viernes, 16 de abril de 2021

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena XVII: Llevaba escrito mi nombre)

 A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 17ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Llevaba escrito mi nombre», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 19 de abril a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 20 de abril en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!

ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación, desvelamos los nombres de los autores y autoras de esta quincena.

ACTUALIZACIÓN 2: Una vez desvelado el resultado en Radio Elche, reordenamos los relatos de la quincena de menos a más puntuación..


AMENAZA, de Rosa García Panera.

Llevaba escrito mi nombre, tal y como me temía y como la policía ya me había avisado. Me habían felicitado por mi valor, me dijeron que era un ejemplo para los demás. Pero yo tenía miedo.

Volví a mi vida, lo sucedido había sido muy traumático pero necesitaba un poco de normalidad: la oficina, el gimnasio, las amigas. Mi madre me llamaba a diario: ¿qué tal vas, no le has visto, te ha llamado? No, no sabía nada de él hasta esa mañana en que, al abrir el buzón, vi aquel sobre y dentro, en mayúsculas una nota que decía: TE VOY A MATAR.


¿CÓMO TE LLAMAS?, de Pablo Crespo.

Llevaba escrito mi nombre con rotulador, en su espalda, como si fuera un tatuaje. No sé cuanto tiempo pasaría haciéndolo, o si se lo pidió a alguien, pero sin duda estaba muy orgullosa del resultado.

«¿Te gusta? Lo he hecho para ti, para gustarte. Si me dices que sí, mañana me lo hago definitivo, para que estemos siempre juntos. Quiero sentirte sobre mi piel cada segundo que pase hasta que me muera. Desde que te conocí supe que somos almas gemelas. Nada debe separarnos. Nunca.»

En ese momento me di cuenta de que debí darle un nombre falso al pedirle ese café, ayer.


CUENTISTA, de Raquel Zaragoza.

Llevaba escrito mi nombre en su babi escolar, era una niña de ojos azules y largas trenzas rubias…

Te llamas Irene, ¿verdad? ─me preguntó.

Sí. ¿Y tú? …Me suena tu cara.

Yo… soy tú. Quería saber si «de mayor» sería cuentista.

Lo siento, sé que te lo prometí, pero no, no soy cuentista ─confesé con miedo a decepcionarla.

La niña desapareció… Sin embargo, dejó su olor en mi almohada.

Quizá tan solo fue un sueño, pero yo prefiero pensar que vino para devolverme la ilusión. Ahora, he vuelto a soñar. Ahora, he vuelto a escribir. Ahora…, quiero ser cuentista.


INSÓLITO, de Paquita Márquez.

Llevaba escrito mi nombre la insólita noticia que conmocionó al mundo. Nunca nadie se había atrevido a tanto. Volvían los relatos en su forma primigenia, retornaban las palabras cantadas a la manera del juglar, palabras perdidas en el viento mientras buscan refugio en las memorias. Nunca el presente fue tan antiguo volviendo a sus orígenes. Y el mundo se preguntó asombrado: ¿Será posible?

Y lo fue. Y aquel año de 2016, allá en el país del norte, se escribió mi nombre en lo más alto: Bob Dylan, premio Nobel de las letras habladas, escritas y, sobre todo, cantadas. ¡Y yo «haciéndome el sueco»!


TARDE DE CHICAS, de Raquel Zaragoza.

Llevaba mi nombre escrito en todas y cada una de ellas. ¡Eran corbatas de Unquera!

Mientras mis amigas las «Barbies geriátricas» hablaban sobre dietas hipocalóricas, yo me deleitaba con los hojaldres glaseados con trocitos de almendra. En cada bocado, se desprendían pequeñas escamas que lamía ceremoniosamente…

Cuando estaba disfrutando la última, noté cómo me miraban con cara de asco; enseguida, traté de justificarme:

Tranquilas, chicas, que esta noche me prepararé un batido como el de vosotras. Bueno, yo lo tomaré de postre. ¿Lo habéis probado con dos bolas de helado y una nube de nata? ─pregunté, balbuciente, con la boca llena.


EL VESTIDO, de Raquel Domínguez.

Llevaba escrito mi nombre, yo vi como la dueña lo escribía en la etiqueta. Aquel dependiente joven y fumado le había dado mi vestido de novia, un vestido de 3.000 €, a una chica que, ¡Oh, casualidad!, se llamaba como yo. Pero el muy cenutrio no le preguntó el apellido y aquella muchacha salió de la tienda corriendo antes de que el dependiente fumado se diera cuenta. Sin pensarlo salí detrás de ella tire mi bolso a ras del suelo y cuando su nariz chocó contra el suelo cogí mi vestido y le dije:

«Conmigo no se juega».


