¿Cómo pude estar tantos años sin saber quién era, ni conocer, a Terry Pratchett?
Hace un par de años, o tres, mi hermano me regaló Dioses menores, subtitulada como Una novela del Mundodisco. Y tenía un ligero recuerdo de haber leído alguna vez un artículo de la Wikipedia al respecto, dejándome la idea de que esa saga del Mundodisco venía a ser una de las grandes cotas del frikismo literario. Pero ahí quedó el interés.
Leí aquel Dioses Menores y me pareció uno de los libros más divertidos y con algunas de las escenas más desternillantes que he leído nunca, siendo además una crítica feroz contra las instituciones monoteístas. Es un libro que habla de la fe y de cómo las instituciones eclesiásticas humanas han pervertido las creencias y el espíritu original de cualquier religión.
Hace unos pocos días tropecé en una librería-papelería de barrio con El color de la magia subtitulada también como Una novela de Mundodisco; y lo compré sin dudarlo. Cuál no fue mi alegría al saber que es la primera de esta saga de 41 novelas, así que me lancé a su lectura directamente mientras regresaba caminando a casa: kilómetro y medio en 20 minutos y unas 20 páginas (incluyendo las que leí en la papelería mientras esperaba a que me hicieran una copia de uno de mis libros -qué cosas-).
Pero antes de hablar de la novela en sí, una pequeña introducción a esta saga del Mundodisco:
La BBC realizó en 2003 una serie de programas, llamados The big read, basados en una gran encuesta a los lectores británicos para confeccionar el listado de los libros preferidos del país. De los 29 títulos de la saga escritos hasta el año anterior, Pratchett colocó a 4 entre los 100 primeros y otros 10 títulos entre el 101 y el 200. Es decir, casi la mitad de los libros de la saga estaban entre los 200 preferidos por los británicos (de hecho fue el autor con más títulos en esa lista, que podéis consultar AQUÍ).
Se han vendido más de 80 millones de ejemplares, traducidos a 37 idiomas.
Ha ganado hasta seis premios: Prometheus (de ciencia ficción), Carnegie Medal (juveniles e infantiles) y otros, además de múltiples nominaciones.
El Mundodisco, el lugar donde se desarrolla la saga, se ambienta en un mundo mágico medieval pero también con países de ambiente victoriano o griego clásico. Este mundo, como su propio nombre indica, es un disco plano, con sus continentes y océanos (el sueño de todo terraplanista); y descansa sobre cuatro grandes elefantes que a su vez están situados en el caparazón de una tortuga que navega por el espacio (la gran preocupación de los astrozoólogos de Mundodisco es saber si la tortuga es macho o hembra, puesto que si se cruza con otra congénere espacial gigantesca y le da por reproducirse, mal asunto será que les haya tocado la hembra y una gran tortuga macho se abalance sobre los elefantes y el disco donde ellos viven).
Este mundo tiene a su vez su propio olimpo en el que residen los dioses que juegan a los dados con el destino de sus habitantes.
Imagen de Paul Kidby (no le digáis que la he usado)
Y sobre El color de la magia, esta novela nos cuenta las aventuras y desventuras de:
el mago de tercera Rincewind (se podría traducir como Danza del Viento, que resume muy bien la trayectoria vital de este mago, siempre huyendo), y
el primer turista del Mundodisco, un personaje naif llamado Dosflores que llega a la ciudad de Ankh-Morpork, donde vive el mago, para complicarle la vida y que según Rincewind: «(...) si se organizara el caos más competo, este tipo se subiría a una colina bajo una tormenta de truenos, con una armadura de cobre empapada, gritando "¡Todos los dioses son unos bastardos!"».
Equipaje, un cofre fabricado con madera de peral sabio, que dispone de multitud de patitas para seguir a su dueño Dosflores, y que puede ser el ente más terrorífico del Mundodisco si se lo propone.
En esta novela ágil llena de personajes singulares donde la acción va siempre medio cuerpo por delante de ti (aunque haya a veces resoluciones previsibles pero aplaudidas) Pratchett nos empieza hablando de la codicia humana y de cómo poderosos y miserables (y todo el espectro que queda en medio) se vende, o cosas mucho peores que incluyen afecciones al pellejo de los demás, al escuchar el tintineo de unas monedas de oro en el bolsillo. Y a partir de ahí, en esa partida que se juegan los dioses a los dados sólo nos puede salvar la magia, o no... por más que la Muerte nos venga pisando los talones con insistencia enfermiza. Teniendo en cuenta que la magia es una taimada que hace lo que le da la gana y se deja domar sólo si le place y crees lo suficiente en ella.
Rincewind, Dosflores y Equipaje se las van a ver con ladrones, asesinos, gobernantes, la Muerte, jinetes de dragones, monstruos lovecrafteanos y amazonas semidesnudas buscando consorte, entre otros personajes de lo más variopinto. También contarán con aliados de lo más inverosímiles. Además, en esa loca carrera de los protagonistas, Pratchett nos irá instruyendo sobre la realidad del Universo en el que se encuentra el Mundodisco, sobre la magia, las creencias y la fe, así como la forma en la que el lenguaje a veces no es suficiente para describir la diversidad del multiverso. Esto último se resume en la frase en la que el narrador se da por vencido al intentarnos explicar uno de los hechos más locos y surrealistas de la novela:
«En este punto de la explicación es cuando el lenguaje se rinde y se va a tomar un trago».
Sinceramente, a mí me parece una confesión honesta, original y divertida.
Por último, os advierto de que esta novela no es autoconclusiva y termina con el cliffhanger (final en suspenso) probablemente más literal y bestia de la historia de la narrativa. Así que ya tengo ganas de buscar la continuación: La luz fantástica.
A continuación podéis leer, por orden alfabético, los relatos presentados en la 7ª quincena del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche 'Libros y música para un paseo en Vespa'.
Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.
Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.
El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.
Tenéis de plazo hasta el lunes 23 de noviembre a las 14 horaspara enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 24 de noviembre en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.
¡Suerte!
ACTUALIZACIÓN 1: Una vez terminado el plazo de votación, publico el nombre de las/os autoras/es de los relatos.
ACTUALIZACIÓN 2: Una vez desvelado el podio en Radio Elche, ordeno los relatos según la cantidad de puntos recibidos..
JAQUE MATE, de América Martín.
Sin necesidad de fingir, en aquel
recinto de ojos desorbitados, moví la pieza del tablero... declarando así el
jaque mate al campeón.
La
densa atmósfera varonil se podía cortar con el filo del grito contenido, de
aquellos incrédulos que jamás apostaran dos céntimos por mí.
—Si
además es una «chica» y «joven».
Comentaban
en una sala con olor a Beatles y a pruebas nucleares en el atolón de las
Bikini.
Sereno
pero con voz lúgubre, mi contrincante sólo atinó a decir «buena jugada».
Lo
sé. Como también en la vida, la mejor jugada será la que se ejecute siempre
para triunfar...
APOPTOSIS, de Pablo Crespo.
Sin necesidad de fingir más levantó la
mano izquierda, se puso en pie, y confesó:
Quiero
quitarme la vida, quiero matarme.
Quiero
suicidarme.
No
he hecho nada que merezca la pena. Mis logros profesionales, mi éxitos
personales... nada.
Sé
que dejaré un recuerdo en pacientes, amigos y familia, pero esa huella morirá
con ellos. ¿Qué permanecerá después? Nada.
¿Para
qué han servido todos estos años? Para nada.
No
soporto más esta soledad. Necesito un abrazo, amar y que me amen, sentirme un
puto ser humano. ¿No lo entendéis?
El
camarero terminó de secar el vaso, asintió comprensivo, y le sirvió otra ronda,
en silencio.
CUIDADOS INTENSIVOS,
de Rosa García Panera.
Sin necesidad de
fingir, hablando claro será la única manera de arreglarlo ¿Cómo se
lo tomará ella y qué le contestará?
El
jardín empieza a florecer, para entrar en la casa han instalado una rampa, está
toda adaptada para alguien con dificultad para moverse. Teresa atraviesa el
salón, lleva una bandeja con el desayuno. Está nerviosa, tiene una reunión en
la empresa y la cuidadora no llega. Los ojos de su madre ya no la reconocen,
pero su dulce sonrisa la desarma, como siempre.
—Diga.
—Marta,
tienes que ocuparte de mamá, yo no puedo más. Ahora te toca a ti.
SIERRA NEVADA, de Raquel Zaragoza.
Sin necesidad de fingir el cosquilleo;
como esquiadora novata, intenté cruzar las piernas, pero… ¡fue imposible!
Era…,
como cuando te haces mucho pis y no puedes aguantarte más, vamos, ¡que me
meaba! Hasta que, por fin, encontré un lugar donde aliviar mi apremiante
necesidad fisiológica…
—¡Mmmm…
¡Qué gustooo…!, perdón, ¡qué descansooo…! —susurré, cerrando los ojos para
disfrutar del momento.
Me
sentía libre, como si volara… ¡El pipí había derretido la nieve! Y ahí iba yo,
¡con el culo al aire, colina abajo! Estaba realizando un espectacular eslalon:
«culo-manos, culo-manos» hasta que se cruzó una encina y puso fin a mi
aventura… ¿extraordinaria?
ANTES DE QUE SEA TARDE,
de Rosa García Panera.
Sin necesidad de fingir ¿por qué debería hacerlo? No le gustaba su vida, no quería seguir sujeta
a obligaciones que ya no eran suyas, le había costado asumirlo y creérselo pero
por fin iba a hacer algo, antes de que fuera demasiado tarde.
El tren circulaba veloz, sentado enfrente un hombre
leía una novela, ella miraba el paisaje deslizarse en sentido contrario.
Recordaba lo que le había empujado a partir, había sido algo tan simple que
ahora le hacía reír. Aquel hombre la miró y sostuvo amablemente la puerta del
ascensor:
—Pase usted, señora —dijo.
Señora... pensó.
CONSECUENCIAS, de Paquita Márquez.
Sin necesidad de fingir, me encaro con
ella hecha una furia:
—¡Te he dicho mil veces que ni se
te ocurra hacerme esto! ¿Qué te has creído, que tienes derecho a que se te
consienta todo? ¡Ni hablar! ¡Mira qué desastre de habitación! ¡Ah…! ¡Has roto
la lámpara de la mesita…! ¡Y mi frasco de colonia…! ¡Castigada!
Con
la cabecita gacha, me mira de reojo; sus grandes ojos tristes y acuosos,
parecen estar llenos de lágrimas, pero yo no quiero ni mirarla… porque en
cuanto lo haga, vendrá moviendo su rabito y se enredará entre mis piernas
haciéndome carantoñas, y yo claudicaré, seguro.
PANDEMIA, de Francisco
Quiñones.
Sin necesidad de fingir, busca tus
ojos con los suyos, tarda unos segundos en encontrarte, en conectar contigo. Tú
siempre los descubres tiernos y dulces; hoy, ligeramente compasivos.
Sin
necesidad de fingir, al despediros, te repite cada día lo que en su interior es
ya un sentimiento eterno; grita un ¡TE ODIO!, que a ti te sabe a un ¡TE AMO!
Su
estilosa mascarilla, siempre a juego con el modelo del día, y tu sordera
congénita son la garantía de vuestra felicidad durante este año. ¡Bendito 2020!
EL ADIÓS,
de Ana Medina.
Sin necesidad de fingir
como si nada ocurriera, me alejé. No volví la vista atrás para decir adiós, y
seguí mi camino buscando nuevos horizontes. Hoy que el tiempo ya pasó, hoy que
ha pasado la vida, no dejo de recordar aquellas cosas perdidas. La distancia
enterró el pasado, ¿muchas veces me pregunto si valió la pena?... Porque la
tristeza del que se aleja dejando atrás sus recuerdos y su casa, por el resto
de sus días, siente una flecha clavada dentro de su corazón, que se agita cada
mañana al ver el paisaje extraño donde su vida se acaba.
EL RETROVISOR DE MI MOTO,
de Narcís Ibáñez.
Sin necesidad de fingir
pasé la juventud montado en un escúter con la velocidad propia de la edad,
aprendí en la carretera a tener respeto por mis compañeros/as. El reloj del
tiempo marcó la caída de muchos violentos, también vimos malvados nacer, la
vida es una ruta con sinuosas curvas.
Nunca me arrodillé, esquivando con
cintura las situaciones de riesgo, persiguiendo sueños, encontrando realidades.
En la madurez los valores de
convivencia cambiaron hacia un Individualismo social, lo dejé pasar a todo gas.
No «todo vale» para amasar fortuna, ese sueño tan norteamericano...
Hoy en mi vejez añoro al viejo
motero cual fuente de sabiduría.
MALETA, de Ana Montesinos.
Sin necesidad de fingir le miró con
ojos furiosos. Se acabó tanto disfraz y tanta sonrisa insincera. Había
aguantado durante años la compostura, se había tragado su orgullo y bajado la
cabeza en cientos de ocasiones y hoy por fin podía ser ella misma.
Así
que cogió su pequeña maleta, metió las pocas pertenencias que le quedaban y
alguna foto de su infancia y decidió salir de allí sin mirar atrás.
Le
esperaba una nueva ciudad, un trabajo de dependienta en una pequeña tienda de
barrio, y la ilusión y la alegría no fingida de comenzar una nueva vida.
Nunca
es tarde para renacer.
EL SIGNIFICADO DE UN
CONJUNTO DE PALABRAS, de Lucía Palomares.
Sin
necesidad de fingir, el conjunto de palabras que me
repetías todos los días, y para mí, el que me atormentó todas las noches.
Todavía
recuerdo cómo la fugacidad de una desavenencia se llevó consigo más de dos años
a sus espaldas. En aquel tiempo culpé al miedo, miedo a demostrar con palabras
lo que mis ojos llevaban haciendo desde que conocieron tu existencia, quererte.
Pero
en la actualidad no hay sino más culpable que la persona que escribe este
relato, por no escucharte cuando tenía la oportunidad de hacerlo, por seguir
fingiendo ante el mundo lo que solo supe demostrar en mis adentros.
LOS SUEÑOS, de Ana Medina.
Sin necesidad de fingir lo que
realmente se siente, en mi vida he convivido con sueños y recuerdos. Algunos
llenos de felicidad y muchos otros llenos de adversidad. Los felices, son
aquellos donde, al recordar hechos del pasado, el rostro se ilumina sin dejar
de sonreír, los saboreamos despacio con el placer que nos produce acordarnos de
ellos. Los adversos, son los que llegan de madrugada sin haber sido invitados.
Aquellos que nos ofrecen un cierto desasosiego, nos acompañan a través del
tiempo sin abandonarnos, y los hacemos parte de nuestra convivencia diaria, sin
importarnos cohabitar con ellos toda la vida.
TRISTEZA, de Raquel Zaragoza.
Sin necesidad de fingir durante más
tiempo, la chica de los ojos tristes gritó: ¡¡basta!!
Samira
no tenía cicatrices, el cuerpo. Pero, a veces, marcan más las del alma. Llevaba
diez años casada con «El monstruo de la frustración». Y, sin embargo, sentía
total dependencia por él. Creyó que se merecía todas sus humillaciones, por
eso, siempre le justificaba…
Lo
hizo hasta el día en el que al mirarse al espejo no se reconoció. Entonces
pidió ayuda. Y al no sentirse sola, dejó de temer al monstruo, y empezó a verlo
como un fantasma.
CLORURO DE SODIO,
de Silvia Espina.
Sin necesidad de fingir, nuestra amiga,
la eminente microbióloga María Conchita del Orzuelo nos contó la verdadera
razón de su alejamiento de la Fundación Salinera de las Marismas.
En
sus investigaciones con muestras procedentes del saladar, detectó ciertos
organismos que se creían fósiles pero presentaban movimientos que señalaban su
vitalidad, aglutinándose con la sal y desplazándose con una velocidad
sorprendente.
La
doctora alertó a los directivos de la Fundación, pero la reacción fue tardía:
las manadas de microorganismos vivos sobrepasaron los
márgenes de las salinas deslizándose hasta llegar a la calzada, provocando
múltiples y peligrosos accidentes en las carreteras comarcales.
PROHIBIDO TOCAR, de María José Peña.
Sin necesidad de fingir, así se sentía
cuando se ponía de pie y se sacudía el polvo, cuando el esfuerzo por superarse
merecía la pena y el intento, aunque a veces no se lo pusieran fácil, las ganas
nunca la abandonaban.
Cuando,
a pesar del miedo, daba un paso al frente, aunque supusiera clavarse la espada.
Le dijeron de pequeña que abriera bien los ojos porque la valentía, era una
flor que crecía en la adversidad, y ahora era más consciente que nunca, y que
no tuviera miedo de las tormentas, porque siempre escampaban.
Sabía
que podían dejarla tocada, pero no hundida.
PUBLICIDAD, de Paquita Márquez.
Sin necesidad de fingir más la
resignación que nunca tuvo, toma la drástica decisión de publicitarse. Todo el
mundo ha olvidado el poder de la magia, hasta los niños, pero ella aún tiene
mucha en su varita y necesita repartirla. Al día siguiente miles de preguntas
aparecen intermitentes por todos lados: en escaparates, luminosos, teles,
aceras, farolas…
«¿Quieres pasear por el Arco Iris? ¿Necesitas hablar con tu
mascota? ¿Tu sueño es poder volar? ¿Transformar a tu marido en un tipo
encantador? ¿Anhelas poder colarte por las rendijas?...»
Sin necesidad de fingir, ni mentir
diciendo que había olvidado su cumpleaños, le confesó la verdad a su hija:
—Lo
siento, Marina. no he podido comprarte nada, —reconoció bajando la mirada—.
Después, le dio una hoja de hiedra que acababa de coger en la calle.
—¡Me
encanta! Ahora, léeme un cuento, mami.
Muchos años después, Marina
iniciaba una conflictiva relación con «un tal Alzheimer», cuando buscando otra
cosa, encontró el libro de cuentos de su infancia, el que su madre siempre le
leía, el de «Andersen». Y, al abrirlo, vio una hoja de hiedra seca; la recordó,
la besó y sonrió.
