Al levantarnos vimos que la nevada que comenzó la noche
anterior no nos impediría salir del hotel. La duda era si podríamos cruzar al
norte del Atlas por uno de los puertos de montaña más altos de toda África.
Apenas quedaba nieve encima de los coches
Durante el desayuno supimos que el Tizi n’Tichka estaría
abierto con seguridad entre las 12 de la mañana y las cinco de la tarde.
Cualquier otra ruta para cruzar el Atlas con turismos, o con una scooter, sería equivalente a echar demasiadas
papeletas para quedarte atrapado en el barro o la nieve, en alguna carreterucha
en medio de la nada. Desistíamos así de la intención de continuar río arriba
por la garganta del Dades hacia el aislado Imilchil y llegar por allí a las cascadas de Ouzoud.
Todo apuntaba a que nuestro destino sería Marrakech, ciudad
descartada cuando planteé el viaje puesto que la había visitado ya dos veces. Además, está a tiro de avión desde España. Pero intentar ir más allá de esta ciudad supondría hacer muchos
kilómetros y tirarse todo el día en ruta sin hacer paradas. Nuestro camino obligado por el valle del Dades
hacia el suroeste es un lugar bastante poblado, con muchas travesías urbanas y
tráfico lento a lo que había que sumar los 100 km montañosos de los puertos entre Ouarzazate y Marrakech. Era poco deseable añadir más horas para llegar a
un destino más allá de la última.
Finalmente decidimos reservar dos noches en Marrakech y
premiarnos con un día de descanso en la ciudad tras la etapa que nos esperaba.
Sería bueno olvidar, por una jornada, las urgencias.
El día era soleado e invitaba a tomarse el camino con
relajación. Primero subí las cuatro curvas de 180º que había un kilómetro más
arriba, para contemplar estar partes de las gargantas en todo su esplendor.
A continuación volví hacia Boumalne río abajo, con parada
incluida en los
Dedos de mono. La
tormenta de la noche anterior había provocado nuevas balsas de agua en algunos tramos de la
carretera. Se imponía la prudencia.
La formación geológica conocida localmente como Dedos de mono.
Foto de Elena Tato
A partir de aquí retomé
la nacional hacia el suroeste. En los primeros 30 km ésta sigue el valle del
Dades, y es un continuo de travesías urbanas, pequeños pueblos que se apiñan a
ambos lados del río, ocasionando un tráfico intenso. En estas zonas la gente
vive de cara a la carretera, y hay que conducir con mil ojos para evitar a
quienes se cruzan por tu camino, sean personas o animales.
Precisamente aquí me di un pequeño susto por culpa
de un paisano que iba hablando por teléfono mientras conducía su Peugeot 205.
El colega, para evitar pisar un charco giró en el mismo momento en el que yo le
adelantaba, pasando olímpicamente de los espejos retrovisores. El tipo ni
se enteró, pero yo estuve a punto de irme al suelo tras resbalar en la calzada
mojada y sucia. Di varios bandazos hasta que pude controlar la moto. Un peatón
que caminaba por el otro lado de la carretera se llevó también un buen susto.
El pobre pensó que me lo llevaba por delante. Por fortuna no fue así y salí
airoso del resbalón.
Un poco más adelante paré a repostar antes de adentrarme en
la zona menos poblada y más monótona previa a Skoura y Ouarzazate. Una vez que la
carretera se separó del curso del Dades, el paisaje volvió a ser la sucesión de
rectas en un paisaje monótono e inmenso, con las cumbres nevadas del Atlas
asomando 40 km a la derecha.
Dentro de este tramo, después de la travesía de Skoura dejé atrás la intersección
con la R307 hacia Demnat. En sus inmediaciones, en el valle de Tessaout, se
encontraba mi amigo Félix en medio de otra campaña solidaria. Antes de empezar
nuestros respectivos viajes nos habíamos conjurado en encontrarnos si yo elegía
esa ruta para atravesar las montañas, pero no sería posible esta vez.
Con quienes sí me encontré fue con los amigos moteros en la entrada
de Ouarzazate. Estaban pensándose en ese momento por dónde cruzar las montañas. Tenían el mapa de carreteras desplegado sobre el todoterreno que hacía de
coche de asistencia a Llerena Senior y Mario Guerrero. Les conté mis
intenciones primigenias de cruzar por Skoura hacia Demnat. Sabía
que los equipos sevillanos sí iban a intentarlo por allí con sus furgones.
