El crujir de las hojas les recuerda lo solos que están en
este otoño “incaduco” que se coló en el calendario y sepultó las alegrías
primigenias del verano febril. Éstas quedaron aplastadas por mentiras sincericidas
dichas a contrapié; encerradas en el cacharro de la ropa sucia, cuyo olor
contagia las galas dominicales; ahogadas como sabor de chicle barato que
pereció entre los dientes pero mascamos con inercia suicida.
Anochece y el frío húmedo repta hacia sus pechos. Se
levantan del banco escondiendo el odio común que sienten hacia las parejas que
pasean felices sobre hojas de árbol caduco: ese sentimiento es ya lo único que
les une en este invierno infinito.
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