martes, 26 de mayo de 2020

TIOVIVO


No había en el mundo nada mejor que verla bailar. Bueno, quizá la primera cerveza helada que me tomaba a mediodía tras el paseo hasta su trabajo, cuando la iba a buscar.

A veces le tocaba el aula que daba a la calle, la de los ventanales indiscretos que dejaban sin intimidad a los alumnos de la academia donde ella enseñaba su francés impúdico. Los transeúntes habituales del barrio estaban acostumbrados al espectáculo, igual que el cliente diario de la marisquería no repara en los animales del acuario del escaparate; pero siempre había algún peatón que, como el niño primerizo ante los centollos, giraba la cabeza asombrado y curioseaba la escena de la profesora que parecía una diva etérea y sus alumnos.

Yo pertenecía al segundo colectivo, al de los mirones ensimismados por la profesora de francés. Y es que enseñaba igual que bailaba, incluso bailaba igual que follaba, tomando posesión de todo el espacio con su cuerpo largo y esbelto, a ratos desgarbado, siempre insolente; con su sonrisa serena y su actitud de payasa tranquila que disfruta cada segundo de su número, con la seguridad de quien tiene controlado a su público, sabedora de tener la victoria del chiste final en sus labios que rompieron el molde.

Esos días en los que le tocaba el aula para los voyeurs, yo me acomodaba en una de las mesas de la terraza del café contiguo y me pedía esa primera cerveza que sólo era mejor que verla bailar porque era verla bailar mientras me bebía una cerveza helada. Y es que ella no daba clase, ella bailaba entre la gramática y la ortografía, hipnotizando a sus alumnos igual que jugaba a hipnotizarme a mí las noches que salíamos a divertirnos y a olvidar que ya no éramos adolescentes.

Solía remolonear el primer trago hasta que ella me viera, para brindar a su salud y por las noches disfuncionales de aquel verano a contrapié que, juguetón, daba y quitaba a su libre albedrío. La noche en que la conocí el mundo se me acababa, diluido en la despedida a una mujer con la que mis expectativas me timaron a que todo podía pasar, pero con la que jamás ocurriría nada. Fue una noche de ésas que deflagran sin avisar, de ésas que te dejan del revés gracias a la combinación exacta y casual de circunstancias. Uno de esos mirlos blancos en el calendario que te plantan a una forastera con ganas de hablar, bailar y beber cerveza con un extraño cualquiera que le recordara a Sorolla y le confirmara su pasión por el Mediterráneo.

Aquella noche de cumpleaños, final y principio de historias discontinuadas, comenzó como un grito sordo de dolor, un adiós furtivo y soterrado a una mujer magnética de mirada desafiante y voz en la que acurrucarme (malditas expectativas). Sin que ella lo supiera, yo saboreaba los últimos momentos a su lado, como el condenado a la pena capital que paladea su voluntad postrera sin que el cocinero conozca que ha elaborado el menú para los que abandonan el corredor de la muerte. Había tomado la determinación de no verla nunca más, de no seguir envenenándome con una compañía que no podía darme más que una amistad sincera, en la que yo me engañaba con un improbable «algo más». Había decidido aceptar contra mi involuntad que con ella no me esperaba ningún principio que ni siquiera había ocurrido en mi imaginación.

Así que me despedí aquella noche de esa mujer magnética, sin que me viera desgarrar mis polos norte y sur con el último beso inocente de una despedida habitual que no se habría de repetir. Tirando al río la brújula inservible le di el segundo abrazo que más me dolió en mi vida y la dejé difuminarse inconsciente en la noche. Cuando despertara al día siguiente desayunaría con el mensaje del adiós que en un rato llegaría a su correo, y que por pudor no pude airear en medio de mis amigos. Supe que por su aprecio sincero hacia mí sentiría pena, pero con fecha de caducidad, nada grave.

Era mi 41 cumpleaños, y tenía la responsabilidad de ser el alma de la fiesta con el resto de la compañía de aquella noche, así que oculté las desdichas y nos perdimos por las calles bulliciosas de un Madrid en fiestas, buscando el alcohol que aplicar a los puntos de sutura. Y siquiera antes de que nadie me expidiera la receta contra la procesión que me machacaba por dentro, antes de que pudiera gozar de mi rato de autocompasión lastimera, apareció ella: bailando guasona en réplica a mi circo de cumpleañero espantando su mal.

Y el lobo estepario que barruntaban mis peores pronósticos, el Bernard Marx resentido por el mundo infeliz que siempre me daba la espalda, se quedaron ambos amordazados y embobados en mi interior, brindando por la francesa larguirucha que me sonreía despreocupada y me compraba mi rollo de escritor locuaz, de ingeniero bohemio; aunque ella me hubiera preferido pintor de la luz. Mis amigos fueron desvaneciéndose, su amiga comprendió lo de la multitud de los terceros, y yo terminé colgado de ella en El mono eléctrico, bailando como Vicent Vega ante la señora Wallace, atrapado en la fuerza atómica de sus movimientos paradójicos. Y reía de mi propia pequeñez, de mi estúpida grandilocuencia que había sido fulminada de un plumazo. ¿Dónde estaban los dramas por la mujer a la que renunciaba sin que jamás hubiera habido un atisbo de que fuera mía? ¿Dónde se ocultaba el dolor de ese corazón digno que acababa de enviar un mensaje de despedida? ¿Qué credibilidad podría tener a partir de ahora cualquiera de mis afirmaciones fatalistas y rotundas sobre la desgracia en el amor, si me dejaba enredar por la primera mujer subyugante que se cruzara en mi camino? El dolor convertido en risa, el estoicismo transmutado en autoburla. Yo que me pensaba conduciendo un grave Rolls Royce no era más que un pasajero atónito en un tiovivo de feria.

Un día antes había escrito el relato penurias «definitivo», El baile de la polilla de quien jamás sería mariposa en su soledad sin música, y días después se me abrían las plumas de pavo real cantarín cuando aquella profesora nativa de francés me susurraba cosas incomprensibles al oído que me «erectaban» algo más aparte de las neuronas. Así, cada vez que me pedía una cerveza helada mientras la esperaba junto a la academia donde surfeaba entre palabras y fonemas, brindaba por aquella noche que me creí desdichado, brindaba por todas las veces que alguien, o yo mismo, volvería a romperme el corazón, por todas las veces que me volvería a ilusionar. Pero, sobre todo, brindaba por la intuición de que esta vez el baile no finalizaría.

miércoles, 20 de mayo de 2020

CALMADA INTENSIDAD





Pones esa intensidad que me calma,
transmites esa calma que me excita.
Derrocho ganas de compartir silencios
y ahorro los susurros que te lanzaré.
Los guardo en una cajita de notas tomadas,
de ilusiones confinadas y de los pactos que firmé.

Mi precaución visita el casino,
se lo juega todo a tu copa de vino.
Soy una prudencia desatada,
una mariposa trasnochada,
el deseo que ronda tu ombligo,
el gato que sueña contigo.

El que de tus manos tiene anemia
porque no termina esta pandemia.

domingo, 17 de mayo de 2020

OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: El principio de algo mejor.


