martes, 31 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: ¡Campeona!


MARTES 31 DE MARZO


Ayer, después de 18 días de confinamiento, ya no pude aguantar más, mi cuerpo me lo pedía, me insistía en ello, y por más resistencia que haya opuesto finalmente he caído: hice ejercicio…

El frío de trabajar junto a la ventana, el agarrotamiento por el estrés del trabajo debido a las prisas para rellenar la tabla de la muerte de mi ya ex-actividad laboral, hicieron que mis músculos me lanzaran un mensaje claro: «¡Muévete, gandul!». Y ahí estaba yo en mi salón, frente a la tele haciendo unas rutinas de cardio y quemagrasas intentando seguir el ritmo de una monitora que desde Youtube me gritaba «¡Lo estás haciendo muy bien, campeona!». Quizá un día me grabe, será un gran vídeo cómico con el que os vais a descacharrar.

No he notado aún agujetas.

Hoy he escrito, igual que ayer, otro correo de despedida, esta vez a los compañeros del contrato en el que he trabajado en los últimos 14 meses y al personal de AENA con el que he estado en contacto a lo largo de todo este tiempo. Realmente es un hasta luego lleno de incertidumbres, porque no sé cuáles serán mis planes de futuro (al menos en lo que se refiere a los plazos) ni lo que será de mis compañeros, puesto que finalmente todos cesamos en nuestra actividad y ya no puedo hacer la broma de que en AENA han dicho «¡No te vas tú, te echamos nosotras!».

Lo he hablado esta mañana con mi directora de expediente de AENA, mi contraparte en el lado de nuestro cliente, incluso me he permitido la confianza de contarle que se me vino a la cabeza el «¡Te lo dije!» del que hablé en el post de ayer. Pero sin revanchismo, todo de buen rollo a pesar de que en algún momento tuvimos alguna tensión importante. Me quedo con que tanto ella como mi jefe en este trabajo me han reconocido mi desempeño y mi actitud, no sólo con mis labores sino con el resto del equipo. Al menos un poco de ánimo en medio de esta situación de no buenas noticias.

Porque esa ausencia de buenas noticias, todo esto, está haciendo llorar a  mucha gente. Hasta ahora habían sido amigos y familiares quienes me habían confesado que han tenido momentos malos en los que han necesitado llorar, pero en estos dos días quienes me han confesado que han llorado lo han hecho por el trabajo, por tener que comunicar que que esto se acaba, que se cierra, y por ser conscientes de que hay gente que lo va a pasar mal. Además hay gente que esto lo está pasando en soledad (yo mismo), y no todo el mundo lo lleva igual, algunos necesitan moverse, otros algo que les incite a moverse, y solo a lo más raros no nos está afectando demasiado.

Pero aun así es raro lo de cerrar temas y despedirse así, solo desde casa, dejando entregas e informes a mitad porque es lo que se ha pedido, pero… Ahora a otra cosa, ya veremos cuál… Mientras no nos digan nada a los que nos quedamos así, parece que ya estoy sin excusas para no limpiar a fondo (no los cristales, que sigue lloviendo), ordenar, hacer ejercicio y comenzar a escribir la continuación de mi novela A Macondo se va en línea recta (¿os he hablado de ella?)

No sé… Podría celebrar este cambio con un sándwich de Nocilla…



David 13 – Nocilla 0


lunes, 30 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: ¡Te lo dije!


LUNES 30 DE MARZO



Como en el chiste, después del plácido domingo llega el jodido lunes. En efecto, es lunes, hace frío y llueve (en mi barrio, en otra zonas de Madrid cae una nieve ligera).

Ahora mismo, en una realidad paralela a esta en la que no ocurrió este Fin del Mundo, hay un tipo como yo en un piso como el mío llenando cajas de mudanza con pertenencias como las mías. Un tipo sonriente, ilusionado y feliz por el cambio radical que está dando a su vida, porque vuelve a tomar las riendas después de muchos años llevado por la corriente. Pero en esta realidad hoy es un lunes raro, y mi yo real lo ha pasado delante del ordenador, rellenando una tabla de Excel dejando constancia de cómo la actividad se va parando en los aeropuertos del este de España: obras y proyectos que se detienen y que traen como consecuencia que dejo de ser necesario en ese trabajo que estoy haciendo. Y de nuevo, hoy es un lunes raro en el que he escrito un correo de despedida a los Project managers de todos los aeropuertos cuya información recopilo y proceso, un correo de despedida en el que les digo que ese correo de despedida tenía que haber sido otro, y no un texto en el que les deseo suerte en lo que viene; además sabiendo que ellos van a correr incluso peor suerte que yo (que realmente aún no creo esté en un problema, no soy tremendista, pero el tono dramático a veces queda bien…).

Hoy, con motivo de este trabajo que estoy terminando me han dado ganas de gritar un «Te lo dije»: nuestro cliente quiere día a día una actualización de las obras que van parando, añadiendo además cada día nuevos campos que rellenar en una tabla que se va complicando en su casuística. Hace más de una semana que tengo la sensación de que ese ansia de tener día a día un registro de qué se paraba, de dónde caía la gota, era una tontá innecesaria, un estrés gratuito puesto que era evidente que venía una ola que nos iba a arrollar (chico, espérate al final de semana, que ya verás, ya…). Así se lo trasmití a mi jefe cuando me comunicó que el cliente había decidido que yo no me iba sino que eran ellos los que me «echaban», y hoy me han dado ganas de decirle ese «¡Te lo dije! ¡Para qué tanto estrés y tanta ansia!»; pero él no tiene ninguna responsabilidad, y hubiera sido muy cuñao (aunque no me hayan faltado las ganas).

Lunes… Ayer me echaba una siesta ligera con la ventana abierta y hoy estoy con el batín, agarrotado de estar sentado en mi escritorio tecleando como un tonto y musitando ese «¡Te lo dije!».

Al menos hay esperanza en que el porcentaje de nuevos infectados va disminuyendo, el esperado pico de la maldita curva parece estar ahí a la vuelta de la esquina, y este mal rollo de lunes se difuminará tarde o temprano.

Y como dije ayer, ya es de día a la hora de los aplausos. Comenzamos aplaudiendo de noche, y día a día la ovación se fue iluminando con el atardecer, cada vez más perezoso en el reloj, hasta que el horario de verano (con nieve incluida, es cierto) ya nos deja ver a los vecinos de en frente cara a cara. Los que aplauden con más entusiasmo en mi rango de visión son un matrimonio mayor que tengo justo enfrente, un piso por arriba. En lugar de asomarse al ventanal que da al parque, los dos se aprietan en la mitad del espacio de una ventana de una habitación y aplauden juntos con una gran sonrisa. Me dan ganas de abrazarlos cuando esto termine. Dos plantas más abajo otra señora se asoma por la ventana del baño, en el primero suele ser un hombre con una niña, y un poco más a la derecha un chaval más joven, que una vez me preguntó por qué era la cacerolada.

Además he escuchado que hoy en Elche, justo antes del aplauso de las 20:00 las emisoras de radio emitirán todas el Gloria Patri, la última pieza musical que suena en las representaciones del Misteri d’Elx, y que se ha convertido en la pieza que todos los ilicitanos escuchamos con expectación desde nuestras azoteas cada noche del 13 de agosto, retumbando en altavoces por el centro de la ciudad antes de que la gran palmera final de la Nit de l’Albà, un ingenio de fuegos artificiales de medio kilómetro de diámetro, ilumine el cielo de Elche.





