viernes, 11 de diciembre de 2020

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena VIII: El efecto balsámico de las micras de un relato)

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido, las obras presentadas en la 8ª quincena del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche 'Libros y música para un paseo en Vespa'.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «El efecto balsámico de las micras de un relato», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 14 de diciembre a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 15 de diciembre en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!

ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación, añado el nombre de los autores de cada relato.

ACTUALIZACIÓN 2: Una vez conocido el veredicto en la sección 'Libros y música para un paseo en Vespa' de Radio Elche, doy a conocer el podio.



DE REGRESO, de Ana Medina Martínez.

El efecto balsámico de las micras de un relato. Sin decirme cuando volvería, él se marchó bajo aquel cielo diáfano de primavera. ¡Yo nunca pensé en su regreso! Cuando lo vi llegar aquella tarde sosegada de otoño, mi corazón no estaba preparado para el encuentro.

 

CARONTE DESNORTADO, de Ismael Vives Bonete.

El efecto balsámico de las micras de un relato duró un santiamén, y habrá quien no comulgue con mi cristo pordiosero de la eternidad bajo el arrope de la barba hípster de un San Pedro enclavado en las puertas del cielo o del infierno (la disyuntiva es pertinente pues hay quien prefiere un Caronte borracho y desnortado), pero tras ese breve lapso de tiempo se creó todo un universo de átomos y materia oscura, que no son otra cosa que las letras con las que un irredento, cumpliendo condena, maquina y masculla el libro infinito del que todos somos hojarasca en un otoño sin amor ni ocres.

 

INSTINTOS, de Paquita Márquez Ayuso.

El efecto balsámico de las micras de un relato que leía mientras desayunaba, no fue suficiente para evitar maldecir la inexorable Ley de Murphy. ¡Otra vez la tostada y la mantequilla contra el suelo! Me levanto de golpe, piso el rabo de Luna que venía a relamer aquello, da un tremendo bufido, maúlla dolorida y sale como una exhalación de la cocina. Enseguida creo oír a la abuela exhibiendo el mal genio que se le pone cuando se trata de su gata:

—¡Ya estás otra vez haciendo rabiar a mi pobrecita Luna!

¡Hasta puedo sentir el escozor de la colleja de rigor!

¡Cómo te echo de menos, abuela…!

 

SALVACIÓN, de Ana Montesinos.

El efecto balsámico de las micras de un relato me hizo, por fin, dormir toda la noche. Llevaba semanas en vela tras su marcha repentina. Días apagados por su ausencia y horas inacabables que me asfixiaban en las paredes blancas de esa pequeña casa que había sido nuestro hogar.

Ni el alcohol, ni las fiestas habían conseguido aplacar mis lágrimas. Mi tristeza chorreaba espesa tal y como fluye la sangre de las venas tras un consciente corte.

Y precisamente, escribiendo esa carta de despedida, surgió ese relato que cambió mi ser por dentro, que me renació, me que salvó dulcemente del deseo de acabar con mi desolada vida.

 

BÚSCAME, de Mari Bastida.

El efecto balsámico de las micras de un relato:

Me llaman de mil maneras y tengo múltiples personalidades.

Hay quien no quiere conocerme, para algunos ni siquiera existo y si me ven no les parezco atractivo, pero hay otros que me buscan, me prueban y exprimen toda mi esencia, siempre quedan con ganas de más.

Conmigo ríen, les intrigo, a veces lloran, se enamoran y ya no pueden vivir sin mí.

Soy el hijo de mis padres y antes de nacer se preocuparon de inculcarme toda su sabiduría e imaginación. Me concibieron para trasmitir conocimientos y también para entretener.

Ahora solo tienes que elegir un título leer y disfrutarme.

 

ILUSIONES, de Raquel Zaragoza.

El efecto balsámico de las micras de un relato fue la mejor medicina para vencer al buitre de la depresión; que, tras el fallecimiento de mi madre, merodeaba devorando mis ilusiones.

Empezar a escribir fue lo más difícil; manchar el blanco del papel. Luego, poco a poco, embriagada por un cóctel de emociones contrapuestas, me fui desnudando para vestir con palabras los folios en los que resumí mis vivencias.

Hacerlo me reconcilió con la niña que fui; a la que le prometí tantas cosas… Las ilusiones de una niña de ojos azules y trenzas rubias que tenía mucha imaginación, y, ¡soñaba con ser cuentista!

 

LETRAS QUE MIRAN AL CIELO, de Marcelo Celave.

El efecto balsámico de las micras de un relato…, no olvides eso hijo —me decía mi madre cada noche al acostarme.

