viernes, 19 de febrero de 2021

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena XIII: Yo le creía)

 

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 13ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Yo le creía», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 22 de febrero a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 23 de febrero en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!

ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación añado el nombre de los autores y autoras.

ACTUALIZACIÓN 2: Una vez desvelado el resultado en Radio Elche, ordeno los relatos de menos a más puntuación.


ME UTILIZÓ, de África Estrella.

Yo le creía, porque siempre fue muy honesto. Muy respetuoso. Jamás se propasó conmigo.

Hablaba de lo felices que seriamos con la familia que íbamos a formar. Me prometía tantas cosas...Yo, tocaba el cielo. Era tan dulce...

Aquel día estaba serio. Dijo que quería contarme un secreto.

Yo soy gay me dijo. Quería asegurarme de mi inclinación sexual, por eso decidí probar con una mujer.

Me has utilizado. Me alegro por ti si has conseguido tu objetivo, pero no imaginas el daño que me has hecho

Entonces comprendí muchas cosas.


LOCURA DE AMOR, de Mari Bastida.

Yo le creía, ¿cómo dudar? ¡Él era mi vida!

Luego todo cambió. Nuestros sueños se diluyeron, solo quedaban palabras huecas y excusas vacías. Perdí la fe cuando se marchó, pero me hice más fuerte al sanar las heridas.

Pasado un tiempo volví a verle, había desmejorado, ¿Acaso me echaba de menos? Un destello en sus ojos parecía suplicarme perdón.

En nuestra última cena le dije que lo sabía todo. ¿Tenía que ser con mi mejor amiga? A ella también la invité. Bastaron unos cuantos somníferos y fuertes cadenas.

Subí las escaleras del sótano y cerré la trampilla. Jamás los encontrarán.


GUARDANDO LAS APARIENCIAS, de Paquita Márquez.

Yo le creía capaz de cualquier cosa, pero que a estas alturas me engañe con la vecinita del quinto, ¡es pasarse de la raya!

Vale que se tire al putón verbenero de la secretaria, o que ponga la excusa del trabajo para perderse algún fin de semana en el pisito que le puso a esa pelandrusca, o que se pase la tarde del domingo en el D´Angelo con la excusa del partido y vuelva a las tantas oliendo a lujuria, pero… ¿con la vecina del quinto? ¿Qué pretende, que yo sea el hazmerreír de la vecindad?

¡Ese idiota desaparece, no me queda otra!


EL CONSEJERO, de Rosa García Panera.

Yo le creía, era mi corazón y volvía a recordarme que debía cambiar, dejar a un lado la amargura y los días tristes, la vergüenza de sentirse feliz cuando el mundo giraba sin saber a dónde iba.

Mi corazón era insistente, siempre había sido mi mejor consejero y le había creído a menudo siguiendo el impulso de sus latidos.

¿Por qué no te perdonas de una vez?

Descolgué el teléfono, dudé y volví a colgarlo, finalmente me decidí y marqué el número que aún recordaba de memoria.

¡Diga!

Hola, soy yo...


14 DE FEBRERO, de Raquel Sepulcre.

Yo le creía,

tú le creías,

él le creía,

ella le creía,

nosotros le creíamos,

vosotros le creíais,

ellos le creían.

La verdad ya no importaba,

la política se había corrompido.


UN TRUCO ARRIESGADO, de Marcelo Celave.

Yo le creía. Por eso cuando pidió una ayudante, salté de mi butaca.

Me tomó de la mano y me introdujo suavemente en una caja de mimbre. A través del tejido veía al público abarrotando el teatro.

Una sierra comenzó a bajar rasgando la caja con sus púas destellantes. Tanto bajó, que comenzó a desgarrar mi vientre, brotando trozos de carne y sangre.

Desde la ambulancia vi al mago sollozante explicando que la sierra increíblemente ¡no había ido por las guías laterales!

Hoy, tras diez meses de rehabilitación salgo del hospital con un ramo de rosas: «De Merlín con amor».

Valió la pena.


ODISEA, de Raquel Sepulcre.

