viernes, 21 de agosto de 2015

VIAJE EN MOTO: Madrid-Cuenca-VALENCIA-ELCHE (3 de 3)

EL VIAJE

(Día 1: Madrid-Cuenca)

(Día 2: Cuenca-Valencia)

(Día 3: Valencia-Elche)



Tras un día de descanso en Valencia con viejos amigos para siempre, incluyendo playa y un arroz dominical en la Dehesa del Saler, tocaba emprender la última etapa de mi regreso veraniego a Elche. Una jornada entre dos puntos de la costa pero en la que, para evitar el rodeo litoral de la esquina noreste de la provincia de Alicante, se escala por las montañas de las comarcas centrales hasta uno de los puntos más elevados de todo el viaje.



La mejor forma de salir de Valencia es la pista del Saler (CV-500), una carretera que huye de la megalomaníaca Ciudad de las Artes y de las Ciencias hacia esas maravillas de la naturaleza tan cercanas a la gran ciudad que son el bosque de la Dehesa del Saler y la Albufera de Valencia.

Tras dejar atrás los edificios calatravinos y cruzar el nuevo cauce del río Turia muy cercano a su desembocadura, que nada tiene que ver con el curso de agua salvado dos días atrás en Santa Cruz de Moya, la CV-500 se mete entre los primeros arrozales, que en esta época del año lucen un verde intenso, para a continuación seguir por el límite entre el bosque y el lago, circulando en ocasiones bajo un tupido túnel verde de pinos cuyo olor, sonido y vista borran casi al instante que hace cinco minutos estábamos en la tercera ciudad de España.



La visión de los arrozales desde una torre en esta época del año me hace recordar la reflexión que años atrás me vino a la cabeza paseando por el bosque donde se haya el nacimiento del río Cuervo, durante una escapada otoñal a Cuenca: Para conocer un paraje, hay que visitarlo en todas las estaciones del año, y ver así cómo de distinto es un bosque, un lago, o incluso una ciudad, según las circunstancias de la estación. Y es que aunque el bosque perenne del Saler se mantenga más o menos inmutable durante todo el año, no es así con la Albufera, cuyo aspecto depende del ciclo del arroz y de las aves estacionales que visitan sus aguas.

(Nota: Rebeca es una de las guardianas del parque natural y perseguirá implacable a aquellos domingueros que no respeten las normas del mismo)

La CV-500 es para ir sin prisa, una carretera de tintes veraniegos cuando cruza El Perellonet y El Perelló y desde la que se vislumbran algunas de las mecas de la famosa ruta del bakalao. Poco después de estas dos poblaciones, se aleja por fin de la orilla del mar para atravesar de nuevo los arrozales hacia Sueca. Aquí enlazamos con la N-332 (sustituta costera de la N-340 entre Almería y Valencia y que tomaremos más adelante).

En este último tramo de costa entre Sueca y Gandía, la ruta nos descubre la realidad de gran parte de estas comarcas, donde las montañas se acercan al mar dejando una estrecha y fértil franja litoral donde los cultivos tradicionales sobreviven entre el monte y las torres de apartamentos. Salvo estas apreciaciones, no tiene mucha miga esta parte del viaje, donde la carretera, junto a la paralela AP-7 (autopista del Mediterráneo) soporta un tráfico muy intenso en estas fechas y tiene un trazado sencillo, a excepción de alguna travesía, y tramos desdoblados.

Por otro lado, en Cullera se atraviesa el río Júcar, ya visitado tres días antes en Cuenca, circulando perezoso por los último meandros que le llevan a su desembocadura; siendo la última referencia que encontraremos de grandes ríos: nos dirigimos hacia la zona más árida de la península.

En Gandía dejamos la costa y empezamos a subir hacia las cumbres de las comarcas centrales de la Comunidad Valenciana por la CV-60. Como en sus primeros kilómetros se trata de una autovía, ésta asciende sin grandes virajes, ni siquiera en el tramo donde aún es una carretera convencional. Cerca de su final, en Montaverner, enganchamos con el corredor definido por la antigua N-340, la carretera más larga de la red de carreteras del Estado y que se apoya en otra ruta aún mucho más antigua, la Vía Augusta romana.

Así que siguiendo los pasos de los elefantes de Aníbal y de los comerciantes romanos después, enfilé el puerto de Albaida con la luz de reserva recién encendida y el puño roscado pero a 60 ó 70 km/h hasta hacer cumbre y poder escapar de un camión que amenazaba con engullirme. Apuré hasta la entrada a Alcoy, que atravesé de punta a punta recordando cuando hace 30 años recorría con mi padre estas comarcas debido a su trabajo. A partir de aquí, todo el recorrido lo habré transitado en mi niñez a bordo del Renault 18 GTD ranchera verde que usaba mi padre para el trabajo (era un buen bicho, el coche). Y es realmente a partir de Alcoy donde el camino vuelve a ser divertido prácticamente hasta el final de la etapa en Elche.

Entre Alcoy y Jijona la N-340 circula por el espectacular barranco de La Batalla y enfila luego el puerto de La Carrasqueta (aunque aquí la carretera ha pasado a denominarse CV-800)


A un paso del mar se encuentra este puerto de 1.020 m de altura, cuya vertiente sur (una cornisa colgada casi en la cumbre) se divisa desde las playas de Arenales del Sol, allí donde espero pasar las próximas tardes; como un corte largo y ligeramente inclinado allá lejos en la montaña.

A partir de aquí el paisaje empieza a cambiar abruptamente, los bosques de los lados norte de las sierras se convierten en las vertientes de solana del sur, parajes cada vez mas secos y áridos. Estamos acercándonos a donde de verdad casi nunca llueve.




El descenso de La Carrasqueta hacia Jijona es aún más divertido que su ascenso, y es que el lado sur es más accidentado hasta la misma entrada a la ciudad del turrón, con una sucesión de curvas a 180 grados más que notable. Tras atravesar la población siguiendo las indicaciones a Tibi se asciende de nuevo un puerto (aquí la aguja de la temperatura volvió a subir ligeramente por encima de lo normal, como ocurrió durante la calurosa primera jornada) por la CV-810. Es una carreterilla con rampas entre pequeños bosques de pinos y curvas rápidas en «S» que cuando desciende hacia Tibi (donde está una de las presas más antiguas de Europa) se complica con 4 curvas de 180 grados entrando al pueblo.

Después de Tibi se siguen las indicaciones hacia la A-7, donde hay que entrar y salir (por aquí cerca se puede subir al Balcón de Alicante, un lugar con unas vistas espectaculares sobre la ciudad) para seguir por la CV-827 camino de Agost. Esta carretera circula a media ladera por un paraje duro y semidesolado, con una gran cantidad de curvas para todos los gustos donde disfruté muchísimo tumbando entre laderas de arcillas rojas e irisadas, un paisaje muy característico de esta zona de la provincia, y especialmente en toda la cuenca media del Vinalopó.

Ya, una vez que se atraviesa Agost, hemos dejado atrás las montañas (salvo la bajada desde Aspe a Elche) y circulamos tranquilamente por las carreteras comarcales y locales más concurridas de esta zona del Vinalopó medio. Hay que atravesar Monforte del Cid y Aspe por la CV-825 y a continuación el trámite de glorietas y curvas de la CV-84 entre Aspe y Elche para volver a divisar el mar cuando se entra por el norte de Palmeralandia.




Se acabó el viaje...



PERO EL VIAJE DE VUELTA FUE...

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