Primera frase tomada del concurso de microrrelatos en cadena de la SER.
Todo el mundo, supo que era una mujer bala, y encima estaba cañón, pero eso de poco serviría.
Atravesó la ventana del living de Esperanza, la del quinto, un
jueves mientras merendábamos. La vieja, que guardaba unas provisiones
considerables de chocolate a la taza en su despensa, pensó que aquella mujer
bala era en realidad un “ángel de Charlie” que venía a rescatarnos. Preferimos
no corregirla: cuando se enfadaba nos dejaba sin merienda, y las provisiones
empezaban a escasear.
La nueva inquilina de
nuestro edificio pasó entre la mesa y la lámpara del techo en un alarde de
habilidad que arrancó los aplausos entusiasmados de los niños y del repartidor
del Mercadona. Yo protegí mi chocolate
sin dejar de admirar los muslos enmallados de aquella mujer voladora que
desapareció por la puerta del dormitorio. Afortunadamente estaba abierta, y
ahora la mujer bala, su casco, su capa y esas mallas brillantes se levantaban
de la cama de la vieja Esperanza. Sonreí: los invitados imprevistos escaseaban.
Había perdido ya la cuenta
de los días que llevábamos atrapados en aquel edificio en el que una buena
mañana, a la hora de preparar la comida, la escalera se convirtió en un bucle infinito
en el que desde el primero bajábamos al quinto y desde el quinto subíamos al
primero. Fuera no nos escuchaban, las ventanas seguían bloqueadas y el
chocolate de Esperanza se acababa.
Instintivamente miré los
cristales rotos de la ventana del living…
Una caída demasiado grande… La mujer bala se quitó el casco al salir de la
habitación.
Recapacité: lo mejor que
podía hacer era hacerle una visita guiada por el edificio, quizá le gustara mi
habitación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario