Salen sigilosamente de las
habitaciones de sus hijos después de contarles un cuento y besarles
amorosamente las mejillas cuando ya están dormidos. Después cenan en mesas
preparadas con esmero: cada tenedor en su sitio, las copas a la distancia
correcta de los platos y cubiertos. Luego escuchan un aria en la biblioteca
mientras comentan sosegadamente las noticias del día que se extingue con sus esposas.
Rezan las oraciones a su dios: el nuestro pero con diferentes profetas. Son
gente normal, como éramos tú y yo, ciudadanos que hacen su trabajo, igual que
hacíamos nosotros; hasta que salen por la puerta de casa y pasean entre nuestros
barracones.
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