Al apagar la luz yo empezaba a diseccionar el relato, oración por oración, palabra por palabra, sílaba por sílaba… hasta desmenuzarlo de tal forma que cada letra viajaba a un pequeño compartimento de mi cabeza y se quedaba ahí, encerrada, esperando que yo mismo la sacase con mimo para utilizarla en otra frase.

Así le daba nueva vida a una letra haciéndome sentir su Dios.

Sin embargo hoy, las letras comenzaron a salir solas sin yo llamarlas y una frase primero ininteligible, tomó forma:

«No te vayas Diego…».


ARREBATOS, de Paquita Márquez Ayuso.

El efecto balsámico de las micras de un relato se había esfumado, ya solo quedaban los violentos chispazos de aquellas micras que, en la profundidad de mi sueño, formaban un espacio lleno de pequeños haces de luz, estelas que se cruzaban raudas formando geométricas figuras y herían mi retina. Quería despertar y no podía. Y ahora no solo dañaban mis ojos, eran como agujas que se clavaban en el alma y en el cuerpo. Pinchazos incandescentes que atormentaban mi sueño y lo transformaban en remordimientos que me hacían estremecer. Desperté arrepentido y me acerqué a mirarla. Con delicadeza, cerré sus ojos y le tapé la cabeza con la sábana.

 

FINAL DE CONFERENCIA, de Silvia Espina.

El efecto balsámico de las micras de un relato era el tema de la conferencia que acababa de pronunciar un prestigioso y guapo profesor de la Universidad local. Al finalizar, invitó a los asistentes a formular preguntas.

Él se fijó en mí al instante y mostró una decidida preferencia a dialogar conmigo. Una cosa llevó a otra y salimos a tomar unas copas.

Luego, amablemente, se ofreció a llevarme a casa.

En el instante en que me senté a su lado en el coche y escuché trabarse las puertas, sentí un hormigueo de espanto al recordar que un maníaco homicida asolaba la zona.

 

ESCALOFRÍO, de Paquita Márquez Ayuso.

El efecto balsámico de las micras de un relato no fue capaz de neutralizar la inquietud que producían esas otras micras. Las de los relatos capaces de ponerte la carne de gallina, como el que yo acababa de protagonizar.

Todo lo había llevado a cabo con la meticulosidad del excelente profesional que soy. Había desatado el infierno en aquella habitación de la sexta planta siguiendo a rajatabla las instrucciones. La primera dama ya no podría interferir en nada, y nadie podría relacionar el crimen conmigo. Solo que cuando sus ojos se apagaban, en lugar de horror, mostraban regocijo y, estoy seguro, de su boca entreabierta escapó una risa sarcástica…

 

MADRE, de Ana Medina Martínez.

El efecto balsámico de las micras de un relato. El suave perfume a madreselvas que el aire expandía por el jardín hizo que recordara a mi madre. Cerré los ojos y el pensamiento me llevó a su mirada. Tierna y sensible mirada ante la enfermedad que estaba sobrellevando. Los hermanos reunidos alrededor de la cama, sentíamos cómo se apagaba la vida de la que había sido la columna vertebral de nuestro hogar. Sentí entonces, que el bálsamo de sus palabras arracimadas en micras descendía sobre nosotros brindándonos protección y consuelo. El amor que nos había dado permanecería para siempre en nuestras vidas.

 

LO QUE SOMOS, de Yepes.

El efecto balsámico de las micras de un relato, también conocido como «léele un cuento cuando llore», fue la única directriz que recibió de su cuñada.

Ningún abuelo había conocido a la niña, la canguro estaba enferma y él mismo ya estaba superado.

—¿Cariño, qué quieres? —le preguntó desesperado.

—Tío, quiero jamón —musitó entre sollozos.

—¿¡Jamón!?

—Si tío, quiero jamón.

La llevó a la cocina y le sirvió una ración generosa. Cesó el llanto, volvió la risa. Viéndola comer comprendió que aquello era para toda la vida. Era de los suyos, a esa niña tampoco le iban los cuentos…

 

EL REGRESO, de Patricia Rodríguez González.

El efecto balsámico de las micras de un relato no logran calmarme. Percibo tu ausencia en el aire denso que no me deja respirar, que seca mi garganta, que me ahoga.

Me sirvo un whisky, solo, como a ti te gusta, y te recuerdo en las gotas que derramo sobre mi cara, sobre mi cuello, sobre mi pecho. Su sabor se parece al tuyo.

