Salieron juntos cogidos de la mano, ella ligeramente adelantada, y se
detuvieron en el porche sin bajar los dos escalones hasta cerciorarse de que el
leñador estaba a una distancia prudencial. Éste bajó su hacha e interpeló a los
dos adolescentes.
–Me pareció escuchar a un animal salvaje.
–Creo que se
fue hacia el este –respondió
ella temerosa.
El leñador se giró mirando al bosque, iluminado por la luna
que en ese preciso momento asomaba entre las nubes.
–O quizá no –añadió
dejando que su hombre lobo saltara, ya convertido, sobre el leñador.
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