jueves, 23 de octubre de 2014

Más allá del Sótano: ESCOCESES EN PANAMÁ

Aprovechando que el 23 de octubre estuvieron de visita en El Sótano (Radio Jove Elx) los miembros de la banda celta Zarzagán, con motivo de su actuación dentro del XIX Festival de Música y Teatro medievel de Elche, voy a hacer un triple salto mortal para contar algo de la Ruta Panamericana.




No sé a vosotros, pero la música celta me pide salir a la carretera a buscar prados verdes entre colinas bajas un día nublado en el que hay que usar un buen anorak o un cortavientos para protegerse de la amenaza de lluvia suave, que no moja pero cala.

Paisajes en los que la carretera es un fino hilo de asfalto oscuro y mojado entre esos campos verdes y civilizadamente salvaje. Y es que las tierras de las regiones donde se asentaron los celtas, aunque tengan un aspecto agreste y poco transitado, realmente son tierras domadas para la explotación agrícola, para que las ovejas pazcan a sus anchas, dando carne, lana, pieles y leche a sus habitantes. La lana que tanto abunda en estas tierras, desde el norte de España (Galicia, Asturias, León), hasta la lejana Escocia y pasando por la Bretaña francesa y Gales, donde viven los raros del Reino Unido, que ya es decir… Aunque un respeto por los galeses, que Tom Jones es de allí, y Manic Street Preachers, y Duffy, y los Stereophonics y Donna Lewis, y el guitarrista de Motorhead Phil Campbell y Chris Slade y Dave Evans de AC/DC y Lawrence de Arabia, de quien hablé en el último artículo, y Ken Follet, que ya quisiera yo ser Ken Follet…


Nosotros los chicos decentes vigilamos que no se nos vea la virtud


Pero bueno, a lo que iba, la lana de los celtas (y con la que se hace el kilt escocés) fue un producto central de la economía en la Edad Media, desde Castilla, donde la Mesta fue una de las asociaciones gremiales más poderosas durante siglos, hasta las prósperas ciudades del Báltico y mar del Norte asociándose en la Liga Hanseática.

Si en otros artículos he hablado de la Ruta de la Seda y otras relaciones comerciales que unían Oriente con Occidente, la lana fue un producto esencial que ayudó a vertebrar las rutas comerciales de Europa durante la Edad Media, y que contribuyó a que los restos del imperio romano y los reinos que se cristianizaban en el norte del continente comenzaran a relacionarse entre sí no sólo para guerrear.

Esta importancia de la lana redundó en el incremento de las tierras de pastoreo y en privilegios para quienes practicaban la ganadería ovina, para que los animales pudieran alimentarse e incrementar sus rebaños por toda la vertiente atlántica europea, más propicia con sus lluvias abundantes y sus veranos suaves y cortos para el crecimiento de los pastos. Así, ha habido clanes escoceses que han estado más de mil años criando ovejas y siendo familias ricas e importantes dentro de la isla de Gran Bretaña, y por tanto dentro de lo que fue el imperio británico. Os recomiendo que visitéis en Escocia la isla de Skye, que está a tomar por saco de lejos en la zona más alejada de Gran Bretaña y que sin embargo alberga el castillo Dunvegan, que es el castillo habitado de forma continua más antiguo de Europa, con los clanes de los McLeod de McLeod y los MsDonald (esos que luego se dedicarían a las hamburguesas).



Pero el dinero quiere más dinero y para ello has de embarcarte en nuevas aventuras comerciales y explorar nuevas rutas que te permitan enriquecerte en un mundo en el que siempre se quieren productos nuevos.

Así, cuando llegó la revolución del descubrimiento de América y todos los países de Europa de lanzaron a coger su trozo del pastel, los escoceses que a principios del s. XVIII eran independientes de Inglaterra aunque tenían el mismo rey también quisieron salir a por su parcelita al otro lado del océano. Y la cagaron bien cagada. Si se hubieran quedado criando ovejas y esperando a que apareciera el petróleo quizá ahora serían un país independiente sin necesidad de hacer referéndums que no prosperan.

Uno de los motivos por los que los escoceses firmaron el Acta de Unión con los ingleses dando lugar al nacimiento del Reino Unido fue que estaban completamente arruinados tras un aventura colonial que les salió todo lo mal que les podía salir, y por tanto los inversores en aquel proyecto fracasado necesitaba el dinero inglés para recuperarse de aquel fiasco colonial. Y ahí se terminó su independencia.



