lunes, 7 de septiembre de 2015

COMPASIÓN

Al abrir el contenedor, se dio cuenta de que estaba empezando a olvidar el nombre de las cosas, como el de ese instrumento largo fabricado con el material que forma el tronco de los… «Sí hombre, esas plantas altas con hojas arriba»… y que aún agarraba con sus manos manchadas de ese líquido que olía dulzón. Se limpió en la prenda que le cubría las piernas, «Pantalán o comoquiera que se llamara»; con un resoplido lanzó el pesado paquete al contenedor y lo cerró. A hurtadillas en la oscuridad regresó a casa intentando recordar qué significaba la palabra compasión, recién escuchada a gritos. Pero no había manera. El bate, «¡Eso, bate!», se le resbalaba de las manos pringosas.




Relato finalista de la primera semana del concurso Relatos en cadena del programa La Ventana de la SER en la temporada 2015-2016

jueves, 3 de septiembre de 2015

VIAJE EN MOTO: ELCHE-RUIDERA-Madrid (1 de 2)

PREVIAMENTE, EN EL VIAJE DE IDA: MADRID-CUENCA-VALENCIA-ELCHE...


(Día 1: Elche-Ruidera)


Los viajes de vuelta de vacaciones no se encaran con el mismo ánimo que los del comienzo de las mismas. Como en ciertas relaciones, la ilusión del comienzo ha desaparecido y en el horizonte no se dibuja la aventura sino que es la rutina quien nos espera en destino.

Con este panorama he aprendido a intentar plantear los viajes de vuelta de forma distinta. Hay que imaginar contramedidas y fuegos de artificio que borren de la cabeza la idea de que ya se acabó. Por ello, al igual que el año pasado, planifiqué un viaje de regreso a Madrid desde Elche en varias etapas (dos frente a las tres del año anterior).

Y el punto intermedio elegido para dulcificar el retorno fue uno que conozco muy bien: las lagunas de Ruidera, uno de los pocos rincones húmedos y de espíritu veraniegos en mitad de La Mancha. Con esta ocasión serían nueve las veces en las que visito este paraje desde el verano de 1983, con los 6 años recién cumplidos, hace 32 (contar los años pasados desde ciertos recuerdos puede ser catastrófico cuando te das cuenta de lo que significa la edad que tienes).

La salida desde Elche por la N-340 hacia el oeste también me hizo pensar en el tiempo pasado desde que esa carretera (ya transitada en el viaje de ida entre Albaida y Jijona) no era más que dos carriles sin apenas arcén, para pasar a ser ahora una vía de alta capacidad con dos carriles por sentido, glorietas y vías de servicio a ambos lados en este tramo de 11 kilómetros entre Elche y Crevillente.

Precisamente el día anterior fui por esta carretera hasta Murcia: 65 km con travesías y cruces, a la vieja usanza como cuando era niño y, sin existencia de autovías, teníamos que ir por esa carretera nacional a Murcia o hasta Baza (Granada). Ese viaje atravesando pueblos, sufriendo camiones, atento a los agricultores que entran y salen casi sin mirar como si estuvieran en un camino vecinal; me recordó a las carreteras transitadas en viajes de años anteriores por Rumanía y los Balcanes. Hemos perdido la costumbre de viajar y conducir despacio por esas vías que forman parte intrínseca del territorio y su sociedad, para volar ajenos a lo que nos rodea por las autovías y autopistas que tanto acercan los extremos de la ruta pero a su vez nos alejan del territorio que atravesamos.

Por ello le he pillado el gusto a viajar despacio en mi Vespa: cierta nostalgia por la recuperación de algunos caminos de la niñez.



Aquella mañana de un miércoles de finales de agosto estaba nublada, como suele ser habitual en la costa con montañas cercanas, algo deseable en verano cuando vas en moto con una chaqueta negra.

Quizá uno de los puntos mas espectaculares de la etapa sea la subida desde Albatera (Vega Baja del río Segura) hasta Hondón de los Frailes (Vinalopó Medio), es decir, desde la llanura aluvial y litoral hasta la prolongación del altiplano murciano, prácticamente la Meseta. Con rampas de hasta el 14% se sube en 11 kilómetros desde los 20 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m.) de Albatera hasta los 500 m.s.n.m. en el punto más alto del puerto, con curvas de velocidad recomendada de 20 km/h






Este puerto es conocido por los aficionados al ciclismo de la zona como el Albaterolo.