Luz nos hace falta en esto, o acabaré amorrándome al tarro de Nocilla…


David 12 – Nocilla 0


domingo, 29 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: La ignorancia.


DOMINGO 29 DE MARZO


Al menos este confinamiento tiene una hora menos. ¡Ya estamos en el horario de verano! (y aplaudimos de día)

La ignorancia es atrevida, recuerdo que la primera persona que me dijo eso fue mi mecánico de Valencia cuando supo que me iba con mi coche de 17 años a Cabo Norte, en Noruega, el año siguiente de haberme llevado una ambulancia hasta Ulán Bator en Mongolia. Aquella ignorancia ante las capacidades de un motor 1.5 de gasolina que por entonces tenía 200.000 km tampoco entrañaba excesivos riesgos, y con la experiencia adquirida en años posteriores ese mismo coche me llevó a Atenas, a Lisboa y dos veces a Marruecos (350.000 km tiene ahora mi renqueante Civic campeón del 95). Pero hay ignorancias e ignorancias, algunas inconscientes, otras soberbias. Para mí la peor ignorancia es esa que es tan profunda que hace que su propietario no sea consciente de ella, esta es de la familia de las ignorancias soberbias, porque no acepta el desconocimiento y propicia que el ignorante siga hablando y sentando cátedra cargado de una razón inexistente. Esta es una de las características, con diferentes variantes, que comparten algunos tipos de cuñadismos, tan extendidos que sufrimos hoy en día.

Yo intento acercarme a todo lo que nos rodea con cierta prudencia y cada vez soy menos opinólogo (reconozco que hace años, cuando florecieron las redes sociales, lo fui, pero de todo se sale). No es que siempre lo consiga, pero prometo que lo intento porque cada vez soy más consciente de que mientras más sé, más cosas me quedan por saber, y esa conciencia de la autoignorancia ha de ir acompañada de un rebaje en la rotundidad de las afirmaciones propias. Cuidaos de la gente que está siempre segura de sí misma y que jamás admite la duda, porque cuando falla en sus sentencias suelen tapar ese fallo de la forma más furibunda. A todo esto, cuántos epidemiólogos había en este país y nosotros sin saberlo, ¿verdad? ¡Qué ignorantes hemos sido los demás por no pedirles su sapiencia desde el principio, cuando empezó este Fin del Mudo!

A propósito de esto, me gustaría hablar de una conversación que tuve ayer con antiguos compañeros de letras en un viejo foro de relatos cochinos: uno de ellos es de México, en cuya actual administración ha tenido un cargo cultural de rango medio pero de cierta repercusión (no es un cualquiera, es doctor en Historia y uno de los principales expertos en el México del primer cuarto del siglo XX). Le pregunté por las declaraciones que nos llegaban hasta aquí de su Presidente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en las que restaba importancia a los efecto de esta enfermedad, y le pedí que en la medida de sus capacidades de influencia intentara hacer llegar la gravedad de lo que estamos pasando, contándole las cosas que me explicaba la enfermera desconocida del Gregorio Marañón de la que he hablado en alguna ocasión en este diario. Pero entonces terció en la conversación otro compañero de letras, nada sospechoso de estar alineado con el actual gobierno de México y me explicó lo siguiente:

«Sobre AMLO, el problema es que aquí los medios tergiversan y seleccionan de la manera más nefasta posible (…).
»Conozco a una química que reside y trabaja allí, y lo que ella me transmite sobre México es bien distinto a lo que llega (…).»

A continuación nuestro amigo mexicano nos aclaró:

«Pero todos los días hay un informe actualizado de las autoridades sanitarias, parte del cual lo repite el Presidente en su conferencia mañanera, y la OMS ha felicitado a México por su reacción»

Hecho que me fue confirmado por el compañero poco alineado ideológicamente con este gobierno mexicano, y que ratificó luego el doctor:

«Las declaraciones de AMLO restando importancia eran para evitar que cundiera el miedo porque había una campaña feroz (…). Ahora que ya hay claras medidas busca dar la vuelta».

¿Qué quiero decir al mostraros esta conversación? Pues que la desinformación, los titulares, los extractos y los resúmenes no siempre ofrecen la verdad, y eso alimenta también nuestra ignorancia y nuestro cuñadismo. Hay que llevar mucho cuidado con lo que se opina puesto que incluso aunque nos creamos informados lo normal es que sólo conozcamos una versión parcial.

La duda os hará libres (a mí me lo hizo con la religión, por cierto, por eso hoy es domingo pero no he ido a misa)

Hoy, mi atrevimiento ignorante lo he reservado para la cocina y me he atrevido a preparar un arroz de conejo, pollo y alcachofas en la paellera que compré hace ya más de un año. Nunca la llegué a usar porque el día que iba a hacerlo por primera vez tuve un accidente doméstico haciéndome en un dedo un tajo importante, y es que soy un poco manazas y bruto en la cocina, siempre tengo algún corte o herida en mis dedos por cuchillos, bordes de latas o rallador de tomate (este fin de semana me he hecho dos…).

El caso es que me he lanzado a hacer ese arroz sin usar medidas ni método, sólo mi instinto arácnido de cocinero atrevido y los recuerdos de los arroces de mi madre o de mi abuela, en la casa de campo familiar en Crevillente. Mientras freía la carne me he acordado de ella, la abuela Carmen, que falleció en la Navidad 2008-09, y de cómo siempre tenía la previsión de echar carne de más en la sartén porque los nietos nos arremolinábamos en torno a ella para conseguir un trocito dorado de pollo o conejo, a modo de impuesto revolucionario que le cobrábamos cada vez que pasábamos junto a la barbacoa. Recuerdos de hace tres décadas que me han asaltado de nuevo con la naranja que me he tomado de postre, puesto que las mejores naranjas que recuerdo haber tomado nunca eran las que tomábamos directamente del árbol del huerto de mis tíos después de comer.


Muestra gráfica de mi atrevimiento ignorante de hoy:







Por cierto, qué bien sienta una siesta después de un arroz como este… La ventana abierta pero la persiana bajada, aprovechando que hoy la primavera daba una tregua soleada y cálida, y los pájaros en el parque de detrás de casa celebrando que no hay gente importunando en la calle.

Tanto hidrato de carbono me está dando ganas de buscar algo dulce en la despensa… ¿La Nocilla corre peligro?


David 11 – Nocilla 0

sábado, 28 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: La voz.


SÁBADO 28 DE MARZO


He vuelto a tener otro momento de debilidad que no creería en mí: me he vuelto a imaginar un par de veces limpiando los cristales de los ventanales, incluso la materia radiactiva que hace un año o así dejaron unos pájaros que anidaron cerca de la azotea. Los animalitos adornaron las ventanas pequeñas de la vertical de los miradores entre salón y habitación, todas las plantas esturreadas... Son persianas que siempre tengo cerradas, y cuando descubrí el pastel no pensé que meses después me vería con el ánimo de ponerme a limpiarlo. Esta mañana, antes de salir a hacer la compra de la semana he hecho inventario de los productos de limpieza, sólo con el propósito de comprobar si tendría suficiente arsenal para afrontar esa tarea hercúlea. Por ahora no he rebuscado en los armarios para localizar la escobilla especial para limpiar cristales.