Pero; ¿por qué fue tan mal aquella aventura colonial escocesa en América? Pues porque tuvieron la feliz idea de ocupar la única zona del continente en la que la carretera Panamericana no ha sido construida, lo que ahora se llama Tapón del Darién, que si bien por su nombre podría ser un lugar mítico de la Tierra Media (por cierto, los elfos tienen un rollito celta en el universo Tolkien, ¿no?), realmente es una zona de selva virgen que separa Centroamérica de Sudamérica. Los escoceses se enfangaron hasta las ingles (para regocijo de los ingleses, valga la redundancia y broma fácil, que dejaron que allá se fueran pudriendo aquellos colonos que iban en busca de un futuro mejor en el Caribe y que no tenían ningún interés en meterse con otra guerra con España si ayudaban a sus vecinos de isla); y el proyecto Darién, aquel intento de establecer una colonia en el istmo de Panamá se saldó con dos expediciones fracasadas (los de la segunda expedición se fueron para allá antes de saber que de los de la primera sólo sobrevivieron 300 de 1.200 colonos, y además sufrieron luego asedio por parte de las fuerzas españolas del virreinato de Nueva Granada); y la ruina por la elevada deuda pública generada por la aventura.

Quién mandaría a unos escoceses, celtas de tierras frías y de prados despejados ir a inventar cosas a una zona selvática que aún hoy en día sigue incomunicando Colombia y Panamá, el tramo inconcluso de la Panamericana, como he dicho antes. Y el caso es que no iban mal desencaminados, que querían instalarse allí para establecer una ruta comercial directa con Oriente, siguiendo el ejemplo del Galeón de Manila español y de paso ir tomando posiciones en las tierras donde fíjate tú por donde dos siglos más tarde se construiría el canal de Panamá.

Y de la Panamericana os hablaré otro día. Por cierto, conocí hace unos días a un chileno que hizo esta ruta entre Méjico y Chile, salvo el tapón del Darién que tuvo que hacerlo en avión.


¿Quién se viene a destaponarlo?




martes, 21 de octubre de 2014

Más allá del Sótano: ROMANI ITE DOMUM! (por el Camino de los Reyes)

Quizá sea el grafiti más famoso del a historia del cine:



Un grafiti, que puede ser expresión cultural, política, reclamo publicitario o, según algunos (a veces los propios ejecutantes del mismo), una gamberrada.

De eso es de lo que se habló el jueves 16 de octubre en El Sótano de Radio Jove Elx con la visita de Juan José Morillas, artista plástico ilicitano que desde el descubrimiento en su niñez de las cajas de Plastidecor de 36 colores, no ha parado de decorar y ponerle color a la vida a través de sus lienzos y formándose en el arte que más le gustaba el grafiti.

Este artista presenta ahora su última exposición 80´s & 90´s hall of fame, una exposición realizada con aerosoles, láminas como soporte que aúnan el grafiti con personajes característicos del cine de la época en la que esta técnica empezó a tomar forma en España.

Y al hilo del vídeo que los chicos de El Sótano montaron y colgaron en su muro de Facebook a propósito de la famosa escena de los Monty Python, para ir anunciando quién venía esta semana, aprovecho para hablar un poco de una ruta que pasaba por el lugar donde se desarrolla la acción de esa gran película que es La vida de Brian.

En La vida de Brian, que recomiendo desde ya a quienes no la hayan visto, los geniales cómicos británicos Monty Python nos cuentan las andanzas de Brian, un personaje de Palestina cuyos pasos corren paralelos a los de Jesús de Nazaret, el fundador del cristianismo.

¿Y por qué nace el cristianismo precisamente en esta región para luego extenderse por todo el planeta? ¿Qué hacían allí los romanos contra los que Brian se dedica a hacer grafitis en la pared del palacio del gobernador romano, pintándoles la versión judía del Yanquees go home: Romani ite domum?

Está todo muy relacionado con la ruta de la que os quiero contar algo:





EL CAMINO DE LOS REYES
Es quizá la primera gran ruta comercial de la Antigüedad, la que unía los dos grandes centros del nacimiento de la civilización occidental: el Nilo y el Éufrates, Egipto y Mesopotamia.

