viernes, 22 de enero de 2021

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena XI: Todos los días, me traía papá)


A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 11ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Todos los días, me traía papá», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 11ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi seccción de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 25 de enero a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 26 de enero en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!


ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizada la votación, pongo el nombre de los autores de las obras de esta quincena.

ACTUALIZACIÓN 2: Una vez conocido el veredicto del jurado, ordeno los relatos de menor a mayor puntuación.

 


ME HACES FALTA, de Mª José Peña.

Todos los días me traía papá, me traían de cabeza las pequeñas disputas con las que amenizábamos la comida casi a diario, a veces odiaba parecerme tanto a él, aunque siempre decía, «eres más valiente y con más cojones que yo», me guiñaba un ojo y me abrazaba mientras una lágrima le recorría la mejilla. Me sentía mayor, ya era yo quien se preocupaba por él, aunque me siguiera llamando «niña».

Niña, ¿te gusta esta camisa?

Estás muy guapo papá.

A veces me siento culpable. No es que te eche de menos.

Joder, es que me haces falta!, y ya no estás aquí.



NOSTALGIA, de Rosa Juan.

Todos los días, me traía papá al recogerme del colegio, una sonrisa y sus deseos de dar un paseo hasta el regreso a casa. A mi me parecía el regalo diario que esperaba al salir y encontrarlo a la puerta.

Un día, dejó de venir, me dijeron para consolarme que se había ido a otro país, pero yo seguía percibiendo su presencia cada día, hablaba en sueños con el, le escribía cartas que nunca recibieron respuesta y sigo esperando verle y dar un paseo cada día.

Mi vida ya no volvió a ser la misma nunca más.



CORAZÓN ROTO, de Patricia Rodríguez.

Todos los días me traía papa frasquitos rellenos de emociones. Me traía deseos, desesperaciones, sueños, dolores, alegrías y ambiciones ajenas que yo mezclaba magistralmente en un matraz.

Por culpa de una extraña enfermedad se me había roto el corazón y no podía sentir. Probamos mil y un médicos, cirujanos, curanderos, brujas, hechiceros…No había tratamiento.

Mi padre, desesperado, se embarcó en un largo viaje alrededor del mundo encontrando el remedio en una pequeña isla polinesia.

Volvió con un extraño tatuaje de serpiente que crecía y crecía…. hasta que un día la serpiente se lo tragó, y a mí solo me quedó un frasquito de alegría.



PÁJAROS, de Quirón Herrador.

Todos los días me traía papá pa pa pa papapapájaros. Me decía que sabían cacá ca ca ca cacacacantar y que yo no sasá sa sa sa sasasasabía ni hablar. Los tratrá tra tra tra tratratratraía en una jaula. Al amá mamá ma ma ma mamamamanecer mamá los soltaba. Me decía que sabían vovó vo vo vo vovovovolar y que yo algún didí di di di didididía aprendería. Yo no sasá sa sa sa sasasasabía a qué se rerré re re re rerrerrerrefería, si a hablablá bla bla bla blablablablar o a vovó vo vo vo vovovovolar.

Y mira ahora, mamá, volar mis labios.



TU VOZ, de América Martín.

Todos los días, me traía papá al colegio diciéndome: «Nena, nena, apúrate que si no te dejo», siempre con una sonrisa infinita. Creí que con el tiempo desaparecería el dolor de no escucharte, cuando cruzaste la línea de la vida. Pero aquel día, el móvil sonó y oí el timbre de tu voz que me llamaba: «Nena, nena»... Se cortó mi respiración, y sin poder hablar, pasaron en retroceso las páginas de mi vida por unos segundos, mientras mi cuñado en la línea preguntaba: ¿me oyes?. Con el alma al filo conteste: ¿Papá?... y colgué. Desde entonces atesoro tu voz como un regalo de la vida.



DICHOSA ADICCIÓN, de Martina Arreaza.

Todos los días me traía papá, ese ansiado aroma con el que disfrutábamos cada tarde.

Mamá, reñía por los efectos nocivos que podrían causarle a él. Pero en el fondo; ella también disfrutaba de esos pequeños instantes de paz familiar.

