lunes, 12 de octubre de 2020

CONFESIONES

 PREVIAMENTE: Cuando seas mayor, te acordarás de este verano.



Que tu mano izquierda nunca sepa lo que hace la derecha, y viceversa, añado. Pero muchas veces me pregunto si alguien como yo, a quien le da por contarlo todo, e incluso escribirlo, puede aplicarse esa recomendación. El maldito ego del autor es en general incompatible con la discreción.

Es quizá por eso que siento un pequeño placer malévolo y culpable cuando logro mantener algunos pequeños secretillos que consigo no transmitir a mi círculo de confesoras. Y mientras escribo esto me viene a la cabeza la duda de si al buscarme confesoras me estoy buscando censoras, porque al menos ése es uno de los fines del sacramento de la confesión: la censura de actitudes y actos mediante el arrepentimiento al tener que contar lo que has hecho. Pero bueno, esto es una paja mental que me ha salido al paso ahora mismo.

El caso es que es contradictorio el sentido de necesidad de airear y ventilar contando algunas de las mierdas que pasan por tu cabeza, que podría decirse que es algo higiénico desde el punto de vista psicológico; digo que es contradictorio con la visión de que también es sano y aseado guardar cierta compostura en relación a la expresión sin filtro de lo que produce tu pensamiento: hay que procesar antes, ¿no? En referencia a esto me estoy acordando ahora de una divertida conversación a la que asistí hace años entre unos compañeros de trabajo de Irene, la pareja que tuve durante ocho años en Valencia y mi primera etapa madrileña: trabajaba en un ambiente internacional, con compañeros y compañeras de toda Gran Bretaña y Francia, también de Irlanda, Australia, México. Eran una francesa ácida y muy femme fatale y un británico de los de flema inglesa, lanzándose pullas amistosas en castellano que al final derivaron en un reconocimiento del inglés de que toda esa flema, esa corrección, ese ocultamiento jodidamente protestante de los sentimientos (aunque por qué negarlo, también es muy de la Castilla profunda), se traducía en uno de los países con más cáncer y depresiones del mundo. La verdad es que era un tipo muy divertido y educado al mismo tiempo. Verlos a estos dos discutir era tan entretenido como ver al australiano y a la escocesa hablar en valenciano entre ellos, que lo hacían muy bien. Es más, la escocesa, a la que aún mantengo en Facebook, hace gala de su dominio de las lenguas romances de este rincón del Mediterráneo.

Tengo dudas de si yo desarrollaré un cáncer por el mal rollo que da quedarse algunas cosas dentro y no soltarlas, o si por el contrario estoy curado de eso porque como dice alguna de mis confesoras soy transparente. Creo, y lo digo sin seguridad, que a pesar del trabajo que he hecho en los últimos años de aprender a expresar sentimientos, a hablar y a sacar mis cosas, actitud que comencé a desarrollar cuando recapacité con que ése era uno de los motivos por los que aquella relación con Irene tuvo fecha de caducidad anterior a que terminara (uno de los motivos, no el motivo); a pesar de eso, temo que sigue habiendo algo de fachada en mi exposición de actitudes. Lo digo porque sin darme cuenta soy bastante selectivo en lo que cuento y a quién lo cuento, mucho más de lo que algunos creen. Y pienso que eso es bueno, pero también me hace sentir alguna vez como insincero o que puedo llegar a herir a personas que no merecen ser heridas. Si una cosa tengo clara es que no quiero dejar victimas por el camino, aunque alguna he dejado, que una cosa es predicar y otra es dar trigo; pero me es difícil alcanzar un grado de sinceridad o de desnudez con personas por las que no llego a sentir una conexión de verdad especial, en un sentido que me cuesta explicar, y aunque hace tiempo que me prometí no caer en parcialidades, de una forma u otra vuelvo a lo mismo, y no me gusta, porque me hace sentir culpable sin pensar que en realidad sea culpable de nada.

En resumen, que es muy complicado.

La mujer que no se estaba enamorando de mí está retomando un primer nivel de amistad, que es algo que no me molesta ni que creo que tenga consecuencias serias puesto que aunque en el fondo me haya quedado un pequeño remanente de querer «algo más», sé que eso está controlado: después de habernos vuelto a ver y tomar algo juntos, no sentí ningún dolor ni ninguna pena por lo que pudo haber sido y no fue tras la intensidad con la que vivimos el comienzo de nuestra protorrelación, algo con lo que sí estuve a vueltas hace dos meses, cuando hablé de la tierraestéril. Por supuesto que el deseo sexual y la querencia por tocar estuvieron presentes, pero sentí que era algo más físico que sentimental, con lo que puedo decir con cierta seguridad a mis censoras que no se han de preocupar por el mal que esto me pueda hacer. Aunque como firmes guardianas de la integridad emocional de su amigo, y en un arrebato de cosanguinidad, han jurado odio eterno a esa mujer, con lo que yo ahora he de manejar sus posibles apariciones, literales o figuradas. Intento hacerlo de forma que al menos de divierta, ya que no voy a follar, pues qué menos que reírme, con lo que oculto y desvelo los encuentros a conveniencia para crear caos (el pequeño placer culpable del que hablé al comienzo).

Hablando de follar... Tengo una vecina que me da mucha envidia los lunes.

Y tengo que contar algo de mi última cita Tínder, pero me espero a la próxima entrada de esta serie.


CONTINÚA AQUÍ: DE TONTOS Y ESPERANZAS.


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