SÁBADO 16 Y DOMINGO 17 DE MAYO


Ya dije en alguna entrada anterior que la ignorancia es atrevida, tanto que no duda en exponer sus carencias en, por ejemplo, comprensión lectora. O quizá sea una combinación con el sesgo que nos hace interpretar algo según lo que estemos condicionados previamente de acuerdo a nuestros prejuicios. Y es ahí donde nos retratamos en las redes. Ya lo he dicho en alguna ocasión, si no tienes nada que aportar la mejor forma para que no se note que eres tonto es tener la boca cerrada. Ahora, si eres capaz de saber que no tienes la verdad (como nadie), lo que hay que hacer si quieres dejar de ser tonto es preguntar y cuestionarte a ti mismo. El problema es que esto último no es tan fácil cuando la ignorancia no es consciente de sí misma.

Reflexiones a las que he llegado en estos dos meses de escritura casi diaria de cómo he ido viviendo y pensando esto que nos está pasando. Pero hoy es el último día y no quiero despedirme con estas tontás.

Mañana lunes 18 de mayo medio país da un paso más en su desconfinamiento. El buen tiempo invitará a las gentes a salir a la calle (siempre con prudencia, por favor, no vayamos a cagarla ahora), y ya poco interesarán las evoluciones de un pringado que escribe a diario su experiencia para una media de 50 visitas diarias a cada una de las entradas de este blog. Así que cierro el diario, pero no el blog, que es más general y en el que seguiré publicando relatos y cualquier otra cosa de tanto en tanto.

Ahora sí, me centraré en los contenidos del negocio que estoy preparando para cuando consiga escapar de Madrid (he escuchado hoy en la radio noticias que quieren ser optimistas sobre el campo al que me pretendo dedicar) y me pondré en serio con la segunda parte de mi novela (A Macondo se va en línea recta, compradla, es por una buena causa, yo no me llevo nada pero sí las asociaciones de padres de niños con cáncer ASION y ASPANION).

¿Qué puedo contar de este fin de semana último? La verdad es que nada de interés general, por ello voy cerrando este diario. Ha sido una sorpresa agradable saber que puedo pasar los días en casa sin que se me caigan las cuatro paredes encima, ha sido aún más agradable saber que hay amigos dispuestos a charlar contigo, a compartir vermú y/o cerveza, y sobre todo sus inquietudes, sus buenos ratos y sus malos momentos en medio de esta incertidumbre; todo gracias a las tecnologías de la comunicación. Ha sido bonito ver que las familias pueden seguir unidas en esta distancia; y ha sido aún más agradable, incluso placentero, saber que estas tecnologías me han permitido conocer en estas circunstancias tan excepcionales a personas aún más excepcionales a las que necesitaré conocer en la realidad cuando todo pase. Espero agradecer en persona la labor desarrollada por la enfermera desconocida, que me contó de primera mano el horror al que se enfrentó; y especialmente espero a mi súper heroína particular, al Batman de quien hablé en algún momento, que desde una distancia de 350 km de aquí, me ha llevado de paseo a la sierra, ha cenado y comido conmigo en varias ocasiones, me ha enviado sus textos, ha leído alguno de los míos, y ha compartido algunos de sus mejores ratos. Este no es el final de un diario, es el principio de algo mejor.

¡Suerte!


Y además he ido mejorando mis arroces. Si es domingo toca arroz, da igual que sea el fin del mundo.


David 60 – Nocilla 0


FIN.

sábado, 16 de mayo de 2020

OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: El pan nuestro.


VIERNES 15 DE MAYO


Al comienzo de esta maldita historia del confinamiento, cuando todo el mundo se preocupaba gilipollamente por el papel higiénico (por cierto, mi editor de texto no me marca la palabra gilipollamente como incorrecta, está bien construida, por tanto), yo tenía mi atención puesta tanto en el vermú para los aperitivos online de los sábados como en el pan en rebanadas que solía comprar en el súper. Durante las dos primeras semanas no pude encontrar esos productos, y me preocupaba más que la obsesión que tenía la gente por el papel higiénico. Será porque tengo bidé.

Ahora, nueve semanas después, he visto que el vermú era, en efecto, necesario, para desgasificar los aperitivos online de los sábados, que no sean sólo de cerveza; pero que el pan no me ha sido tan imprescindible. De hecho, en las dos últimas visitas al súper no he comprado ese pan, sino tortillas de trigo. He aprendido a rebañar bien mis guisos con la cuchara, sin necesidad de mojar con el pan (por mucho que a los snobs de colegio de pago o a los talibanes del buen gusto, inconscientes de lo relativo que es casi todo en esta vida, les parezca una atrocidad y un atentado contra el decoro). Y ojo, que me encanta mojar con pan el caldito que va quedando en el plato, pero he ido densificando mis guisos, de forma que la cuchara es válida para terminar de vaciar el plato (otra cosa que los tontos del buen gusto y las buenas maneras también podrían afearme) sin necesidad de recurrir al pan. Y mejor así, porque el incremento de ingesta de calorías que gano con la sustancia de mis guisos lo compenso, e incluso disminuyo, con la ausencia de pan. Llevo un par de semanas sin comprarlo, es más, se me han puesto duras algunas rebanadas que se han quedado huérfanas en la despensa. En cambio, estoy usando más las tortillas de trigo para hacerme fajitas improvisadas con casi cualquier cosa que me prepare para la cena, especialmente ensaladas de tomates y encurtidos, pero también revueltos. Imagino que el mantenimiento de mi peso, el no haber engordado en estos días de confinamiento, o confitamiento según otros, se debe más a la eliminación del pan y las patatas fritas de la dieta que seguía cuando iba a comer a la cafetería de la Facultad de Medicina de la Autónoma, al lado de las cuatro torres de Castellana, que a los ánimos de la youtuber del «¡Vamos, campeona!».

Aun así, y mientras este diario siga abierto, continuará el reto de la Nocilla. Por cierto, hace unos días le comenté a una amiga que yo sería capaz de vivir sólo de botes de salsa pesto, que me los zamparía a cucharadas y sería feliz, con lo que el reto del bote de pesto sería igual de sacrificado que el de la Nocilla.

Y ya que estamos, sí, me parece que a este diario ya le queda poco. La entrada del viernes la he retrasado al sábado por la mañana (y ya van un par de ocasiones en esta última semana en la que se me hace de noche para escribir la entrada diaria). Aprovechando que casi toda España está ya en Fase 1, salvo los pringados de las áreas metropolitanas de Barcelona (cuya sanidad fue fustigada por la derechona nacionalista de Mas, que tapó los recortes con esteladas) y de Madrid (cuya onda expansiva de Aguirres y Ayusos ha salpicado de mierda también a Castilla y León, y esconden además sus recortes a base de aparentar que son tontas del culo); pues que me quedaré aquí en mi Fase 0,5 de las pelotas metropolitanas y aprovecharé para escribir otras cosas o para ir a ver museos que jamás se me hubieran ocurrido, ahora que nos van a dejar visitarlos…

Por cierto, y ya que he enfangado esto con política, estos días he visto que personas que creía inteligentes, y con capacidad de análisis calmado y desde una posición más o menos imparcial (más o menos, es imposible serlo del todo), no dejan de retratarse en sus redes de la forma más chusca, con un sesgo que se ve desde Pernambuco. Y lo peor es que lo hacen creyéndose que hablan desde la ecuanimidad y la razón absoluta. Es cierto que los que me parecían tontos antes de esto han defraudado mis expectativas y se han revelado como mucho más tontos aún, de acuerdo; pero de los otros no me lo esperaba. Esto del sesgo hacia nuestras posiciones ideológicas todos lo tenemos, sería muy ingenuo, y tonto (la palabra de moda en este post), pensar que yo sí soy imparcial y que mis razonamientos son acertados y mi análisis fino e irreprochable. Desde esta consciencia de mi falibilidad me he estado preguntando cómo de sesgadas se verán las opiniones que dejo caer en mis redes (por expresión activa o compartimiento pasivo), y por ello he intentado ser lo más discreto posible, no porque no tenga opiniones, sino porque no se me note que soy tonto. Hay tanta gente clamando su tontería en las redes, que he pensado que no se necesitaba uno más.

En cuento dejéis de vigilarme con la Nocilla, me la como de una sentada.





Y me compro un bote de pesto.


David 58 – Nocilla 0


jueves, 14 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Frente a frente.


JUEVES 14 DE MAYO


Esta mañana, dentro del programa de mantenimiento preventivo de mi parque móvil, he bajado al garaje a poner la moto en marcha un rato, y he descubierto que el gato sigue usando el sillón de la Vespa como cama después de haber hecho sus necesidades y no haberse limpiado bien el trasero (hace unos pocos meses descubrí que se aliviaba debajo de mi coche). La manta de protección para el frío que anteriormente no tenía desplegada, esta vez estaba sucia. Mañana bajaré a limpiarla, igual que hace unas semanas tuve que limpiar el sillón. Hoy me he dado un paseo con la moto por el garaje y he descubierto que hay un más allá debajo de mi edificio: el garaje tiene cuatro niveles en lugar de los tres que yo pensaba. Y precisamente en ese último nivel hasta el que he llegado intrépidamente sin casco ni guantes, cuando me he adentrado en lo más profundo, más allá de los límites conocidos del sótano, como un explorador de las fondas abisales… En ese punto más alejado, he visto a un gato negro ocultándose detrás de un Ford. ¿Será el inquilino de mi Vespa?

Esa hubiera sido la gran aventura del día, si no fuera porque he salido más tarde a la oficina de Correos de San Francisco el Grande para enviar una carta. He ido en moto porque se me echaba encima la hora de cierre (qué ganas tenía de volver a montar en las moto aunque fuera aquí cerca de casa). La gente hacía cola respetando por exceso la distancia de seguridad fuera de la oficina, todos íbamos con mascarilla. Dentro los empleados habían levantado con cajas una barricada frente al mostrador, doblando así el tamaño de este, y cada puesto de trabajo estaba protegido por una mampara, todo el mundo con mascarilla y guantes, algunos con pantalla. Me he preguntado, al entregar mi carta, si esta podría difundir algún virus que potencialmente pudiera tener yo en mis manos desde la Fase 0 madrileña a la Fase 1 mediterránea hacia donde se dirige. Por fortuna no había chupado la solapa del sobre para facilitar el cierre.

Más allá de estas aventuras en Vespa, he llegado estos días a la conclusión de que mirar a los ojos en una vídeo-llamada uno a uno es complicado. Tendemos a mirar a la pantalla y no al objetivo de la cámara, con lo que la persona con la que estamos hablando no tiene tus ojos mirándote a ti desde el otro lado de la línea, sino ligeramente desviados de los tuyos. Y si quieres hacerlo bien y miras al objetivo, al otro lado verán tus ojos mirándole, pero tú no ves los suyos… En fin, que menos mal que tenemos la tecnología para sentirnos más cerca, pero que lo que mola es estar de verdad frente a frente (muy lejos en realidad de lo que relata la canción del enlace…).

Por cierto, ¿qué me decís de los pijos del barrio de Salamanca? Tanto colegio de pago para querer contagiarse de la forma más tonta.



David 57 – Nocilla 0



(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Cosas fáciles.


MIÉRCOLES 13 DE MAYO


Pues resulta que no sabía ponerme la mascarilla, y por eso se me empañaban las gafas. Hace unas semanas vi un vídeo en el que se explicaba cómo había que preparar la mascarilla para ponérsela (lo tenéis más abajo). Pero claro, algo tan simple como eso tampoco tenía que suponerme un reto a alguien como yo: ingeniero de caminos, que además desarrollo otras habilidades cognitivas gracias a mis hábitos de leer, escribir, ver documentales sesudos sobre el Cosmos y la evolución humana. Así que tomé unas pequeñas notas mentales y poco más.

Pero… ¡Ay, amiguitas y amiguitos! El cuñao que todos llevamos dentro nos hace caer en la soberbia. Nadie nace enseñado, pero creemos saber de todo, nos convertimos en cuñaos, capitanes a posteriori, metemierdas en ocasiones, y tertulianos y opinólogos en el peor de los casos. A esta conclusión llego por el uso de la mascarilla.

Por la mañana fui a hacer la compra, en coche porque el cielo estaba nublado y no quería regresar cargado como una mula y quizá mojado. Y así movía también un poco el coche y le recargaba la batería. Esta vez fue la primera en la que acudí al súper con mascarilla. La llevaba puesta como el día anterior, cuando se me empañaron las gafas, y a ratos era incómodo. Pero al menos me sentí bastante más seguro, en ningún momento tuve las sensaciones de proto-agobio que me rondó en otras visitas al supermercado. Es curioso cómo funciona todo esto, cada vez es más la gente que lleva mascarillas, hasta llegar al punto de que algo que te parecía un poco excesivo hace unas semanas, conforme vas saliendo más a la calle y ves que eres de los pocos sin usarla te hace sentir raro, fuera del grupo, o incluso peligroso para el grupo. Quizá en dos semanas estaré juzgando y señalando con el dedo a quien no la use… Así somos. Espero que el hecho de haber escrito esta reflexión me sirva para ver las cosas con perspectiva y no convertirme en cuñao policía de balcón.

El caso es que por la tarde, y a raíz de estas reflexiones sobre cómo no me había encontrado apurado en el súper por la mañana, sí que me busqué el vídeo de cómo ponerse una mascarilla para ir más protegido a la peluquería; que allí iba a estar sentado un buen rato en un espacio cerrado con más gente a mi alrededor. Y en efecto, ponerse la mascarilla tiene su pequeña ciencia, y me di cuenta luego por la calle que casi nadie lo hace bien. El peluquero me lo comentó al ver el nudo que le había hecho yo a las gomas, y que él debería hacerlo igual. Y terminamos hablando también de que para cualquier actividad, normalmente, alguien te lo tiene que explicar antes, por no hablar de los desastres que se estaban cometiendo en la intimidad del hogar con los cortes de pelo de la gente. Y entonces me explicó que aunque yo le diga que me pase la máquina al tres, eso significa que es el número máximo, pero que ha de hacerme un degradado para evitar escalones y demás cosas que aprendió en el lugar donde se formó. Al final, para ejercer una profesión has de ser un profesional.

Pelo corto y mascarilla.

Como cosa curiosidad, camino de la peluquería vi a una señora consultando a su perro si giraban calle Toledo abajo a hacer la compra a la carnicería o qué. El perro la miró con poco interés en lo que le preguntaba su humana y continuó su camino, con lo que la señora le dijo «Vale, lo que tú digas, seguimos». Estuve tentado de pensar que ya se veían los efectos de la soledad debida al confinamiento, pero recapacité, la gente ya debate con sus animales desde antes.