Al otro lado está la comarca del Vinalopo Medio (o Valles del Vinalopó según otras divisiones comarcales), una zona limítrofe con el altiplano murciano donde se comen los mejores arroces que he probado: los de conejo y caracoles con leña de sarmiento. Se trata de una comarca que, a poco más de media hora de la playa, y a más de 400 m.s.n.m., se conforma con valles de secano entre picos que apenas llegan a los 1.000 m.s.n.m. En esta región, además de los lugareños y los camiones transportando grandes bloques de mármol, se ven gentes rubias conduciendo todoterrenos: holandeses y alemanes que desde hace años han estado colonizando estas tierras más tranquilas que las de primera línea de playa; una comarca con clima seco, prácticamente de interior, donde no sobra una chimenea de leña en tu chalet y los precios son más baratos que los que hay a orillas del mar. Un lugar donde retirarse que parece de interior pero que está del Mediterráneo a un paseo de coche .



En esta zona entre Alicante y Murcia (crucé hasta tres veces el límite entra ambas provincias) hay pueblos con nombres como Barbarroja, Cañada del Trigo, Torre del Rico, Casas del Señor y El Cantón, donde hace 30 años sólo había un teléfono: el de la cabina pública en la plaza; grandes canteras de mármol y el diapiro del Cabezo de la Sal de Pinoso, desde el que una conducción envía salmuera a las salinas de Torrevieja y La Mata a más de 50 km de distancia.

A excepción de la MU-9-A (en la primera incursión en territorio murciano, con una carretera en muy mal estado entre Barbarroja y Algueña; y en obras) conducir por aquí es sencillo y con pocas concesiones a las curvas (a excepción del Albaterolo).

Tras echar gasolina en Pinoso (ATENCIÓN, entre Pinoso y Jumilla hay 30 kilometros vacíos, sin gasolineras; el año pasado en mi ruta de bajada encontré que la estación de servicio de la N-344 en Casas del Puerto estaba clausurada y estuve a punto de no llegar a Pinoso) seguí con la ruta del Vino hacia Jumilla y Hellín haciendo tramos de dos carreteras nacionales (N-344 y N-301) que han pasado o están pasando el proceso de quedar olvidadas por las autovías que las están sustituyendo. Al menos en esta zona ambas carreteras sobreviven como vías de servicio y variantes que permiten viajar con menos prisas a los raros como yo.

Paré de nuevo en Hellín para almorzar una tapa mínima y rellenar el depósito y poder llegar a destino sin más paradas, porque a partir de aquí me metía por lugares desconocidos en los que tenía dudas del abastecimiento.

Poco a poco, el paisaje de valles suaves entre los últimos pliegues más abiertos de la cordillera Prebética se va amansando aún más, aunque escalando sin prisas hasta los 1.000 m.s.n.m. en las llanuras al suroeste de Albacete.

Los cultivos de secano y los restos de bosque mediterráneo dan paso al cereal y la vid a ambas márgenes de la CM-313, una carretera que entre Hellín y Munera une las N-301, N-322 y N-430; una especie de vía con la que evitar el paso por la capital manchega. De hecho, el tráfico de camiones en esta ruta es considerable en ambos sentidos.

Salí de Hellín siguiendo la estela de un camión cargado de paja, con lo que agradecí el pequeño desvío que tomé saliendo por Rincón del Moro para pasar por Alcadozo: 32 kilómetros solitarios por un camino asfaltado entre viñedos.

Esas llanuras y colinas suaves entre Hellín y Peñas de San Pedro, pequeños restos de la serranía de Alcaraz y Segura que se extienden hacia el suroeste, se convierten en terreno accidentado con mucho bosque a partir de esta última localidad.

Allí, en Peñas de San Pedro volví a entrar en la CM-313. Se trata de una vía de curvas rápidas con variantes en todas las poblaciones. En su tramo entre la N-322 (cruce con el río Jardín) y la N-430, el terreno se va ondulando bastante, con lo que quedo "atrapado" entre dos camiones puesto que en las bajadas consigo despegarme del que llevo detrás pero en las subidas no puedo pillar al que llevo delante, y cuando me pongo a su rebufo la aguja de la temperatura del agua me empieza a subir un poco por encima de lo normal. Así que decidí dejar tierra de por medio con el camión que llevaba delante y, a pesar de que el otro también se había quedado bastante atrás, paré un rato en la entrada a Lezuza para dejar que mi perseguidor me adelantara e ir más tranquilo; (de paso aproveché para intentar provocar al tuitero @malorenzo (Miguelito) con alguna foto. Iba bien de tiempo y sabía que a las 14:30 estaría comiendo en Ruidera. 



