jueves, 5 de julio de 2018

LA TERRIBLE AMENAZA DE LA POSESIÓN INCONDICIONAL



Era nuestro sueño recurrente, un refugio donde guarecernos los días lluviosos de las salpicaduras con las que el destino nos emborronaba las ilusiones, un cobertizo emocional para cobijarnos en las promesas de un futuro compartido entre los dos, evitando que el chaparrón del día a día difuminase el horizonte que anhelábamos. Era nuestro, sólo nuestro, el rincón exquisito en el que nadie tenía derecho a entrometerse. Nuestro, mío y de ella. Ella. Mi tesoro, mi alma, mi corazón en el suyo, el suyo en el mío. Era mía.

Ilusiones reales que no merecían romperse en mil pedazos por culpa de promesas filibusteras, argumentario de truhán de saldo que me arrebató el futuro y tornó el sueño en una pesadilla constante, en la desazón de saber que sus sonrisas no serían para mí, en el dolor punzante de verme desposeído de mi propiedad proyectada en los años por venir.

¿Qué haría yo sin ella? ¿Por qué se dejó engañar por mi adversario? ¿Qué necedad puede cegar a alguien ante lo evidente?

Maldita ignorante que me lanzó al foso de su olvido como quien tira unos zapatos al final de temporada.

Yo creía en ti. Pero me engañaste, tú no creías en mí y me dijiste que me dejabas marchar cuando quien se iba a las fantasías de otro eras tú.

¿Por qué? Dímelo antes del final...