Siempre se dice que nuestra civilización y la democracia nacieron con los griegos, pero antes de que estos pusieran en funcionamiento su sistema democrático en las polis, fueron los egipcios y los mesopotámicos (sumerios y babilonios) los que asentaron la cultura urbana y un sistema de gobierno más complejo que las primeras aldeas. Culturas urbanas que fueron influencia a las polis griegas, de las que ahora nos consideramos herederos.

Y ahí, justo en medio del Creciente Fértil, la región que une la cuenca del Nilo con la del Tigris y el Éufrates, es donde está Palestina, un cruce de caminos, de culturas, de ideas, de mercancías, de muerte y de vida.

Uniendo los extremos de este Creciente Fértil, el correr de los siglos y el desarrollo cada vez más complejo de las relaciones entre las diferentes gentes que lo poblaron terminó por trazar un recorrido que unía los corazones de las primeras potencias civilizadoras de occidente. Un camino que durante siglos (desde el XIV antes de nuestra Era hasta el XVI de la nuestra, treinta siglos... Ahí lo llevas) fue transitado por soldados y súbditos de diferentes imperios, incluyendo el romano (cuyos gobernantes reconstruyeron el camino con el nombre de Via Traiana Nova).

Evidentemente los romanos estaban allí debido a la importancia estratégica de Palestina (por el mismo motivo por el que nos sigue interesando hoy en día lo que pasa allí), al igual que las diferentes tribus hebreas se habían asentado allí mucho tiempo antes, sufriendo el acoso de los imperios que les rodeaban y que ansiaban controlar esos valles fértiles y bien comunicados. Era una tierra prometida que aseguraba el control de las rutas de comercio, pero por eso mismo era un lugar muy goloso y por ellos diferentes imperios, pueblos y naciones rivalizaron por controlar la zona. Esto propició que la región fuera escenario de las vidas de gobernadores, soldados y comerciantes que desde lugares lejanos trajeron a sus dioses y concepciones de la vida.

Por ello el Camino de los Reyes se convirtió en el centro del mundo civilizado occidental (China e India, aunque ya se atisbaran rutas comerciales con ellos, aún quedaban muy lejos), siendo un camino mencionado en la Biblia.

Hablando de la  Biblia, tampoco era extraño que el cristianismo naciera en algún punto del Camino de los Reyes. Aquí vivían los judíos, cuyo vengativo dios Yahveh hereda parte de la crueldad de los dioses de los pueblos sumerios que arrasaron y conquistaron esta tierra de palestina en varias ocasiones. Y el cristianismo surge comos secta del judaísmo en un momento en el que éstos esperaban con más ansias la llegada del Mesías que les liberase del yugo romano. Sin embargo quien llegó desde Egipto fue el hijo de un carpintero predicando un mensaje de liberación muy diferente, diciendo que Dios era amor y con un mensaje mucho más tolerante e inclusivo que el de las élites judías, que por considerarse el pueblo elegido de Dios se guardaba muy mucho de aceptar nuevos miembros en su comunidad (su religión se transmite por vía materna). Jesús, un judío de Nazaret afirma que los gentiles (griegos, romanos y otros miembros de pueblos no judíos) se pueden bautizar y formar parte de esta nueva iglesia, independientemente de su nacionalidad y su lengua.

De esta forma, se podría afirmar que el cristianismo no deja de ser en cierto modo una especie de integración cultural, una visión imperial más propia de los invasores, evolución de una religión monoteísta rodeada de religiones politeístas más inclusivas y menos estrictas (hay quienes entre judíos y musulmanes afirman que lo de la Santísima Trinidad es una forma de politeísmo importada desde Egipto).


Jesús de Nazaret reduciendo el números de miembros de la ONCE

Estas circunstancias fueron en parte posibles gracias precisamente a la existencia del Camino de los Reyes. Por eso tenemos en esta región coincidiendo en el tiempo a Brian luchando contra los romanos en ese proceso de liberación nacional de Judea y a Jesús luchando por la liberación de los hombres en un sentido menos terrenal y político (a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César...).

Con el tiempo esta ruta terminó por ser también un recorrido usado para las grandes peregrinaciones religiosas, tanto cristianas hacia los lugares donde predicó su fundador, como de musulmanes turcos camino de la Meca.


