miércoles, 19 de diciembre de 2012

Here comes de the sun (Un relato para el Fin del mundo)

Here comes the sun

Publicado en mi libro Relatos improbables de la ciudad antropomorfa



Meses después volvió a notar en sus mejillas la caricia cálida, casi imperceptible, del sol. No abrió los ojos, se dejó zambullir por unos segundos en los recuerdos que el sentido del tacto le estaba brindando por gentileza del primer amanecer real tras muchas semanas de frío, niebla y lluvia. Quiso tener la convicción de que todo podía cambiar, y dadas las circunstancias, eso significaba mejorar.

A tientas, pulsó el play del viejo radiocasete que encontró a principios del invierno en un destartalado bazar de electrodomésticos. Apareció en un cajón detrás del mostrador, junto a un paquete de pilas nuevas que algún dependiente previsor había tenido la precaución de dejar al alcance. Recordó la alegría que sintió cuando comprobó que el aparato funcionaba y que el dependiente desconocido, ¿quién sería y que habría sido de él?, escuchaba a The Beatles. La primera canción que aquel desconocido había grabado en el casete era Here comes the sun; y cuando la volvió a escuchar en la fría mañana de principios del pasado enero, por fin encontró algo parecido a un Leitmotiv en la existencia que arrastraba desde que comenzó aquel infierno.

«Aquí viene el sol, aquí viene el sol y digo que todo está bien», tradujo mentalmente con una sonrisa en cuanto los primeros acordes de la canción sonaron en sus oídos. Sí, el invierno se estaba haciendo realmente largo. Parecía que habían pasado años, y no meses, desde que comenzó el ataque, desde que todo saltó por los aires y la realidad desveló con un golpe inconcebible lo ilusorio de todo lo que previamente estaba establecido. Quería ser sincero consigo mismo y se obligaba a enterrar los recuerdos, los conceptos, la vida tal y como la había aprendido, porque todos aquellos que intentaron afrontar la situación como se suponía se debía hacer, habían muerto, desaparecido o enloquecido. Aún así, en la propia naturaleza humana viene de serie el hilo que te aferra a lo vivido, la referencia que evita que te pierdas, y él sabía que sólo con templanza y desafecto sabría soltar sedal, dejar lastre para sobrevivir, sin olvidar pero sin demorarse fatalmente en los viejos tiempos, que ahora sí, siempre serían mejores que el presente. Y seguramente que el futuro.

«Pequeña, las sonrisas vuelven a las caras» susurró acompañando a la música y abriendo los ojos. Más allá de los edificios humeantes, de los árboles esqueléticos y del graznido de las aves carroñeras el sol asomaba por el horizonte, sin niebla, sin fogonazos de cañones que los últimos obstinados se empeñaban en seguir usando, sin zumbidos aterradores en el cielo deambulando fantasmales de horizonte a horizonte. No, parecía una pequeña tregua de primavera, una oportunidad para escapar de las ruinas de la ciudad agonizante, de la civilización extinguida. Un tiempo muerto para pensar en un nuevo refugio donde el fusil sólo fuera necesario para la caza a la que siempre se le había destinado, mientras quedara munición, por supuesto. Incluso le reconfortó la idea de cambiar la dieta, sabría sobrevivir en las montañas ahora que los restos de la ciudad no daban más de sí.

Al Oeste brillaron las cumbres nevadas, «pequeña, siento que el hielo se derrite lentamente» pensó con un suspiro recordando la doble lectura de la canción. No, él no tenía nadie con quien avivar una relación, él debía ceñirse a la literalidad, aprovechar el deshielo y el verano para huir y morir solo. Solo pero digno, si es que había quedado algo de dignidad en el planeta, en algún valle oculto de las vastas tierras vírgenes.

«Here comes the sun, here comes the sun, and I say it’s all right», terminó de cantar antes de presionar el stop. Se levantó decidido a aprovechar la primavera que tanto había esperado, hizo las comprobaciones de seguridad necesarias para emprender la marcha y comenzó a caminar cautelosamente por las calles vacías hacia el oeste, tarareando de nuevo la canción y pensando en que debería buscar en alguna tienda sin saquear pilas nuevas para el radiocasete, y reponer así las únicas que tenía, que habían dejado de funcionar dos semanas antes.

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