Aún estando ya muy enfermo, no quería prescindir de él. Era su única adicción.

Caliente, casi hirviendo lo prefería. Dos segundos en su boca, eran suficientes para darse cuenta; de cuánta felicidad le aportaba a sus sentidos.

Y como olvidar sus últimos días: el contemplar sus ya delicados rasgos; con el único bienestar reflejado en su cara, degustando esa… maravillosa taza de café.



EL ALEMAN CRUEL, de Rosa Juan.

Todos los días me traía papá cuando volvía de viaje, alguna historia que me contaba al acostarme, eran historias fantásticas, me las relataba con todo detalle, sobre ciudades o personas que había conocido y así continuaba hasta que me durmiera.

Hoy, le cuento yo esas historias, le hablo de ciudades y personas, hechos y paisajes. Me mira, se sonríe, sigue con su amable y dulce mirada, a veces me interrumpe, me dice que ha comido lentejas, le sonrío y continúo relatándole historias, «sus historias», espero y deseo que reviva en mí sus recuerdos olvidados.



DE EXPIACIÓN, GAYS, FÚTBOL, PSICOANÁLISIS Y MUERTE, de Marcelo Celave.

Todos los días me traía papá.

Realmente el campo y las gradas son impresionantes.

Ya, pero yo prefería curar mis muñecas, entablillar mis osos, dibujar hospitales. Odiaba el fútbol.

Bueno, lograste tu deseo… hoy eres un médico respetado.

Pero nunca fui respetado por mi padre…

En esa época todos eran un poco homófobos.

¡Yo no soy gay!

Ya, pero que no te gustara el fútbol generaba mucho temor en él.

Más temor infundía él en mí. Soñaba siempre con esos hombres enormes que lo secundaban, tomaban mi casa y amenazaban a mamá... Y al despertar me acompañaba esa fantasmagoría todo el tiempo...

¿Por eso lo mataste?



EL VIAJE, de Rosa Juan.

Todos los días me traía papá a un planeta distinto, buscaba un lugar y un hogar donde vivir, el nuestro estaba en extinción, la contaminación, las nucleares, las acciones de deforestación, estaban llevando al final de la vida el que hasta ahora nos acogía.

Nuestro viaje finalmente encontró un planeta donde posiblemente podríamos vivir, bajamos toda la familia de la nave y se nos mostró una tierra fértil a la que nos podíamos adaptar, pero él no contaba con que nosotros eramos «diferentes» y la inmigración no se aceptaba fácilmente en el lugar al que habíamos llegado.



LAS PEQUEÑAS COSAS, de Raquel Sepulcre.

Todos los días me traía... papá, una flor.

Venía tambaleándose torpe y, a veces, dando ligeros saltitos pero siempre con una aparente sonrisa en su boca. No fallaba nunca, a las diez menos cuarto justo en mitad del almuerzo la sentía llegar ajetreada. Eran tiempos hermosos y sencillos de mañanas sentada al borde de una valla comiendo el bocata entre turnos. Cuando venía sentía que el día merecía la pena aún tras el trasiego de máquinas y brazos entumecidos.

Entonces cogía la flor que notaba ligeramente húmeda y, secándola cuidadosamente, la ponía en mi pelo... para verla otra vez marchar agitando feliz la cola.



TROPELÍA, de Isabel Núñez de Arenas.

Todos los días me traía papá de la mano al cuarto mágico. Allí, decía papá, no podía pasar nadie, más que nosotros dos. Siempre me recordaba que era nuestro secreto.

Una de las veces en que estábamos en el cuarto mágico, mamá abrió llena de rabia la puerta, yo aproveché para escapar aterida de frío.

Ahora, siempre que veo a mamá a través del cristal, ella me dice cuanto me quiere, y yo le envío miles de besos en forma de mariposas aladas.



VACIANDO EL NIDO, de Américo Fojo.

Todos los días me traía papá el desayuno a mi cama, con su primera horneada de croissants de mantequilla, caseros, olorosos, irresistibles; desde su jubilación, se había convertido en un experto repostero.

¡Papá, por favor, que estoy haciendo régimen, con lo que me cuesta adelgazar!

