viernes, 5 de febrero de 2021

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena XII: Yo fingía que le creía)


A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 11ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Yo fingía que le creía», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 12ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 8 de febrero a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 9 de febrero en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!

ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación. añado la autoría de cada obra así como el material audiovisual del que se acompañaban.

ACTUALIZACIÓN 2: Coloco los relatos de menor a mayor puntuación.



MENTIRAS, de Rosa García Panera.

Yo fingía que le creía y él fingía que me creía a mí, vivíamos en un círculo de mentiras y disimulo, de tristeza y dudas y dejábamos pasar el tiempo como si algo fuera a devolvernos milagrosamente la confianza perdida.

Él me decía que no había nadie, que me amaba y yo le miraba mentirme como si le creyera, aferrada al miedo de decirle adiós definitivamente.


MADRE CREYENTE, HIJO DUDANTE, de Marcelo Celave.

Yo fingía que le creía y ella sonreía. Así toda la vida.

De niño, mientras me ponía los zapatos brillantes de domingo, me regañaba dulcemente:

No puedes faltar a misa hijo, que Dios se entera. La misa es un remedio para el alma.

Ya de mayor, cuando con Marita no iba más…, ahí sí que se enfadó:

¿Qué te crees que es el matrimonio? ¡El matrimonio es resistencia, respeto, no hace falta amor! ¡Es un contrato ante Dios nuestro Señor… irrenunciable, eterno!

Cuando murió, entre la pena inmensa, sentí una gran liberación.

Sin embargo, al domingo siguiente fuimos con Marita a misa a pedirle perdón.



DECISIONES, de Rosa Juan.

Yo fingía que le creía a pesar de sus malos hábitos y sus creencias absurdas, ya no intentaba entender la vida que le envolvía, el caos y la decadencia en la que caminaba, hay que adoptar una posición definitiva ante esas inferencias.

Cuando el tren de la vida pasa y no intentas subirte a el, no puedes esperar que el resto se quede en el anden contigo, has de subirte a él o no cambiarás tu destino y tu entorno se limitará a fingir y que simplemente y por un momento solo te escuche.



PREFIERO VIAJAR EN METRO, de Américo Fojo.

Yo fingía que le creía a Haruki cuando me relataba, insistente y obsesivo, que el mundo había cambiado y en el cielo del parque brillaban dos lunas.

Me gustaba escuchar la emoción de su voz cuando trataba de convencerme de que había aparecido una segunda luna, más pequeña, de color verde claro que iluminaba tenuemente los grandes árboles.

Ninguno lo había advertido porque ya nadie en la ciudad contemplaba el cielo atentamente.

No sé si creerle pero, desde entonces, prefiero utilizar el metro para no cruzar la arboleda en la noche.



ABSURDA FORMA DE DEJARME, de Marcelo Celave.

Yo fingía que le creía, y ella también fingía no darse cuenta de que yo fingía.

Los dos mantuvimos la comedia por diferentes razones: ella para suavizar el momento de la despedida; yo, por estrategia exclusivamente.

Porque si bien me irritaba más su argumentación para no herirme que el hecho en sí, debía mostrarme de acuerdo, digno, entero. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Porque…en pleno diciembre de 2019… ¿quién puede creer que me deja para irse a vivir al campo por una supuesta pandemia que vendrá de China y azotará impiadosamente todas las ciudades del mundo…?

Tal vez si hubiera buscado otra excusa menos ridícula…



FANTASÍAS, de Rosa Juan.

Yo fingía que le creía cuando me contaba sus pequeñas historias fantásticas, pero yo, ya no estaba allí. Esa persona ya había salido de mi vida.

No se daba cuenta de que nunca vuelve quien se fue, y yo, me había ido.

No sé si su inocencia o idiotez le hacía pensar que estaba delante de la persona que era tiempo atrás, sin pensar que, en el regreso, nunca se encuentra a la misma persona que se dejó.



EXCUSAS, de Ana Montesinos.

Yo fingía que le creía porque ya estaba cansada de discusiones y reproches. Era más sencillo creer sus largas reuniones en el despacho, el pinchazo del coche o el atasco de los viernes.

Así, mientras no hubiera enfados ni dramas, yo planeaba la huida.

Le dejé una nota el último viernes que me llamó para contarme, por enésima vez, el atasco de la M30. Yo sabía que andaba entre las piernas de su última clienta.

Escribí muerta de risa: «He salido a por tabaco».



LA INVITACIÓN, de Paquita Márquez.

Yo fingía que le creía y le animaba a hablar. Me decía que en el cielo jugaríamos a las canicas con estrellas chiquitinas que cuando chocan lanzan chispas de luz como las bengalas; que hay un jardín donde las arañas tejen alas con hilos de plata para los ángeles recién nacidos; que las nubes allí arriba son dulces, con aroma y sabor de vainilla, o de fresa, o de chocolate…

Yo seguía fingiendo que le creía, pero seguro que todo formaba parte de mi sueño. De pronto el viento abrió de golpe la ventana, desperté y aquel niño se fue como vino, en un vuelo.



FE CIEGA, de Patricia Rodriguez.

Yo fingía que le creía cuando me contaba que un grupo de hackers había atacado el sistema informático gubernamental acabando con las comunicaciones, el agua corriente, la luz, y otro largo etcétera.

El caos y la violencia callejera que imperaban fuera eran la causa por la cual habíamos vallado nuestra granja con estacas y construido un gran muro rodeando la casa. Era mejor no salir, no era seguro.

Yo le creía, no hacerlo me haría preguntar dónde estaba el resto del pueblo, aquellos que ya estaban vacunados, y si realmente era una manada de lobos la que gemía y aullaba de hambre por la noche…



LA FORMULA, de Mari Mastida.

Yo fingía que le creía hasta que contó aquella trola.

Supuestamente tropezó con dos seres muy extraños. No hablaban, pero se comunicaban con él de una manera que no sabía cómo explicar.

Acto seguido lo introdujeron en una especie de burbuja flotante y empezaron a torturarlo, querían una fórmula que recientemente había descubierto, presumía de ser ingeniero de física cuántica.

Necesitaban recuperar las coordenadas para regresar a su hogar.

Le dije que eso era imposible porque yo pilotaba la nave y jamás lo vi allí dentro.

De repente se nos acercaron esos pesados de bata blanca:

Se acabó el recreo, hora de tomar la medicación.



LA CRUELDAD DE LA MENTIRA, de Ana Medina.

Yo fingía que le creía cuando en la oscuridad de la alcoba me abrazaba susurrándome palabras de amor. Hacía mucho tiempo que había descubierto que era un mentiroso, pero no me animaba a decirle nada. «¡Lo amaba tanto!» que no lograba imaginar mi vida sin él. Día tras día trataba de convencerme a mí misma que lo tenía que dejar, que sus mentiras me dolían en el alma. Llovía cuando vi que se marchaba. El llanto irrumpió en mis ojos fundiéndose con las gotas de la lluvia.

Desperté y seguía allí, «sin falta hoy se lo digo».



SUEÑOS, de Ana Montesinos.

Yo fingía que le creía. Sus engaños inocentes me causaban compasión.

Mentía sobre dónde pasaba los fines de semana, contando que a la orilla de la playa con su familia, haciendo castillos de arena y comiendo bocadillos.

Mentía al contar cómo llegaba al colegio, sorteando peligrosos barrios hasta alcanzar el autobús urbano.

Mentía cada mañana y repartía su sabroso almuerzo, exclamando que lo había robado en algún bar de la zona.

Cualquier cosa menos que supieran que era un niño rico, con mansión, chófer y cocineros a su servicio.

Se sentía solo y era desdichado. Sus mentiras eran sus sueños.



CONTENTOS PERO ENGAÑADOS, de África Estrella.

Yo fingía que le creía, pero sabiendo lo que escondían sus palabras.

A veces es más efectiva una mentira que enfrentarse a una persona violenta, y él lo era, por tal motivo tomé esa decisión.

Pero no estaba dispuesta a vivir siempre con engaños, así que me decidí y comencé a pagarle con la misma moneda.

Empece a darle gato por liebre. El, por supuesto ni se enteraba.

Y así vivimos: contentos pero engañados.



EL TIEMPO, de Rosa Juan.

Yo fingía que le creía cuando lo miraba viendo su camino constante, siempre en su andadura, lo miraba y pensaba, no es cierto, no es verdad lo que dices, pero el seguía su camino imperturbable, tic-tac, tic-tac, me gustaría pararlo en momentos concretos felices, que no continuara pasando ni un minuto, pero nada, ni caso que me hacía.

Tomé la decisión definitiva, ya no marcaría mi vida, no me condicionaría mas, le quité las pilas al de la cocina y solté la correa de mi brazo, hoy vivo sin horario marcado. Y soy feliz.



SOLILOQUIO, de Raquel Zaragoza.

Yo fingía que le creía hasta que ya no pude más.

» Excusas…: Se quitó la alianza porque le apretaba. Llegaba tarde, y era por trabajo. El perfume de su ropa… era el mío. «¡Pero si yo uso Nenuco!»

» Pronto le faltaron las excusas; entonces, empezó a negarlo todo y, a llamarme loca. Decía que mis celos eran enfermizos Decía que me quería tanto que prefería irse de casa a verme sufrir.

» ¿Imaginaciones mías…? ¡Me quería dejar sola!

