lunes, 6 de abril de 2015

Normalidad

A cada vuelta del tambor de la lavadora se atenuaba su ansiedad. Aquel ruido doméstico, previsible y fácilmente reconocible sustituía a cualquier mantra de religión olvidada en las montañas de Asia. Siempre, con cada antigua mudanza, entre cajas por abrir y muebles por armar, lo primero que solía hacer era poner la lavadora, buscando así ruidos hogareños conocidos. Y ahora, tras mucho deambular jugándose el tipo, pudo robar gasoil para el generador eléctrico y lavar sus harapos. Lo siguiente era salir nuevamente a las calles desoladas y luchar por comida.

Cauto a cualquier ruido que se escuchara por la calle salió por Embajadores. Al fondo, una nueva columna de humo brotaba del Reina Sofía.

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