Nena, olvídate del régimen que a los hombres les gustan las curvas y no los huesos…así no vas a conseguir novio nunca.

Siempre la misma respuesta.

Pero desde aquella trascendente cena familiar, en la que les presenté a Julio, nunca más me trajo el desayuno a la cama.



CARTERO, de Ana Montesinos.

Todos los días, me traía papá una historia diferente que yo esperaba ansiosa y feliz. Se sentaba junto a mi cama, siempre sonriente, y relataba con detalle mil y una aventuras acontecidas durante su día.

Batirse en duelo con gigantes, recorrer bosques infestados de seres terroríficos, luchar contra dragones, huir de zombis o extraterrestres.

Yo estaba en cama desde hacía años, mi pequeño corazón era débil y tan solo caminar de una habitación a otra me fatigaba.

Hacía tiempo que había descubierto que mi héroe repartía el correo de nuestro barrio.

Mantuve el secreto.

Me marché una mañana gélida de invierno diciéndole que siguiera ganando batallas.



BASTARDO, de Raquel Zaragoza.

Todos los días me traía papá un regalo; era muy generoso, lo único que escatimaba era su «tiempo». Mis amigos no le conocían, los más escépticos incluso dudaban de su existencia.

Hasta que un domingo, apareció para verme jugar contra el equipo de «Los Borjamaris». Quería impresionarle. Deseaba tanto conseguir el balón que, después de entrarle a mi adversario, los dos caímos lesionados…

¡Papá, papá…! grité, al ver que me sangraba la nariz.

Reinó el silencio… Había mucha expectación ante la presencia de mi padre. Él saltó al campo y, sin apenas mirarme, recogió del suelo al niño que le llamaba «papi».



EL CAMINO DEL ADIÓS, de Rosa García Panera.

Todos los días me traía papá leche recién ordeñada y un sándwich de manteca, tomate y jamón que era mi preferido. Subía a los pastos con sus botas de goma y la boina ladeada, cetrino por el sol de toda una vida al aire libre. Retiraba mi pelo con su mano áspera y me sonreía. ¡Buen muchacho! me decía y yo era el chico más feliz.

Papá trabajaba mucho, estaba solo en la granja y yo, aunque era un niño, trataba de ayudarle, me preguntaba qué podría hacer para que no estuviera tan triste, siempre mirando el camino por el que un día mamá se fue.



EL MENSAJE, de Silvia Espina.

Todos los días me traía papá en su coche a la oficina del ministerio. Nuestra función consistía en controlar mensajes en la red, notas y cartas que resultaran atípicas o sospechosas para la seguridad nacional.

Esa mañana, reclamó nuestra atención un extraño sobre de un material desconocido, sin dirección ni remitente. ¿Cómo llegó a nuestra mesa? ¿Quién lo había traído?

El sobre contenía un finísimo papel con signos y símbolos aún más extraños, donde lo único entendible era la fecha de la carta: 1º de enero de 2078.

Al disponernos a fotocopiarlo para decodificarlo y analizarlo, la hoja se volatilizó entre nuestras manos.



RECUERDOS, de Raquel Zaragoza.

Todos los días me traía papá el olor del campo impregnado en sus agrietadas manos. Mientras yo se las hidrataba, con un ungüento casero, él hablaba y hablaba sembrando en mi memoria sus recuerdos…

Pequeña, hueles a romero, como tu madre decía evocando siempre los mismos momentos: Me enamoré de ella en cuanto la conocí. Tenía los ojos azules como el cielo…, el pelo trigueño y sus labios…, sus labios se me antojaban los trémulos pétalos de una amapola.

Ahora que aún estando, mi padre ya no está. Ahora, que lo ha olvidado todo. Ahora, soy yo quien le cuenta sus mejores recuerdos.



EL SOL DEL DOMINGO, de Américo Fojo.

Todos los días me traía papá algo relativo al fútbol, pero cuando me regaló la camiseta del club fue tocar el cielo con las manos; la suavidad de la tela, el tacto del escudo bordado …

Por supuesto, ese domingo la llevé puesta, y al llegar al estadio, repleto de hombres trajeados y con sombreros de fieltro, me sentí protagonista del partido.