Y así fue.poco después de las 14:00 el terreno ondulante por el que circula la N-430 comenzó a descender hacia la depresión en la que el río Guadiana forma las lagunas de Ruidera. A la entrada del pueblo estaba mi alojamiento, el hostal La Noria.

Sin duda yo era el último cliente del día en llegar porque el propietario me saludó por mi nombre. Minutos después, tras contarle que ya me alojé allí por primera vez en 1984, el mismo verano que abrieron, y otras dos veces en 1991 y 1992; mi anfitrión hizo memoria y me contó que efectivamente se acordaba de nosotros, los de Elche, dándome incluso una ligera descripción de mi padre.

La verdad es que es un gustazo llegar a un sitio así y que 24 años después aún se acuerden de ti.



PALABRAS ENCADENADAS:Teatro de alta tensión

Guárdate de las personas normales, ésas que siempre saludan en el rellano de la escalera y a las que ayer viste sacar la basura, como todos los días.



  Y es que, como en Requisitos para ser una persona normal, es difícil y engañoso definir qué es una persona normal.

  Asistí al estreno de Palabras encadenadas en el Off del Lara, un montaje de la obra de Jordi Galceran (El método GrönholmBurundanga,...) presentado por la compañía La Ruta Teatro de Juan Pedro Campoy.

  Se trata de un texto difícil, duro, un tiovivo de emociones en el que dos personajes al límite, Laura (Cristina Alcázar) y Ramón (Francisco Boira), luchan a cara de perro por la vida. Ella, secuestrada por él, habrá de aceptar el juego de las palabras encadenadas que él le propone para poder escapar de su cautiverio. A partir de esta premisa se desata un combate, a veces desigual, en otras brutal, y con varios giros de guion donde nunca llegas a estar seguro de que las cosas sean lo que parecen (algo que, conociendo algunos de sus obras, gusta mucho a Jordi Galceran).

  Como actor, hay que estar muy seguro de sí mismo para atreverse con este texto, con la tensión permanente en la que una mujer secuestrada por alguien que se autoproclama como normal pero que declara que necesita ayuda psicológica, ha de intentar usar su cerebro para sobrevivir frente a un rival malvado, inteligente, lleno de matices. Frente a esos matices y los giros de guion, ella también despliega todo un repertorio de estados de ánimo, un carrusel de sensaciones que obliga a ambos actores a presentar todo su registro interpretativo, a estar en guardia constante, a no acomodarse en un determinado nivel de miedo, pena, angustia, odio o rabia.

  Y desde mi humilde punto de vista, creo que tanto Cristina Alcázar como Francisco Boira lo consiguen, saben moverse por la montaña rusa que es este texto complicado, tormentoso y lleno de rencor y miedo. Ambos tienen una fuerza brutal, destacando precisamente los momentos de mayor enfrentamiento físico entro los dos personajes. 

  De lo que vi ayer, en el estreno, saqué la conclusión de que el texto es tan complicado desde el punto de vista interpretativo que a veces el problema no es sólo que el actor no llegue a transmitir del todo la angustia o el odio que pueda sentir, sino que parte del público se siente tan apabullado y acongojado (especialmente con el formato de este montaje, donde espectadores y actores casi se tocan, impidiendo que haya trampa o cartón en la expresividad); que en ocasiones siente la necesidad de reír cuando no toca, cuando una réplica que pudiera parecer un chiste realmente no lo es, y se obligado a liberar tensión gracias a una falsa broma. Pero no, esto es mucho más serio como para reír. El juego de las Palabras encadenadas es una lucha fatal, una olla a presión en la que apenas hay algún momento en el que el texto, y los actores, dan tregua al público, ofreciendo algún mínimo caramelo envenenado para que el respetable se relaje de cara a la próxima sorpresa.



  Creo que este montaje consigue notablemente llevar al espectador al infierno, traerlo de vuelta y... Mejor no hacer spóiler, mejor asistir al Off del Lara los miércoles de septiembre a que jueguen contigo a las Palabras Encadenadas.