Y a todo esto, ya se cumplen los dos meses desde el viernes 13 de marzo en el que decidí no bajarme a Elche y quedarme en casa en Madrid… No sé si preocuparme al darme cuenta de que no se me ha hecho largo. Lo que me preocupan son las semanas que aún me quedan por regresar y ver a quienes quiero ver, estas sí que se pueden hacer largas ahora.

Y así hay que ponerse la mascarilla


David 56 – Nocilla 0


martes, 12 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Empañar


MARTES 12 DE MAYO


Que ya tiene mala pata haberme lesionado un gemelo haciendo gimnasia en casa. Habré de vigilar un poco mi dieta para no pasarme ahora que estoy algo menos activo, que encima hoy llueve y no apetece mucho salir. Aunque bien pensado, quizá sea el mejor día para salir y caminar con menos gente por la calle (verás cómo todos hemos pensado lo mismo…).

Hoy me he levantado tarde, quizá el que más tarde he amanecido un día entre semana. Tampoco ha sido nada del otro mundo, a las diez de la mañana, pero veo que sufro el peligro que ir retrasando mi horario más de la cuenta, y se me va corriendo la hora de comer y, si además veo una peli luego, la de la siesta. Y temo que justo cuando me haya hecho a ese nuevo horario tardío me tocará trabajar de nuevo… Ya he soñado un par de veces que recibía correo de mi jefe con faena. Qué poco me apetece, pero desde luego que no me quejaré. Hace un rato mi vecina (no la petarda, la que mola) me ha contado por whastapp que en su proyecto vuelven a la oficina a principios de junio: Retornos en la Segunda Fase… Tengo mañana una videollamada con los excompañeros del contrato en el que estaba, a ver qué nos dice el jefe, si hay intenciones de AENA de retomar el contrato con todo el mundo (han quedado dos de catorce iniciales) o qué quieren hacer. Yo he de pensar en mi futuro.

Con esto de levantarme tarde, hoy no he cumplido con una de las rutinas que se me había instalado en estas extrañas vacaciones confinadas. El martes es el día de ir a la compra, pero esta semana me sobra aún comida y cerveza, con lo que además de que la hora a la que me he levantado me haría llegar a comprar en un momento de más acumulación en el súper, tampoco he visto recomendable ir para pillar solo unas pocas cosas: no tengo espacio en la nevera y mejor ir vaciando antes de volver a llenar. Aunque teniendo en cuenta que el viernes es San Isidro, festivo en Madrid, no dejaré la logística del hogar para el jueves, que seguro que habrá más gente de lo normal. Iré mañana. Ya voy a necesitar la semana que viene papel higiénico, que me queda poco más de un rollo en casa.

Así que mañana salida doble. Por la mañana a la compra y por la tarde a la peluquería. Compré mascarillas hace unos días, para usarla en la pelu. Ayer la probé por primera vez. Con la humedad ambiente de la lluvia que llegó a caer un poco y mi respiración a veces se me empañaban las gafas; y el pelo de la barba hace un extraño efecto que tira la mascarilla hacia abajo, por más que la intentase anclar a mi nariz, que no es pequeña. Dramas de la protección virológica.


David 55 – Nocilla 0

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Los gemelos


LUNES 11 DE MAYO


Ayer lunes se me lio el día y no escribí la entrada, pero tampoco había gran cosa salvo que comí acompañado de nuevo desde el otro lado de la pantalla del móvil, planes que surgen insospechadamente incluso en estos tiempos de aislamiento.

Bueno, puedo contar también que en mi carrera del domingo por la tarde volví a romper el gemelo izquierdo, a unos tres kilómetros y medio de casa, unos veinte minutos, cuando me adentraba en el parque del Oeste bajo el templo de Debod. Tuve que regresar a casa caminando con ambos gemelos renqueantes a ratos. Las temperaturas habían bajado y esa tarde de domingo era fresca para andar en calzón corto y camiseta de tejido técnico. Voy a tener que intensificar los estiramientos y regresar a la youtuber que tantos ánimos me daba (¡Ánimo campeona!) para trabajar otras partes del cuerpo.

Estoy relativamente satisfecho en cómo estoy llevando a nivel físico el confinamiento, haciendo el ejercicio que no hacía antes para mantener al menos el peso y tener los músculos y el corazón en mejores condiciones, y desde que podemos salir a pasear, me doy al menos esa caminata de una hora diaria, pero tendré que vigilarme el gemelo izquierdo.

Con el tiempo de nuevo inestable ha regresado mi vecina petarda. Después de un mes sin tener noticias de ella, de ver que estaban sus persianas bajadas, este domingo regresó con sus broncas telefónicas habituales. Esta vez con su madre, y a cuenta de los malos ratos que está pasando. Es comprensible que atravieses un momento delicado con el tema del trabajo y los ingresos para pagar el alquiler y que alguna vez puedas perder los nervios, pero si eres una persona inestable y con manía persecutoria que siempre tiene el Yo en la boca, y le añades esta situación, pues tienes un cóctel ideal para bronca telefónica que joda a tus vecinos a consta de tus miserias familiares. Qué pereza de mujer. Mientras escribo esto discute de nuevo con su madre, cada vez más fuerte.

Menos mal que soy de tener siempre la radio o música en casa para no escucharla, aunque poco a poco se va imponiendo desde el otro lado de la pared su voz odiosa… Sí, soy capaz de odiar a alguien, incluso aunque esa persona atraviese un mal momento, pero se lo ha ganado durante años.

Y hasta ahora no había llovido en Madrid durante el periodo de poder salir a la calle, sin embargo este lunes he recurrido al paraguas. Lo de que hasta el 40 de mayo no te quites el sayo es algo que siempre me pareció una exageración hasta que llegué a Madrid, y no lo digo por la lluvia, sino porque las temperaturas han vuelto a bajar. Llevaba unos días en pantalón corto en casa, con las ventanas abiertas, pero he tenido que regresar a los largos y a cerrar las ventanas.

El tiempo durante el paseo es una incertidumbre, y la vida que nos quedará después de esta es aún una incertidumbre. Tenemos muchas decisiones que tomar, pero no tenemos suficientes elementos de decisión para escoger el camino. Mientras tanto, habrá que prepararse sin ansia y disfrutando de la estación de transbordo en la que nos encontramos.



David 54 – Nocilla 0

domingo, 10 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Flor de piel.


SÁBADO 9 Y DOMINGO 10 DE MAYO


Los fines de semana son para descansar, incluso cuando se tiene poco que contar, así que ayer sábado me lo tomé libre en este diario, además de que tenía que estar en condiciones para algo que aconteció por la noche. Pero vayamos por partes, como dijo aquél.

Si comenté hace unos días que paseando por el parque de San Isidro, cuando los parques estaban aún cerrados en Madrid, vi un coche de la Policía Nacional sin advertir de que aquél no era sitio para pasear, en el paseo del viernes crucé por el puente de Toledo al otro lado del Manzanares, y allí sí que vi a una patrulla de la Policía Nacional, advirtiendo por los altavoces que había más calles peatonales en la ciudad por las que pasar, que no tenía que estar todo el mundo allí en el puente (había bastante personal quieto, contemplativo en lugar de usar el puente para el tránsito de uno a otro lado). Durante ese paseo me fui enterando a través de las redes sociales que los departamentos de salud de Elche, Valencia y Alicante no pasaban a la Fase 1. Aquí en Madrid lo tenía asumido, pero me dio bastante bajona por los amigos y familiares que en esas tres ciudades habían pensado que empezaban a salir de esta historia sin que haya sido así. La semana de holgura que teníamos todos para ir a cabo de Gata a comienzos de julio también se ha consumido para los no madrileños de mi grupo en el primer deadline.