Intentaré alargar ese momento hasta el miércoles, cuando sepa si estoy con actividad laboral o no. Es quizá la única incertidumbre que de alguna manera me ha dado qué pensar durante este confinamiento. No hablo de la limpieza de las ventanas, sino del futuro laboral una vez que me saquen del contrato en el que estoy. Y no es por el riesgo de quedarme en la calle, puesto que mi intención es irme y sé que tarde o temprano todo esto terminará y pondré en marcha mi idea de excursiones en Alicante, sino por el hecho de que me reasignen a alguna cosa nueva que no me va a interesar en absoluto, que no significará nada para mí y que tendré que aprender a procesar teletrabajando desde casa; la otra opción ante esta nueva situación que se me dibuja a partir del miércoles es que no tenga ninguna actividad laboral en la que ocupar mi tiempo, con lo que sí deberé poner en práctica la cantidad de historias que durante la primera semana de confinamiento nos propusieron en las redes. En todo caso, hasta dentro de dos o tres días no lo voy a saber, ni tengo forma de ocuparme de ello, con lo que mejor no preocuparse. Y valga esto como consejo: ¡no os preocupéis de cosas de la que nos os podéis ocupar! Bastante tenéis cada uno con lo que tenga en casa.

Y como decía, en efecto hoy he salido a comprar después de una semana sin atravesar la puerta de casa más que para sacar la basura al descansillo. Hoy sí que se notaba más el vacío en las calles, apenas me he cruzado con tres personas en mi camino hasta el súper, que era como una isla de actividad en el desierto urbano del sur de Madrid (jamás había visto el puente de Toledo sin nadie). En una semana las cosas han cambiado de forma sensible, por fin nos hemos organizado: había cola para entrar al súper, con un vigilante dando el turno de entrada según salían otros clientes, con las marcas en el suelo estableciendo la separación entre personas para acceder primero al dispensador de gel, luego al de guantes y por fin al espacio de los carritos. Un empleado iba marcando el ritmo una vez dentro del súper para ir dando cada uno de estos pasos. Parecía una cadena de montaje en la lucha pasiva contra el contagio, y he tenido la sensación de efectividad (ya veremos la eficiencia), de que cuando nos lo proponemos sabemos hacer lo que toca hacer, independientemente de que haya versos sueltos que no entiendan que ahora la fuerza reside en la colectividad organizada y no en el individualismo inconsciente. Además, nuestro papel es tremendamente fácil, no tenemos excusa para no ser parte de ese engranaje.

Ayer me emocionó ver en las noticias la rapidez con la que en el recinto ferial de Madrid en IFEMA, se había montado el sistema de suministro de oxígeno a todas las camas UCI que se han habilitado en ese hospital de campaña. En apenas tres días, con el concurso de profesionales autónomos y jubilados de las especialidades laborales requeridas, todos voluntarios, había puesto eso en marcha todo el sistema bajo la dirección de oficiales de Bomberos de Madrid y de la Unidad Militar de Emergencias. Tanta gente dando un paso adelante para ofrecer sus manos y su conocimiento con el único fin de ayudar, es algo que me emociona, pero que al mismo tiempo me hace sentir inútil puesto que no sé cómo podría ayudar.

La única forma en la que me puedo sentir útil es hablando, leyendo cuentos como hice ayer en Instagram y Facebook, ofreciendo mi mejor cara para animar y entretener, sean diez personas en una red social, las videollamadas en grupo (hoy he tenido dos aperitivos, siempre muy bienvenidos, con ingesta de vino generosa...) o una por teléfono. Hablar por teléfono, esa cosa que no sé hacer y que sin embargo llevo varios días practicando y mejorando. Me está gustando ofrecer una de las mejores cosas que tengo, mi voz, y tener la compañía de quién necesita o quiere hablar conmigo, es un quid pro quo más íntimo que me trae muy buena música en estos tiempos de soledad física.


David 10 – Nocilla 0


viernes, 27 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Animales sociales.


VIERNES 27 DE MARZO


Nunca pensé que lo diría en un confinamiento, pero por fin es viernes. Bueno, nunca pensé que me vería en un confinamiento por una pandemia global, así que jamás me hubiera imaginado en ninguna de las circunstancias en las que nos vemos.

La primavera va a lo suyo: hoy ha amanecido con bastante frío y me han contado que nevaba en la zona norte de Madrid, a 27 de marzo. Realmente las nevadas más fuertes que he visto en los 7 años que llevo en esta ciudad han sido en marzo, con la primavera ya asomando; así que ni siquiera puedo decir que incluso el tiempo está tan raro como los tiempos. Sin embargo el día se despide con una tarde soleada y cielos despejados.

Los víveres se me acaban y este fin de semana tendré que salir de nuevo a hacer la compra (llevo sin salir desde el sábado pasado, con lo que hoy es el decimoquinto día de confinamiento, y séptimo seguido sin salir, por ahora el periodo más largo); con lo que vaticino que mañana sábado o el domingo volveré a meterme en la cocina a preparar comida para la próxima semana. Aunque como no sé qué será de mí laboralmente hablando a partir del día 1 de abril (el miércoles), estoy pensando que si no tengo ocupación, debería cocinar día a día, para ocupar mis horas en algo grato que no sea sólo ver porno; al menos mientras no me reasignen a otro proyecto, porque temo que no me despedirán.

Es ya una quincena de esta situación que quizá por cómo ha ocupado mi tiempo el trabajo, y este diario, no se me ha hecho tan irreal como pintaba entre el jueves 12 y sábado 14 de marzo, cuando la realidad se nos echó encima. Recuerdo que cuando dejaba la oficina en la tarde del jueves 12, a mitad del edificio más alto de Madrid y de España, la luz vespertina se colaba entre los estores de los ventanales como en media penumbra (no sería así pero recuerdo que lo percibí de esa manera) y fuera la atmósfera se veía con un tono anaranjado extraño. La tranquilidad, más bien el silencio, de la oficina, y la forma en que nos despedíamos con una sonrisa nerviosa (yo pensando que sería cierta la excedencia que debía comenzar hoy mismo para cambiar de vida) en efecto parecían el preludio de la calma que preceden a la tormenta, con la salvedad de que para muchos de nosotros esa tormenta transcurre en el refugio confortable del hogar.

Esa tarde, después de llegar a casa, tuve mi último contacto social: me fui a tomar las últimas cervezas en un bar con mi vecina (no la petarda que tengo pared con pared, sino la que mola). Eso fue hace una quincena, y desde entonces la vida social se ha reubicado completamente en las redes, en el espacio virtual. Por fortuna estamos teniendo imaginación y aunque echamos de menos el contacto, los abrazos, los besos, los choques de manos y la cercanía de los ojos, nos las apañamos para seguir siendo lo que somos: animales sociales.

Hoy uno de mis tíos Juan ha compartido un cuento muy bonito en el grupo de Whastapp de la familia paterna. Lo he reenviado a otro grupo de amigas, y les ha gustado tanto que me han pedido que les enviara un audio leyéndoles el cuento (al parecer mi voz es una de las mejores cosas que tengo), porque eso es también una forma de sentirnos más cerca, la voz. El caso es que al final me he liado y he decidido hacer un directo en Facebook e Instagram un rato después de los aplausos de las 8 de la tarde. Mi ego del escritor atrapado en un cuerpo de ingeniero de caminos está supliendo con estas cosas la falta de contacto directo.

Y bueno, malas noticias con la versión digital de la novela: hoy he podido descargarla en mi ebook y tiene fallos que corregir, así que hay que seguir esperando al lanzamiento digital de A Macondo se va en línea recta. Me consolaré con otras cosas más mundanas como que llevo tres días seguidos por debajo de los 88 kg, una barrera que llevaba muchos meses sin poder franquear (se ve que como en casa no se come en ningún sitio), y tras varios intentos he conseguido arreglar otra vez la luz de la cocina (un contacto que parece que con la temperatura a veces se afloja).