ARROGANCIA,
de Américo Fojo.
Sin necesidad de fingir serenidad ante
el mar embravecido, el patrón de la nave ordenó a sus hombres que aseguraran la
carga.
Era
marino con años y muchos mares de experiencia pero el oscuro fulgor nocturno de
las olas, reflejando el latido acompasado del faro, lo desconcertaba.
Los
instrumentos no funcionaban y la espuma, con rara efervescencia, clausuraba los
cristales.
—¿Dónde estaba la entrada de ese
fondeadero?
Hombre
terco, no iba a permitir que los marineros dudaran de su pericia.
Con
soberbia, aferró el timón con ambas manos y giró violentamente hacia el puerto
imaginado.
Un
relámpago solo mostró un acantilado reluciente de espuma.
MAMÁ, de Ana Montesinos.
Sin necesidad de fingir que llevaba horas
llorando, el pequeño se acurrucó junto a su madre nada más salir del colegio.
Sentirla
cerca, jovial, con ese olor a frescura que tanto le reconfortaba y saber que
ella siempre estaba allí para secar sus lagrimas y escucharle atenta y
pacientemente, ya hizo que su llanto fuera sosegándose.
Le
cogió la mano camino a casa y notó su calidez al instante. Ella quería saberlo
todo y preguntaba, como cada tarde, por las clases, el patio, los amigos. Y él
sabía que sacaría su tristeza al contarle lo sucedido y hallaría buenos
consejos.
Llegó
a casa riendo.
LIBERTAD, de Patricia
Rodríguez.
Sin necesidad de fingir, le prometió
ella cuando se encontraron.
Fue
un encuentro casual, de esos de mirada intensa en un pub de madrugada con parón
del tiempo y desaparición del Universo. Ella leyó en él, asintió con la cabeza
y le dejó hacer.
Quisieron
que durara, y duró. No fingió, no necesitó correas ni mordazas esta vez. Se
sintió real y liberado, pleno y creativo.
En
señal de agradecimiento la arropó con mimo, usando el edredón de florecitas
rosas de su cama.
Ahora
tenía que ducharse y quitarse la sangre o llegaría tarde a la oficina.
INFIEL, de África Estrella.
Sin necesidad de fingir,
con toda sinceridad contaré que él era dulce, suave, agradable. Con él me
sentía admirada. Pero le fui infiel. Me convencieron de que no pasaría nada.
Después te lavas bien y nadie lo
notará, decían. Así que probé. Terminó gustándome y repetí varias veces. Perdí
la cuenta de los que pasaron acariciando mi cuerpo, quedándose conmigo. Pero como
de todo nos cansamos, un día volví con él, me juré a mí misma que jamás le
volvería a ser infiel. Hasta ahora lo he cumplido: no he vuelto a ser infiel a
mi perfume de siempre, mi favorito (no digo marca).
DE MIEDOS Y MONSTRUOS, de Paquita
Márquez.
Sin necesidad de fingir valor, se tapó
la cabeza con las mantas cuando mamá apagó la luz, muerto de miedo. Pensaba en
las palabras de su madre: «Lo que no existe, no puede dar miedo. Los monstruos
no existen; los dragones alados que ves asomarse a tu ventana cada noche y los
duendes que oyes pelearse dentro del armario, son pura imaginación tuya,
cariño…» Luego, mamá le hizo asomarse debajo de la cama. «¿Ves? ¡No hay ningún
monstruo!»
¡Eso
era lo malo, lo que le daba más miedo…! Su amigo, el pequeño monstruo verde que
vivía bajo su cama, también había desaparecido…!
SIN COMPASIÓN, de Marcelo Celave.
Sin necesidad de fingir, con hierática
calma, yo diría con obsceno descaro. Así me dejó, con una última frase que
repiquetea en mi mente: hoy vas a entrar en mi pasado.
No
logro entender qué hice mal, aunque está claro que la he perdido. No quiero que
me vea desesperado, mi último recurso es mostrar firmeza e integridad para
dejar un buen recuerdo en ella.
Sonreí
y me fui por el pasillo…, cabeza gacha, manos en los bolsillos, silbando
bajito.
Me
va a resultar muy difícil vivir sin sus visitas quincenales. Para colmo todavía
me quedan tres años hasta que me den la condicional…
SÓLO CON LA MIRADA, de Martina
Arreaza.
Sin necesidad de fingir, te miré a los
ojos y tú, supiste sin necesidad de palabras lo que más temías.
Cada
poro de mi piel temblaba al verte. Tus ojos tampoco mentían; me acerqué con el
deseo de acariciar tu cara, pero tu fría mirada sin necesidad de manos me
apartaba.
Sólo
pronuncié... «Lo siento» . No respondió. Se dirigió a aquella habitación llena
de recuerdos, sacando una maleta previamente preparada y la puso en la puerta
sin mediar palabra.
Era
el fin de aquello que yo más quería y no supe conservar.
Salí
llorando, sólo mis ojos hablaron.
Y
en el PODIO tenemos esta semana:
En
tercera posición el bronce es, con 10 puntos, para:
ALGODÓN, de María José Peña.
Sin necesidad de fingir, así es como
me sentía cada vez que cerraba aquella puerta tras de mí y veía como mirabas
aquella tira de fotomatón con nuestras caras haciendo muecas o besándonos.
Decías que sería el marcapáginas para saber dónde volver si nos perdíamos,
mientras sujetabas mi cara con tus manos: me parecía tan erótico ese gesto… Las
mismas que eran capaces de hacerme temblar sin decir una sola palabra.
Convertiste
aquel espacio en un refugio donde todo era perfecto, las sábanas revueltas a la
luz de las velas, el olor a café recién hecho por la mañana, la vida por
delante.
En
la segunda posición la plata se la lleva, con 12 puntos:
AHORA YO, de Yepes.
Sin necesidad de fingir, caminaba con
paso lento y aire displicente. Seguía siendo impuntual pero ya no le importaba.
Había prometido a su anterior YO que jamás volvería a esa casa.
Avanzaba
por el pasillo enfundada en un imponente vestido de terciopelo negro. Todos los
sacrificios habían merecido la pena. Ahora sí se reconocía encima de aquellos
caros tacones de aguja.