SINUOSAS... CURVAS, de Narcís Ibáñez.

ssapina

Llevaba escrito mi nombre en el reverso de la medalla que él me regaló robándome el primer beso, desde siempre supe que ser mujer en un mundo de hombres sería una tarea dura de llevar… si no quería ser la ama de casa convencional, siempre luché contra mis circunstancias.

Mi lema era «el sexo forma parte de mi naturaleza y me encanta la vida». Disfrutar del sexo estaba mal visto en la época, ¿qué sentido tenía ser una chica que vivía encerrada dentro de mi propia piel? Llegué a sentir que no encajaba en el mundo que me rodeaba.

Me llamaban Víctor, siendo Victoria.


CUESTIÓN DE TIEMPO, de Raquel Domínguez.

Llevaba escrito mi nombre pero sabía que si cedía rompería el pacto, el juramento que me había hecho a mi misma una semana antes.

Llevaba escrito mi nombre y me miraba con carita de bebé, me hacía ojitos desde el otro lado del deseo.

Llevaba escrito mi nombre y no pude contenerme ante la llamada de aquel jugoso y goloso croissant de chocolate que decía a gritos: «¡Cómeme! ¡Cómeme!», y daba por cancelada, el solito, la operación bikini.


MIS COSAS, de Raquel Domínguez.

Llevaba escrito mi nombre, ese libro y otros dos que encontré en la estantería.

Movida por la curiosidad, revisé la colección de cd's. Justo lo que pensaba, había dos cd's que ni eran suyos ni eran de su estilo. Con el ceño fruncido abrí el cajón del aparador: un sacacorchos. Era un sacacorchos común pero sabía que era el mío porque en el mango ponía «Raquel».

Cuando Ana asomó por la puerta recogí todas mis cosas, me miraba estupefacta pero más sorprendida se quedó cuando tiré la foto sobre la mesa: «A Juanjo, te lo puedes quedar». No volvió a quitarme nada más.


LA CARTERA, de Pablo Crespo.

Llevaba escrito mi nombre y el de mis hermanas en un viejo papelillo, arrancado años atrás a una libreta. Junto a los nombres, nuestros teléfonos y fechas de nacimiento. Supongo que de haber sabido cómo usarlos, estarían también nuestros correos electrónicos.

Mi madre siempre se acordaba de la fecha de mi cumpleaños. Según ella, el ginecólogo retrasó un día su cesárea, para que yo no naciera el día del alzamiento nacional (lo que mi padre desmiente).

Y cuando yo, para molestar, le preguntaba por la fecha del de mis hermanas, ella respondía: «No me acuerdo, pero lo tengo apuntado... en mi cartera».


LA PUERTA DEL DESPACHO, de Américo Fojo.

Llevaba escrito mi nombre y debajo, las palabras mágicas: «Director de Operaciones».

Años de duro trabajo, estrategias, amarguras y tragar sapos para llegar a ese despacho, amargo premio por cumplir con la orden de arriba: reducir la plantilla al 50%, caiga quién caiga.

Hoy, al llegar a la empresa, noté algo extraño: mi plaza de párking estaba ocupada, la puerta de mi despacho abierta y sentado en mi sillón, uno de los jóvenes becarios.

«Buenos días señor González… lo ha llamado el Director de Personal para que suba urgente y que, por favor, me entregue las llaves y el móvil de la empresa…».


UN JURAMENTO DE AMOR ETERNO, de Marcelo Celave.

Llevaba escrito mi nombre y el suyo. Se veía claramente un corazón grabado: «Elvira y José-1952».

Fue muy embarazoso; fuimos con mi esposa Carmen al velatorio de nuestra amiga de la infancia Elvira y en ¡la tapa de su féretro! se veía la inscripción romántica.

Yo recordé inmediatamente, una tarde de primavera 70 años atrás, un tronco sin corteza en el bosque de sauces donde grabamos nuestro amor eterno con Elvira.

Esto es una conjura cósmica: el aserradero, el transporte, el taller de pulido, la Pyme que ensambla las cajas mortuorias… todos se confabularon para que Elvirita se lleve mi corazón a la eternidad.


DUELO, de Daniel Farré.

Llevaba escrito mi nombre manuscrito. Reconocí su letra.