Ayer sábado fue el primer día en el que pudiendo salir no lo hice. Me levanté tarde, y por la noche tenía una cita, con lo que no me iba a dar tiempo a salir a dar una vuelta antes de preparar la cena. Sí, he dicho una cita, aunque nadie atravesó mi puerta ni yo visité a nadie. Todo fue telemático, virtual, y empezó hace mes y pico a través de internet. Salvando las distancias, llevo todo este tiempo que me siento como James Stewart en El bazar de las sorpresas de Ernest Lubitsch, una película en la que los dos personajes principales inician una relación epistolar en el Budapest de entreguerras. Y por fin ayer, tras muchas conversaciones de Whastapp, llamadas telefónicas y videollamadas (yo, que como he dicho más una vez no sé hablar por teléfono), planeamos una especie de primera cita virtual (dado que la primera cita física no se producirá hasta dentro de unas siete semanas).

Es raro y complicado, como todo en estos tiempos, pero está siendo ilusionante, ver cómo a pesar de la distancia y la incomunicación física, la comunicación y los sentimientos siguen fluyendo. Están muy a flor de piel, nos sentimos más cercanos que antes (es algo de lo que ya he hablado en algún momento en este diario) y nos echamos de menos, incluso en mi caso particular aunque no nos hayamos visto nunca en persona (le he escrito tres poemas, algo que hacía años que no hacía a nadie…). En nuestra primera cita de ayer preparamos la cena en compañía, cada uno su propio menú en su casa, y luego nos pusimos guapos, con nuestra colonia igual que si estuviéramos sentados a un metro de distancia, y cenamos con velas… En total más de cinco horas de compañía que dan otro cariz a estos días complicados, pero que también incrementan las ganas de salir por fin del confinamiento. Habrá que tener mucha paciencia y saber gestionarlo, puesto que es una situación desconocida para mí.


David 53 – Nocilla 0


viernes, 8 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: El año sin primavera.


VIERNES 8 DE MAYO


Estoy teniendo un fuerte ataque de síndrome de abstinencia de Nocilla, y justo al escribir esto me he levantado de mi escritorio, me he dirigido a la cocina y la he arremetido contra… una manzana…

¡Oh, manzana!

No es precisamente la mejor recompensa para burlar la frustración de que en Madrid ni siquiera tendremos encuentros en la Fase 1, y que además se retrasa en una semana el regreso a la playa. La semana pasada hablé con un grupo de amigos de la posibilidad de ir, como todos los comienzos de verano, a cabo de Gata. Sería para comienzos de julio, pero la holgura que teníamos los de Madrid ya nos la hemos comido nada más comenzar. Si 1816 fue el año sin verano que dio a luz a Frankenstein y al género de la ciencia ficción, ¿qué genialidad nos podrá dar este 2020, el año que vivimos sin primavera? (Iba a poner «el año en el que se nos robó la primavera», pero la primavera no es nuestra…)

Temo que pocas genialidades van a quedar para la posteridad después de esta situación, aunque al menos sí que nos está sirviendo para detectar mucho tonto a las tres. Estamos tan enfrascados en memes (que poco trascienden más allá de la semana en la que se hacen virales) y en discusiones absurdas que los pocos genios que podrían estar creando algo estarán ahora mirando alguna pantalla. Aunque algo se puede salvar, por ejemplo los tres jóvenes músicos de Barcelona que desde el comienzo de esto han estado componiendo canciones y grabándolas en su terraza: los Stay Homas y sus Confination Songs, dándole a todos los palos musicales en inglés, castellano y catalán; y consiguiendo que en Canadá Michael Bublé les pidiera prestada una canción para una iniciativa benéfica o que artistas como Manu Chao, Pablo Alborán o Silvia Pérez Cruz participen con ellos en sus canciones.



Al menos la enfermera con la que hablo de tanto en tanto me dijo ayer que vuelve a su actividad habitual en quirófano, así que poco a poco cierta normalidad está regresando a los hospitales. Es un síntoma esperanzador. Esta mañana mi madre me ha llamado a la hora del desayuno para preguntarme si yo pensaba que la Comunidad de Madrid tenía razón o no en pedir pasar a la Fase 1… He levantado los hombros… Prefiero que me llame, como hace dos días, para preguntarme algunas dudas que tiene con las tramas de Juego de Tronos, que ha empezado a ver la serie ahora. Estaba indignada con toda la violencia de la primera temporada… Pues no le queda na


David 51 – Nocilla 0



jueves, 7 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Poco que contar.


JUEVES 7 DE MAYO


Me siento mal por lo que voy a decir ahora: Hoy no he hecho absolutamente nada. Sólo una pizza para comer. El resto del día me he estado tocando el cimbel incluso más de lo usual. Me desperté a eso de las 9 y no me he levantado hasta las 12 (que en Un buen día de los Planetas), y mientras dejaba que se levantara la masa de la pizza he fregado los platos de anoche. Y ya está. Gandulear, terminar de ver una película pendiente (la fantástica Historias de Filadelfia), siesta y este diario.

 Pizza con los restos que van quedando en la nevera.

De acuerdo, muy barroca.

Incluso me estoy planteando, ahora que en muchos lugares vais a entrar en la Fase 1 de la desescalada (ya veremos qué pasa en Madrid), si tiene sentido continuar este diario del confinamiento. Ya tampoco se puede decir que esté confinado, sino más bien distanciado, porque salgo todos los días, y podría deciros que ya me van quedando pocas cosas que contar. Después de este día ocioso creo que voy a ponerme más en serio tanto con la segunda parte de mi novela juvenil como con los contenidos del negocio que no comencé el pasado mes de abril debido a este Fin del Mundo.

Aunque esto de estar desocupado, de tener la cabeza libre para que invente a su libre albedrío es algo que viene muy bien, muy necesario, no puedo dejar de tener la sensación de estar desaprovechando la oportunidad de ponerme con todos los proyectos que tenía en la cabeza. En cualquier momento seré llamado de nuevo a las filas del teletrabajo, y habré perdido esa oportunidad. Lo he pensado esta tarde después de comer. Estaba en el baño, y he escuchado sonar el teléfono del trabajo en mi habitación. «Ya está», me he dicho, «el trabajo huele mi ociosidad y viene a por mí». Pero no, falsa alarma, era el teléfono de mi vecina petarda, que al parecer está de nuevo en casa.

Es posible que el directo de los viernes en Instagram también termine esta semana. Mañana aún estaréis algunos en casa, pero la semana que viene, dudo mucho que un viernes a las 8 de la tarde no tengáis un sitio mejor que estar viendo lo que se me ocurra en relación a mi pobre experiencia literaria. Iremos viendo.

En todo caso, si dejo de escribir el diario… Me sentiré menos culpable si me tiro a la Nocilla.


David 50 – Nocilla 0



miércoles, 6 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Una cama para ti.