El
momento había llegado. Allí estaban todos, reunidos alrededor de la mesa del
comedor. Estupefactos.
—Como siempre llegas tarde, Carlos —le espetó su padre con desdén.
—Marta…, papá..., me llamo Marta… —contestó ella ya sin necesidad de
fingir.
Y
en primera posición, con 22 puntos, tenemos:
EFECTO BALSÁMICO, de Trini García Lloret.
Sin necesidad de
fingir sinceridad, cogió el
bolígrafo y dibujó con palabras una tormenta de arena.
Se sentía rara... eso
sí, pero escupió palabras que quemaban como un fuego que nunca antes se atrevió
a sacar de su interior.
También escribió
palabras frías, recuerdos de hielo, afiladas estalactitas... que salían a toda
velocidad de su mente... y se clavaban con fuerza en el papel.
Descubrió que
escribiendo se sentía bien, curaba heridas que ni tan siquiera sabía que tenía.
Recuerdos que
aparecían, escocían, dolían, helaban... pero rápidamente aliviaba con más
palabras.
Fue así como
descubrió el efecto balsámico de las
micras de un relato.
Fuera
de concurso:
DESCENSO, de David Reche
Espada
Sin necesidad de fingir ni de usar
excusas entrarás por la puerta del hotel y atravesarás el lobby hacia
los ascensores. Nadie te preguntará, no repararán en ti. Limítate a tu camino
sin levantar la cabeza ni quitarte la gorra.
En
la sexta planta no hay cámaras, recorre el pasillo hasta el final: habitación
sesenta y seis. A esa hora las kellies aún no han llegado y los
inquilinos anteriores habrán dejado la puerta abierta. Abre el ropero, coges la
katana y mueve la caja fuerte: verás un agujero a la habitación inferior.
Déjate caer. Cuando veas a la Primera Dama, desata el infierno.
A continuación podéis leer, por orden alfabético, los relatos presentados en la 6ª quincena del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche 'Libros y música para un paseo en Vespa'.
Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.
Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.
El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.
Tenéis de plazo hasta el lunes 9 de noviembre a las 14 horaspara enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 10 de noviembre en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.
¡Suerte!
ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación, añado los nombres de autoras/es.
ACTUALIZACIÓN 2: Ordeno los relatos según la puntuación obtenida. La frase de comienzo de la quincena próxima será «Sin necesidad de fingir». El plazo para participar termina el viernes 20 de noviembre a las 24:00. Las bases están AQUÍ.
HASTA
NUNCA,
de Mari Bastida.
Se
relamía
las heridas sufridas por aquella gran decepción.
Tras
años sin apoyo de pañales y biberones, aún se giraban para
mirarla.
Al
conocerlo quiso darse otra oportunidad, ahora tocaba pensar en ella.
Con
él volvió a sentirse viva, ilusionada, hasta que descubrió que era
«La
otra»,
la prohibida, el capricho de sus fantasías, la que seguía
despertando por la mañana sin compañía.
Una tarde apareció
con la cara cansada: «Estuve
toda la noche de fiesta, pero solo he pensado en ti».
Fue la gota que
colmó el vaso. Sintiendo una puñalada de traición se levantó y se
marchó sin mirar atrás.
GLORIA,
de Fina Esclapez.
Se
relamía
Gloria en la dulce espera, tras tantos días de insatisfacción
extrema.
La
suerte hoy estaba de su lado: ¡Eureka!.
Gloria
no era exigente, estaba acostumbrada a conformarse con poco, sólo
aquello que, sin esfuerzo, le era dado.
Pero,
¡jolín!
De
vez en cuando se merecía zamparse algo diferente al soso pienso de
gatos.
Y
es que Gloria, la gata comodona, tenía un lema: el del mínimo
esfuerzo.
Así
estaba de gorda...
Pero
hoy se lo había saltado, y una pobre rata distraída cayó en sus
«garras».
Y allí la tenía,
esperando el momento de hincarle el colmillo al bocado suculento.
LA
HUÍDA,
de Mari Bastida.
Se
relamía
malicioso mientras me miraba de arriba abajo. Parecía salido de la
caverna más profunda. Era una mezcla entre homosapiens y neandertal,
tenía el cabello de esparto y la mirada de sapo.
No
sé como consiguió llevarme hasta su guarida, seguro que echó algo
dentro de la bebida.
Su
pestilente halitosis me mareaba. Intenté escabullirme, pero
bloqueaba cualquier posible salida.
Justo
cuando iba a darse el gran festín saqué mi espray de pimienta, el
instinto me enseñó a estar preparada tanto para las buenas como
para las malas.
Pegó un alarido de
dolor y Salió huyendo. Nunca más volví a verlo.
DESEO
FEROZ,
de Paquita Márquez.
Se
relamía
cada vez que veía uno. No podía evitarlo. Esa piel sonrosadita,
suave y lechosa, tan tierna, tan jugosa…¡y tan crujiente después
de un par de horas en el horno, con su gratinado a la justa
temperatura! Ya creía estar envuelto en el delicioso aroma…¡Mmm!
Volvió a relamerse, se le estaba haciendo la boca agua. Con sumo
sigilo se acercó al lugar en el que se acurrucaba junto a su madre.
Debía andar con cuidado, porque la última vez, los lloros de otro
apetitoso bebé lo delataron, y si no llega a ser por su agilidad
gatuna, ¡casi lo pillan…!
LA
GRAN NOCHE,
de Fina Esclapez.
Se
relamía
de placer mientras se acicalaba.
Auguraba
una noche excitante y loca.
Vestida
para la ocasión, tanga y sujetador transparente mostraban su carne
sensual.
Estaba
rellenita, pero eso a algunos hombres les excitaba más.
Su
cita, por Tinder, una promesa de lujuria... conocía el perfil de
hombres que usan estos medios.
Última
mirada al espejo y salió decidida.
Anduvo
un par de calles...
¡Señorita!
Una voz autoritaria la detuvo en seco...
¡La
mascarilla! No... con la emoción olvidó la maldita mascarilla.
