Llega un momento de la vida en el
que descubres que el verbo querer es
demasiado impreciso, en lo que a lo sentimental se refiere, como para definir
el matiz exacto de la forma en que sonrío cuando llega una carta tuya, o para
recoger siquiera el cúmulo de ideas ingenuas que vuelan tras tu recuerdo cuando
me abrazo a la almohada al dormir; pero que tampoco abarca mi devenir
indiferente a tu añoranza el resto del día, o mi admiración ante los ojos que me
miran despistados, las caderas hipnóticas o la risa a traición de otras tantas
mujeres que casi podrían ser tan especiales como tú.
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