No necesité abrir la carta para saber su significado. Se cumplían cincuenta años de la última vez que nos habíamos enfrentado. Nunca más nos habíamos visto.

No le conté nada a mi familia. Cuestiones de honor no se comprenden racionalmente.

Me correspondía elegir el modo. Sin dudarlo, tomé la cajita metálica que había escondido minuciosamente.

La abrí. Estaban los once. Recordé el día que los tomé del costurero de mi madre y los bauticé: Muñoz, Moreno, Pedernera, Loustau...

También estaba Ángel Labruna, el autor del último gol de aquella tarde.


EL REGALO, de Patricia Rodríguez.

Llevaba escrito mi nombre y una nota con instrucciones, pero en chino mandarín. Y aunque le pasé el traductor de Google varias veces, aquella nota era un galimatías. Aun así, me lancé a usarlo a ciegas, como cuando intentas montar un mueble de Ikea sin leerte el papelito y te sobran tornillos o te faltan tuercas, pues así, pero con resultados variopintos con cada uso.

Una vez lo metí en un cajón con afán de olvido, pero el muy cretino seguía llamándome desde su escondite. El reencuentro fue catártico y asumí que era finito. Desde entonces, somos amigos.

Mi regalo se llama tiempo.


NO LO LLAMÉIS MACHISMO, LLAMADLO AMOR, de Marcelo Celave.

Llevaba escrito mi nombre en su frente, en su alma… en su sangre. Nadie la iba a querer como yo. Me duele porque la primera que lo sabía era Vicky.

Yo no soy machista, pregúntenle a mi madre, a mi hermana... Siempre estoy ofreciéndome en casa para ayudar, hasta orino sentado para no ensuciarles la tabla del inodoro.

Pero verla aquella tarde con aquel petimetre haciéndose manitas… fue una provocación intolerable.

Quizás me pasé, pero ¿cómo es posible que Vicky no haya sabido respetar mi amor, mi protección…?

Ahora tengo todo el tiempo del mundo para encontrar respuestas… y Vicky es mía para siempre.


LAS CARTAS, de África Estrella.

Llevaba escrito mi nombre, aquellas cartas iban dirigidas a mí; me enteré un tiempo después.

Cuando llegaba el correo, cierta persona se adelantaba siempre a recogerlo y entre todo lo recibido, apartaba un sobre.

Nunca supe el porqué, pero sentía curiosidad.

Un día, al salir del trabajo, me encontré con él, nos saludamos y lo primero que me dijo fue:

¿Por qué no has contestado a mis cartas?

No he recibido ninguna.

Pues te envié varias.

Claro, por eso las apartaba. Eran para mí. Creo que sentía celos.


CERTEZA PROBADA, de María José Peña.

Llevaba escrito mi nombre, el insomnio que de nuevo volvía a visitarme, pero esta vez entre desvelos y vigilias no deseadas me acompañaba tu recuerdo: el sonido de tu voz, el sabor de tus labios, el calor de tu piel…

Y por primera vez, he deseado que ese compañero tan denostado se quede un poco más a mi lado, porque soñarte despierta siempre será mejor que no tenerte.

Te echo de menos, te echo de menos desde la primera vez que sentí que te echaba de menos, esa fue la peor vez.

Todo tiene una «última vez», pero yo aún no contaba con ella.


CONTRATO A PERPETUIDAD, de Patricia Rodríguez.

Llevaba escrito mi nombre. ¡Qué suerte!, pensaréis, y al principio esa fue también mi percepción, pero hay regalos envenenados y este resultó ser la manzana de Blanca Nieves.

Lo acepté sin pensar, sin leer la letra pequeña, sin saber que me convertiría en un moderno Fausto deudor de almas, bueno, de la mía. Y es que desde el momento en que los pusieron en mi regazo perdí mi nombre, y pasé a ser «la mamá de…»


OLVIDO INVOLUNTARIO, de Américo Fojo.

Llevaba escrito mi nombre, por esa costumbre de mi madre de coser etiquetas en mi ropa para diferenciarla de la de mi hermano.

El marido de Ana me acorraló entre los ficheros y la máquina de café, furibundo, casi restregándome por la cara su puño, que apretaba un slip azul.

¡¡Esto lo encontré, cabrón, debajo de mi cama cuando volví del viaje …y no me voy a pelear contigo, no…pero desde ahora sigues tú con ella y cuando te diga, como la publicidad de L’Oreal, «esto me lo merezco», las facturas las pagarás tú, capullo!!


TE EXTRAÑO, de Mari Bastida.