Sentada frente al espejo rompo el vaso y practico incisiones sobre mi piel abriéndome camino entre vasos y tejidos, buscando y extrayendo defectos e imperfecciones.

Profundo, profundo llego al alma. Corto y limpio.

Perfecta de nuevo, espero tu regreso.

 

EL ABUELO, de América Martín.

El efecto balsámico de las micras de un relato caen como los granos de un reloj de arena, frente aquella hoguera en la playa con el abuelo, cuando contaba cómo había llegado de polizonte en un barco a la costa de Venezuela. Sus pupilas se dilataban al pulso de los detalles y su voz con pesadumbre mostraba matices de felicidad y dolor en su trayectoria, comenzando de cero, por ese nuevo mundo. La brisa marina casi extinguió el fuego, y con sus fuertes manos movió las brasas enrojecidas y comento:

—Aún me queda mucha leña por quemar.

Quién iba a pensar que esa sería su última aventura.

 

ZONA DE NIEBLA, de Américo Fojo Ferretti.

El efecto balsámico de las micras de un relato no es suficiente para calmar mi angustia y eso que siempre pude relajarme escribiendo.

Pero ahora no, no basta.

Desde que la niebla clausuró mis ventanas, todo cambió: no más voces, sonidos, ni música. El mundo parece deshabitado, vacío en un silencio denso.

Pero lo peor son las hormigas que invadieron todo; calles, plazas, edificios y finalmente entraron en casa. Muros y pisos que vibran, negros, rojos, marrones.

Sin embargo habían respetado mi cama, no como estos bichos de ojos relucientes que aparecieron hoy y ahora han comenzado a trepar por las sábanas.

 

REVELACIÓN TARDÍA, de Marcelo Celave.

El efecto balsámico de las micras de un relato está recogido en una rama de la psicoterapia muy desarrollada en los países anglosajones… —explicaba en mi cátedra de Filosofía en la universidad de Oxford.

Ella no paraba de mirarme con sus inmensos ojos verdes... Ella 20, yo 55… ¡No puede ser! Me repetía una y otra vez… Pero me resultaba imposible quitármela de la cabeza.

Al terminar la clase, se acercó y me propuso quedar en una hora en Cozy Coffee.

Al encontrarnos, mi corazón latía desbocadamente mientras ella hablaba:

—Como te decía en mi carta, tenemos que ser valientes. Es hora de que comencemos a conocernos… Papá.

 

COLOR AÑIL, de Trini García Lloret.

El efecto balsámico de las micras de un relato era lo que necesitaba aquella noche… Las compré en una pequeña tienda escondida de aspecto clandestino. Entré y allí estaban esos frascos color añil intenso. Compré cuatro y me advirtieron que jamás debían utilizarse a la vez... Me insistieron pero no hice caso.

Al llegar a casa los abrí y esas micras comenzaron a flotar por toda la habitación. Todo se descontroló con esa bruma etérea... pasaba de la tristeza a la euforia, del caos al orden, del miedo a la calma... en bucle. Dicho así puede asustar, pero yo estaba emocionada con el simple hecho de sentir de nuevo...

 

GRAMÁTICA Y MATEMÁTICAS, de Pablo Crespo.

«El efecto balsámico de las micras de un relato».

Leyó la frasecita una vez más, estupefacto. —¿Qué demonios son las micras de un relato? ¿Cómo iba a escribir sobre algo que no entendía?

A menos que…

Una micra es la millonésima parte de algo. ¿Cuánto será la de un relato de 100 palabras? Tenía que ser algo más pequeño incluso que una simple letra.

Investigando sobre tipografía averiguó que las letras tienen brazos y trazos, hombros y cuellos… y entonces lo supo:

El bálsamo estaba en el consuelo que ofrecen los dos hombros de la letra m. Conmocionado, abrió de nuevo su cajita de costura buscando hilo y aguja.


ROMANCE QUÍMICO EN SMALVILLE, de Narcís Ibáñez

 El efecto balsámico de las micras de un relato crea límites entre realidad y ficción.

—Pronto pagaremos por escuchar el silencio —sentenciaba el profesor.

Lois Lane rumiaba: entre ese estúpido sentido del deber y la obligación de ser cabal, solo hay unas micras de cordura agitándole los poros de su piel, creándole un microclima alrededor del cuerpo, encendiendo el deseo del reencuentro con su amado, era la hora.

Entró por una ventana saliendo por la de enfrente, con ella en sus brazos, dejando una estela roja y azul.


TALLER DE RELATOS, de Pablo Crespo.

El efecto balsámico de las micras de un relato siempre fue bien apreciado por el comité de expertas (y expertos).