Yo le creía. Sus palabras dulces resultaban caricias embriagadoras para mis oídos de tal forma que cada uno de mis impulsos me hacía perseguirla deseando tenerla, poseerla, hacerla mía. Era magia en plena tormenta, un sinsentido desear un sonido tan en tu interior capaz de hacerte perder la cordura. Y quise seguirla, pero nadie me soltaba del mástil.


LAS CARICIAS PERDIDAS, de Ana Medina.

Yo le creía, cuando me decía que íbamos a pasear... Que subiríamos a las nubes y después alcanzaríamos la luna trepando por una escalera muy alta. Yo todo creía que pasaría, porque mi madre era la mejor persona del mundo. Ese día de mi cumpleaños yo soñaba con la promesa... ella me dijo que ese día no se encontraba bien.

La ambulancia se detuvo a escasos metros de la entrada. Dos hombres de blanco la subieron en una camilla. Ella gritando dijo: quizás mañana, te lo prometo, mañana subiremos a las nubes y abrazaremos la luna. Te lo prometo hija.


BESOS, de Ana Montesinos.

Yo le creía a pesar de ese temblor de labios y esa mirada baja que siempre ponía al hablar.

Llevaba tres días repitiendo la misma versión a cada uno de los que intentaron sacar algo en claro.

Estaban los dos solos, se fue la luz, se oyeron gritos y al encender la linterna del móvil, ella estaba tumbada sobre la alfombra y un charco de sangre comenzaba a extenderse llegando hasta la suela de sus zapatos.

La autopsia, las huellas, los hechos, todo apuntaba a él.

Le quité las esposas y le besé antes de huir en mi coche patrulla.


¡QUÉ IRONÍA!, de América Martín.

Yo le creía a mi madre cuando decía:

Tu hermana, la obediente y disciplinada, llegará lejos... pero a ti, ¡la letra no te entra ni con sangre!

Y pensé... ¿Se habrá ganado ella la lotería genética? Mientras yo fantaseaba con lujo, colores y moda.

Ahora, desde mi empresa en New York, cuando llamo a mamá:

¿Aún estás en la oficina hija? Mira que siempre te he dicho «debes distraerte».

Soy feliz respondo... pero su réplica me atropella.

¡Igual que tu hermana!

Finjo no haberla oído, mientras recuerdo a mi hermana planchando las camisas del marido.


INDAGACIONES, de Paquita Márquez.

Yo le creía capaz de cualquier cosa con tal de averiguar lo que le quitaba el sueño. Por eso mi marido se presentó en casa de los Adams, nuestros vecinos, con la excusa de una herramienta que necesitaba. Pero lo que de verdad quería era saber por qué el abuelo dormía en un ataúd durante el día, por qué la madre criaba renacuajos de sapo en el fregadero y, sobre todo, sobre todo, por qué la extraña cabeza del señor Adams, además de tornillos, tenía unos ojos, una nariz, unas orejas y una boca igualitos, igualitos que los de su difunto padre…


RUTINA DE JUEVES, de Patricia Rodríguez.

Yo le creía, primero porque era mi mejor amigo y segundo porque era el mejor oncólogo del país.

Supe que algo iba mal cuando fui a verle a la consulta y me recibió sin su característica sonrisa de mirada, me abrazó fuerte durante un buen rato y se puso a llorar.

Quise ahorrarle el mal trago y comencé a hablar yo.

¿Cuánto? le pregunté.

9% en el primer año gimió.

¡Ni de coña!, pienso multiplicarlo por diez para joderos la estadística.

Y riéndonos cerramos la puerta al salir para ir a comer juntos, como todos jueves.


CHEMA, de Silvia Espina.

Yo le creía a Chema, a pesar de ser un chico fantasioso y dado a las bromas pesadas.

Por eso, cuando apareció en la escuela con el cuento de que había encontrado una cría de zorrito abandonada, yo le creí.

Al final de clase, escapando de los amigos y entusiasmado por la aventura, lo seguí hasta el monte cercano.

¡Está allí, en ese hueco! -me dijo.

Temeroso pero convencido, acerqué la mano al orificio y en ese momento sentí el aguijonazo. Todo giraba a mi alrededor, me sentí desvanecer mientras que, como en sueños, oía resonar una risa mordaz, alejándose.