Llevaba escrito mi nombre en el remitente, sin embargo, todas las cartas me las devolvía el viento. Intenté gritar, pero mi voz se estrellaba contra el frío muro del silencio. No quise rendirme a su olvido e indiferencia y sin pensarlo, me presenté allí sin avisar. Las puertas, al reconocerme, me dejaron entrar. Dormía y respiraba profundamente. La foto de nuestra boda seguía en la mesita de noche junto a mi anillo de oro. Entonces recordé. Aquel camión se cruzó justo cuando cantábamos el estribillo de nuestra canción. Ahora sé que soñaba conmigo pues fue su inconsciente el que me llevó junto a él.


MIS CUMPLEAÑOS, de Mari Bastida.

Llevaba escrito mi nombre aquella tarta con cinco velas y aún no me dejaban salir sola. Quería encontrar tesoros, como mis hermanos. Siempre volvían con algo valioso, una piedra brillante, un pájaro de madera, aunque también me asustaban diciendo que había una mano verde bajo mi cama. ¡Ya estaba harta! «Mamá, quiero ser mayor”, «falta mucho todavía», decía condescendiente. No podía esperar tanto, así que decidí cumplir años todas las semanas. Un día me escapé y compré una bolsa de globos para mi fiesta, pero unas niñas mayores los explotaron. Cabizbaja, regresé a casa con la lección aprendida.

«Mamá, ¿cuánto falta para mi cumpleaños?»


FERIA DE CIENCIAS, de Silvia Espina.

Llevaba escrito mi nombre en letras azules sobre una etiqueta blanca, con la esmerada caligrafía de mi padre. Él también me ayudó a preparar la muestra; era la última feria de ciencias del año y estábamos radiantes.

Durante nuestro recorrido por la exposición, noté la falta del trabajo de mi compañera Celia, buena alumna pero carente de recursos y tristemente, también de familia.

Sin dudarlo miré a mi padre y vi un asentimiento en el entornar de sus ojos; el orgullo dio paso a la humildad y rápidamente quité mi etiqueta y escribí su nombre en el hueco.


LA FECHA DE MAÑANA, de Anna Melnique.

Llevaba escrito mi nombre. Bueno, no era de extrañar, mi nombre es común. Las cinco letras, uno de los nombres más populares del planeta, procedente de una leyenda sumamente absurda que resultó ser la base de una religión mundial.

Lo de extrañar era el apellido que también coincidía con el mío. Estuve un buen rato examinando las palabras, intentando darles una explicación verosímil. No tuve mucho éxito. Miré alrededor. El paisaje parecía desierto, pero sólo en términos de presencia física.

Debajo del nombre había una fecha. Enseguida entendí. Escribí al lado la segunda –la de mañana– y me fui del cementerio.


LA ORILLA, de Ana Montesinos.

Llevaba escrito mi nombre sobre esas hojas amarillas.

Lo pude ver con el rabillo del ojo...

Comencé a temblar, sentí que el mundo se me venía encima, pasaron por mi mente cientos de recuerdos aglutinados, rápidos y fugaces, confusos.

Sus manos apretando esos papeles eran firmes aunque ajadas por la edad, por la intemperie.

Comenzó a llamar a los allí presentes, uno a uno, con voz tenue y apagada, fría.

Solo quedaba yo en aquella orilla.

Me miró como quién mira a un hijo pequeño dormido sobre sus brazos.

No me nombró.


REALISMO, de Paquita Márquez.

Llevaba escrito mi nombre el papel que me adjudicaron en aquella obra de terror, y yo traté de hacerlo lo más realista posible. ¿Que me enamoré perdidamente de ella?, sí. Lo pedía a gritos el guion. ¿Que le cogí inquina al amante?, también. Era parte de la trama, y yo estaba sumergido en ella. ¿Que le eché la culpa por coqueta, comprometedora y desvergonzada?, claro. Me encendía la sangre en cada escena. ¿Que me pasé cuando le atravesé de verdad su caprichoso corazón?, por supuesto. El guion decía que me motivaba la desesperación y el despecho, ¡y no me negaréis que estuve soberbio!


EL LAZO GRANATE, de Averik Melkonyan.

