Sólo
le quedaba un cigarrillo como único tesoro.
Hasta ahora se había apañado trapicheando gracias a sus dotes persuasivas,
fiando a la promesa de su belleza pura, lidiando la barbarie masculina con la
muleta de su verbo suelto. Pero ya estaba cansada de esa lucha diaria, de
aferrarse con las uñas a cada oportunidad de supervivencia asomando entre las
ruinas y colas de hambrientos. Ya no había latas de arenques con las que
negociar, así que acarició el cigarrillo pensando en regalarlo al primer
tanquista ruso que apareciera por la esquina. Con suerte podría mantener
intacto el otro tesoro que aún guardaba entre las piernas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario