DOS GARGANTAS Y UN REVENTÓN
O UNA NOVIA BEREBER
O UNA NOVIA BEREBER
El día amaneció nublado en las dunas, con lo que a pesar del
madrugón nos perdimos la salida del sol en el desierto.
Para volver a los vehículos, debíamos desandar en camello el
mismo camino del día anterior. Al otro lado del erg también nos esperaba en la
kashbah un buffet libre para desayunar, mezcla ideal entre desayuno europeo y
marroquí. Un buen comienzo para embarcarse en una nueva jornada, esta vez hacia
el oeste.
Ya con las nubes disueltas por el sol, quedé con otros
compañeros en la gasolinera de la salida de Rissani y emprendí la marcha.
Hoy el resto de moteros harían pistas de tierra para visitar las esculturas de la
Escalera de Orión y la Ciudad Celestial, en las proximidades de Erfoud, un
lugar fuera del alcance de una Vespa o de un turismo (según las investigaciones
previas que realice en algunos foros antes de salir de España). Lo que sí
estaba al alcance era la Cárcel portuguesa, unos 13 km más alla de la gasolinera, en
nuestro camino hacia las gargantas del Dades.
Me reagrupé en el cruce de la N13 con la N12 con los cinco
equipos con los que esa noche compartía hotel, y les guie hasta la entrada a la
cárcel portuguesa. Fue aquí donde comenzó la “diversión”. En algunos foros leí
que los poco más de tres kilómetros y medio de pista que separaban la cárcel portuguesa de la carretera se podían realizar con turismo; así que tras consultarlo con la conductora del vehículo que iba en cabeza (Aitana con su A3) nos salimos del asfalto.
Se trata de una pista en medio de la hamada, sembrada en muchos tramos de
piedras afiladas y oscuras. Yo con la Vespa las podía esquivar con cierta
facilidad, mientras que los turismos (incluyendo un VW Touran y un Dacia Duster
de alquiler) iban quedando poco a poco atrás.
Al llegar a nuestro destino, fui consciente de la primera
incidencia: el A3 de Aitana venía con una rueda trasera totalmente destrozada. Al cambiarla descubrimos que la rueda de repuesto no era como las originales, sino
más estrecha, para circular a velocidades inferiores. Si en el camino de
vuelta a la carretera esa rueda se dañara, íbamos a tener un
problema grave…
Después de las fotos, el cambio de rueda y algún enfado por
la decisión de llevarlos por aquel camino, reemprendimos la marcha. Yo iba de
nuevo en cabeza junto con el Duster de Rosana y Vicente (que dos días antes se
habían quedado aislados cruzando el Atlas debido a la tormenta de nieve).
Al llegar a la carretera vimos que el resto de vehículos se
había detenido a mitad de camino y que todo el mundo estaba fuera de los coches
rodeando el A3. Nos temimos lo peor. Volvimos al punto donde estaban nuestros
amigos y descubrimos la segunda incidencia del mismo coche: se había quedado
atascado en el único banco de arena que atravesaba la pista.
Tras llevar a cabo diversas estrategias que incluyeron la
excavación de la arena con la que tocaban los bajos del vehículo, levantarlo
con un gato y la búsqueda de piedras grandes y planas que pudieran servir de
base sólida bajo las ruedas tractoras, Vicente consiguió sacar al Audi de allí.
De nuevo nos adelantamos el Duster de Rosana y Vicente y yo
hasta la carretera, pero cuando llegamos al asfalto comprobamos otra vez que
todos los vehículos se paraban a menos de 100 m del final de la pista.
Tercera incidencia: ¡de nuevo el Audi tenía problemas! Desde
una de sus ruedas delanteras salía un chirrido muy preocupante. Tuvimos que volver
a sacar el gato para extraer la rueda y buscar el problema.
El disgusto de Aitana durante el primer problema se había vuelto enfado con la segunda incidencia, y ahora se había
transformado en incredulidad con este nuevo problema. Finalmente, tras varios
intentos se consiguió que la piedra causante del chirrido cayera de algún lugar
del disco de freno.
A partir de ahí todo era asfalto, aunque dos años atrás me
encontré con que en esa misma carretera N12 había un tramo bastante largo con muchos
socavones. Esto haría que los 90 km hasta Alnif, donde estaba el desvío hacia el
norte para cruzar el anti Atlas, pudiera llevarnos casi dos horas en recorrerlo. De todas formas,
el Audi no podría superar los 80 km/h con la rueda de repuesto. Debíamos
confiar que en Tinehir, la ciudad de entrada a las gargantas del Todra, hubiera
manera de conseguir una rueda nueva. Si no era allí, al día siguiente en
Ouarzazate seguro que se podría solventar el problema.
Por suerte, me encontré con que la carretera había sido
reparada y estaba en perfectas condiciones. Así que de nuevo nos fuimos disgregando
y cada equipo hizo el camino a su ritmo.
