jueves, 9 de abril de 2015

Despertar

Procuraba no perder sujetándole las nalgas, disfrutando en sus yemas del contacto de la tersura de esos glúteos esculpidos en un momento de inspiración suprema de la evolución natural. Con la cara prácticamente en su nuca y sus jóvenes pechos oprimidos contra la espalda hercúlea del socorrista, podía aspirar la mezcla de olor a sal y desodorante masculino de chico mayor. Sentía, con un placer nuevo y extrañamente culpable, un calor hormigueándole entre el vientre y los muslos. No quería que aquello terminara pero, ante la estupefacción del vigilante que la traía de vuelta a la orilla, sus amigas gritaron que podía soltarse: había ganado la apuesta.

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