El Camino de los Reyes es por tanto una herida abierta en pleno centro de la Historia y no sólo en la corteza terrestre (el golfo de Áqaba, el río Jordán, el mar Muerto, el mar de Galilea -o lago Tiberíades- forman parte de esa ruta y además se encuentran en el fonde de la zona de fractura entre las placas tectónicas europea y arábiga). Circunstancias éstas que han dado lugar a sitios míticos y de gran belleza, desde el Delta del Nilo hasta Damasco pasando por la península del Sinaí, donde se juntan África y Asia, llegando a continuación a Áqaba, donde Lawrence de Arabia derrotó al imperio otomano, convirtiendo así la expresión playas de Áqaba en sinónimo de sueño de liberación.



Por cierto, esta escena de las playas de Áqaba se rodó en Almería, al igual que esa otra de Indiana Jones y la última cruzada donde Sean Connery espanta a las gaviotas con un paraguas inspirado por Alejandro Magno. Casualmente esta última película tiene también mucho que ver con la historia de Jesús en Oriente Medio, terminando en la espectacular Petra, ciudad que floreció en medio del Camino de los Reyes de mano de los nabateos.




Hablando de cruzados, también tenemos en esta zona la formidable fortaleza cruzada de AlKarak en la actual Jordania (buscadla, es uno de los tres castillos más grandes de la región).

Desde aquí, el Camino de los Reyes sigue hacia el norte por el mar Muerto y el río Jordán para llegar a continuación a Damasco, el centro de aquel gran Califato que ahora esos desgraciados del Estado Islámico quieren volver a imponer en pleno siglo XXI... Mejor no hablar de hijos de puta. Si seguimos por el Camino de los Reyes hacia el este, llegaremos al Bagdag de las Mil y una noches.

Sin duda, esta ruta que nació hace treinta y cuatro siglos, sigue estando en el dentro del huracán: Palestina, Líbano, Siria e Iraq, siguen pasando muchas cosas por allí, ¿verdad?

Esperemos que algún día la situación se calme, y vuelva a ser un camino de encuentro por el que podamos transitar y descubrir toda la belleza que se esconde bajo tantísimos siglos de historia.

martes, 7 de octubre de 2014

La mujer que pudo reinar (un proyecto)

Hubo un tiempo en el que viajar por el mundo a bordo de un Seat 131 Supermiriafiori hacia países lejanos, en los que la amenaza de un conflicto latente era la normalidad, no parecía una de las mayores locuras del mundo. Al menos ésa era la impresión que teníamos a finales de la década de los 70, cuando la olla a presión en la que norteamericanos y soviéticos cocían la geopolítica mundial, parecía seguir bien cerrada.
 
Así, con mi título de periodismo recién estrenado, y abrumado por la efervescencia política en el Madrid de 1978, pensé que sería interesante salir del país a llenar el extraño vacío que me había estado invadiendo conforme me acercaba al final de mis estudios. Para trabajar aquí ya había suficientes compañeros cubriendo la actividad de las Cortes Constituyentes, y yo estaba pensando en un destino en el mapa a más de 8.500 km de distancia. Un lugar del que sabíamos poco más que era el origen de una raza de perro: Afganistán.
 
¿Por qué aquel país a priori tan poco interesante? Pues bien, meses atrás me habían impactado las aventuras de los buscavidas Danny Dravot y Peachy Carnehan en la película El hombre que pudo reinar, que transcurría en algún lugar de aquella región del mundo. Casi desde el comienzo de la proyección sentí añoranza de esos tiempos no vividos y de esos personajes hoy imposibles, atravesando fronteras difusas en un mundo sin pasaportes ni necesidad de pasado, con todo un futuro por conquistar. Además, también se daba la casualidad de que había comenzado a leer esa misma semana Estudio en escarlata, la primera de las aventuras de Sherlock Holmes, historia que comienza con un Dr. Watson perdido y vacío, como yo, tras su regreso del servicio en el Ejército de Su Majestad en la guerra de Afganistán. Esta coincidencia aumentó mi curiosidad por ese país y por la ruta que desde Europa me podría conducir hasta allí: el Sendero hippie. Se trataba de una especie de Camino de Santiago para las juventudes menos ortodoxas de Europa, un viaje del que hablaban durante los descansos entre clase y clase algunos de mis compañeros más iluminados (por no decir fumados) en la Facultad de Ciencias de la Información. Un sendero alegre y colorista que pasaba por Kabul en su recorrido hasta la India y Nepaly y que durante las dos últimas décadas se había popularizado entre el movimiento hippie. Como era normal en aquella época, no hacía mucho tiempo que, con retraso, habíamos tenido noticia de dicha ruta en la gris y formal España
 