Voy a prepararme para la retransmisión del cuento.

¡Ahí va el enlace!



David 9 – Nocilla 0

jueves, 26 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Aquí hay dragones.


JUEVES 26 DE MARZO


Nadie ha estado antes aquí, ni ganas que tendremos de volver.

Esto que estamos viviendo es Terra incognita, la esquina de los mapas de la Antigüedad en la que los primeros cartógrafos dibujaban monstruos formidables, el Hic sunt dracones (Aquí hay dragones) del Globo de Hunt-Lenox de 1510.

No es el mapa de Hunt-Lenox, pero mola más.

Ayer una amiga me contó que le preguntó a su madrina, una septuagenaria de 1945, si alguna vez en su vida había pasado por algo parecido, y le respondió que no, que para ella también era la primera vez. La enfermera desconocida de la que he hablado en días anteriores también me ha contado que se están destinando todos los recursos humanos a este frente, que ella está habituada al estrés del quirófano, a una batalla cuerpo a cuerpo dinámica que no se parece nada al cuidado de los pacientes en las UCI, para ella tan estresante como una operación. Igual que los estudiantes de último año de carrera de Medicina y Enfermería que están siendo reclutados en esta lucha contra el virus, hay muchos profesionales de la Salud que se enfrentan a algo totalmente nuevo, no por la pandemia en sí, sino por la actividad específica y la intensidad de la misma. Nunca habían estado antes ahí y están enfrentándose al más terrible de los dragones que podrían encontrar en la esquina de un mapa: la vida o la muerte de sus pacientes.

E incluso en la Terra incognita encontramos salvapatrias, metemierdas y capitanes a posteriori que de repente lo saben todo, solo ponen pegas y no construyen, destruyen mientras hay gente jugándose el tipo a pesar de las decisiones incorrectas o tardías de los unos y de los gritos miserables de los otros.

Mientras tanto yo prefiero hablar de otra cosa: mis editores me han pasado la versión digital de mi novela A Macondo se va en línea recta. Ayer le estuve dando un vistazo y ya he comentado con ellos un par de cosas menores y dentro de poco os daré la lata para que la compréis. Que no será por mí, sino por las asociaciones de padres de niños con cáncer a las que dedico los derechos de autor que recibo de las ventas: ASION en Madrid y ASPANION en la Comunidad Valenciana.



Los dos personajes de la novela, Vidal y Amaranta, también han de afrontar una exploración, adentrarse en lo desconocido como lo estamos haciendo nosotros y como lo hacen los niños enfermos de cáncer. Precisamente ayer salió la noticia de que el humorista Dani Rovira tiene cáncer. Cuando escuchamos que un famoso está en ésas, nos afecta debido a que vemos la enfermedad en la cara de alguien que «conocemos», no es una estadística en una noticia, sino una persona de carne y hueso. Pues bien, los niños a los que atienden estas asociaciones también son de carne y hueso. Conozco a una niña que está explorando ese camino terrible de luchar contra un cáncer, sufrir los efectos de la quimio y la radioterapia sin saber muy bien por qué le están haciendo eso. Esta niña, sin comerlo ni beberlo, sin tener idea siquiera de ello, está afrontando la fatalidad como quizá ninguno de nosotros lo haríamos, sin miedo ninguno.

Y debemos aprender de ellos, esgrimir una sonrisa, empezar a quitarnos algunas corazas y salir ahí fuera (figurado en esta situación). Esto ha de valer para todos los ámbitos de la vida, ser valientes y aprender a tomar decisiones y lanzarse. No es necesario ser Ernest Shackleton, ni un inconsciente, vale que se han de valorar los riesgos, pero hay que atreverse. Últimamente, y relacionado con mi intención de dejar el cobijo de una empresa grande para tirarme a mi propio proyecto, me pregunto si mi habitual falta de miedo es porque soy un inconsciente, un soberbio que piensa que lo tiene todo controlado, o si en efecto he reflexionado sobre el tema, he relativizado las consecuencias y por eso he ahuyentado mis miedos.

No sé, el caso es que el próximo miércoles ya no estaré trabajando en el proyecto en el que he estado el último año, sin tener aún un destino conocido, pero por ahora no tengo miedo ni preocupación a pesar de la incertidumbre total que tengo delante. ¿Qué es esto mío comparado con la situación de otra mucha gente? La verdad es que fue raro cuando ayer mi jefe tuvo que pasar el trago de decirme que, aunque soy el más valorado o uno de los más valorados del proyecto (incluso mi contraparte en AENA me lo dijo cuando supo que me pedía una excedencia hace un mes), pues que me quedaba fuera porque yo ya había dado el paso previamente. Un rechazo siempre es un rechazo, incluso aunque tú lo estés buscando, y se te queda un cuerpo extraño que no sabes si es liberación o decepción. De alguna forma me recuerda al típico golpe sentimental del «No sos vos, soy yo, realmente eres muy bueno, un encanto, te admiro, pero no me atraes…». Da igual cuántas veces te lo digan (llevo unas cuantas encima) que es siempre un palo aunque quieras que no te afecte. Pero así es la vida, no hay que recrearse en la autocompasión ni se puede reprochar la no atracción. Esto ocurre en ambos sentidos, a mí también me ha tocado decirle a veces a alguien que no, y es complicado. La empatía, tan necesaria en este momento en el que estamos, también hay que emplearla en esos cuerpo a cuerpo emocionales del No sos vos, soy yo (estés en el lado que estés).

Y a todo esto, me pongo a divagar con estas cosas y se me olvida lo importante: la luz de la cocina se me ha vuelto a apagar, que a veces tiene un funcionamiento aleatorio. Voy a ver si la puedo arreglar.


David 8 – Nocilla 0



miércoles, 25 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Bromas del destino


MIÉRCOLES 25 DE MARZO


El ruido de la lavadora dando sus ciclos de lavado monótonos y regulares es uno de los sonidos que más asocio a un hogar. Normalmente, cuando hago una mudanza intento poner pronto una lavadora, de esa forma pretendo que ese ruido me engañe y me haga creer que ya estoy en casa, aunque las cajas de cartón sigan llenas por los suelos y las estanterías vacías en las paredes.

Precisamente hace tiempo escribí un relato llamado Normalidad que transcurre en medio de un paisaje apocalíptico pero que habla de eso...


A cada vuelta del tambor de la lavadora se atenuaba su ansiedad. Aquel ruido doméstico, previsible y fácilmente reconocible sustituía a cualquier mantra de religión olvidada en las montañas de Asia. Siempre, con cada antigua mudanza, entre cajas por abrir y muebles por armar, lo primero que solía hacer era poner la lavadora, buscando así ruidos hogareños conocidos. Y ahora, tras mucho deambular jugándose el tipo, pudo robar gasoil para el generador eléctrico y lavar sus harapos. Lo siguiente era salir nuevamente a las calles desoladas y luchar por comida.
  Cauto a cualquier ruido que se escuchara en la calle salió por Embajadores. Al fondo, una nueva columna de humo brotaba del Reina Sofía


Pues bien, hoy por fin he puesto una lavadora, la primera desde que comenzó este Fin del Mundo… Evidentemente todo es ropa de andar por casa: sudaderas, camisetas y pantalones cómodos, nada de las camisas y chinos con los que suelo ir a la oficina. Mientras ponía la lavadora me decía que ojalá esto no se alargue mucho o deberé ir al garaje a buscar al coche los pantalones cortos, puesto que hoy hace dos semanas que bajé las primeras cajas de mi mudanza nonata al maletero.