San Lorenzo ganó 2 a 0 y al salir, con una sonrisa que no me cabía en la cara, un hombre que no conocíamos se nos acercó, me pasó la mano por la cabeza despeinándome y dijo:

Hoy ganamos por vos, pibe.



PRECAUCIONES, de Paquita Márquez.

Todos los días me traía papá a casa de los vecinos cuando se acercaba la Navidad. No sé por qué decía que era mucho más segura su casa que la nuestra, y yo me pasaba allí todo el día, hasta que papá volvía a recogerme.

A mí, al principio, no me gustaban nada los chicos de los vecinos, ni sus juegos, ni sus costumbres, ni sus comidas. Jugaban a ensuciarse de barro ¡y su madre ni siquiera se enfadaba! A eso nunca me acostumbré, pero las comidas terminaron por encantarme. Ahora no soporto el insípido pienso para

pavos y me pirran las peladuras de patatas.



LAS FLORES TAMBIÉN CRECEN EN EL INFIERNO, de Marcelo Celave.

Todos los días me traía papá… bueno, exagero, sería una vez por mes. Preparaba la canasta la noche anterior, cogíamos el autobús en Atocha y viajábamos a San Martín de la Vega. De allí andábamos hasta un polvoriento descampado a orillas del río Jarama.

¿Ves? Del este venían las tropas franquistas y al mando tu abuelo, con los rifles cruzados sobre la nuca vadeando las turbulentas aguas.

De este lado, los milicianos rojos de la división Lister esperaban. Entre ellos Pilar, tu abuela.

La primera embestida fue repelida por los valientes milicianos que capturaron a tu abuelo.

Y bueno… vine yo… viniste tú, vendrán tus hijos...



ESTRATEGIAS, de Rosa García Panera.

Todos los días me traía papá una bolsita llena de gominolas, de las blanditas que son las que me gustan. Salía del cole y le buscaba entre los demás padres. Las chuches no eran lo importante, aunque le decía a él que sí, lo que de verdad me alegraba era que estuviera esperándome, alejado de todos, medio escondido tras los setos.

Papá dejaba la bolsita siempre en la misma maceta, entre las flores y me lanzaba un beso al irse. Hubiera salido corriendo tras él, pero, si mamá le veía, solo hubiera servido para que, de nuevo, volvieran a pelearse.


LA FOTOGRAFÍA RASGADA, de Narcís Ibáñez.

El niño y el padre
Art director+Idea gráfica: Narcís Ibáñez
Composición (Photoshop): SAPINA

Todos los días, me traía papá ausencias, desamparo por habernos abandonado a nuestra suerte. Madre hizo de padre y madre a la vez. Él se olvidaba de enviarnos dinero. «Algunos salían a buscar tabaco sin pensar en la vuelta». Mi padre siempre estaba trabajando, era un espectro que existía y nunca veíamos. Los abuelos maternos fueron vitales nos encandilaban sus hazañas, contándolas se le enturbiaban los ojitos al Yayo, reflejos azules de mar. La Yaya siempre vigilante, alegre.

Un día en la calle apareció un hombre trajeado, se me acercó diciéndome: ¡soy tu padre! No me engañe, mi padre está en la puerta, se llama Yayo.



Y el podio queda esta quincena de la siguiente manera:

Con 9 puntos, la tercera posición es para:

TRADICIONES, de Paquita Márquez.

Todos los días me traía papá una palabra nueva. Papá era bibliotecario y le encantaba jugar con las palabras, por eso cada día me buscaba una que me pudiera resultar interesante. Cada vez las buscaba más sugerentes, y yo tenía que escribir algo sobre ellas. Torrentera, alucinación, fragilidad, deambular, febril, nostalgia… Así fui forjando pequeñas historias inverosímiles que, con el tiempo, se fueron convirtiendo en cuentos fantásticos.

Ahora me dedico a escribir libros de relatos y soy yo la que le llevo a papá una palabra cada día. Palabras sencillitas, como hija, casa, amor, beber… Para que no las olvide, como todo lo demás.



Con 12 puntos, en posición de plata, repetimos autora con:

HUMANOIDE, de Paquita Márquez.

Todos los días me traía papá instrucciones precisas para ajustar las funciones del robot doméstico que había creado. Nos libraría de la engorrosas tareas de casa y podríamos seguir con nuestros experimentos: mamá con la química orgánica, papá podría dedicarse sin molestas interferencias a la robótica espacial, y yo a las interacciones del universo cuántico. Pero algo debía fallar en los precisos cálculos de sus instrucciones, porque el robot, siempre que lo ponía en funcionamiento, bajaba al jardín y se extasiaba ante el vuelo de una mariposa, o cogía una flor y la deshojaba con el «me quiere, no me quiere…». Nos estaba dejando sin margaritas.



Y con 13 puntos, el relato escogido por nuestro plantel de autoras y autores como ganador, ha sido:



EL MENDIGO, de Raquel Zaragoza.

Todos los días me traía papá un trozo de pan para cenar…, y unos céntimos para guardar en mi hucha.

Él fingía que llegaba cansado de tanto trabajar. Yo fingía que le creía.



viernes, 8 de enero de 2021

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena X: Me acurruqué de cara a la pared)

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido, las obras presentadas en la 10ª quincena del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche 'Libros y música para un paseo en Vespa'.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Me acurruqué de cara a la pared», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 11 de enero a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 12 de enero en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!


ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación, se añaden los nombres de las autoras y autores.

ACTUALIZACIÓN 2: Una vez conocido el veredicto del jurado, ordeno los relatos de menor a mayor puntuación.


SEGUNDAS OPORTUNIDADES, de Paquita Márquez.

Me acurruqué de cara a la pared para llorar a solas. Me sentía como si acabara de morder la manzana prohibida y se la hubiera dado a él para que también la probara. Nos habíamos quedado sin paraíso, únicamente nos rodeaban ruinas de amor, ya no nos quedaba nada, solo vergüenza y remordimientos. En la duermevela de mi desdicha creí ver a la serpiente riéndose de nosotros…

Alguien se me acercó y se acurrucó a mi espalda, me envolvió en sus brazos y me susurró con un beso:

─¡Perdona, amor mío! Borremos todo y empecemos de nuevo.

Y volvimos al sexto día.

 

¡SORPRESA!, de Rosa García Panera.

Me acurruqué de cara a la pared tratando de divisar el jardín de mi vecina. Un grafiti escrito en la cual decía: «Tonto el que lo lea».

Ése era yo, porque había que serlo para perder el sueño pensando en una mujer que me ignoraba y no poder dormir, celoso de los que la visitaban. Aquella noche estaba decidido a hacer algo. Me acerqué a la puerta tímidamente, apenas podía ver nada. Iba a llamar cuando, de pronto, ésta se abrió y una mano tiró de mí metiéndome en la casa.

Cuando me fui por la mañana, temblando aún, me felicitaba por mi suerte.


VAYA NOCHECITA, de Rosa Juan.

Me acurruqué de cara a la pared después de haberme levantado tres veces a lo largo de la noche, era imposible dormir unas horas seguidas, ¡los ronquidos de mi compañero de cama lo hacían imposible!, ¿qué puedo hacer? me preguntaba, ni el chasquido con la boca, ni darle un pequeño movimiento para que cambiara de postura, ni mi protesta en voz baja, ¡para que no se despertara!, daban resultado.

Había comenzado el 2021 y yo, ¡cara a la pared¡ pensando cómo solucionar el dichoso problema. De momento, me comí las uvas que habían sobrado en la cena y me fui a otra habitación.

 

FINITUD, de Paquita Márquez.

Me acurruqué de cara a la pared recreándome en el sueño, ese en el que tú estás siempre con tu mirada risueña, tus caricias apasionadas, tus besos exigentes, tu paciencia infinita… Con todas esas lágrimas que a veces derramamos y que saben más a felicidad que a sal, con todos esos días que pasamos amándonos y que creímos eternos…

Kkjj, kkjj; kkjj, kkjj…

Un codazo en la espalda me devuelve a la realidad.

—¡Deja de roncar, coño, que no me dejas dormir!


ATARDECER, de Rosa Juan.