Para más datos, mediaba la primavera climatológica y política en nuestro país al mismo tiempo que se recibieron noticias de otra primavera en Kabul. A finales de abril estalló la revolución de Saur, o de la primavera en su idioma, en la que los afganos derrocaron a un príncipe autoritario que a su vez gobernaba tras haber destronado años atrás a su primo y hacerse nombrar Presidente del Estado Republicano de Afganistán. Más o menos igual de esquizofrénico que lo que estaba ocurriendo en España, donde un Príncipe se convirtió en Rey al morir el tirano que lo tutelaba, decidiendo abrir el camino de la democracia.
 
Quise ver en aquellas coincidencias una señal y, como si de Alejandro Magno se tratara, me convencí de estar llamado a alguna gran epopeya llegando hasta la Alejandría del Cáucaso, junto a Kabul. Quería comprobar por mis propios medios si lo que ocurría en Afganistán se trataba de una revolución marxista según decían algunos medios, una de esas revueltas que tanto temían los más reaccionarios en nuestro país; o si por el contrario estábamos ante un proceso distinto con el que pudiera establecer paralelismos con lo que estábamos viviendo en casa.
 
Aún no sé cómo vendí la moto al director de un semanario para convencerle de comprar un coche y embarcarme en un largo viaje. Le hablé de la conveniencia de publicar una serie de reportajes sobre la situación política y social en diferentes países de nuestro entorno (sí, es cierto, conseguí que el término entorno se ensanchara hasta unos límites poco usuales) para buscar paralelismos con el momento que vivíamos en España; así como incluir un análisis de las razones de la existencia del sendero hippie y la historia de ese corredor social y comercial tan relacionado con la Ruta de la Seda. Y así de sencillo fue, antes de que yo mismo pudiera creérmelo, estaba tramitando mis visados hacia Afganistán.
 
No les abrumaré con la narración de los dos meses de la primavera de 1978, conduciendo sin prisa en mi nuevo Seat 131 hasta Kabul. Ya les contaré en otra ocasión la forma en que por el camino conseguí enviar varias crónicas y artículos de fondo sobre los países que me salieron al encuentro: la organización federal de la cooperativista y moderna Yugoslavia y su comparación con las propuestas autonomistas de España, la extraña democracia turca tutelada por el Ejército en un país de mayoría musulmana y el paralelismo con lo que teníamos en casa, o las revueltas en Irán contra un sha cuyo rico exotismo conquistaba los titulares de nuestra prensa rosa.
 
Como les he dicho, no es tiempo ahora de eso, lo que me ha impulsado a sentarme frente a la pantalla y contarles mi historia fue el recuerdo que más de treinta años después aún conservo de alguien con quien viví uno de los años más intensos de mi vida, el recuerdo de la mujer que pudo reinar.
 
 
 
 
 
Así empezaría una novela que tengo en proyecto, una novela negra en la que un pipiolo recién licenciado en Periodismo emprende un viaje de más de 8.000 kilómetros hasta Kabul. Allí se verá envuelto en un crimen relacionado con las intrigas políticas que sacuden la capital afgana, donde tanto la CIA como la KGB luchan soterradamente para atraer a su bando al débil gobierno. En estas correrías por la ciudad, escribiendo de todo lo que ve y evitando verse envuelto contra su voluntad en más conspiraciones, termina por trabar amistad con un desencantado diplomático ruso de misión incierta y una orgullosa funcionaria afgana cuya actitud reservada y desafiante oculta un pasado y una historia digna de ser contada y recordada.
 
 Se trata de un viaje literario al origen de uno de los males que nos acecha en la actualidad, donde el protagonista, además de enamorarse de La última sonrisa de Kabul (úno de los posibles títulos de este libro junto con La mujer que pudo reinar) conocerá a personajes de lo más diverso como un joven agente del KGB recién licenciado en Derecho, de nombre Vladimir y especialista en la política de Estados Unidos en África, o a un muchacho saudí de humor imprevisible, traficante de armas, rico y profundamente anticomunista  que siempre frecuenta los mismos fumaderos de marihuana que los últimos viajeros que continúan frecuentando el Sendero hippie.
 
¿Quién me mantiene mientras termino la novela que tengo ahora entre manos y escribo esta otra? Será un éxito seguro...