hizo las comprobaciones de
seguridad necesarias para emprender la marcha y comenzó a caminar
cautelosamente por las calles vacías hacia el oeste, tarareando de nuevo la
canción y pensando en que debería buscar en alguna tienda sin saquear pilas
nuevas para el radiocasete, y reponer así las únicas que tenía, que habían
dejado de funcionar dos semanas antes.
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