Me acurruqué de cara a la pared delante del ventanal, dejé volar mi imaginación y comenzaron a llegar recuerdos.

Entre los que con más fuerza surgió fue aquel, en el que una tarde frente al mar estaba con la persona que amaba, hablando del futuro y del amor.

En esos momentos nos sentíamos fuera del mundo que nos rodeaba, la puesta de sol, con su colorido, sonrosado, anaranjado y dorado absorbía nuestras miradas, sentados, cogidos de la mano, no había otra cosa que no fuésemos nosotros dos. Así permanecimos hasta que cayó la noche y todavía hoy en los atardeceres frente al mar esos recuerdos me vienen a la imaginación.


INERCIA, de Ana Montesinos.

Me acurruqué de cara a la pared, dándote la espalda, en mi lado de la cama.

Apretaba los labios para que no me oyeras llorar, mis lágrimas mojaban la almohada.

No entendía tus enfados, tus desprecios, tu indiferencia.

Quería volver a eso que creía que teníamos, pero no era nuestro, era sólo mío.

Te fuiste muchos años antes de marcharte de casa, con tus silencios, tus ausencias.

Y por eso esa mañana, con la voz entrecortada te dije que por qué seguías aquí.

Me miraste sorprendido por la pregunta, me dijiste que no lo sabías.

Me dolió y te lloré. Te lloré más de lo que merecías.


PERDICIÓN, de María José Peña.

Me acurruqué de cara a la pared, aún temblando, visualizando lo que acababa de pasar. Era una noche de aquellas que no terminan al llegar el día, miro como aguardas con cierta impaciencia bajo el agua de la ducha mis labios sedientos y moribundos en un acto de caridad. Yo, aturdida y ansiosa, me deslizo por los azulejos y me cuelo entre tus piernas con una lentitud indescriptible, como quien se sabe al fin a los pies del deseo.

Suplicándote con la mirada, te pido que, si vas a sacar lo mejor de mí, por favor; no te lo lleves.


DAÑINA DECISION, de Martina Arreaza.

Me acurruqué de cara a la pared, sin saber qué hacer ni dónde ir.

Un fin de semana como cualquier otro, me lo pidió con tanta insistencia… que no supe negarme ante tanta dulzura. Estaba loco por ella.

Aquella noche, no pude conciliar el sueño; me repetía a mí mismo una y otra vez, no pasa nada, todos lo hacen. Siempre fui muy responsable, pero lo haría.

Qué bonita y radiante estaba; alegría, risas, baile… olvidando mis temores disfruté de aquella fiesta como si no existiera otra.

Una semana más tarde, ocurrió lo previsible; dolor y llanto inundaron mi hogar.

Nunca tan poco… hizo tanto daño.


CONTINGENCIAS, de Paquita Márquez.

Me acurruqué de cara a la pared, me tapé la cabeza con el edredón y contuve la respiración para que creyera que no estaba; hasta me puse la mano en el pecho para acallar los latidos de mi corazón, que parecía andar a saltos. Pero seguía oyendo el crujido de las viejas maderas del suelo bajo sus pasos…

De pronto noté el golpe de su pataza en mi espalda, dí un respingo y, en ese preciso momento, resonó la histérica voz de mi madre llamándome a gritos:

─¡Nacho!, como des lugar a que el perro vuelva a mearse dentro de casa, ¡te vas a enterar!


LA MODELO, de Narcís Ibáñez.

Me acurruqué de cara a la pared, parapetándome al notar las alas surgir lentamente desde mis omóplatos. Prestando atención, escuchaba crecer las cejas del grupo en la celda, indagando como tentáculos inquisidores: ¿qué haces aquí?

Fui la chica de gafas oscuras en la marea humana, estábamos juntos contra la opresión del régimen. Al ver gente correr entramos en un bar. Los Grises nos sacaron arrastrándonos hasta la celda. Siguieron tres días dantescos, sin dormir, con tres hombres alrededor de un agujero, en mi interior una voz decía: «¡Sal volando!»

Al tercer día, sin cargos, me puse las gafas oscuras y calcé los tacones volando hacía la libertad.


HAY UN MONSTRUO EN MI CUARTO, de Patricia Rodríguez.