Ha sido un día de contrastes: por un lado por fin ha salido el sol, y los árboles del parque de atrás de casa ya empiezan a verdear, cosa de la que no me he dado cuenta hasta hoy, que está soleado, aunque la mañana haya sido fresca. Pero por otro lado he recibido una noticia que no sé calificar todavía como buena o mala, porque las consecuencias no están aún claras: a lo largo de los últimos días he ido registrando los informes que llegaban de las obras que se suspenden en los aeropuertos de toda la zona este, viendo como poco a poco la actividad de AENA va languideciendo a causa del coronavirus; y ayer eso ya se tradujo en reducción de equipo de personal de direcciones de obra, gente a la que no conozco y con la que no he tenido trato; pues bien, hoy esa reducción de recursos humanos que está pidiendo nuestro cliente me ha tocado a mí. ¿Dijiste hace un mes que te ibas? ¿Que ahora no te vas? ¡No, hombre, no! ¡Tus primeros deseos son órdenes! ¡Puedes dejar este proyecto! ¡Te liberamos!

Como he dicho, aún no sé las consecuencias porque ahora es mi empresa la que ha de decidir qué hace conmigo a partir del 1 de abril, día en el que en otra realidad yo debería estar finalizando mi mudanza. No, si al final los planes van a realizarse independientemente de lo que yo esperara de esta pandemia. Y es que como cantó Sabina (corrección política off):

Pero al loro,
que el destino es un maricón,
sin decoro,
te da champán y después chinchón.

Con todo esto, y con la cantidad de trabajo que tengo estos días se me ha olvidado revisar la versión digital de mi novela, mañana lo haré y os cuento.

Estoy por lanzarme hacia el tarro de Nocilla…


David 7 – Nocilla 0


CONTINUARÁ...

martes, 24 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Días de radio.


MARTES 24 DE MARZO



El autobús ya no se detiene en la parada que hay en la puerta de casa. Desde mi ventana veo pasar varias veces al día el 62, vacío, y sin parar. Ya no lo escucho frenar ni el tiempo que solía estar con el motor al ralentí esperando que alguien suba o baje. Es una de las pocas distracciones que tengo cuando miro por la ventana además de los paseantes de perro y el vigilante del edificio de al lado, que a veces se da una vuelta al edificio y aprovecha para almorzar en esa ronda que se da a su territorio.

En las dos veces que he salido de casa desde que se decretó el estado de alarma me he fijado bastante en los autobuses: no he visto ninguno aún que lleve más de tres personas. Son la evidencia de una maquinaria que sigue en marcha, funcionando para casi nadie, pero prestando el servicio necesario para los que no tienen más remedio que salir a la calle.

Tenía frío esta mañana al despertar, y mi ligera hipocondría me ha impulsado a ponerme el termómetro, sólo para confirmar que  es mal negocio que todo el frente de fachada de mi habitación (también del salón) es ventanal. Además de que algún día deberé limpiar esos cristales, tienen un aislamiento mejorable, porque en las noches de invierno, cuando tengo la caldera parada, he de taparme bien, y durante el verano infernal de Madrid propician un efecto invernadero terrible.
Mucha luz, es cierto, y viene genial para mis plantas, pero oye…

Después de año y medio con mi sección quincenal en Radio Elche (Libros y música para un paseo en Vespa), hoy ha sido la primera vez en la que me he animado a grabarla en vídeo, aprovechando que ayer me animé a hacer un directo en Instagram leyendo uno de mis relatos. Aún tendrá gracia que me quiera hacer influencer de ésta, aunque sea entre los radioyentes de Elche. La verdad es que durante estos días me he olvidado de ponerme música mientras trabajo y tengo la radio siempre puesta, creo que es la mejor forma de estar acompañado, entretenido. Siempre he escuchado la radio, y siempre la escucho. Llego a casa y, tras quitarme los zapatos, lo primero que suelo hacer es conectarla para buscar esas voces que hacen de banda sonora en casa. Y el hecho de ser a veces yo una de esas voces que hace compañía a otra gente en el coche, en casa, en el trabajo, es algo que me parece fascinante, que me produce orgullo.

¡Ahí vamos!

Bueno, orgullos aparte, las prisas y los nervios siguen en el mundo laboral, hoy he tenido que decirle a la clienta que esperara un momento con sus urgencias porque se me quemaban las patatas en la olla, que eso sí es una urgencia y no saber cuántas obras van parando en los aeropuertos del este. Al menos fuera del ámbito del trabajo el buen rollo es más generalizado y todos estamos empezando a sentirnos más cerca los unos de los otros, aunque imagino que iremos atravesando fases de no querer hablar con nadie y otras de querer gritar al primero que pase bajo la ventana que le quieres un huevo. La montaña rusa está por llegar todavía, al menos en mi hogar individual no ha aparecido, y confío en no subirme: llevo ya dos noches seguidas preparando la cena, y tomándola a continuación, acompañado, mediante el teléfono, con voz o con vídeo. Y la verdad es que tener esas compañías y compartir un rato para hablar de lo raro que es esto, de los proyectos que tenemos que poner en marcha cuando la calle se nos abra al otro lado de las puertas abiertas, cuando nuestros horizontes estén más allá de las paredes de casa; es un pequeño regalo que de alguna manera nos ha de cambiar en el futuro. ¡Ojalá!

Y ojalá compréis la versión en digital de mi novela A Macondo se va en línea recta, que hoy mis editores me han dado la gran noticia que ya está lista y en breve estará disponible en la web de la editorial. Voy a comprobar qué tal ha quedado y mañana os cuento.


David 6 – Nocilla 0



CONTINUARÁ...

lunes, 23 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Para siempre.


LUNES 23 DE MARZO


Pues ya es lunes… Y el fin de semana se me pasó volando, con la cantidad de series que quería ver, ejercicio por hacer, limpieza a fondo de armarios pendiente y desvelar el sentido de la vida, y al final el lunes se me ha echado encima como un camión de la basura maloliente que te recuerda que incluso en mitad del Fin del Mundo hay obligaciones que atender.

Será el Apocalipsis, pero hay que seguir recogiendo la basura.

Hoy ha sido el típico día primaveral de lluvia, sol, y granizo que contemplar por la ventana mientras en el trabajo la urgencia paradójica era saber lo antes posible las cosas que se paran, como si te fueras a perder algo por no enterarte hoy en lugar de mañana de que una obra se va a parar. Pero bueno, para eso está la gente que manda, para creerse importante con sus agobios hacia los que están por abajo y enviar novedades insustanciales cinco minutos antes del cierre y que hay que incluir sí o sí; y luego se preguntarán que por qué me quiero ir de este trabajo.

No sé, un lunes un poco encabronao: el colega Eduardo Boix, escritor y poeta ilicitano, me suele dejar leer la entrada de su diario antes de publicarla (Los confinados os recomiendo leerlo), y hoy se le notaba cañero, se lo he comentado y me ha dicho que no era él quien escribía, que se sentía alguien distinto tecleando; luego en uno de los grupos de whatsapp familiar hemos tenido una pequeña bronca acerca de si un cargo público que defiende lo público tiene derecho o no (si tiene los medios a su disposición) de ir a una clínica privada, y en el trabajo nuestro cliente está nervioso por registrar ya las gotas de la avalancha que se aproxima (¡sois unos ansias, copón!).