Llerena Senior, Manuel Rubio, Mario Guerrero y sus amigos
del todoterreno (una especie de gentlemen
de la carretera escuchando jazz y comiendo galletas saladas mientras se
adentraban en terrenos complicados) decidieron desandar el camino hacia la R307 e intentar
esa ruta para llegar a las cascadas de Ouzoud.
Los Sas Pneumàtics
(Sílvia y Tolo) decidieron no arriesgarse puesto que iban dos en
la moto. A poco que el camino estuviera embarrado o con nieve podrían tener
dificultades. Así que decidieron seguir conmigo hasta Ait Ben Haddou, el lugar donde yo había
quedado a comer con el resto de mis compañeros. Después verían qué camino
seguir hacia Ouzoud.
Ouarzazate, a los pies del Atlas, es la sede de los mayores
estudios de cine de África. En esa ciudad se han rodado muchas películas
ambientadas en el desierto. Es una de las poblaciones marroquíes más modernas
al sur de las montañas. Dos años antes paramos allí a dormir, y se notaba
bastante en su urbanismo y otros detalles menos tangibles su contacto con la
industria del cine occidental.
En la salida de la ciudad hacia Marrakech, frente a los
estudios cinematográficos, paramos a hacer otro repostaje que debería darme
para cruzar el Atlas. Según qué ruta escogiera, podía verme sin estaciones de
servicio en muchos kilómetros.
18 km después de Ouarzazate se llega al desvío hacia Ait Ben
Haddou, por una carretera de tipo Peor
según la clasificación de Manuel Rubio. Son otros 10 km frecuentados por coches
alquilados por turistas, autocaravanas y todoterrenos de guías locales. En
general, no caben dos coches en la sección de la carretera, con lo que cuando
dos vehículos se cruzan, uno de ellos ha de echarse al arcén. Los
guías locales con sus todoterrenos no suelen ceder (algo que ya vi hace unos
cuantos años en una carretererilla en el norte de la isla de Chipre, donde es
el turista el que cede a la conducción más avasalladora del nativo). Dos años
atrás lo viví también aquí, cuando pasé con mi coche. En esta ocasión con la Vespa
no tuve que ir esquivando a nadie.
Guie a los Sas Pneumàtics hasta un mirador que se encuentra medio
kilómetro antes de llegar al pueblo. Al igual que en el mirador sobre el río
Ziz al sur de Errachidia o el del valle de Tinehir en la entrada a las
gargantas de Todrá, éste es el punto donde los vendedores ambulantes de
recuerdos e incluso encantadores de serpientes están esperando al turista. La
carretera es un lugar donde con los vehículos también circula el dinero, y por
tanto siempre habrá alguien para venderte algo. Pueden ser melocotones y
melones en España, sandías en toda Asia Central, llaves de apartamentos de
alquiler a la entrada de Constanza en Rumanía o juegos malabares en los
semáforos de cualquier gran ciudad. Las grandes arterias de comercio atraen a todo tipo de producto, no sólo a los que circulan por ellas.
Terminé por comprar una pegatina cutre para la moto mientras
iban llegando algunos de los compañeros que dejé en el hotel a primera hora.
¿Quién no quiere hacerse una foto con este marco?
Ait Ben Haddou, con su alcazaba en lo alto de un risco, es
un pequeño pueblo que ofrece una imagen fantástica que le ha valido la
consideración de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La singularidad de
su ubicación y cómo se ha preservado el viejo ksar (palabra que significa fortificación,
y que es origen de nuestro alcázar,
aunque se da la curiosidad que la palabra árabe en este caso viene de la latina
previa castrum); y la cercanía a los
estudios de Ouarzazate, han favorecido que se hayan rodado aquí muchísimas películas.
Terminamos por juntarnos para comer en un bar con terraza en
la azotea y vistas al pueblo antiguo. Desde allí se controlaba el camino que
bajaba al río y cruzaba al ksar, con
lo que cada vez que pasaba algún participante del Desafío en las Dunas terminaba por unirse al grupo, como fue mi
caso y el de Sílvia y Tolo.
Desde aquí lo veíamos todo.
Ellos dos tenían esta vez más prisa que yo por salir, puesto
que aún debían cruzar las montañas y desviarse al este en busca de los otros
moteros en Ouzoud. Así que tras una visita rápida, comieron algo aún más rápido y se fueron.