Me acurruqué de cara a la pared. Había sido la cosa del armario.

Esa noche me habían castigado por pegar a la tonta de mi hermana, y para molestar a mi madre dejé la puerta del armario abierta ¡Como me iba a reír con su ataque de nervios! Ella creía que por las noches salían cosas malas del armario, y nos obligaba a cerrar las puertas a cal y canto.

Por la mañana encontré a mi familia asesinada. Corrí a mi cuarto miré al espejo…. y me vi cubierto de sangre ¿Fui yo? ¡No!, ¡fue la cosa del armario! Eso le diría a la policía.


¿QUÉ ES MEJOR?, de Silvia Espina.

Me acurruqué de cara a la pared, más liviana, como si flotara. La confesión fue una catarata y con cada palabra fui purificada.

Al principio, fue amor entrañable, éxtasis por el que transitaba como por carbones encendidos, sin siquiera sentir calor. Esa entrega borró toda sospecha, haciéndome vulnerable y sin entrenamiento para cruzar el abismo que se abriría a mis pies.

Pero al mostrar las verdaderas cartas tuvo la descortesía de tratarme con desconsideración, agresivamente y así se fueron deshilachando los jirones de este amor contumaz.

Yo estoy aquí, pero él… ¿no son peores los efectos letales del veneno?


VIDA DE MIERDA, de Marceo Celave.

Me acurruqué de cara a la pared del vecino, que estaba siempre más calentita y me tapé hasta la cabeza.

Fue una noche excitante. Con Tony intentamos robar un coche pero tenía alarma el cretino, corrimos por el callejón y pintamos «viva la rebolución» en la pared de la iglesia, rompimos los cristales de Galli´s Clothing y desembocamos en Plaza Vilcapugio, donde nos liamos a derribar la estatua del general. Algún vecino soplón nos delató y corrimos perseguidos por la pasma. No nos cogieron, claro.

Llegué a casa de madrugada y me topé con la cara amarga de la vida: sin luz, sin agua y sin gas.


EL GRITO, de Patricia Rodríguez.

Me acurruqué de cara a la pared buscando las caras que se escondían entre las vetas del mármol de mi cuarto de baño. Cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño de siete o diecisiete pastillas.

Me había aislado a voluntad propia, había pedido vacaciones en el trabajo y me había encerrado en casa. Quería tocar fondo. Solo hablaba con las caras del baño, pues ellas me entendían y éramos amigas.

Así, la noche «pastillera», quise dejar de ser, pero decenas de caras se unieron en un grito conjunto que me despertó.

Vomité, me duché en agua fría y te llamé. Había renacido.


PREGUNTAS SIN RESPUESTA, de Pablo Crespo.

Me acurruqué de cara a la pared, vencido por la náusea que me subía desde lo más profundo del estómago hasta la garganta.

De rodillas, mirando al suelo con la mirada borrosa por el pánico, sentí como el cañón de la pistola se apoyaba sobre mi nuca. El sicario repitió su pregunta por tercera vez, y vomité.

De mi vientre brotaron sangre, lágrimas, lamentos, ruegos, recuerdos, esperanzas, deseos, temblores, amores inacabados, y finalmente mi corazón, que quedó colgando entre mis labios por un hilillo de sangre coagulada.

Entrecerrando los ojos, esbozó una leve sonrisa antes de mover la pistola y reventarme el corazón de un disparo.


REMORDIMIENTO, de Raquel Zaragoza.

Me acurruqué de cara a la pared que reflejaba su sombra. Apreté los ojos, y simulé estar dormido. Porque si Melchor me encontraba despierto, me quedaría sin juguetes.

Mi mamá decía que «Los Reyes Magos» lo sabían todo, y que era imposible engañarles. Pero, yo estaba nervioso y tenía tanta curiosidad…

Antes del amanecer, el «Rey» ya se había ido con el saco lleno. Y cuando nos levantamos, no quedaba ni un solo regalo, ¡faltaba hasta el jamón que, desde Navidad, colgaba en la cocina!

Oculté que fue por mi culpa; y, aquella mañana, mi madre llamó a la policía.