Se
volvió, tropezó y cayó contra el policía. Los dos rodaron por el
suelo.
¡Desacato a la
autoridad! ¡Queda detenida!
MADRE
NO HAY MÁS QUE UNA,
de Fina Esclapez.
Se
relamía
el bebé chupando los restos de flan en el plato.
Su
cara era un cuadro cuando llegó la abuela...
Mirada
acusadora que avecinaba tormenta.
«Que
desastre de hija... ¿A quién habrá salido?... Sí, al inútil de
su padre».
Con
esfuerzo supremo para acallar sus pensamientos, sonríe la abuela
falsamente ante la escena.
─¡Mira
mamá! Raúl ya come solo...
─¡Oh,
sí! Ya lo veo... ¡Vaya guarrería!
─No
me extraña que tu marido te abandonara. No sabes ni educar a tu
hijo...
Pero el «zasca» de
su madre ya no le dolía, tantos había escuchado a lo largo de su
vida...
LLAMADA
INOPORTUNA,
de África Estrella.
Se
relamía;
mejor dicho, se relamían. Aquel olor que desprendía la cocina,
auguraba un excelente menú.
Preguntaban cuando
comeríamos.
Yo orgullosa viendo
sus caras de satisfacción.
De pronto sonó el
teléfono. Contesté. Era mi amiga. Necesitaba ayuda. Se desahogó
contándome lo que acababa de ocurrirle, yo la animaba. Hablamos buen
rato. Cuando volví a la cocina, ¡Sorpresa! : se había consumido el
caldo de aquel estofado. Estaba quemada la comida. No hubo manera de
aprovecharla. Todos miraban muy serios. El único que se alegró fue
mi perro que se benefició de aquel incidente y ese día comió como
un rey.
PEQUEÑA
TRAICIÓN,
de Ana Medina.
Se
relamía
el pequeño felino apoyado en el alfeizar de la ventana entreabierta.
En un descuido saltó al interior y estirando su cuerpo, se acomodó
plácidamente dentro del circulo que los rayos del sol dibujaban en
el suelo.
Norma
había terminado de cocinar, y dejando la última bandeja sobre la
mesa, se dirigió al salón satisfecha con los exquisitos platos que
había preparado. Aprovechando su ausencia, el felino, apoyándose en
sus patas traseras dio cuenta de todo lo que su dueña había
preparado con tanto esmero.
Los
comensales llegaron, Norma los recibió, invitándolos a pasar
cordialmente.
Pasen,
pasen: la cena está preparada.
NOSTROMO,
de Rosa García Panero.
Se
relamía
mirándola fijamente, la baba purulenta y espesa resbalaba entre sus
dientes. Intentó alejarse, gritó aterrorizada, pero aquella cosa la
atrapó.
Nuevas
órdenes, cuando casi estaban en casa, modificaron el rumbo hacia
otra misión. Dos días después de llegar a la plataforma, Robert
enfermó: devolvió la cena y como poseído salió corriendo y
desapareció. Fueron a buscarle. La nave estaba en sombras, apenas
podía verse nada. Ripley sintió el hedor de una respiración
ahogada sobre su cabeza.
—¡Robert!
¿Eres tú?
La garra apestosa la
elevó por el aire y de un salto se la llevó, perdiéndose en la
oscuridad.
VOYEUR,
de Mª José Peña.
Se
relamía
el trozo de chocolate que él había metido en su boca. Estaban
desnudos en la cocina alumbrados por la luz que había quedado
encendida del baño, sería más de medianoche.
Le
pidió un vaso de agua y, mientras le observaba de espaldas, le
preguntó por las cuerdas que había colgadas en su habitación. Se
dio la vuelta y le sonrió.
Bebió
un sorbo y la cogió a horcajadas apoyándola en la encimera.
Ella
abrazó con sus piernas su cintura y apoyó su pecho contra el de él.
Giraron la cabeza y me descubrieron excitada con el vaivén de su
baile.
EL
CAZADOR CAZADO,
de Raquel Zaragoza.
Se
relamía,
tragaba saliva y se relamía…
La
conoció en la azotea. Bajo la magia de una luna azul, un gato se
encaprichó de una… ¿ratita?
Durante
los preliminares utilizó todos sus encantos: la mirada felina, su
ronroneo y ¡hasta le maulló a la luna!
─Pero
qué rica estás…, ¡te comería enterita! ─susurró con voz
seductora.
─No
sé. Déjame pensar… ¿De qué grupo eres?
─¿De
música? ─preguntó el gato, atusándose el bigote.
─¡Nooo,
de sangre! ─respondió «Vampy» relamiéndose.
De
repente, la seductora dama de las tinieblas le besó apasionadamente
en el cuello y… calmó su sed.
CASTIGO,
de Silvia Espina.
Se
relamía
el león luego de devorar al hombre a orillas del río.
A
ese hombre al que no había reconocido, que fue parte de él y quien
jamás intentó lastimarlo.
Las
deidades de la ambivalencia no consintieron esa muerte, razón por la
cual el león fue condenado a no atrapar una presa hasta el fin de
sus días.
Sus descendientes
también padecerían las consecuencias.
INVISIBLE,
de Mª José Peña.
Se
relamía
la sangre que brotaba de su labio, todo le daba vueltas, oía que le
hablaban pero no les escuchaba, vio que le ponían una mascarilla en
la cara y todo se oscureció.
Cuando
abrió los ojos se vio delante del espejo, retocando su maquillaje,
nerviosa.
─Estoy
guapa ─pensó. Llevaba noches soñando con aquel día, con él.
Salió
de casa y decidió ir andando al restaurante donde se encontrarían,
notaba cómo se aceleraban sus latidos a medida que se acercaba. La
oscuridad volvió.
Despertó
dolorida, las manos vendadas, alarmas pitando.
─¿Qué
ha pasado?
─María,
tranquila. Has sufrido un accidente.
CARICIAS,
de Juan Cayuelas.
Se
relamía.
Tan seguro ante la sinuosa silueta de su presa: una sombra ratonil,
aterrada y esquiva, prisionera de la parálisis por una decisión que
no tomaba, pues se debatía entre una salida o un zarpazo acechante.
