lunes, 7 de diciembre de 2020

EL AÑO DE LA MARCIANADA

PREVIAMENTE: De tontos y esperanzas.



Hace un año tenía un trabajo que ya no me gustaba, incluyendo enfrentamientos con mi contraparte en el lado del cliente del proyecto en el que trabajaba. No veía la forma de escapar de Madrid, y la única forma que tenía de evadirme de ello era pensar, justo en estas fechas, en el viaje a Marruecos que haría para Año Nuevo, y en que el proyecto que había comenzado a diseñar tenía buena pinta: quien estaba siendo mi suministrador de motocicletas en las primeras pruebas que realicé, me dijo, cuando lo vi en el puente de diciembre, que podíamos hacer algo con los cruceristas, los dos.

Así que cuando en la Nochevieja que pasé en Marruecos con algunos buenos amigos, algunos de nosotros pillamos un virus gastrointestinal que nos dejó unas horas fuera de combate, desluciendo o incluso imposibilitando nuestra celebración del Año Nuevo, nos dijimos: «Tal y como hemos empezado el año, esto ya sólo puede ir a mejor». Yo estaba convencido de que 2020 iba a ser EL AÑO.

Y os prometo que durante los dos primeros meses, y a pesar de que llegué a estar un par de días de baja con vértigos que jamás había tenido antes, sí que parecía que 2020 iba a ser EL AÑO en el que iba a dar el paso que llevaba tanto tiempo deseando. Yo me sonreía convenciéndome de que el Universo conspiraba a mi favor...

Qué jodido el Universo, ¿no?

Mucha gente lo ha pasado mal, mucho más allá de la incertidumbre permanente que he tenido yo, que al fin y al cabo esta pandemia no me ha implicado más que espera o dificultad para tomar decisiones. Pero no me ha faltado nada ni nadie, y además ha sido un periodo que me ha permitido conocerme mejor, en lo bueno y en lo malo, apacible porque lo tuve todo cubierto y con todo el tiempo para mí. Incluso a veces ahora, cuando la duda y la incertidumbre me intentan hacer mella, recuerdo aquellos tres meses en mi apartamento de Madrid, aquella sucesión de días casi iguales pero siempre con alguna cosa nueva en la que ocupar mi cabeza; y lo recuerdo con cierta añoranza, sin obligaciones ni urgencias, con todo el entretenimiento y la capacidad de crear a mi alcance, con un espacio suficiente, lo justo para no agobiarme ni para que me «perdiera» en casa. Pero sé que esa añoranza se debe más a la comparación con la incertidumbre que sigo teniendo ahora, a un cierto síndrome de Estocolmo y a eso de que mejor malo conocido que buen por conocer. Estuve comiendo hace un par de días con un par de amigas, en casa de una de ellas, y durante un rato me quedé analizando el espacio de su apartamento, de estructura similar al que tuve yo en la capital, pero más pequeño. Y entiendo que ella pudiera tener a veces sensación de agobio, de encierro, añadiéndole además que tuvo unas semanas complicadas por el trabajo, una combinación fatal para atenazar su ánimo y transmitirle la impresión de estar realmente encerrada. Es algo que a mí no me ocurrió.

Ahora estoy pasando esta segunda ola en el apartamento de la playa, escuchando desde casa las olas en la orilla del mar, y que además gozamos de libertad de movimientos dentro de la comunidad autónoma, y sin embargo hay días en los que no salgo de casa, como ha ocurrido hoy, sin ningún tipo de trauma. He seguido ciertas rutinas del periodo del confinamiento, sabiendo que podría seguir así meses... Casi lo que en ocasiones me preocupa es pensar en cómo afrontaré el momento en el que tenga que trabajar respondiendo de nuevo ante alguien (que espero que no ocurra, pero con la situación actual no puedo descartarlo).

Empiezan ahora en los medios de comunicación los resúmenes de 2020, y hay mucha gente que lo da como un año perdido. Me resigno aún a pensarlo. Me acuerdo de uno de los primeros libros que leí en mi vida: Las aventuras de Vania el forzudo, en la que el protagonista recibía la instrucción de holgazanear más de lo que ya hacía, para desesperación de su padre y hermanos. Debería estar siete años tumbado junto a la chimenea, cubierto por siete pieles de oveja y comiendo siete sacos de pipas de girasol. Ese periodo que Vania se tira en barbecho, languidenciendo, no es más que una forma de ir acumulando fortaleza para convertirse en un héroe que recorrerá los caminos de Rusia y Ucrania para terminar por convertirse en un zar. Quiero pensar que este tiempo en semibarbecho en el que estoy, en realidad me está sirviendo para preparar mejor el proyecto que iba a comenzar a las bravas y sin preparación ninguna, el pasado 16 de abril con el primer crucero que llegaba al puerto de Alicante.

Sólo espero que no sean los siete años de Vania, que ya le estoy dado la vuelta al jamón... Hace unos días, mi sobrina de tres años me preguntó cuántos años iba a cumplir yo (aún queda más de medio año), y cuando dije cuarenta y cuatro me di cuenta de que por mucho que me vea como un chaval, hace tiempo que dejé de serlo (independientemente de mi actitud).

Bueno, a ver cómo termina el año, que en los poco más de veinte días que quedan aún puede pasar cualquier cosa. Si de algo nos ha servido 2020 es para darnos cuenta de lo fácil que es que nuestras vidas den un vuelco brutal en apenas unos días. Y además, hemos de sentirnos afortunados, porque esta gran crisis de esta generación es incluso confortable si la comparamos con los desastres que vivieron nuestros antepasados hace un siglo, en la primera mitad del siglo XX. A veces me pregunto si, una vez metida en el ojo de huracán, la población que sufrió aquellas calamidades de forma lateral (no hablo de quienes en serio estuvieron pagando con su sangre aquellas barbaries) lo vieron sin perspectiva y simplemente avanzaban día a día sin tener una consciencia general de que estaban en el foco de la Historia. Ahora se nos llena la boca y todo lo que vivimos es un hecho que quedará para los anales, pero el día a día es el día a día: seguimos saliendo a hacer la compra, empezamos proyectos, planeamos actividades, nos adaptamos a las nuevas normas para mantenernos en una supuesta normalidad, y al final nuestras historias han sufrido pequeños cambios que de forma individual no parecen formar parte de un gran acontecimiento de la Historia. Y sin embargo dentro de veinte o treinta años, quienes nacen ahora o apenas tienen tres años, verán todo esto como una marcianada alucinante.

Esperemos que quede pronto para poder verlo también así nosotros.



No hay comentarios:

Publicar un comentario