Me dijeron que en vez de volver hacia la carretera nacional, seguirían por esta
ruta donde estaba Ait Ben Haddou, y llegar así a la coronación del Tizi n’Tichka
por Telouet. Era la ruta que nos había recomendado un guía la noche anterior en el
hotel de Dades. Nos aseguró que era impresionante y que él la había recorrido sin
problemas ese mismo día. Nos despedimos puesto que seguramente aquí terminaban nuestros encuentros. Habían sido unos grandes compañeros de viaje en todos los tramos que hicimos juntos entre Tánger y Errachidia. Seguro que los iba a echar de menos.
Yo tenía mis dudas sobre si hacer la ruta que ya había
recorrido en las dos ocasiones anteriores que estuve por aquí o si aventurarme solo por el camino de
Telouet. Ese itinerario era el que seguían las caravanas que atravesaban el
Atlas hacia Marrakech desde el Sahara, y que dejó de ser usado como ruta
principal una vez que la administración colonial francesa construyó, con la
Legión extranjera, la actual carretera nacional. Aquello fue hace ochenta años.
Las informaciones que nos daban diferentes personas eran
contradictorias. El guía nos dijo la noche anterior que en moto no tendría dificultades,
pero que había 200 metros muy difíciles de atravesar con un turismo; mientras que en Ait Ben
Haddou algunos decían que no había problemas para ningún vehículo y otros que el
camino estaba muy mal.
¿Qué hacer? Podría decir que en Marruecos siempre es así, pero me acordé de mi paso por Arcos de la Frontera en Cádiz,
el segundo día de viaje, donde tras diferentes indicaciones contradictorias, quien tuvo razón era el que parecía borracho. Es decir, esto te puede pasar en cualquier parte del mundo (incluso en Kazajstán, tal y como cuento
aquí al final de la jornada).
En conclusión, y contando con que Sílvia y Tolo iban por delante
de mí, quise explorar el nuevo camino. Si estaba intransitable los
encontraría de vuelta. Y si ellos dos en una moto de trail habían podido pasar,
yo también podría hacerlo con la Vespa. ¿Por qué no?
Tenía por delante 65 km por una carretera tipo P, de la que
no tenía nada claro en qué estado se encontraba. Y valió la pena.
Fue un tránsito de soledad por las inmensidades del Alto
Atlas, en el que apenas me encontré con menos de una decena de vehículos en
ambos sentidos (a excepción de la poca animación que había en Telouet, el único
pueblo de cierta importancia en toda la ruta).
En la primera mitad del camino la carretera trascurría por el
valle encajado del Ounila, un recorrido jalonado de kasbashs y pequeños pueblos
de adobe en los que no vi a nadie. Avancé maravillado de aquellos paisajes
de colores vivos (verde en el fondo del valle, rojo en las paredes inmensas y
azul limpio en el cielo). En algunos de esos pueblos sí que se podía encontrar el cartel de
alguna tienda o el reclamo de algún hotelito olvidado en ese valle perdido.
Aunque se trataba de un lugar parecido al valle del Dades, la soledad y la inmensidad que se adivinaban fuera del valle, con las
cumbres nevadas asomando de tanto en tanto, le daban un aire mágico y
excepcional a este camino. Además, tal y como me dijo el guía marroquí la noche
anterior, el paisaje era aún más hermoso recorrido en sentido inverso, con lo
que de vez en cuando me paraba para mirar río abajo.
Sin noticias de los Sas Penumàtics, así que parecía que
podría coronar el puerto sin problemas.
A mitad de camino, en una localidad llamada Douar Anguelz
Ounila, la ruta dejó el curso del río y giró hacia el oeste. A partir de
aquí la carretera parecía estar en obras, o destrozada tras años sin
mantenimiento. El color verde desapareció y todo se volvió rojo y polvoriento durante
8 km. El ritmo más o menos alegre que había llevado hasta ese momento se vino
abajo. Tuve que aminorar la marcha e ir buscando por qué lado de la pista
circular para sufrir lo menos posible con las ondulaciones y socavones del
camino.
Recuerdo especialmente la cara de asombro con la que se me quedó
mirando un paisano en furgón que venía en sentido inverso: «¿De dónde saldrá
este pirado con una Vespa por aquí en medio?».