» Ya está, otra vez, el perro husmeando en el jardín; necesito una coartada. ¡Debo pensar con la boca cerrada!



CASANDRA, de Américo Fojo.

Yo fingía que le creía cuando escuchaba las terribles profecías que Casandra murmuraba tomando mi mano entre las suyas.

¿Por qué dudaba del vaticinio si había peregrinado, agotador y duro camino de montaña, para llegar al templo del oráculo?

Su voz me dijo que no buscara a la mujer de mis sueños, ya que perdería la vida en ello.

¿Por qué no le creía, si sabía que sus ojos habían penetrado en mi corazón con sólo mirarme?

Encomendándome a Apolo, regresé por el valle; necesitaba ver a mi amada.



HIPOCRESÍA, de Martina Arreaza.

Yo fingía que le creía, él venía a diario; solícito a hablarme del inmenso amor que sentía hacia mi hermana. Llevaban seis meses de matrimonio; y yo me moría de envidia. Desde 6º de primaria, estaba loca por él. Él nunca se fijó en mí, siempre me dijo que yo era su mejor amiga.

Pero un día, que no olvidaré jamás… los vi, en una calle cualquiera haciéndose arrumacos en una esquina. ¡ERA SU MEJOR AMIGO!



MARÍA MAGDALENA, de Silvia Espina.

Yo fingía que le creía cuando, entre parábola y parábola, nos decía que su padre lo había enviado para salvarnos.

Después de caminar con Él por el Sinaí y llegar al Gólgota final, reconocí que ya no tenía ninguna duda.



YA ES TARDE, de Luisa F. Escalada.

Yo fingía que le creía cuando él fingía que me quería, y los dos sabíamos que el otro fingía.

Fingiendo, fingiendo, acabamos casándonos y tuvimos dos hijos.

Mientras paseábamos al primer nieto, confesó que me amaba de veras, que ya no fingía y deseaba saber si yo le amaba. Fingí que le quería, fingió que me creía y seguimos fingiendo los dos.

Ahora me doy cuenta de que nunca he fingido, pero su Alzheimer le impide entenderme cuando le confieso que siempre le he querido y que sé que siempre me ha correspondido.



LÓGICA INFANTIL, de Paquita Márquez.

Yo fingía que le creía, porque papá parecía muy triste cuando me dijo esta mañana que Dios se había llevado al cielo a mamá; que aquí estaba sufriendo y no quería vernos a todos tan tristes por ella; que allí, con Dios, estaría mejor.

Pero eso es mentira; lo sé porque anoche oí a papá hablar por teléfono con la abuela para decirle que mamá había muerto. Yo me asomé por la rendija de la puerta y es verdad que mamá estaba muerta, pero en su cama, no se la había llevado Dios.

Además, ¿para qué iba a querer Dios una mamá muerta?



MI PRIMERA VEZ, de Raquel Zaragoza.

Yo fingía que le creía, pero… ¡¿Cómo iba a pensar que moriría por mí?!

Ocurrió durante una mañana de mayo. Quizás fue la primavera…; aunque, antes de salir al jardín, ya notaba un ardiente cosquilleo en mi interior.

Sucedió entre los hibiscos. Allí, embriagado por el polen, me confesó que para él sería su primera y última vez. Supuse que solo era un modo de seducción. Sin embargo, después de ¡¡¡cinco segundos!!! Dejándose la vida, amándome como si no hubiera un mañana…; entonces supe que decía la verdad.

Cuando volví a mi colmena, me recibieron como a una reina.



Y el podio de la duodécima quincena queda como sigue:

En tercera posición, triple empate con 7 puntos:

MI OTRO YO, de América Martín.

Yo fingía que le creía, haciendo suficientes esfuerzos para recuperar aquello que alguna vez nos unió, a sabiendas que el engaño era mutuo.

¿Qué hacer con los sueños prietos de ilusión?

Siempre volando… divagando entre sentimientos recónditos ¡Pero joder! tan densos, que se decantan solos sin poder detenerlos, y se ahogan en el pozo profundo del olvido...

¿Te lo sigues pensando?

Aderezas dulcemente la decepción del día a día, con la miel del amor sufrido y el vinagre de la rutina cansina, convirtiendo los deseos en pliegues, a la orilla de tu vida.

Me miro al espejo y por fin me veo… ¿Esta soy yo?



GOLPES, de Raquel Sepulcre (1 punto del público).

Yo fingía que le creía mientras me pedía perdón desconsoladamente.

Algo renacía como un brillo de esperanza otra vez en mi interior... entonces recogía la ropa y levantaba mis ojos hinchados mientras él cerraba la puerta diciendo:

Amor, limpia bien esto que ya lo has puesto todo otra vez perdido de sangre.