Yo, lo único que puedo decir es que lo que más feliz me ha hecho hoy son los macarrones con chorizo de los que hablé la semana pasada y haber tenido la idea de empezar a leer de tanto en tanto en Instagram algunos de mis relatos, para deleite o coña de mis contactos.

Para empezar he elegido un relato llamado Para siempre, que aunque podría interpretarse como un tanto pesimista, por la cantidad de cosas que creemos que son para siempre al final se pierden, he querido darle un toque de esperanza, porque esto que estamos viviendo no es para siempre.

¡Ya queda menos!


PARA SIEMPRE

—¿Me quieres? —preguntó a bocajarro mientras él, concentrado, decidía si al arroz le quedaban tres o cinco minutos más.
—Sí —respondió saboreando, no muy con­vencido, el poco caldo que quedaba en la paella.
—¿Para siempre? —insistió, confundida por su duda.
Él recordó entonces algo que escribió recien­temente un amigo que tuvo que irse de la ciudad:

«El bar al que bajas a ver el partido de fútbol con los amigos, donde a base de compartir tardes y noches ya conoces a los parroquianos y los saludas con un arqueo de cejas si los encuentras por las calles del barrio; el banco de la esquina donde te sentabas a esperarla frente a su portal, la combinación de semáforos en rojo y verde que encuentras al salir del garaje de casa, esos niños camino del colegio con los que te cruzas todos los días y que llevas años viendo crecer, la tradicional pizza de los viernes, las triquiñuelas de la pescadera del súper para que te lleves siempre unas almejas, el desayuno de los sábados en la terraza del parque leyendo el periódico, las tardes de sofá viendo vuestra serie favorita, temporada tras temporada; el ritual de cada mañana al levantarte, el programa de radio y el orden de las secciones que escuchas camino del trabajo, la limpieza del baño el domingo por la tarde, el saludo a la kiosquera cada vez que sales de casa, la lista de la compra del fin de semana, la escapada a bañarte cuando empieza el buen tiempo, el recorrido habitual por las tiendas del barrio para comprar los regalos de Navidad, las cosquillas que le haces de repente cuando no se las espera, el sonido del tranvía llegando a la parada cercana a casa, el lugar donde guardas cada cacharro en la cocina, la negociación sobre qué película ir a ver al cine, la sucesión de curvas que te llevan de vuelta al pueblo, esa camiseta que le regalaste, la copa bien preparada por tu colega el del garito donde cenáis de tanto en tanto, el parque al que vas a correr algunas tardes, la siesta que os dais juntos el viernes, la esquina del kebab en la que siempre sueles encontrarte a ese antiguo compañero de clase y con el que repites invariablemente la misma conversación infructuosa, el dependiente agrio de la administración de loterías de los jueves por la tarde, la sonrisa cada vez que pasas por la calle donde os besasteis por primera vez, tu peluquería, el almuerzo con los compañero de trabajo, la cuadrilla indisoluble de las excursiones a la sierra, esa canción que siempre pides el sábado por la noche, el viejo furgón del frutero aparcado bajo el mismo árbol para que le dé la sombra, el atajo para ir a la playa cuando hay tráfico, sus ojos cerca de los tuyos, las vistas desde la ventana, el olor del mar, la farola donde atas tu bicicleta, la chica de la copistería, la sartén vieja para la tortilla de patatas, las pintadas del ascensor, las teclas de tu coche, la cerveza mientras preparas la cena, las plantas del balcón, esa diferencia sutil en el beso que te da y que significa que quiere que hagáis el amor...

»Todo, absolutamente todo lo que parece parte del paisaje inalterable de tus rutinas, se esfumará un día, revelándote que nada es para siempre».

—Se te pasa el arroz —apremió ella a su extraño silencio.
—Sí, claro... Para siempre.


David 5 – Nocilla 0


CONTINÚA AQUÍ.

domingo, 22 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Viva el vino (y la amistad).


DOMINGO 22 DE MARZO


Por fin, en el décimo día del confinamiento, me he pillado una moña bebiendo. Luego os lo cuento, vamos antes con una reflexión un poco más sesuda.

Hace unas pocas semanas vi una serie de National Geographic relativa al brote de ébola que hubo en Estados Unidos en 1989 (recomiendo este artículo de la revista Jotdown sobre las personas que se enfrentaron a aquello). Ese brote saltó desde unos monos a algunas de las personas que estuvieron en contacto con los animales. Por fortuna la afección a los humanos no fue grave y aquella cepa no fue letal, pero sí un aviso importante de cómo una enfermedad apocalíptica podía llegar a liarla parda. Las autoridades estuvieron cerca de dar el aviso de epidemia y desatar el pánico por algo que finalmente no tuvo ninguna consecuencia sobre las personas más que síntomas de una gripe. La serie está basada en el libro Zona caliente de Richard Preston (lo leí de adolescente, cuando aún estudiaba en el instituto). Al final de la misma se llega a la conclusión de que cuando vamos comiendo el espacio a la naturaleza, cuando la vamos asediando y confinándola a reductos cada vez más pequeños, tarde o temprano los demonios que se esconden en los rincones más escondidos de la selva acaban saliendo como los demonios de El corazón de las tinieblas de Conrad. Y esos demonios en muchas ocasiones son virus a quienes privamos de su ecosistema, de los animales de los que se sirven como huéspedes para replicarse y perpetuarse, de forma que en algún momento una mutación tiene éxito y el virus salta de especie y encuentra en nosotros un campo fértil en el que continuar expandiéndose. No olvidemos que los virus, como cualquier otra forma de vida (aunque hay controversia sobre si los virus son la forma más elemental de vida o tan solo, simplificando, pequeños sacos de material genético) tienen la única misión de replicarse, de proyectarse hacia el futuro por medio de las mutaciones mejor adaptadas al medio siempre cambiante que es cualquier ecosistema. Nosotros también no somos más que la excusa de nuestros genes para poder dominar el planeta. Alguna vez he compartido tertulia de barra de bar con mi amigo Juanma Ortiz hablando de esto, contándome lo que aprendió leyendo El gen egoísta de Richard Dawkins, y llegó a la conclusión de que lo único no sobrevalorado en esta vida es el sexo: somos esclavos de nuestros genes, que tienen el sexo como la única forma de perpetuarse. Así que cuidado con las ganas que tengáis de frungir con otros humanos de vuestro sexo complementario cuando termine este confinamiento, que la genética la carga el diablo y puede haber un baby boom importante en 2021.

Como conclusión a esto también podríamos decir que la respuesta a quién fue antes, si el huevo o la gallina, es el gen.

Sobre el tema de apertura: aunque éste ha sido otro domingo que no voy a misa sí que he comulgado con el arrocito de pescado y el vinito blanco de los domingos de antaño, cuando compartía vida y no era un soltero recalcitrante.

Además, ha sido quizá una de mis jornadas de cocina más satisfactorias de los últimos meses, porque durante todo el tiempo que he estado preparando la comida he hecho una videoconferencia con amigos mediante hangouts: repartidos en Alicante, Elche, Madrid, Londres y Canarias. Algunos cocinábamos y otros miraban, o nos mostraban a sus hijos pequeños, pero hemos compartido esa hora como hace bastante que no hacemos, cuando nos juntábamos en una casa rural y hacíamos una paella al fuego o una barbacoa.
 No es que sea la mejor captura de pantalla, pero es una muestra.