El escritor contemplaba enfurruñado su última obra, decidiendo los cambios. Abrió su cajita de instrumental y cogió las pinzas más finas.

Con un gesto delicado despegó, una a una, las letras de su triste confesión, trasplantándolas a continuación al nuevo cuaderno, donde antes había dibujado unos renglones a lápiz para evitar torceduras. —Aquí se valora la belleza —pensó.

Tras amputar con su bisturí alguna m de muerte (y autocompasión), y suturar otras letras igualmente maltrechas, contempló su nueva creación:

«Esta vez sí, lo voy a petar».

 

 

Y el PODIO de esta quincena queda de la siguiente forma:

En tercer lugar, con ocho puntos, el bronce ha quedado para:

MARIPOSAS, de Rosa García Panera.

El efecto balsámico de las micras de un relato leído por la voz familiar, me alejó del lugar de la conferencia. Oyéndole recordé que nos habíamos dicho adiós sin lágrimas, sin discusiones, como dos amigos aclarando las cosas.

Él ahora parecía tranquilo, yo, sin embargo, me sentía tonta, la decepción aún pesaba en mi corazón como plomo. Pero éramos modernos y civilizados así que, allí estaba yo en la presentación de su nuevo libro, escuchándole leer un párrafo del primer capítulo:

«...Un irónico canto de despedida al hombre, huyendo del presente...» decía y su voz aún despertaba mariposas en mi estómago.

 

En el segundo escalón, la plata con 9 puntos es para:

 (DES)PROPÓSITOS, de María José Peña.

El efecto balsámico de las micras de un relato, bajar el volumen de lo que escucho y subir el de lo que siento. Asumir que me hago mayor y ya tengo alguna cana.

No hacer colas, no dedicar ni cinco segundos a personas con las que no irías a ninguna parte, si el tiempo que tardas en beberte la copa de vino es directamente proporcional al aburrimiento que te produce, pedir la cuenta y marcharte disimuladamente.

Admitir que cada vez me sorprendo menos, disfrutar de mi estabilidad emocional intermitente, no poner nombre a lo nuestro, porque ya somos. Acurrucarme en tu cuerpo y dejar que lleguen todos los inviernos.

 

Y en cabeza, ha habido un empate a 11 puntos con los relatos:

ZOZOBRA, de Isabel Núñez de Arenas.

El efecto balsámico de las micras de un relato…quedé perpleja al leer esta frase en el escaparate de una librería. ¡Empujé la puerta airadamente para entrar! ¡Esa frase era mía! La compuse para un librito de micro ficciones que iba a ser editado en breve.

La dependienta, de rostro amable, cuando escuchó mi protesta quedó demudada. Lo siento, dijo, esta locución pertenece a una escritora del siglo pasado : M.A.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, balbucí algo parecido a un adiós y salí.

Con manos temblorosas saqué de mi cartera el D.N.I. Ninguna duda: yo era M.A.

¿Entonces?


Y ganadora, por decisión de la jueza de última instancia en este concurso, Cristina Medina, directora de informativos de Radio Elche:

MÍO, de Patricia Rodríguez González.

El efecto balsámico de las micras de un relato, un baño caliente y dos trankimacines no me relajan. Camino como una loca por casa intentando disminuir la ansiedad, arriba, abajo, arriba, abajo; incluso busco restos de maría olvidados desde del pleistoceno (mi juventud) en un cajón. Me la fumo. Nada.

Saberte ahí, escondido, intacto, entero, virgen, duro y dispuesto para mí, me hace sentir culpable.

Vacío los armarios y limpio la casa para no oír tu llamada. Te oigo. ¡Lujuria!

¡No puedo más! Me abandono al pecado, y mientras te saboreo leo en ti: «Turrón de chocolate Suchard ».

Eres mío.

 

 

 

Fuera de concurso

INGREDIENTE ESENCIAL, de David Reche.

El efecto balsámico de las micras de un relato se suministrará en pequeñas cucharaditas, ni muy pronto, ni muy tarde. También se aderezará con la sorpresa de una llamada imprevista que envuelva sus oídos. Tu voz tiene que sonreírle, siguiendo la posología recomendada, y no olvides la promesa del cálido aliento de tu beso inesperado cuando os encontréis. Pero lo que es más importante, el ingrediente secreto que algunos olvidan, malogrando el menú de una bonita historia entre dos, es hacerle sentir especial. Y eso sólo lo conseguirás si en verdad es especial para ti. Si no lo es, apaga el fuego y deja que llegue otro comensal.



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