Tonos rojizos, verdes, azules y blancos
Poco a poco fui saliendo del desfiladero por el que avanzaba
hacia el oeste, en el que un escaso bosque de coníferas volvía a poner un toque
de verde al paisaje, y llegué a la llanura donde se encuentra Telouet, en el
corazón de la cordillera. La carretera volvía a presentar asfalto, aunque en algunos
puntos bajos estaba inundada por pequeños riachuelos. Frente a mí, veía las
mayores cumbres del Atlas, a más de 3.500 m de altura.
Los siguientes 20 km tras Telouet fueron con el sol de
frente. Ahí me di cuenta de que llevaba la visera del casco muy sucia y no veía
un carajo. Paré a buscar en el equipaje las toallitas limpiadoras de
lentes y pude continuar, disfrutando de un paisaje en el que la
carretera serpenteaba a media ladera entre zonas desérticas y bosques de
coníferas. Así, poco a poco, y con el sol cada vez más bajo (otro día en el que se me
haría de noche) alcancé la nacional, aún en la cara sur del puerto del Tizi n’Tichka.
Cualquier turismo podría haber recorrido esa ruta. No era para tanto.
Unos 50 m antes del cruce me salió al paso un vendedor
ambulante de geodas que me obligó a parar. Mientras intentaba deshacerme de él,
o en su defecto cambiarle uno de los dos pares de guantes que llevaba por una
geoda, vi pasar a algunos de mis compañeros por la nacional. Tras tantos
kilómetros de soledad, me salía alguien al paso para impedir encontrarme con
mis amigos. Casualidades del Atlas.
Al final le di los guantes al vendedor, un señor
mayor sin dientes, y me fui de allí sin ninguna geoda. Intenté pillar a mis
compañeros, que siempre iban dos o tres curvas más adelante.
Por cierto, en esta zona fue visto el último león salvaje
del Atlas, en 1942. Si aún vivieran estos bichos por esta zona, desde luego que
no se me ocurriría venir en Vespa.
La Vespa corría menos, pero me era más fácil adelantar a los
vehículos lentos. Así que en las rectas los perdía de vista pero en las zonas
de curvas, si había tráfico los veía a mi alcance. Hasta que llegué a la cumbre,
4 km después, a 2.260 m de altura. El descenso por la vertiente norte del Atlas es
espectacular. Lo he hecho dos veces en coche y lo he disfrutado como un enano.
En esta ocasión no lo pude pasar tan bien. La nieve se acumulaba a ambos lados
de la carretera y ésta estaba muy mojada, con tramos en obras en los que además
había tierra y barro. Tuve que aflojar el puño y llevar cuidado con los frenos
en las pendientes más pronunciadas: el pavimento resbalaba mucho. En dos
ocasiones estuve a punto de irme al suelo. En una de ellas, tomando una curva de
180º más tieso que una vela, terminé por meter hasta la pantorrilla el pie en la nieve
del arcén. Pretendía darme impulso hacia el interior de la curva y no acabar
estampado en la nieve.
Un camino sencillito
Y espectacular
Esta sucesión de curvas a 180º
son para disfrutarlas, sobre todo si tienes control sobre las marchas y no
tienes el temor de resbalar e irte al suelo. Preferí bajar con tranquilidad,
aunque veía que mis compañeros estaban cada vez unas cuantas curvas más abajo.
Hacía frío en la cara norte del Atlas, y la
posibilidad de que el agua sobre el asfalto fuera hielo, me hicieron ir con
mucho cuidado. Quizá éste fue el tramo en el que pasé más preocupación durante todo
lo que llevaba de viaje. En uno de los tramos en obra, donde el asfalto estaba
levantado y todo eran baches, se me aflojó la sujeción del retrovisor derecho,
que empezó a girar libremente. Por ahora el informe de daños no pasaba de ahí.
Más abajo, cuando desapareció la
nieve y la carretera volvió a estar seca, intenté alcanzar de nuevo a mis
compañeros de viaje, a los que había perdido la pista durante más de 20 km. Fue
subiendo por los bosques del puerto previo a Toufliht cuando los divisé al otro
lado de un barranco, varias curvas más allá.
Había mucho tráfico de vehículos
pesados y curvas sin ninguna visibilidad. A pesar de ir en moto, era difícil
pasarlos. Además, iba escaso de gasolina y debería parar en la primera estación
de servicio que me encontrara
Por fin, 12 km después de este segundo
puerto, apareció la gasolinera de Touizi. Y allí estaban mis amigos.