Y al igual que en esas ocasiones, la buena compañía y la alegría que ella proporciona incita a beber, con lo que además de uno o dos quinticos me he pimplado media botella de Blanc pescador mientras cocinaba y comía. Así que luego ha caído una siestaca de hora y media como hace tiempo no recordaba, de esas que te aprisionan contra el colchón y te meten en un bucle de sueños en los que luchas por despertar.


 Y que hambre me da, después del alcohol, volver a ver la comida.

Además he de agradecer que esta tarde un par de amigos han aprovechado para llamar y charlar un ratillo. No lo hacían, o eso creo, por mi ofrecimiento de ayer ante la posible bajona que podría esperarse del confinamiento, así que también es de agradecer que volvamos a cultivar la charla, el hablar por hablar (algo que como conté ayer, no sé hacer por teléfono), y que te den ideas de qué hacer cuando esto termine, como por ejemplo sugerir la posibilidad de que la nocilla se puede untar no solo en pan…


David 4 – Nocilla 0


CONTINÚA AQUÍ.

sábado, 21 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Llamadme


SÁBADO 21 DE MARZO


Esta mañana, cuando el mirlo del parque de detrás de casa se ha puesto a cantar antes de las seis de la mañana y me he despertado, no por el canto del mirlo en sí, sino porque tenía que ir al baño, me he acordado de cuando era niño y veraneaba con mi familia en Santa Pola. Quiero creer que el hecho de que me suela despertar muchas madrugadas a esa hora, especialmente en verano, no es porque tenga problemas de sueño o que conforme pasen los años sea más acuciante la necesidad de vaciar la vejiga con más frecuencia; sino porque durante aquellos veranos que pasaba de alquiler en la zona de Gran Playa o Playa Lisa en Santa Pola, a esa hora en la que la claridad del amanecer y la brisa de levante alteraban las condiciones del sueño, también se rompía el silencio con el ronroneo lejano de los barcos pesqueros que salían todas las mañanas a esa hora desde el puerto a faenar. De cinco a cinco. Poco a poco, tras varios veranos en Santa Pola, se me fue fijando esa hora en mi reloj interno, de forma que ahora, unas pocas décadas después, no es raro que la menor excusa (un par de cervezas la noche anterior, un mirlo que canta en el parque de detrás de casa, o un vecino que madruga) me despierte al mismo tiempo que los pescadores de Santa Pola zarpan para faenar más allá de la isla de Tabarca.

Por cierto, ayer leí una noticia que decía que Tabarca era ahora mismo el único sitio que se había librado del maldito virus. En octubre de 2006 pasé allí un puente, la primera escapada con la que fue durante muchos años mi pareja, y pensé que sería un buen lugar donde refugiarse de cualquier distopía… Trece años y medio después, por desgracia se ha constatado que aquel pensamiento era cierto.

La primera mañana de primavera ha amanecido esquiva, con el cielo nublado y una lluvia fina suspendida en el aire. Ayer una amiga me decía que qué mal que los días se estuvieran poniendo pochos, que al menos daba más alegría que hubiera luz ahí fuera y apeteciera abrir la ventana. Sin embargo creo que no está mal que la primavera haya decidido darse una tregua y esperar a que podamos salir a la calle con alegría, y no como ahora, que nos movemos ahí fuera de forma huidiza evitando el contacto con el resto de personas que puedas cruzarte camino de la compra.

Esta climatología, que no te hace echar de menos la calle, ha sido la excusa perfecta para no buscar si tengo o no tengo en casa los adminículos necesarios para limpiar los cristales. Así que tras desayunar, y al comprobar que no tenía la SER sintonizada en mi tele, he empleado la mañana en la divertida y provechosa tarea de resintonizar todos los canales de la TDT y eliminar aquellos que estoy seguro nunca buscaré en el mando. Por fin puedo decir, tras ocho días confinado en casa, que he hecho algo que en otras condiciones no habría hecho.

Bueno, realmente he tenido alguna otra novedad, como por ejemplo hablar por teléfono. Yo no sé hablar por teléfono, no me nace llamar a nadie y ponerme a hablar, es para mí un canal de transmisión de un mensaje concreto: hola, comunicación de mensaje, adiós. Ayer tuve una conversación telefónica de una hora, y no fue tan difícil…

Esto de la comunicación está siendo ahora algo esencial, necesitamos contarnos cómo lo estamos pasando, qué tal están los que nos rodeaban antes del confinamiento y también quiénes no veíamos desde hace tiempo. Justo después de la resintonización de canales tenía un teleaperitivo con algunas amigas, cada quien con su vino, vermú o cerveza, un aperitivo y el móvil o portátil delante. Pero ha faltado una amiga que no se encontraba con ánimos de asistir a este evento virtual que nos habíamos montado: hoy han ingresado a su padre en Valencia después de varios días pasando los síntomas del covid-19 en su casa. Esta amiga es una persona muy especial para mí, ella lo sabe, y veo que por desgracia el virus ya está empezando a tocar a gente que me rodea… Desde aquí no puedo hacer otra cosa que enviarle un beso público muy gordo e insistir en que nos quedemos en casa, para que no tengáis que ver a vuestros familiares o personas queridas ingresando en un hospital con el miedo de si saldrán de esta o no. Los hospitales en algunos sitios están saturados y hay que hacer lo posible por reducir la carga de los centros médicos, que bastante están haciendo los sanitarios. La enfermera desconocida de la que he hablado en días anteriores me ha contado hace un rato que hoy ha estado casi todo el día llorando después del turno nocturno que ha tenido.

Por ello, cuando he salido hoy a la calle a hacer la compra, he decidido hacerlo a las cuatro de la tarde, después de comer, sacrificando algo tan nimio como una siesta pero a la que yo doy mucha importancia, para coincidir con el menor número posible de personas, manteniendo las distancias en el súper todo lo que podía. Con lo que he cargado hoy, creo que ya no he de salir hasta el próximo viernes o sábado (mi cocina es tan pequeña que tampoco puedo almacenar mucho).

Además de ese teleaperitivo, por la tarde he tenido otras dos videoconferencias, una con Londres y Alicante y la otra con antiguos compañeros de departamento, y por la noche otra con mi grupo de amigos distribuido en Alicante, Elche, Madrid… El tema estrella ha sido, como no, cuándo se aplanará la curva de contagios, cómo lo llevamos cada uno de nosotros, si la gente cumple o no cumple con el #Yomequedoencasa. Ha habido un momento que casi parecíamos, en algunas de estas conversaciones un comité de expertos sobre el coronavirus, y es que tenemos la necesidad de explicarnos qué es esto y cuándo pasará, de buscar respuestas.

Ojalá fuera tan fácil como en los capítulos de aquella serie infantil de hace años de Érase una vez la vida.

 Aquí tenemos las claves. Ferando Simón en la primera pantalla.

En estos dos últimas jornadas algunos amigos me han dicho que el jueves fue el día en el que empezaron a tener sus altibajos de moral debido a esta situación de confinamiento. Yo me estoy sorprendiendo a mí mismo porque por ahora, y a pesar del gran inconveniente personal que me ha supuesto esto en lo relativo al retraso y la incertidumbre en mis próximos planes vitales, me lo estoy tomando con buen humor y no me está agobiando en absoluto. Resisto sin que mi ánimo decaiga. Así que me he ofrecido a ellos, mi línea de teléfono y mi tranquilidad están abiertas a su disposición. Sólo os puedo decir una cosa: llamadme.