DURMIENDO CON UN FANTASMA, de Raquel Zaragoza (3 puntos del público)

Yo fingía que le creía en todo lo que me contaba sobre su amigo imaginario.

Hasta que mi hijo Óscar cumplió cinco años, las mil travesuras que cometía se las adjudicaba al paciente «niño fantasma».

Una noche, se metió en mi cama quejándose de la suya porque estaba mojada. Al tocarle el pijama, comprobé que estaba seco y supuse que no era más que una excusa para dormir conmigo. Le abracé y seguí durmiendo.

A la mañana siguiente, desperté sola y abrazada a la almohada. Cuando fui a su habitación, Oscar dormía empapado; su cama estaba meada.



En el segundo puesto, doble empate a 8 puntos de:

AMISTAD, de Isabel Núñez de Arenas.

Yo fingía que le creía cuando aparecía en días nublados con unas enormes gafas de sol, y también fingía, al verla en pleno mes de agosto con un grueso foulard alrededor del cuello.

Nos sentábamos ante una taza de café y simulaba no darme cuenta de sus grandes ojeras y sus amoratados brazos, siempre cubiertos con un chal pese a la calefacción.

Ese día el cielo estaba cubierto de negros nubarrones; él, enfundado en un sobrio traje negro se disfrazaba de dolor.

Al preguntarme la gente por qué mi amiga se había suicidado ,decidí no callar más y al mirarlo grité frenética ¡Asesino! ¡Asesino!



DESCUBRIENDO, de Rosa García Panera (3 puntos del público).

Yo fingía que le creía mirándole asombrada; no entendía cómo podía hablarme con aquella tranquilidad y que yo estuviera escuchándole casi divertida. ¡Si solo tenía once años! Los ojos esquivos, sin mirar de frente y con un ligero temblor en el izquierdo. Me preguntaba cómo podía tener aquella caradura para seguir mintiendo.

O sea que no has sido tú ¿quién ha podido ser entonces, hijo? la vecina dice que te ha visto y los prismáticos estaban en tu mesilla.

¡Que no, mama! que yo no miro desnudarse a la vecina —insistía, rojo como un tomate— ¿Le has preguntado a papá?



Y en lo más alto del podio, con 9 puntos:

ALTO PRECIO, de Paquita Márquez.

Yo fingía que le creía y le daba la razón en todo a papá, porque desde que le salieron aquellos colmillos tan grandes, se había vuelto muy quisquilloso y si hacíamos ruido durante el día, o si abríamos las ventanas, o si ponía mamá ajo en las comidas, se enfadaba mucho y amenazaba con ¡hincarnos el diente!

Hasta que mamá se hartó de sus tonterías y le obligó a ir al dentista a quitarse esos colmillos y sustituirlos por unos normales.

Papá, desde entonces, no es el mismo. Debe ser por el riñón, ese que le costaron los colmillos nuevos…



Y ganador gracias a los 6 puntos del público:

¡MAÑANA LO DEJO!, de Narcís Ibáñez.

Collage: SSAPINA

Yo fingía que le creía cuando llegaba de madrugada bebida, llamando al timbre, despertando a los vecinos, sin llaves, deseando entrar, clamando ¡me han robado el monedero!

Yo fingía que le creía, me entristecía, una mujer hermosa, cultivada, amante de la ropa de marca, siempre perfumada con una discreta agua de colonia, se transformaba cuando la recogía del despacho su amiga Pasión y empezaban a tomar absenta imitando a los poetas malditos franceses.

Augusto ábreme la puerta, por lo que más quieras. Una vez dentro de casa, rebuscaba entre sus cosas y al encontrar lo que buscaba, solía decir: Augusto, enseguida vuelvo…

Yo le creía.




Y fuera de concurso:

PROMESAS, de David Reche Espada.

Yo fingía que le creía cada vez que venía a contar algunas de sus promesas. Asentía con falsa sonrisa cada vez que su puesta en escena pretendía ganarse mis favores y mi aprobación. Escenificación estudiada a conciencia, detallada, con las palabras escogidas para la ocasión, con sus argumentos y su sonrisa que querían arroparte para que te durmieras en el tono ideal de su voz.

Pero por más que él vistiera su disfraz de sinceridad, siempre tuve la convicción de que todos sabíamos de su actitud taimada y de que en las próximas elecciones le dejaríamos en la estacada votando a alguien honrado de verdad.

3 comentarios:

  1. Todos los microrrelatos, me parecen buenos y me cuesta decidirme por el que voy a votar.

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    1. Ojos con lágrimas, leyendo y sufriendo el relato de Isabel Núñez gracias

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  2. Muy chulo el vídeo clip de Rosa Panero -Nocturno- da mucha esencia al relato.

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