Gran parte de este tramo atraviesa una región con aspecto de
sabana al pie de la zona más suave de la cordillera del anti Atlas. Una llanura entre colinas no muy altas, atravesada por barrancos desde el norte hacia
el sur, y salpicada de árboles achaparrados que recuerdan a las acacias típicas
de las sabanas del centro del continente. Los contrastes del paisaje seguían sucediéndose
a lo largo del viaje. Sin duda uno de los aspectos que más valorarían luego los
participantes del Desafío en las Dunas.
En el pueblo de Alnif abandoné esta carretera N12 y me
encaminé por la R113. Serían 45 km hacia el norte, atravesando el puerto de Tizi n’Tfrkhin
para llegar a la N10, que corre en paralelo al otro lado de la cadena
montañosa. Las carreteras marroquíes, sin contar las autopistas, se clasifican en N, R y P según el orden
de importancia; y nuestro amigo el motorista Manuel
Rubio sugirió que esta clasificación atiende a los conceptos de Normal, Regular y Peor.
El caso es que esta carretera R113 estaba en muy buenas
condiciones, especialmente en el tramo del puerto, que se eleva hasta los 1.274 m de
altura desde los 876 de Alnif. Lo subí al ritmo trantranero de mis 125 cc, y una vez arriba ya bajé con más alegría
hacia la llanura que se encajona entre las dos cordilleras.
A continuación seguí por la N10 hacia el noroeste,
atravesando una zona un poco más urbanizada, con casi la mitad del trayecto
hasta Tinehir franqueado por construcciones dispersas. Comprobé con alivio que
entre los locales que daban a la carretera también abundaban los negocios de
neumáticos. Esto es algo que, a lo largo de unos cuantos viajes, he visto que es común en
los países donde el estado de las carreteras es mejorable.
Si el modo de urbanización típico en estos lugares, desarrollándose
a lo largo del camino, no es precisamente muy atractivo, las vistas fuera de
las poblaciones tampoco es que se libren de lo anterior. Poco antes de llegar a
Tinehir vi con desagrado algo de lo que ya me habían hablado en el pasado como
un problema común en muchas zonas de África: las bolsas de plástico. Un mar de
bolsas azules atrapadas por los matorrales de la estepa inundaba algunos tramos
del paisaje.
Desolador.
Llegué a la ciudad con el depósito en las últimas y fui a
echar gasolina antes de subir río arriba hacia las gargantas, en busca de mis
amigos. Algunos de ellos me habían adelantado un rato antes, otros estaban aún en
camino.
Y encontré a los dos equipos que me habían pasado. Estaban en el
establecimiento de la familia el Mabrouk,
junto al mirador desde el que se puede contemplar el inmenso oasis que forma el
río Todra al salir de las gargantas que llevan su nombre. Allí estaban a
orillas en la carretera tomándose unas mirindas. Aquí fue donde ligué.
Wikipedia commons.
Las mujeres al cargo del negocio, una tienda sin existencias
pero con unos salones amplios que podían servir lo mismo para cualquier tipo de
celebración como dormitorio comunal para mochileros, con unas vistas
fantásticas al oasis; eran dos torbellinos. Una de ellas se me agarró del brazo, y de forma aleatoria lo mismo quería subirse en la Vespa que me llevaba al interior del negocio en su forma de
decirme “mira guapo, que tengo tierras”. También me pidió insistentemente mi
número de teléfono. Simpatiquísima, pero no era mi tipo de mujer bereber.
Visto que en ese momento tampoco tenían mucha comida para
empezar a cocinar, nos fuimos a comer a los alrededores de la plaza ajardinada
del centro de la ciudad, junto a la carretera. Como éramos muchos decidimos
dispersarnos por diferentes bares de la zona, para evitar colapsar con 19
personas el restaurante donde nos metiéramos todos. Además, Aitana debía
solucionar su problema con el recambio de la rueda.
Mis compañeros de comida y yo optamos por un bar en el que vimos
que tenían pollos girando sabrosos en los espetos de un asador. Una comida
rápida, ya casi lista para servir. Era una buena opción evitar las típicas
esperas a la hora de comer en el mundo rural marroquí. O eso creíamos…
Nos subieron al piso de arriba y nos dejaron solos en el
salón. Al menos teníamos buenas vistas sobre el parque y las terrazas de los
cafés en la calle. Mientras tanto, el encargado repetía las típicas operaciones para
poner la mesa sin ningún tipo de patrón lógico. La comida ya llegaría. ¡Prisa mata!
Mientras tanto, Juanma y Aitana consiguieron que un tipo con
un Renault 12 se comprometiera a traerles una rueda nueva para el Audi durante
la hora que tardarían en comer. El paisano se les presentó cuando vio los
esfuerzos que estaban sufriendo para que un policía entendiera que estaban
buscando un sitio donde cambiar la rueda reventada. Hay veces en las que un
buscavidas sí puede arreglarte el día.
Después de comer, como era habitual, salí el primero con la
moto para compensar mi menor velocidad en campo abierto. Algunos de los amigos
con los que estaba compartiendo etapa fueron a ver las gargantas del Todra. Yo
tenía por delante unos 50 km en dirección suroeste por la N10 hasta Boumalne
Dades, y desde ahí otros 30 km por una carretera de tipo R (regular según Manuel
Rubio) internándome hacia el interior de las gargantas del río Dades.
Conforme iba avanzando por la carretera nacional el cielo se oscurecía a mi derecha, con unas nubes negrísimas asomando sobre las
primeras estribaciones del Alto Atlas. En ocasiones, a esa amenaza de lluvia se
le unían ráfagas de viento lateral y de frente que barrían la llanura desnuda y
desolada por la que circulaba. Tan solo en un par de puntos había pequeños
atisbos de oasis en el pie de torrenteras que bajaban desde las montañas. En esta zona las marcha fue un poco penosa debido al viento, pero por
fin llegué a Boumalne Dades.
De repente, la llanura se abre y la carretera baja al fondo
del valle del Dades, 60 m más abajo. La frondosidad de los huertos, el verde de
las palmeras y el bullicio en las calles en las paredes del cañón, contrastan
con la monotonía solitaria de los minutos anteriores. Más contrastes.
Crucé el río y giré a la derecha. Sólo me quedaban los
últimos 28 km hasta llegar al hotel por la carreterilla que sube río arriba por el
fondo de la garganta. Aquí de nuevo más contrastes: el verde oscuro de la
vegetación, el rojo intenso de las paredes del cañón y el blanco de la nieve
que se ve allá arriba en las cumbres. Faltaba el azul del cielo limpio, esta
vez sustituido por la amenaza de las nubes. Sin duda en las últimas horas o
días había llovido bastante por allí, porque había lugares en los que la
carretera estaba sucia con signos claros de haber sido desbordada por las
torrenteras. También había evidencias de que el mismo río había cortado el camino en el punto donde éste saltaba a la otra ribera.
Poco a poco el cañón se fue haciendo más angosto, con el río
y la carretera encajados bajo laderas que en algún caso tienen hasta 700 m de
desnivel. Y mientras la garganta se estrechaba, el día se oscurecía. Estaba casi
tan al sur como en las dunas de Merzouga, pero en el fondo de un barranco
estrecho y profundo, así que llegué casi de noche a La Gazelle du Dades.
Una vez más, mi Vespa y yo habíamos sido los primeros en
llegar a destino. Así que durante un buen rato pude relajarme disfrutando del té
y los frutos secos que el encargado de la recepción me ofreció para que me
repusiera del viaje.
Más tarde fueron llegando el resto de compañeros con los que
tenía reserva, pero también los equipos de motoristas y las asistencias de unos
de ellos; a los que había chivado por la mañana dónde dormiríamos.
El día se había hecho largo, pero en aquel hotel al pie del
acantilado encontramos un refugio agradable para contarnos unos a otros las
incidencias de la etapa y planificar la siguiente. A partir de este punto ya no
teníamos nada planeado.
El making off del diario de Manuel Rubio en el vestíbulo del hotel.
Quedaban 5 días hasta el lunes y recibíamos noticias de que
el puerto de Tizi n’Tichka (la principal ruta para cruzar el Atlas) estaba
cerrado por la ventisca (incluso algunos rumoreaban que había medio metro de
nieve en el aeropuerto de Marrakech), así que intentarlo por otras rutas
secundarias con pistas sin asfaltar (mi intención original) era un tanto arriesgado.
Un guía turístico marroquí me estuvo contando que por las gargantas del Dades era imposible subir, según contaban unos lugareños que habían estado esa tarde por allí en todoterreno. Y de paso me recomendó una subida alternativa al Tizi n'Tichka, para llegar a la cima por otro camino de paisajes más impresionantes.
Deberíamos esperar a las noticias de la mañana siguiente para saber si podríamos cruzar o no las montañas, o hacer una ruta más larga hacia la costa, y subir desde Agadir. Tras el desayuno lo veríamos todo más claro. Por esta noche, lo mejor que podíamos hacer era disfrutar de la cena, la compañía y la música en directo.
Fuera comenzaba a nevar.
Coninúa AQUÍ
Un guía turístico marroquí me estuvo contando que por las gargantas del Dades era imposible subir, según contaban unos lugareños que habían estado esa tarde por allí en todoterreno. Y de paso me recomendó una subida alternativa al Tizi n'Tichka, para llegar a la cima por otro camino de paisajes más impresionantes.
Deberíamos esperar a las noticias de la mañana siguiente para saber si podríamos cruzar o no las montañas, o hacer una ruta más larga hacia la costa, y subir desde Agadir. Tras el desayuno lo veríamos todo más claro. Por esta noche, lo mejor que podíamos hacer era disfrutar de la cena, la compañía y la música en directo.
Fuera comenzaba a nevar.
Coninúa AQUÍ
No hay comentarios:
Publicar un comentario