miércoles, 23 de febrero de 2011

Un millón de hormigas


Y hasta aquí alcanzaría el relato
si no fuera porque la realidad llega siempre
más allá de donde queremos ver, (...)

De Mortadela con aceitunas

Curiosamente, unos de los protagonistas más pequeños de los Relatos improbables de la ciudad antropomorfa están siendo de lo más comentado (relatos eróticos a parte) del libro por parte de quienes lo están leyendo o lo han leído.

Quizá porque empieza con algo muy real: un niño que no quiere comerse la merienda, unas hormigas cerca de un río, y alguien que baja a ese río, en una calurosa tarde de finales de julio a hacer un poco de deporte; y porque existe una descripción casi minutada de lo que ocurre en los primeros minutos, que poco a poco va acelerándose hasta desembocar en una orgía de ideas de bombero que terminan en la UNESCO.

Desde aquí jugaban unos niños a tirar aviones de papel


Recordad que, aunque improbable, muchos de los lectores ilicitanos del relato han reconocido el entorno e incluso el paralelismo de los hechos descritos con otros reales que han ocurrido en Elche. Por tanto, ¿por qué no podría ocurrir esto? Al fin y al cabo esa columna de hormigas estuvo en la rambla del Vinalopó. Yo la vi dos días seguidos, cruzando el camino por el que corría junto al río, e hice un cálculo aproximado de la densidad de hormigas mientras sudaba la gota gorda. Y además durante aquellos días estaba haciendo el pagafantas con una Cristina estudiante de biología (que una tarde bajó a correr conmigo al río): nunca más vuelvo a fiarme de los planes que vengan de parte de mi madre... Pagafantismo total, sí.

Por aquí solía yo bajar a correr y vi las hormigas

Pero a lo que íbamos, es muy interesante escucha
r las interpretaciones de quienes te leen. Y este relato ha tenido varias:
  • Mi madre dice que soy el niño que tira el bocadillo, aunque yo creo que me parezco más a Héctor Mendía (volverá)
  • José Martínez, de Onda Cero Elche, encontró acertadamente los paralelismos con la vida local y la sorna soterrada que tiene el relato.
  • Olga, que quizá algún día tenga una hija llamada Olga Zornoza, como la ambientóloga de la historia (quién sabe si la niña estudiaría lo mismo que su madre) reconoció su barrio.
  • El bueno de Teocórdoba y otros compañeros petardos como Rainmaker me han comentado alguna vez que les ha gustado este peculiar minimalismo, recordando que "los bocadillos u las hormigas son también el Universo.
  • Y Juan Pedro me hace una aportación muy interesante: Asegura que la historia termina en el momento en el que el niño tira el bocadillo desde el puente hacia la rambla, que lo que sigue es accesorio, apoyándose por la misma frase que yo escribí y que he citado al comienzo de este post. Considera que da igual que yo viera las hormigas y asevera que la historia que quería ser contada para salir a la luz es la del niño que ha de salir de casa, de su calle, de su barrio, ir a un puente y asegurarse de que nadie mira, para deshacerse de la merienda. Quién sabe, quizá esté en lo cierto, y resulte al final que, contra lo que yo me autointerpreté, yo soy el niño que tira el bocadillo.
Le pediré a Juan Pedro que exponga su opinión personalmente aquí mismo, a ver si la debatimos.

Y aquí un poco de música: Un millón de hormigas.

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