Lo
sentía. El gozo del cazador que se restriega en la confusión de su
cautivo. Un trofeo viviente, así lo veía al principio. Pero luego
el juego se convertía en rutina, y entonces, lo dejaba marchar; sin
poder evitar clavar sus dos agujas de jade, tan brillantes como
inmunes a la oscuridad, en la tímida huida del indultado.
Lo
amenazaba: si te vuelvo a ver…
de Narcís Ibáñez
Se
relamía
las comisuras de los labios, él, en la boca de ella, cuerpos
bronceados, aspirando los poros de su piel transportándoles al edén,
sabor agridulce.
Hace
calor, la cama deshecha con pasión, las ropas por el suelo y las
almohadas también.
Les
acompaña John Coltrane y su tema A
Love Supreme
una y otra vez, con los ojos abiertos bebiendo luz en los de ella,
cegándose en los de él.
Risas
cómplices salpicando el lecho, oliéndose la nuca, las axilas,
lametazos en las pestañas, carraspera en la garganta tiene que beber
y sacar el pelo rizado de la boca.
A love supreme, de John Coltrane
EL
RECLAMO,
de Paquita Márquez.
Se
relamía
de gusto pensando en lo que le esperaba: noche de Halloween, la noche
de los disfraces terroríficos. Se pone su mejor capa, se engomina el
pelo y afila a conciencia sus colmillos. Elige enseguida a su
víctima: una hermosa bruja que apoya su espalda en la puerta; la
cabeza, apenas girada, muestra un precioso y esbelto cuello de suave
piel traslúcida que permite adivinar una vena palpitante y
apetitosa, plena de sangre fresca de un corazón fuerte…
Se acerca sigiloso,
echa la cabeza hacia atrás y, con un movimiento enérgico, clava los
colmillos…¡¡Craaajjjj!! Puro atrezo; brujita de duro cartón
piedra.
HILO
ROJO,
de Silvia García Blasco.
Se
relamía,
podía
sentir sus ojos clavados en mi nuca desde el otro extremo del bar,atravesándome.
Ni siquiera la había
visto entrar, no hacía
falta,
ella sabía
que distinguía su olor a distancia aún entre
la multitud. Como
una condena se colaba por mis fosas nasales y conectaba con mis
entrañas,
pulverizando el muro tras el que guardaba aquello que quería
olvidar.
Todo,
excepto el sonido de sus tacones, enmudecióa
mi alrededor. Sentía
su poder.
«Ya
viene»,
pensé. «¡Resiste!».
No podía, mi dedo anular tiraba de mí con fuerza.
Y
me rendí de nuevo.
Maldito
hilo
rojo.
PIT&STOP,
de Francisco Quiñones.
Se
relamía.
Llegaba ese momento en que su soledad era recreo. Se iniciaba con el
ruido de la puerta al cerrarse. Requería subir las persianas y abrir
ventanas, elevar el nivel de la música, cerrar los ojos.
Complacencia
y amargura se mezclaban para ahuyentar los miedos de hoy, el
sufrimiento desaparecía al recordar aquellos años en los que la
locura y la pasión la gobernaban, ligera, salvaje. No tenía nada,
no era de nadie.
Otro
sonido rompía el hechizo. Ese día, la alarma que la maldecía
marcaba cita en el dentista. Odiaba el olor de la consulta. Se hacía
tarde.
ATARCER
EN LA PLAYA,
de Ana Medina.
Se
relamía
la boca el pequeño.
Una
y otra vez pasaba la lengua por sus labios, donde el sabor a fresa
había quedado impregnado al terminar el delicioso helado que su
abuelo le había comprado. Caminaban por la playa cogidos de la mano,
cuando el niño preguntó: «¿Abuelo, porqué el mar tiene tanta
agua?»... «Porque casi todos los ríos desembocan en el mar»,
contestó el abuelo un tanto sorprendido.
«¿Qué
es la guerra abuelo?»... El abuelo miró al niño, y con tristeza le
dijo. «La guerra, es un invento de los hombres para destruir el
mundo». El niño se quedó pensativo.
LUNA
LLENA,
de Américo Fojo.
Se
relamía
pensando en la carne asada que en la finca preparaban los sábados
por la noche.
Al
llegar hizo sonar la campana y salió el mayor de los siete hermanos;
parecía preocupado.
─Hola
amigo. Perdona pero hoy no es un buen día para visitarnos; vuélvete
y trata de pasar el bosque antes de que salga la luna.
Molesto
por la inusual descortesía, regresó cruzando el monte que ya estaba
oscuro. Se detuvo en el arroyo para beber agua y descansar, hasta que
el agua reflejó una luna llena enorme y helada.
Entonces fue cuando
escuchó el aullido.
TERCIOPELO,
de Pablo Crespo.
Se
relamía,
pasándose la lengua por los labios mientras la miraba.
La
cinta de terciopelo negro en torno al cuello. Los hombros
descubiertos, a excepción de su sostén de encaje, más oscuro que
nunca sobre la piel tan blanca. El resto del cuerpo oculto bajo las
sábanas.
Los
labios carnosos y rosas, relajados, dejando entreabierta una boca
tierna por la que escapaba una mezcla de calor, promesas y deseo.
Su
mirada fija, retándole sin apartar los ojos, invitando, desafiando,
ardiendo también en llamas.
La
tensión era ya insoportable. Apagó el móvil y comenzó a
masturbarse con violencia, como cada noche.
PECADOS
CAPITALES,
de Paquita Márquez.
Se
relamía
de gusto Adán cuando Eva le ofreció aquella deliciosa manzana, y
así nació la gula.
Todo
el día tumbado sin dar golpe, contemplando aquel precioso Paraíso,
dio lugar a la pereza.
Quisieron
ser como Dios, y afloró la soberbia.
Se
enfadó con Eva por instigarlo a la desobediencia, y brotó la
ira.
Conocieron
la autoridad y majestad divinas, y germinó la envidia.
Quisieron
apoderarse del Paraíso, y apareció la avaricia.
Cuando
abandonaron aquel maravilloso lugar, se percataron de lo que tenían
en su cuerpo desnudo, y así nació la lujuria.
