–Lo que usted diga doctor Frankestein –sonrió la paciente
pizpireta.
Con esta frase, acompañada de una fanfarria, finalizó la
película, arrancando la hilaridad del público.
Nos levantamos de nuestras butacas y me abrazó entregada
cuando apareció mi nombre en los créditos. Señaló orgullosa y me dedicó una
sonrisa claudicante.
Cuando la conocí era rebelde, espinosa, jamás le llevaron la
contraria; pero tras mi “intervención” incluso aceptó el mote que le otorgué: ella
era «mi Pris».
–¿Cenamos? –pregunté saliendo del cine.
–Como digas. Y, si quieres, ¿puedes contarme cómo se te
ocurrió el guion? –suplicó.
–No.
–Como digas –replicó sonriente.
–Todo un éxito –murmuré–. Es «mi Pris».
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