martes, 23 de junio de 2015

Caminos: Paisaje y paisanaje

Hace unos días, en el programa de radio con el que colaboro, El Sótano (que ya se acerca al final de su última temporada tras 17 años en antena en Ràdio Jove Elx), se rindió homenaje a Abi Castillo, el técnico que, inasequible al desaliento, ha hecho posible que durante años hayan salido al aire los proyectos radiofónicos de decenas de jóvenes de Elche.

Y dándole vueltas en la cabeza al tema sobre el que hablar en mi sección del programa, pensé en los caminos y paisajes humanos que recorremos a lo largo de la vida, en esos escenarios y actores que damos por permanentes, que parece que siempre están ahí y que, como cualquier rutina, ayudan a fijarte a un lugar y una situación.

Yo voy al trabajo en moto todos los días, y me estoy perdiendo parte de ese paisaje y paisanaje.

Cuando llegué a Madrid busqué una casa en un sitio desde el que pudiera ir andando al trabajo… Recuerdo ahora que hace un par de años conté en este blog (Los cronómetros) cómo era aquel camino por la calle María de Molina y atravesando luego la Castellana hacia General Martínez Campos. Un recorrido en el que me cruzaba casi todos los días conla misma gente y en los mismos sitios; y que en función de dónde me cruzara con esas personas, que solían ser tan puntuales como yo, pues significaba si iba bien o mal de tiempo.

Aquel trayecto se convirtió rápidamente en algo familiar, tanto por esas personas que el azar quería que hicieran recorridos similares al mío pero en sentido inverso (había un hombre de gabardina marrón, maletín y que usaba unos auriculares enormes que trabajaba muy cerca de mi casa y vivía muy cerca de mi trabajo, porque me lo podía encontrar en cualquier lugar de mi recorrido, que eran más de tres kilómetros, ojo, unos 35 minutos), decía que aquel trayecto se convirtió rápidamente en algo familiar, tanto por la gente con la que me cruzaba como por los que trabajaban en ese lugar que era todo el camino entre mi casa y la oficina: Me refiero a porteros, camareros, tenderos e incluso policías que veía diariamente, algunos por la mañana, otros por la tarde y a otros dos veces, a la ida y a la vuelta.

Sin embargo al año de estar en Madrid nos cambiaron las oficinas desde Chamberí, en el centro, hasta la carretera de Burgos, en un sitio donde el transporte urbano me obligaba a hacer un viaje de una hora, con lo que me compré la Vespa que tengo actualmente.

La semana pasada tuve que dejar la moto en el taller para la revisión de los 10.000 km (en un año), y he decidido volver desde allí (que está cerca de donde viví mi primer año y medio en Madrid) hasta mi actual casa caminando. Fue un paseo de una hora atravesando la ciudad desde el barrio de la Guindalera, más o menos por el centro-este de la ciudad, pero dentro de la M-30, hasta mi casa en las cercanías del estadio Vicente Calderón, al suroeste.



Ha sido un paseo de más de seis kilómetros, algo más de una hora, en la que me ha dado tiempo a volver a hacer lo que he hecho toda la vida: caminar (quizá eso me ha llevado a ser ingeniero de caminos), y observar mientras camino (una de las cualidades que algunos de mis lectores dicen que valoran de mí como escritor, retratar de una forma cercana y sencilla las cosas más comunes de la vida diaria).

Durante este paseo he disfrutado muchísimo porque he atravesado varios barrios de la ciudad, viendo cómo ésta cambia y se comporta de un modo diferente según en cuál de sus partes estés, y me he dado cuenta de que, a pesar de que comprarme la Vespa haya sido de lo mejor que me ha pasado de que llegué a Madrid hace dos años, me estoy perdiendo algo con lo que antes gozaba: observar la ciudad y describirla en mi mente a la velocidad del paso humano.

Es algo que he hecho siempre, primero en Elche cuando iba al colegio Luis Cernuda en el parque deportivo desde Carrús, más tarde al instituto, el Tirant lo Blanch al lado del Parque de Bomberos, y más tarde en Valencia, desde el barrio de Benimaclet hasta clase en la Universidad Politécnica, o hasta la oficina en la avenida de Cataluña, recorriendo un camino muy similar.

Durante todos esos años caminando varios kilómetros a lo largo del día, repitiendo el mismo camino una y otra vez pero con pequeñas variaciones según fuera la ida o la vuelta me di cuenta de la importancia de la perspectiva. Una calle cambia completamente, es otra muy distinta, según vayas por una acera o la de enfrente, y según la hagas en un sentido o el inverso: la luz, el paisaje que hay al fondo, si los coches vienen de cara o si te adelantan… Es el mismo sitio, pero si lo miras con cierta sensibilidad y ojo crítico, es otra calle, es un mundo muy diferente. Y eso es espectacular: ver a la gente, escuchar lo que dicen, cómo se mueven, e incluso cómo van creciendo los niños que te cruzas diariamente camino del cole (en Valencia me ocurrió con algunos críos que vi hacerse mayores durante años, y sólo los veía unos segundos una vez al día).

Al final todo esto se convierte en parte de tus escenarios, en una rutina que echas de menos cuando faltas a esa cita diaria.

El verano pasado estuve unos días en Valencia y me alojé al lado de donde había estado viviendo y caminando tantísimos años, con lo que el cerebro me cortocircuitó. Tenía todo el rato la impresión de estar en casa, en mi lugar, la dolorosa sensación de que nunca me había ido de allí porque paseaba por las aceras por las que caminé miles de días, y eso es una vivencia muy jodida.

Y ahora que hago cada día más de treinta kilómetros por la M-30 de Madrid, rodeando la ciudad sin verla, echo de menos esos momentos de vouyeur.


Así que, el consejo que quise dar en mi sección a los integrantes de El Sótano: Ester y Emilio (pero que al final por las circunstancias no dio tiempo), es que ahora que terminan su etapa radiofónica, les deseo que disfruten de ese camino a la radio que han hecho durante tantísimas temporadas, cientos de semanas. Que lo saboreen, que se lo tomen con calma, que abran con alegría la puerta del Sótano en cada uno de los cuatro programas que les quedan, y que retengan todos estos momentos en sus retinas y sus memorias; puesto que eso también es la vida.

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