Desde
entonces en el mundo, la
jodienda no tiene enmienda.
SUCEDIÓ,
de Ana Montesinos.
Se
relamía
sólo de pensarlo. Recordaba los días de universidad estudiando
juntos, esas fiestas alocadas donde ella se entregaba a los brazos de
cualquiera que admirase su esbelto cuerpo y su mirada coqueta.
Recordaba
cuando le habló de amor verdadero, cuando la vio brillar con su
vestido de novia y resplandecer cuando fue madre.
Habían
pasado más de veinte años y seguía siendo preciosa, la había
amado en secreto durante este tiempo.
Aquella
tarde, entre lágrimas y consuelo, la besó; primero con dulzura,
luego con pasión. Le acarició todo su cuerpo y lamió todo su ser
hasta llevarla a un nuevo paraíso.
PATERA,
de Ana Montesinos.
Se
relamía
a cada bocado. Había llegado a tierra agotado, deshidratado y
aterido de frío. Las lágrimas que recorrían su rostro le daban
brillo a sus grandes y oscuros ojos, que ensombrecidos y melancólicos
miraban a su alrededor con una mezcla de alivio, miedo y dolor.
Había
salido de su país hacía ya varios meses, no recordaba el tiempo que
hacía de aquella dura despedida, hermanos, amigos, mamá. Pero debía
huir de allí, salvarse.
Le
pareció mágica esa manta que le rodearon por encima, y mágica la
cálida sonrisa de ese hombre que le dio paz y descanso. Apenas era
un niño.
Y
el podio
de esta quincena queda de la siguiente manera:
En
el tercer
escalón el bronce con 8 puntos es para:
SER
SIN PAR,
de Patricia Rodríguez.
Se
relamía.
Tenía la solución a su soledad, intentaría ser normal. Para ello
se disfrazó de persona corriente.
Cogió
el metro, fue al trabajo, pidió sushi en la comida y una ginebra con
pimienta al salir de trabajar. Escuchó Vetusta Morla. Concierto el
miércoles en el Galileo. Jueves noche en Ponzano. Fin de semana de
entradas y salidas, quedadas y chateos.
Lo
intentó. No dio resultado. Se quitó el disfraz. Se sentía
diferente y única en un mundo de iguales.
Se
tumbó desnuda en la cama esperando su extinción.
Empatadas
con la plata
tenemos estas dos obras empatadas con 9 puntos:
LA
ORILLA DE ENFRENTE,
de Raquel Zaragoza (11 puntos de los lectores).
Se
relamía,
inútilmente, tratando de aliviar sus labios agrietados y resecos.
Huyendo
del caos, ¡había cruzado «la calle del agua»!, lugar mágico
donde el Mediterráneo y el Atlántico tienen su encuentro.
Durante
la esperpéntica travesía, «el Dios del Mar» se cobró un peaje
muy alto: ¡Tres cuerpos!; tres soñadores perdieron la vida.
Cuando
por fin llegó a la orilla de enfrente…, la espuma de las olas
vistió de blanco sus pies negros.
Puede que no fuera
el paraíso. Su futuro era incierto, pero las huellas que dejaba
sobre la arena gritaban que seguía viva. ¡No estaba soñando!
OSCURIDAD,
de Trini García Lloret (47 puntos de los lectores).
Se
relamía cuando yo pasaba de puntillas, por su superficie fría y
resbaladiza...cuando me quedaba embobada, mirando su poder y
sintiendo una mezcla entre miedo y admiración...
¿Cómo
puede algo tan abstracto cobrar tanta fuerza en momentos de
adormecimiento?
Se
relamía cuando yo, inconscientemente, inhalaba la niebla de sus
anhelos y exhalaba el desahogo de sus suspiros...cuando paseaba por
sus recovecos sin atreverme a profundizar.
Se
frotaba las manos pensando en el día en el que, con paso tembloroso,
me hundiría en su bruma negra.
De momento no...no
he sucumbido a ella, pero ahí está...esperando pacientemente la
oscuridad.
Y
ganadora
indiscutible, con 17 puntos de los autores, tenemos:
TRISTE
DESPEDIDA,
de Raquel Zaragoza.
Se
relamía
pensando en la fortuna que iba a heredar…
Todo
empezó con aquella llamada. En ella, la enfermera de su tío le
pedía que se apresurara si deseaba despedirse de él.
Durante
años, Damián estuvo ensayando hasta el último detalle: las
lágrimas, la cadencia de su voz… Por fin, llegó el momento. «La
triste partida» parecía inminente…
¡Y
tanto que lo era! ¡Las maletas ya estaban en la puerta cuando llegó!
─¡Nos
vamos de viaje de novios! ─le dijo el anciano mientras babeaba
mirando a su joven cuidadora.
Damián
dejó de relamerse para despedirse llorando, sin necesidad de fingir.
FUERA
DE CONCURSO:
TENGO
HAMBRE,
de América Martín (fuera de plazo)
Se relamía en la
oscuridad mientras yo cenaba. Esa noche llovía y estaba sola en casa
con el gato, cuando al terminar de limpiar la habitación de mi hija,
se fue la luz. Oí un ruido, me giré, y al ver sus ojos redondos que
decían «Tengo hambre» me paralizó el terror unos segundos... Mi
grito ahogado rompió la oscuridad, e hizo saltar al gato desde la
casita de juegos hasta la ventana, para desaparecer. Allí entendí
que estaba sentado sobre la muñeca que hablaba y desde entonces, la
única frase que le funciona a esa muñeca parlante es «No me
dejes».
RESACA,
de David Reche Espada.
Se
relamía
en un extraño duermevela sin reconocer el sabor en sus labios:
fuerte y dulzón, gratificante, contrarrestando la terrible migraña
con la que despertaba. Todo le daba vueltas, notaba el flujo
sanguíneo desbocado en los capilares de sus oídos, y se le clavaba
en las pituitarias el olor a coliflor hervida que la del cuarto
preparaba los jueves. Quería vomitar.
Abrió
los ojos y la claridad de la ventana le taladró el cerebro. Desvió
la mirada al suelo: su ropa estaba tirada, hecha jirones y llena de
pelo negro y extrañas manchas rojas.