«¡Joder macho! ¿De dónde sales? ¡Estás
en todas partes! En cuanto se despista uno, apareces tú con la Vespa, o ya has
llegado antes que nosotros».
Esa fue la reacción de uno de
ellos al verme aparecer por allí. Ya tenía yo ganas de verlos, que se hizo de
noche en ese momento y hacía frío estando solo.
A partir de aquí, en terreno
llano y con tráfico cada vez más denso, circulé escoltado por Pau los
siguientes 55 km hasta la entrada a Marrakech. Y aquí llegaría lo más
complicado del día: tras no tener claro por dónde iríamos hoy, recorrer puertos de montaña, carreteras inexistentes y
lugares desiertos, ahora debíamos internarnos en el caos de la medina y encontrar
nuestro hotel (
El Kennaria)
muy cerca de la plaza de Jemaa el Fna, la más grande de África y una de las
principales atracciones de la ciudad.
Había guardado en la caché del
móvil la ubicación del hotel, y tenía más o menos claro cómo llegar, así que, seguido por Pau y sus compañeros de coche, me
adentré por las calles atestadas y perfumadas de comino de Marrakech. Pero la expedición duró poco tiempo, el camino se estrechó tanto y el tráfico peatonal y de motos era tan
caótico que tuvo que desistir. Decidieron buscar un aparcamiento vigilado fuera de la medina
e ir caminando hasta el hotel. Yo intentaría llegar motorizado.
Pero pretender conocer tu camino
en las calles abigarradas, estrechas y caóticas de una medina como ésta es complicado.
Además, en ese momento la aplicación de mapas de mi teléfono decidió dejar de
funcionar, con lo que aunque tenía la seguridad de que estaba muy cerca del
hotel, también tenía la seguridad de que estaba completamente perdido.
En general, eso no suele ser
problema en las grandes ciudades marroquíes. En seguida sale alguien a ver en
qué te puede ayudar, y de paso llevarse algunas monedas, con lo que tuve que
confiar en un par de adolescentes que aseguraban conocer el hotel.
Me dieron una vuelta sospechosa,
ellos a pie y yo siguiéndoles con la Vespa, sorteando peatones y motoristas,
hasta que decidieron que ya habían corrido mucho. Tuve que comenzar la
negociación para que me llevaran a la calle del hotel. No sabían cuál era,
tuvieron que preguntar. Y cundo por fin llegamos a la puerta tuve bronca con ellos. No
querían las pocas monedas que llevaba encima porque vieron que llevaba billetes
grandes en la cartera. ¡Mal jugado!
Al final fue el recepcionista del
hotel quien me dijo que no tenía el cambio que le pedí y los echó.
A la hora de salir a cenar nos
fuimos encontrando con otros participantes del
Desafío en las Dunas en la plaza de Jemaa el Fna. Casi todos se
alojaban por allí cerca. De nuevo, tras tantos kilómetros solitarios, nuestros caminos
se volvían a encontrar. Todas las rutas confluyen en esta plaza.
El bullicio de Jemaa el Fna siempre invita a levantar la voz.
También recibí noticias de los equipos sevillanos. Habían conseguido cruzar el Atlas y llegar a las cascadas de Ouzoud por carreteras bordeadas por medio metro de nieve. Incluso tuvieron que rescatar a un conductor marroquí en un furgón más grande que los de ellos. El hombre se había salido de la carretera y había hundido el morro de su vehículo en la nieve.
Los sevillanos del Desafío en las Dunas tras el rescate.
Manuel Rubio, Mario Guerrero y Llerena Senior también tuvieron su ración de nieve
Rosana y Vicente, en su Dacia Duster de alquiler, también me contaron de primera mano el día que habían pasado por esa carretera R307 dejándose guiar por el GPS. Al conrario del día soleado que tuvimos los que cruzamos el Atlas por las rutas del oeste, quienes lo hicieron por la zona más central, incluso tuvieron que lidiar con alguna nevada. Todos teníamos nuestra batallitas.
Esa noche cenamos en un
restaurante caro para los estándares del viaje, especialmente en comparación
con los puestos de comida de la plaza, pero que no dejaba de ser asequible:
Al Baraka.
Un día es un día, y además tenían
vino del país.
Efectos del vino