MIÉRCOLES 6 DE MAYO


Esta mañana he salido de nuevo a correr. Las diferencias entre salir por la mañana y por la tarde son notables, hay bastante menos gente a primera hora y no me ha costado nada mantener las distancias con quienes me cruzaba, al contrario que con la coreografía del distanciamiento que tuve que ejecutar el pasado sábado por la tarde.

A todo esto, he llegado a tiempo a hacer la carrera dentro del horario establecido porque tengo palomas durmiendo bajo mis ventanas, y esta mañana a eso de las 08:30 me han despertado dando por saco. Si no, ya no hubiera podido encajar una carrera de más de media hora antes de las 10.




He tenido buenas sensaciones durante la carrera, era una mañana fresca y las piernas me han respondido, con lo que he de estar agradecido a la youtuber que me gritaba «¡Vamos campeona!» desde la televisión, puesto que me ha mantenido en forma. Por cierto, la tengo algo olvidada últimamente, he de volver a hacer rutinas los días que no salga a correr. En las últimas jornadas he corrido unos 16 km en dos salidas y he caminado unos 17 km en tres días, que no está nada mal después de mes y medio saliendo sólo una vez a la semana para hacer la compra. Al menos en estas salidas es más sencillo evitar a la gente empanada que se para en la mitad de los pasillos del súper o que se tira un rato bloqueando un expositor mientras decide qué producto pilla. A ver, campeones, ¿en serio no vais con la lista de la compra? Y en todo caso, ¿tanto cuesta quedarse en un rincón sin molestar observando desde la distancia los productos entre los que elegir y nos dejáis vía libre a los que tenemos claro lo que queremos?

Realmente quiero creer que las salidas a la calle, si mantenemos las distancias (empanados aparte), presentan menos riesgos que la salida a la compra en los pasillos del súper, donde por más medidas que tomemos con entrada controlada, gel y guantes, siempre hay gente irresponsable en esos lugares cerrados.

Hoy he estado hablando con la enfermera desconocida que me cuenta de tanto en tanto cómo vive ella esta situación. Me ha explicado que tras haber visto un documental sobre los que se enfrentaron a la curva ha revivido las experiencias de las primeras semanas, cuando tuvo que adaptarse al trabajo en las UCI (ella es enfermera de quirófano). Durante esas primeras semanas lloró mucho cuando regresaba a casa, le fue muy duro enfrentarse cara a cara a la muerte, a una Medicina de guerra en la que había profesionales que debían decidir a quiénes se les daba una oportunidad y a quiénes no; hubo luego algo que le cerró el grifo de las lágrimas, algo que la endureció, y sin embargo ella temía que de repente todo eso que ya no le salía, esas emociones reprimidas sin saber por qué estallaran. Y eso me ha contado que le ha pasado tras ver este documental.


Además me ha explicado que en el hospital han puesto a disposición de los profesionales un servicio de atención psicológica para ayudarles a convivir con lo que están pasando, y ella tendrá que recurrir más adelante a esos servicios.

Por eso, yo no hago caso a los tontos que preguntan que para qué aplaudimos. ¡Resentidos! Podemos aplaudir la labor de quienes se juegan la vida, y luego criticar, claro, no son cosas incompatibles. Pero siempre hay miserables dispuestos a soltar su bilis.

Si los sanitarios están jodidos con lo que viven, poco les ayuda ver esos debates estériles, y mucho menos aún a la gente que no cumple las normas, que no es consciente de que en los hospitales se han vivido semanas terribles. En su nombre, el de la enfermera desconocida, os pido que no nos creamos indemnes, invencibles o que hemos sobrevivido a esto porque los números de afectados van disminuyendo. Que si hay camas libres en las UCI, no creamos que esto puede haber terminado, porque quizá alguna de esas camas libren sean para vosotros… Así, tal cual, me lo ha dicho ella.

Aun así, ya queda menos, aunque no debamos levantar la guardia. Relativo a este «ya queda menos», es curioso que hoy Facebook me ha vuelto a mostrar publicidad de empresas de cajas de cartón para mudanzas… Hace dos meses estaba enfrascado en organizar mi regreso a Elche, y me salían esos anuncios cada vez que me conectaba a internet. Hoy, una vez que hemos vuelto a salir a la calle, me aparecen de nuevo las cajas de cartón…

Por cierto, ayer publiqué mi entrada del día a última hora y con las prisas olvidé poner la coletilla de la Nocilla, además de que la publiqué en las redes esta mañana. Al volver de la carrera tenía algunos amigos preocupados por si había sido vencido por la tentación y me había zampado el bote de Nocilla. Confirmo que la Nocilla sigue indemne.



David 49 – Nocilla 0



martes, 5 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Por el bosque.


MARTES 5 DE MAYO


Los días de compra han perdido la magia de las semanas anteriores, cuando era la única ocasión de la semana en la que salía a la calle, me daba el aire y veía a otra gente que no fueran los de las ventanas, bien las de los edificios de enfrente, bien las de las pantallas de los dispositivos electrónicos, que son como el gran hermano que describió Ray Bradbury en Fahrenheit 451. Ahora ya podemos salir a pasear o hacer deporte, y vaya si lo hacemos.

Esta mañana al ir a la compra se mezclaban los deportistas y paseantes del primer tramo horario del día, que regresaban a casa, con la gente mayor del segundo tramo, que salían a reclamar su parte de ciudad. Era como en la canción de Sabina Caballo de cartón: «Ambiguas horas que mezclan al borracho y al madrugador», referida a esos primeros instantes del día en el que se cruzan los borrachos a los que se les hace de día y los que han de salir al curro aún de noche. Me solía acordar de esta canción muchos viernes por la mañana en Valencia, cuando a la hora en la que iba a clase o al trabajo me cruzaba con otros estudiantes, normalmente erasmus, que se recogían, totalmente desaliñados, a esa hora. Alguna vez vi como intentaban desayunarse alguna de las naranjas de los árboles que poblaban la calle Benicarló donde viví. Animalicos, qué cara ponían cuando descubrían que estaban horribles porque esos árboles eran naranjos bordes. Pues de eso me he acordado hoy al hacer la compra.

Ya no ha sido un martes como los anteriores, de solo paseantes de perro y gente con carrito de la compra, hoy éramos más; pero ya no había cola ni al entrar ni al salir del súper, y eso que he llegado un poco más tarde porque me he dormido y casi no llego a tiempo para la llamada en la que grabo la sección que tengo en Radio Elche.

Salvo eso y el tetris que he vivido metiendo la compra en la nevera, no ha sido un día de grandes emociones por ahora. Ayer pasé por la puerta de los cines Ideal, los más cercanos a mi casa, a ver si ya habían puesto cartelera para cuando abran, por ir reservando butaca, casi me da igual la película; pero no había nada. Es curioso, podría mirarlo en la web, pero me pareció más normal ir directamente al cine a ver qué anunciaban. Aún me acuerdo de cuando para saber qué había en el cine tenías que comprar el periódico o poner la radio a la hora a la que daban la cartelera. Todos los que tenemos más de 35 años hemos vivido eso, ¿podríamos volver a esos tiempos más lentos, en los que no todo era para ya? La inmediatez nos ha hecho impacientes, y ahora hemos de aprender a ser pacientes, a que las fases de desescalada vayan llegando poco a poco, a contar las semanas como normalmente contamos las horas. Llevo aquí en casa en esta situación 54 días, y aún me queda un mínimo de otros 50 días para regresar a Elche (cierto que antes de eso tendremos algo parecido a la normalidad, cada cual en su ciudad o provincia, pero tengo ganas de regresar a la costa).