CIEGA, de Ana Montesinos.

Yo le creía ciegamente.

El ramo de flores era porque me amaba, no por sentirse culpable de haber estado en la cama retozando con otra la tarde anterior.

No olvidó mi cumpleaños, pero quería prepararme algo tan hermoso que no le dio tiempo a materializarlo ese día.

Los fines de semana quedaba con sus amigos de mañana a noche, le gustaba darme mi espacio, para dedicarme tiempo a mí misma.

Ciegamente le creía.

Me dejó en septiembre. Empiezo a abrir los ojos.


DESAJUSTES, de Paquita Márquez.

Yo le creía cuando me dijo que el mundo se estaba desajustando, que alguno de sus engranajes se había vuelto loco. Me pareció que debía ser verdad porque entre unas cosas y otras, la vida de la humanidad, en general, estaba como patas arriba.

Cuando me aseguró que todo se debía a los malévolos planes chinos para manipular el universo a su antojo, me pareció una locura, pero lo que terminó de convencerme de que estaba como una regadera, fue su absurdo empeño en arrancarles sus preciosas alas a las mariposas; decía que el efecto de su aleteo la estaba liando parda…


DESAPARECIDO, de Raquel Zaragoza.

Yo le creía mi compañero ideal. Tanto que, si la vida nos daba pie, siempre estaríamos el uno al lado del otro.

Siendo altos ejecutivos, nuestra función era cumplir con una apretada agenda.

Labor que, en ocasiones, resultaba asfixiante para alguien tan sediento de aventuras como él. Así que, en cuanto se le presentó la ocasión para perderse… ¡Se perdió!

A pesar de ello, nunca dejé de confiar en él. Por eso, decidí darle un tiempo, y esperar… hasta que la misteriosa máquina «teletransportadora», conocida como lavadora, lo trajese de vuelta.

Desde que apareció, …estamos enrollados… ¡Somos la pareja perfecta!


DESDE DENTRO, de Narcís Ibáñez.

Ilustración: SSAPINA.
Pintura/pantalla (fragmento): Manuel Pérez.

Yo le creía cuando veía su sombra galopar en la oscuridad frente a mí, siempre acomodados, sentados, la luz circular, cual cañón, salía de la nada, la sal en los labios. Entrelazados los dedos de la mano en medio del silencio y la sonoridad musical, exultante junto a mí chica. Entre ella y yo, surgían imaginarios volcanes de calor que ardían en sus pechos apenas acariciados, trémulos, atrapados entre las costuras de su blusa y los botones que tan hábilmente aprendí a soltar. Un beso de lado apasionado y profundo, daba paso a una luz de linterna en la cara.

Era el acomodador.


¡MALDITA SEA!, de Rosa García Panera.

Yo le creía, me juró que lo había dejado y que volvía a casa. Estaba asustada, era difícil olvidar lo pasado, su locura y sus mentiras. ¿Sería una más de sus idas y venidas? Yo solo deseaba que esta vez fuera la última.

Acabé creyéndole, incluso hablaba de volver al Instituto, necesitaba creerle así que dejé a un lado el miedo.

Entré en su cuarto, dormía plácidamente, me recordó a aquel niño bueno de antaño, iba a cerrar la puerta de nuevo cuando pensé que algo iba mal.

La jeringuilla aún pendía de su brazo enganchada a su vena. ¡Maldita sea!


OTRO TIEMPO, de Silvia Espina.

Yo le creía sus cuentos increíbles.

Con suave voz y sutil dejo asturiano, daba rienda suelta a su teatralidad y su imaginación.

Sentados a su alrededor, los chicos escuchábamos sus narraciones maravillosas, llenas de matices, que nos llevaban a mundos imaginarios y nos invitaban a adentrarnos en esa feliz fantasía infantil, sumidos en un estado de ensoñación que deseábamos fuese interminable.

Pero cuando en las frías mañanas me acompañaba a la escuela, tomados de la mano, el abuelo era solo mío.