Llevaba escrito mi nombre, con un bordado fino y de color negro. Hacía apenas una semana que el colegio permitió usar el uniforme de verano. De repente, empiezo a notar una presión en mi pecho. Abro los ojos con pesadez. La luz de la bombilla está parpadeando. Ya no sé si e de día o de noche. Ahora, no reconocería ni mi propia sombra. Hace tiempo que no veo a mis padres, ya no recuerdo sus rostros. ¿Seguirán vivos? ¿Aún se acordarán de mí? He crecido mucho desde entonces y ahora espero un bebé. Ojalá que no se hayan rendido en buscarme.



Y el podio ha quedado esta quincena de la forma que sigue:

Tenemos un triple empate en la tercera posición, con 9 puntos:

OBLIGACIONES, de Pablo Crespo.

Llevaba escrito mi nombre, sin duda yo era el destinatario, aunque no entendía qué podría querer de mí el gobierno de España. Nervioso y curioso, confirmé mi DNI al cartero y firmé el justificante de entrega.

De camino al salón iba fantaseando con las diferentes posibilidades: quizás me habían elegido como representante del colectivo sanitario para algún acto oficial... o podría tener relación con ese político al que operé una rodilla… ¿y si me invitan a una cena en Moncloa?

En el documento, al final, explicaban las consecuencias de no presentarme el día 4 a la mesa electoral. Enhorabuena a los premiados.


RIESGO QUIRÚRGICO, de Silvia Espina.

Llevaba escrito mi nombre claramente y en el protocolo figuraba también la medicación y el tipo de procedimiento quirúrgico al que debía someterme a causa de una sinusitis pertinaz.

Compartía habitación con Mario, un joven transexual, eufórico y feliz por haber logrado al fin su ansiada operación de cambio de sexo.

Al regresar del quirófano y luego de disiparse el sopor provocado por la anestesia, escuché al cirujano preguntarme: «¿qué tal Mario?...¿todo bien?».

Mi alarido retumbó a lo largo de los corredores.


LA PEQUEÑA LIBRETA, de Ana Medina.

Llevaba escrito mi nombre cuando la policía lo encontró después del accidente.

Me llamaron para que fuera a identificar el cadáver.

Al retirar la sabana que lo cubría un temblor me recorrió el cuerpo, «no era el hombre que estaba esperando». Pero su cara me hacía recordar a otra persona. Estuve todo el día dándole vueltas al rostro.

Al atardecer cuando cayeron las primeras sombras, recordé aquél rio iluminado de plata, y aquel beso de amor. Era mi primer amor, mi gran amor de juventud.

Solo mi nombre y el teléfono estaba escrito en la libreta. (Yo lo había olvidado).



En segundo lugar, con 10 puntos tenemos:

¡EXTRAÑA PRIMAVERA LA DE AQUEL AÑO BISIESTO!, de Raquel Zaragoza.

Llevaba escrito mi nombre bajo un arcoíris de emociones silenciadas.

Al principio, fueron muchos los que me abrieron sus puertas; pero, desde hace poco más de un año, me siento constantemente cuestionada. Desde hace poco más de un año…, la «normalidad», que se vive, ¡es muy rara!

Mi nombre sigue escrito en los carteles que cuelgan en algunos balcones y ventanas. Me llaman «ESPERANZA», y permanezco con todos aquellos que aprendieron a sonreír con la mirada.



Y ganadora esta quincena, el oro con 12 puntos es para:

PALABRAS, de Paquita Márquez.

Llevaba escrito mi nombre aquel cuaderno de palabras. Desde que noté que cada día se escapaban algunas de mi memoria, me dediqué a anotar en él las más importantes de mi vida. Las agrupé por orden de uso: primero las corrientitas, las de andar por casa; luego las atrevidas y sugerentes, que son las que utilizo para mis relatos; en otro apartado puse vocablos malsonantes que uso como dardos cuando me enfado. Dejé un lugar especial para las palabras que me hacen soñar y emocionarme…, esas que tengo siempre en la punta de la lengua y se resisten a salir cuando las necesito



Fuera de concurso:

EL MOMENTO, de David Reche Espada.

Llevaba escrito mi nombre garabateado junto a mis señas, como en un mapa del tesoro: «sigue el agua de la fuente roja y en la esquina de la vieja farmacia busca el árbol de los mirlos». Mostró el papel contando que lo acababa de soñar.

Un flash me zarandeó y salmodié el sueño de esa noche: «una joven pelirroja susurraba: “los pájaros al amanecer cantan sueños”».

«Y antes de dormir», completó ella en mi puerta, «silban sus anhelos para soñarlos». Su voz era la que escuché durante la noche.

Sonrió y me tocó tímida. Ambos sentimos la revelación: «ello» estaba a punto de acontecer.


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