Ya llegará.

Durante el paseo de la tarde, en el que he coincidido con mi vecina al salir del edificio, esta me ha descubierto la zona de la pradera de san Isidro, a la que nunca he ido a pesar de tenerla al lado de casa (casi siempre me ha pillado ese día fuera de Madrid). Se podía pasear tranquilamente por el parque, había gente pero nada que ver con las aglomeraciones de las zonas urbanas. No sé si este parque estaría fuera de las zonas no permitidas, porque hemos visto un coche de la Policía Nacional circulando por allí sin que hicieran ningún tipo de advertencia a nadie.

Si ayer en mi paseo redescubría algunas zonas del Rastro por las que sólo había pasado en domingo, cuando están atestadas de gente mirando los puestos, hoy no me ha venido nada mal el paseo por ese bosque tan cercano a casa.


David 48 – Nocilla 0

CONTINÚA AQUÍ: Una cama para ti.

lunes, 4 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Aún no.


LUNES 4 DE MAYO


¡Que la fuerza os acompañe! Hoy es el día de Star Wars (May the 4th be with you), y he salido a dar mi paseo vespertino con mi camiseta de Star Wars.

Más o menos eso es lo que he hecho hoy además de preparar la sección de radio de mañana y pedir cita en la peluquería. ¡Todo el día llamando y hasta las 8 de la tarde no me han respondido! Y hasta el miércoles de la semana que viene no tienen libre.

Al salir de casa, tanto ayer como hoy, para dar el paseo, me he dado cuenta de que llevaba mes y medio sin usar colonia. Desodorante sí me suelo poner al salir de la ducha, pero colonia no estaba usando ni para ir al súper.

Hoy lunes el ambiente ha sido más relajado que durante el fin de semana. Seguía habiendo bastante gente en las calles pero no tanta, y algunos corrillos, espontáneos o no, de amigos y familiares que se encontraban en alguna esquina y que como en el patio de la cárcel hablaban de su día a día en la celda y de los planes para cuando salgan del trullo… (esta comparación gustará a los voxitas y demás conspiranoicos tonticos disfrazados de amantes de la libertad –la que les interesa, claro–). Luego estaban también los que pasan bajo el balcón de algún conocido y se quedan un rato charlando, haciendo públicas las aventurillas y anécdotas familiares del confinamiento.



Es una sensación rara la que se respira en la ciudad: las temperaturas tan agradables han facilitado que las ventanas estén abiertas, que ya no solo se asomen los habitantes de las casas a la calle, sino que los transeúntes casi nos podemos asomar a trocitos de vivienda ajena, como si tantos días de privacidad forzada descorrieran el velo del cuidado por la intimidad.

También era raro pasear por la Latina y no poder meterse en alguno de sus bares a hacer una parada técnica para tomar una caña, el cerebro me cortocircuitaba porque procesaba los estímulos que le llegaban y emitiría la orden de entrar a un bar, pero hoy no… Aún no…

A su vez también me llaman la atención las caras de los paseantes, que redescubren la ciudad como si fuera otra ciudad distinta a la que dejamos cuando nos encerramos en casa, como si después de un desastre natural o un bombardeo saliéramos con cierto morbo a ver cómo han quedado las calles Al menos con esas sensaciones me he estado moviendo por Madrid estos tres días…

¿Será esta la nueva normalidad?



David 47 – Nocilla 0



domingo, 3 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: ¡Zumba!


DOMINGO 3 DE MAYO


Domingo… Y el séptimo día descansó… Pero hoy es el quincuagésimo segundo de mi confinamiento, y el segundo en el que podemos salir a la calle, con lo que el confinamiento más que cuarentena ha sido una cincuentena.

Hay un riesgo en esto, en pensar que ha terminado y salir demasiado alegremente y relajando las precauciones. Ayer las calles de Madrid, al menos por donde yo me di mi carrera, eran una romería (aunque nada que ver con la verbena que se montó en Malasaña). Pero claro, si se acotan las horas a las que puede salir el grueso de la población, la densidad de gente en las calles es brutal, especialmente en ciudades como Madrid y en barrios de alta ocupación. Sigo sin tener claro si lo de impedir el paseo por los parques fue acertado o no, porque las calles que rodeaban esos parques estaban a reventar. Jamás había visto tampoco tanta gente corriendo y haciendo deporte. A ratos tuve la impresión de que me encontraba en Valencia durante Fallas, cuando la calzada es invadida por paseantes y las calles ofrecen ese aspecto distinto, más humano. Aunque también podría decirse que éramos como las cigarras que cada 17 años de repente invaden zonas del este de Estados Unidos, saliendo de la tierra para completar su ciclo vital. Eso éramos ayer, las chicharras dándose el festín del primer paseo callejero.

Hoy, igual que ayer, también me he levantado tarde, con lo que el paseo será vespertino en lugar de matutino, y aprovecharé la temperatura agradable que estamos teniendo (acabo de opnerme por primera vez en la temporada, pantalones cortos para estar en casa). Imagino que el resto de la semana saldré a primera hora los días que toque carrera y por la tarde los de paseo (que serán más, porque no estoy tampoco para ponerme a correr todos los días).

Ahora mismo, en el callejón de debajo de mi ventana hay un padre y un crío jugando con un balón. Cuando me instalé aquí hace cinco años y medio en seguida me di cuenta de que este sería uno de los pocos emplazamientos urbanos de Madrid en los que habría niños jugando a la pelota en la calle. Han sido muchas siestas acompañadas del toque del balón y de los pies corriendo de aquí para allá, resonando en la pared del edifico de enfrente. No es que sea especialmente molesto, pero hoy sí que estaban dando pelotazos a una barandilla hasta que el vecino del bajo se ha asomado a recriminarles que resonaba mucho dentro de su casa. Esta unidad familiar trae, además del balón, música en el móvil. Por ahora algo tranquilo, casi ambiental. Esa ha sido la anécdota del día por ahora.

Ya veremos qué tal se da el paseo.

Y poco más que contar hoy, he hecho lentejas (para hoy y otros tres días) mientras me tomaba unas cervezas (tres) con amigos en Alicante, Londres, Villena y Gran Alacant (Santa Pola). La conclusión a la que he llegado, y que he compartido, es que a la amiga que se fue al comienzo de esto a casa de su pareja la podemos llamar la abeja, porque es la única que zumba.



Me estoy pensando muy en serio si, ahora que ya no estoy en confinamiento propiamente dicho, y que ya salgo a correr, podría lanzarme en brazos del bote de Nocilla…




David 46 – Nocilla 0


sábado, 2 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: ¡Corre!