Y el podio de esta quincena queda de la siguiente manera:

El bronce, con 5 puntos ha sido para:

LA NECESIDAD, de Américo Fojo.

Yo le creía a mi padre:

Neno, toma la mula y ve al muiño por sacos de harina.

¡Pai, soy pequeno, no podré!

Sin miedo fillo; si tienes problemas llama a la Necesidad, te ayudará.

Al regreso los sacos se vinieron a tierra y no pude levantarlos; comencé a gritar:

¡Necesidad, Necesidad!

Nadie apareció; desesperado frené la mula y esforzadamente logré subir la carga.

Al llegar a la finca, llorando, le dije a padre:

¡Pai, me has mentido, la Necesidad no me ayudó!

Neno, ¿cómo no? ¡¡Si has vuelto con los sacos de harina!!


Con 6 puntos, la plata es para:

EL HOMBRE DEL SACO, de Raquel Zaragoza.

Yo le creía capaz de todo, ¡hasta de matar!

Cuando corrió la voz de que el hombre del saco andaba merodeando por los parques, se extendió el pánico.

Por aquel entonces, yo era un adolescente barbilampiño, con poco miedo y mucha curiosidad…

¡Me quedé a cuadros! Persiguiéndole, descubrí que la saca contenía ¡libros!

Libros que, meticulosamente, colocaba en lugares estratégicos. Cada ejemplar iba acompañado de una nota; en ella se sugería que después de su lectura, lo dejaran en otro parque, en otra ciudad…

Al conocerse su propósito de incitar a la lectura… aumentó la preocupación.


Y tenemos empate a 11 puntos en el primer escalón del podio:

IGOR MALDUSKY, de Américo Fojo.

Yo le creía al tío Ceferino cuando me aseguraba que nuestra familia descendía de Igor Maldusky, un famosísimo genio científico, galardonado en Europa.

Con el paso del tiempo la importancia del antepasado aumentaba; según algunos había ganado el Nobel de Medicina.

Ayer lo busqué en Wikipedia:

«MALDUSKY, Igor: eminente científico nacido en Transilvania a fines del siglo 19. Realizó investigaciones sobre la longevidad y la prolongación de la vida más allá de los 120 años.

Por sus conclusiones la Universidad de Turingia lo nombró Doktor Vitae, título que le fue retirado, post mortem, cuando falleció de muerte natural a los 40 años.»


Y ganadora, pentacampeona gracias al voto de los lectores (6 puntos):

BÉCQUER, de Raquel Zaragoza.

Yo le creía «a pie juntillas» ¡Era mi abuelo!

Si me regalas una sonrisa, te hago un poema decía cuando me veía triste.

Luego, con voz pausada, recitaba…

«… ¿Qué es poesía?... Poesía… eres tú»

Me hizo sentir la protagonista de sus versos, hasta que un día…

¿Quién me dice qué es la poesía? preguntó la profesora.

Enseguida levanté la mano y, toda ufana, me apresuré a contestar:

¡¡¡Soy yo, señorita, soy yo!!! Me lo dijo mi abuelo.

Todos se rieron.

¡Mi abuelo era un hombre sabio, aunque no supiese leer ni escribir! grité en su defensa.

Al instante, cesaron las risas.



Fuera de concurso:

BERGERAC, de David Reche Espada.

Yo le creía más inteligente, más intelectual... No sé... Comprendan que es fácil subir las expectativas cuando eres un enamorado del amor. Además, en sus cartas que recibía cada viernes destilaba un rosario de referencias literarias y musicales, cinematográficas e históricas. Destellos que, junto al humor socarrón y la ironía sin concesiones que manejaba, me impactaron tanto que me declararé sapiosexual. Deseaba conocer aquella mente que desde la sección de breves del diario demandaba un compañero de tardes vitivinícolas y risas en el parque. Llegó el día y, cuando abrió la boca... Le pregunté por el Cyrano tras sus cartas.

No me entendió.



Aquí el programa de radio.

1 comentario:

  1. Como siempre, maravillosos microrrelatos escritos con sensibilidad. Felicitos a todos los integrantes de este grupo por sus maravillosos microrrelatos tan emocionantes.

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