¡CON LO QUE TE QUIERO!, de Rosa García Panera.

Me acurruqué de cara a la pared y me dije que tampoco había sido para tanto. Ella me miraba con cara de reproche y levantaba su dedo índice apuntándome airada.

—¡No podemos seguir así, cada día te portas peor!

Aunque se enfadara conmigo yo la quería, sobre todo cuando me llamaba con su dulce voz y me abrazaba. Podría pasarme una eternidad mirándola y otra durmiendo a su lado en el sofá. Si pudiera echaría a ese señor que viene a verla.

No se da cuenta de que solo soy un perro y si no me lleva a pasear tengo que mearme en la alfombra.


LA SIRVIENTA, de Raquel Zaragoza.

Me acurruqué de cara a la pared y fingí, como siempre, que estaba dormida…

En aquella mansión, de las apariencias, cuando la señora se retiraba a su dormitorio; el señor ─amante de la lectura y del buen vino─ se encerraba en el despacho hasta el amanecer.

Poco después…, al filtrarse los primeros rayos de luz por la ventana, don Alfonso me despertaba con sus pasos vacilantes bajando los dieciséis peldaños que conducían a mi habitación; vencía, con más torpeza que sigilo, la manecilla de la puerta y… me daba «las buenas noches».



Y el podio de esta semana queda como sigue:

En tercera posición, empatados a siete puntos, tenemos los relatos:


EL FIN DE UNA ILUSIÓN, de Luisa F. Escalada.

Me acurruqué de cara a la pared. ¿Qué otra cosa podía hacer, después de lo que mi hermano acababa de decirme? Me di la vuelta y empecé a llorar, acurrucado sobre la cama.

—Ya tienes diez años, así que te voy a decir la verdad: los Reyes…

Le grité que era un mentiroso, pero él se rio en mi cara y me lo repitió de nuevo:

—Los Reyes Magos son los…

Me tapé los oídos, no quise volver a escuchar aquello que acabó robándome la mejor fantasía de mi infancia.


PIEL, de Ana Montesinos.

Me acurruqué de cara a la pared, me hacía la dormida como cada sábado.

Se te aceleraba el corazón con cada pasito que dabas desde tu habitación hasta la mía. Venías despacio, risueño, con ese buen despertar que te daban los fines de semana.

Yo había oído el abrir de la puerta de tu cuarto y me preparaba feliz para el encuentro de nuestras pieles.

Te metías en la cama y nos abrazábamos y besábamos con el placer de no tener prisa... Susurros, risas, caricias.

Hasta que te sentabas serio y me decías: «Mami, ¿desayunamos?»

Han pasado 40 años y aquí sigues en mi cama del hospital.

 

En segundo lugar, la plata con 11 putos es para:

 ARRINCONADO, de Américo Fojo.

Me acurruqué de cara a la pared porque no quería que me vieran ni yo verlos a ellos, pero escuchaba las risas y la voz de Agustín, que seguía diciendo tonterías.

Lo llaman el rincón para pensar pero para mí es el rincón de sentirse mal, de querer hacerte chiquito, chiquito y desaparecer.

Total, ¿qué había hecho yo? ¿Algo malo?

Sólo me distraje mirando el reflejo del sol en el pelo de Laura, la de los ojos claritos y no escuché que la maestra me llamaba.

El mal compañero fue Agustín, que empezó a gritar: «…tiene novia, tiene novia…»

 

Y vencedora, con 12 puntos, por tercera vez, Raquel Zaragoza con

MARGARITAS BLANCAS.

Me acurruqué de cara a la pared del viejo cementerio. Lloraba asustada y triste ante las piedras que me separaban de mi padre. A mi corta edad todo resultaba demasiado: El muro era demasiado alto, hacía demasiado frío, y la noche era demasiado cerrada para una niña que temía a la oscuridad.

─¿Papá, por qué te has ido? ¿¡Por qué me dejas sola, papá!? ─grité con la voz entrecortada por el llanto.

Hasta que, como cada noche, mi «Ángel de la Guarda» aparecía para consolarme; luego me acompañaba hasta la pequeña lápida, cubierta por las margaritas blancas que, todos los días, me traía papá.