SÁBADO 2 DE MAYO


No solo recuperamos en este tiempo libros por leer, películas que revisitar, series para descubrir y la saludable costumbre de las conversaciones telefónicas y llamadas a amigos. También he desempolvado los casettes que tengo como una antigualla en una estantería del salón y he reproducido algunos en el radiocassette con lector de CD que me compre allá por el 96. Tengo muchas cintas en las que me grabé CDs de amigos, recopilaciones variadas de los primeros vinilos que compramos mis hermanos y yo y también algunos casettes originales de los grupos que me gustaban hace más de veinte años. A veces me invade un poco de nostalgia al escuchar algunas de esas canciones, y en otras ocasiones me entra el buen rollo que esos temas me transmitieron cuando era un estudiante de ingeniería de caminos esforzado y regulero, en aquel bajo de la calle Benicarló de Valencia en el que viví tantos años. Precisamente uno de los amigos con los que comparto videollamada de aperitivo a la hora de cocinar los sábados me suele ofrecer desde su balcón una vista de las calles que transité durante casi dos décadas en el barrio de Benimaclet, y me sigue pareciendo un paisaje tan familiar… Tanto como las sensaciones que me despierta esa música que vuelvo a escuchar. Incluso las ganas de ser poeta que me entraron con el primer disco de Jarabe de palo (confieso que en el mismo documento de Word en el que escribo este diario voy garabateando a golpe de teclado algún poemita inspirado por unas inesperadas mariposas en tiempos de pandemia, quién nos lo iba a decir).

Hoy es el primer día en el que los confinados semiestrictos podemos salir a la calle más allá de la puerta del súper. Ayer estaba convencido de salir por la mañana para mantener la rutina que he adoptado de hacer ejercicio a primera hora del día, pero incluso en esta situación en la que había tantas ganas de salir como potrillos ahí fuera, anoche trasnoché y además de las cervezas del post-directo de los viernes en Instagram, me tomé un par de copas más (en las siete semanas que llevamos creo que sólo me había tomado dos hasta ayer), con lo que me fui a la cama entre rones y alas de mariposa que hoy me han despertado cuando los corredores de primera hora ya regresaban a sus casas. Así que por ahora este está siendo un sábado normal en tiempos de pandemia: fregar platos de la noche anterior y ordenar lo que me dejé por en medio tras los copazos, videoalmuerzo con los amigos de Caminos en Valencia (hoy solo una IPA), el vermú mientras cocinaba con el grupo de Madrid (una amiga nos ha contado que después del ERTE en el que la han metido, toma la decisión de irse de Madrid y regresar a Orihuela, y mira que cuando nos vimos la última vez fue para despedirme yo, el que se iba de Madrid), y luego con la comida me he reenganchado a otra vídeo con alicantinos que ya planean el encuentro en la primera fase.

Penne con salsa bolognesa all’arrabbiata.


Anoche, en el post-directo también tramamos la visita anual de inicio de verano en Cabo de Gata. A ver cómo evolucionan las fases en la Villa y Corte. Veo complicado escapar desde Madrid antes de julio, pero los de aquí también estamos pensando ya en posibles excursiones a la sierra para compensar. El pasado que echamos de menos nos espera en el futuro.

Y finalmente salí a correr (acabo de regresar ahora mismo). Me he dado una carrera de unos 53 minutos (8,40 km) recorriendo las calles adyacentes al Manzanares desde el Calderón a Príncipe Pío, rodeando la montaña del Templo de Debod, de ahí al Palacio Real y bajada hacia parque de Atenas para regresar a casa por Virgen del Puerto junto al Manzanares de nuevo. Muchísima gente por las calles que rodeaban los parques. A veces se hacía complicado guardar las distancias de seguridad porque hacía una tarde magnífica y todo el mundo se ha echado fuera. Esperemos no haya consecuencias. Yo he disfrutado mucho esta carrera.



David 45 – Nocilla 0


viernes, 1 de mayo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Ciclos.


VIERNES 1 DE MAYO


Ayer me preguntaba cómo iría muriendo este diario, en qué momento escribiría la última entrada porque ya no me consideraría una persona confinada. Hoy ya he visto que el diario de mi colega y paisano, el escritor Eduardo Boix, toca a su fin. Mañana sábado, primer día en el que podremos salir a dar un paseo y hacer deporte, aunque dentro de las condiciones de confinamiento, será la jornada en la que escriba el epílogo de su diario Los confinados. Yo aún no lo tengo claro. El archivo de texto en el que voy escribiendo estas reflexiones y descripciones de mi día a día acumula ya 111 páginas. Quizá debería ir muriendo durante la fase 0 que comenzamos, y aprovechar este arranque creativo y este hábito para retomar la continuación de mi primera novela A Macondo se va en línea recta, puesto que en Madrid aún queda un mínimo de un par de meses hasta que regrese algo que pueda llamarse normalidad.

Hoy haré un directo en Instagram, el habitual de los viernes, en el que hablaré con uno de los editores de A Macondo se va en línea recta y con la editora de mi anterior libro: Acción evasiva, les preguntaré qué les parece el argumento que estoy desarrollando para la continuación de la novela.
Es necesario ir pasando de fase, no solo en la famosa desescalada, sino en los ciclos que cada uno de nosotros está experimentando. Todos pasamos nuestros ciclos, tanto a nivel macro en nuestras vidas como a nivel micro a lo largo del día, la semana, el mes o la estación del año. Y en una situación como esta que estamos viviendo también han sido muchos quienes han atravesado diferentes ciclos y fases; y tenemos que aprender a vivir y a comprender la variabilidad, que no volubilidad, de quienes nos rodean. No hablo de ciclotimias o bipolaridad, que ha de diagnosticarse y tratarse, sino de que nuestros estados de ánimo van acompasados a la realidad variable que nos rodea a diario.

Hace ya tiempo que suelo repetir que no me fío de esa gente que está siempre segura de sí misma, que no duda, que tienen la afirmación cargada en la lengua y en el teclado (es una variante del cuñadismo). Y no me fío de esta gente porque lo humano es dudar, errar… Y dejarse llevar por las emociones... También saber controlarlas, cierto, aunque primero hay que reconocerlas, así que cuidado con quienes no muestran sus emociones y durante estos días han estado impertérritos, constantes, permanentes, estacionarios en su rictus, porque lo humano habrá sido atravesar momentos buenos y momentos malos. A ver, puede ser que algunas sean personas de baja intensidad en sus emociones, aunque las vivan, o de baja expresividad. A algunos nos pasa que nos han dicho que somos como un robotito sin emociones porque en algunos ámbitos normalmente las ocultamos, pero estamos trabajando en ello, en solucionarlo con ilusión. Sin embargo vigilad a quienes realmente no sufren cambios en sus estados de ánimo, a esas personas que están seguras de su régimen estacionario, cuidado con estos: puede que sean robots, extraterrestres que nos estudian, o que de repente un día pillen un machete y la líen cuando termine el confinamiento.

Por si es necesario correr delante de algún robot extraterrestre con un macheta en la mano, mañana pretendo salir a dar una carrera (aún no sé si Madrid Río estará abierto o deberé ir por calzada) y así voy recuperando el tono en las piernas para esa potencial huida. Para ello esta mañana he tenido que bajar al garaje a recuperar del maletero del coche la maleta en la que guardé el miércoles 11 de marzo los pantalones cortos y bañadores, pensando que por estas fechas ya estaría vespeando por las playas de la Costa Blanca. También he aprovechado esa bajada al garaje para limpiar el sillín de la moto, donde un gato ha dormido y hecho otras cosas estos días… Un vecino con el que me he cruzado me ha confirmado que él ha tenido el mismo problema.

El caso es que he recuperado los pantaloncitos cortos de correr para entrenar en caso de apocalipsis frente a los del machete. Si esto no se da, pues me liaré a cucharadas con el bote de Nocilla, para calmar todos mis males.


David 44 – Nocilla 0