Respecto a esto, hay mucha gente que me dice que soy un animal social, y quizá sea verdad, pero yo muchas veces me percibo como alguien solitario. De adolescente, cuando empecé a escribir los primeros relatos en primera persona, el personaje solía ser alguien que vivía solo, siempre me proyecté así a mí mismo en el futuro. Y ahora esta soledad impuesta, este no poder tocar a nadie, estas escasas salidas furtivas a hacer la compra, esta certeza de que no vas a bajar a tomarte una caña con tu vecina la que mola, no me están suponiendo un reto, nada que no haya vivido antes. ¿Cuánto hay en esa proyección que hice hace tantos años de conocimiento de mí mismo y cuánto hay de profecía autocumplida? Ni idea, el caso es que creo que no me está afectando ni me va a afectar esta situación, con lo que reitero mi ofrecimiento a amigos y conocidos a quienes sí les afecte: aquí me tenéis.

Sobre el tema ya tratado de retomar el contacto con viejos amigos, hoy es el cumpleaños de un amigo serbio, Milos, que fue mi compañero de habitación durante un verano que pasé haciendo prácticas en Chipre en 2004. He intercambiado unos mensajes con él, y me ha comentado que allí tienen mejores números, pero simplemente porque no están informando correctamente ni tienen suficientes tests, y se lo toma a humor, como siempre se toma las cosas este serbio optimista y guasón.

Por cierto, ¿por qué hay gente que sale a los balcones a aplaudir tres minutos antes? Tampoco hay prisa, ¿no? Que creo que nadie se va a ir, estamos todos en casa... Espero que la semana que viene, con el cambio de hora no haya gente aplaudiendo desde las 7 hasta las 8 de la tarde, o terminarán con las palmas escocidas. Yo estoy aplaudiendo unos tres minutos cada tarde y la verdad es que aunque hace más de tras horas de la última sigo teniendo las manos doloridas.

Al menos me queda el consuelo de:

David 3 – Nocilla 0

CONTINUA AQUÍ.

PS: Llamadme para reservar un hueco en el que nos merendaremos unos sándwiches de nocilla cuando todo esto pase.

viernes, 20 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Héroes.


VIERNES 20 DE MARZO


Hay un mirlo en el parque de detrás de casa que todas las mañanas a eso de las 5 o las 6 da los buenos días al barrio. Estos pajarillos siempre me han caído bien, fueron los primeros pájaros urbanos distintos a palomas y gorriones que descubrí de niño en Elche. Fue entre las palmeras del parque municipal, un lugar que atravesaba todos los días varias veces para ir al cole. Es un paisaje que añoro: casi desde cualquier esquina de Elche, especialmente en mi barrio de Carrús, puedes ver al final de alguna de las dos calles que confluyan en ese cruce las palmeras de una plaza o de los parques que hay al otro lado del río. Y ahora, el mirlo oscuro que nos da los buenos días a esas horas de la madrugada en esta primavera que empieza tan rara, es un pequeño motivo sin importancia para sonreír cada mañana. Bueno, también sonrío porque veo que aún me quedan un par de horas más, o tres, en la cama.

Es una cosa muy pequeña, pero me sirve para empezar el día con buen humor (además de que no he de subirme en la moto para surfear entre el tráfico de la M-30).

Es ahora cuando hemos de emplear esas cosas pequeñas para que lo grande no nos aturulle, que como dijo aquel: el diablo está en los detalles. Nuestro día a día se ha visto confinado a las paredes de casa y a una vida muy en plan Atrapado en el tiempo (el famoso día de la marmota), así que más nos vale buscar puntos de anclaje o cabos a los que asirnos en esas cosas pequeñitas que nos están rodeando y en las que no reparamos. Es más fácil de lo que creéis. Y eso nos va a ayudar a superar esto de la mejor forma posible, porque todos tenemos un papel que cumplir en este berenjenal. Esta mañana, la enfermera desconocida de la que hablé hace tres días, me contaba el desánimo que sentía al ver que la gente quizá no se está tomando del todo en serio lo de no salir a la calle. Ella está jugándose la salud en un hospital, con el temor de llevar el virus a su casa, está viendo las peores consecuencias de esta enfermedad en quienes están ingresados en la UCI de unos de los mayores hospitales de Madrid; y sin embargo continúa contemplando que hay gente que busca cualquier excusa para salir a la calle. Pero las personas se mueren… Hoy ha fallecido la abuela de una compañera de trabajo, la mujer ha aguantado una semana en el hospital, luchó contra aquello que pilló en el centro de día de Valdemoro, y del que pensaron al principio que se había escapado porque cuando se detectó el brote ella llevaba varios días sin ir. Pero al final mi compañera de trabajo se ha quedado sin abuela antes de tiempo.

A ella, y especialmente a la enfermera desconocida que me cuenta lo que vive cada día, no les valen los aplausos de esa gente que no entiende que esto es muy contagioso, lo que les vale es que pongamos todos los obstáculos posibles a la propagación del virus. Su salud, y la de todos, está en juego. Y no podemos perder a esos héroes que se la están jugando cuidando a los demás.

Es nuestra hora de ser pequeños héroes, por ellos, y cumplir cada uno con nuestro papel. El nuestro, el que nos han pedido a los que nos quedamos en casa, con nuestra hiperconexión, nuestras series y películas, con todas las comodidades de nuestras casas, es el más fácil. ¿No queríais ser héroes? Este es vuestro momento.


¡Sé como él! Un pequeño héroe que se queda en casa.

A propósito de todo esto del fin del mundo me acuerdo de cuando en marzo de 2011 el terremoto de Japón y posterior tsunami arrasó con la central nuclear de Fukushima y llevó un pequeño apocalipsis a Japón. Mi preocupación por aquel entonces estaba puesta en observar cómo se movía la nube radioactiva y si eso afectaría al viaje que tenía previsto en el verano de ese año, conduciendo una ambulancia desde Elche hasta Ulán Bator en Mongolia, mientras que mi jefa, que tenía un bebé de apenas un año volcaba sus miedos en el futuro que esperaba a su hija: ¿y si nos tocaba vivir en un mundo confinado por la contaminación nuclear? Y si no sobrevivíamos en condiciones, ¿quiénes cuidarían de los más pequeños, de los más débiles? Pues eso, tenemos que pensar en quienes están más expuestos, tenemos que sobrevivir sanos para ellos.

Y después de eso, conducir locamente una ambulancia a Mongolia, porque tendremos todo el resto de nuestra vida para salir ahí fuera.

Mientras tanto, este tiempo que tenemos ahora puede servirnos para las cosas que nunca hacemos y que no nos quitaban el sueño. Tantos días en casa, trabajando en el escritorio al lado del ventanal de mi habitación, me están sirviendo para ver que tengo las ventanas pidiendo una buena limpieza (a ver, no es que me quite el sueño, pero creo que ya no tengo excusa para no hacerlo)… He de buscar por algún armario porque me suena que tengo un kit de limpieza de ventanas por ahí, de cuando empecé a vivir en este apartamento e ilusamente pensé que iba a limpiar de forma periódica los dos ventanales que tengo. Si no lo encuentro tampoco os creáis que voy a sufrir por no poder limpiar mis cristales, que dudo que pueda comprarlo ahora en ningún sitio.

Y a disfrutar el fin de semana como mejor podáis, yo creo que se me acumulan las videollamadas grupales este finde… Muy distinto al de hace dos semanas. Qué cosas, hace dos viernes me reunía en Alicante con mi futuro socio y hacíamos planes para casi ya, hace un viernes rehuía de la gente en el súper… Y hoy estoy escribiendo un diario de un confinamiento y el mejor logro que puedo apuntar de mi vida actual es:

David 2 – Nocilla 0