EL VIAJE
(Día 1: Madrid-Cuenca)
(Día 2: Cuenca-Valencia)
(Día 3: Valencia-Elche)
(Día 1: Madrid-Cuenca)
(Día 2: Cuenca-Valencia)
(Día 3: Valencia-Elche)
Tras un día de descanso en Valencia con viejos amigos para siempre,
incluyendo playa y un arroz dominical en la Dehesa del Saler,
tocaba emprender la última etapa de mi regreso veraniego a Elche.
Una jornada entre dos puntos de la costa pero en la que, para evitar
el rodeo litoral de la esquina noreste de la provincia de Alicante,
se escala por las montañas de las comarcas centrales hasta uno de
los puntos más elevados de todo el viaje.
La mejor forma de salir de Valencia es la pista del Saler (CV-500),
una carretera que huye de la megalomaníaca Ciudad de las Artes y de
las Ciencias hacia esas maravillas de la naturaleza tan cercanas a la
gran ciudad que son el bosque
de la Dehesa del Saler y la Albufera
de Valencia.
Tras dejar atrás los edificios calatravinos y cruzar el nuevo
cauce del río Turia muy cercano a su desembocadura, que nada tiene
que ver con el curso de agua salvado dos días atrás en Santa Cruz
de Moya, la CV-500 se mete entre los primeros arrozales, que en esta
época del año lucen un verde intenso, para a continuación seguir
por el límite entre el bosque y el lago, circulando en ocasiones
bajo un tupido túnel verde de pinos cuyo olor, sonido y vista borran
casi al instante que hace cinco minutos estábamos en la tercera
ciudad de España.
La visión de los arrozales desde una torre en esta época del año
me hace recordar la reflexión que años atrás me vino a la cabeza
paseando por el bosque donde se haya el nacimiento del río Cuervo,
durante una escapada otoñal a Cuenca: Para conocer un paraje, hay
que visitarlo en todas las estaciones del año, y ver así cómo de
distinto es un bosque, un lago, o incluso una ciudad, según las
circunstancias de la estación. Y es que aunque el bosque perenne del
Saler se mantenga más o menos inmutable durante todo el año, no es
así con la Albufera, cuyo aspecto depende del ciclo del arroz y de
las aves estacionales que visitan sus aguas.
(Nota: Rebeca es una de las guardianas del parque natural y perseguirá
implacable a aquellos domingueros que no respeten las normas del
mismo)
La
CV-500 es para ir sin prisa, una carretera de tintes veraniegos
cuando cruza El Perellonet y El Perelló y desde la que se vislumbran
algunas de las mecas de la famosa ruta
del bakalao. Poco después de estas dos poblaciones, se aleja por
fin de la orilla del mar para atravesar de nuevo los arrozales hacia
Sueca. Aquí enlazamos con la N-332
(sustituta costera de la N-340 entre Almería y Valencia y que
tomaremos más adelante).
En este último tramo de costa entre Sueca y Gandía, la ruta nos
descubre la realidad de gran parte de estas comarcas, donde las
montañas se acercan al mar dejando una estrecha y fértil franja
litoral donde los cultivos tradicionales sobreviven entre el monte y
las torres de apartamentos. Salvo estas apreciaciones, no tiene mucha
miga esta parte del viaje, donde la carretera, junto a la paralela
AP-7 (autopista del Mediterráneo) soporta un tráfico muy intenso en
estas fechas y tiene un trazado sencillo, a excepción de alguna
travesía, y tramos desdoblados.
Por otro lado, en Cullera se atraviesa el río Júcar, ya visitado
tres días antes en Cuenca, circulando perezoso por los último
meandros que le llevan a su desembocadura; siendo la última
referencia que encontraremos de grandes ríos: nos dirigimos hacia la
zona más árida de la península.
En
Gandía dejamos la costa y empezamos a subir hacia las cumbres de las
comarcas
centrales de la Comunidad Valenciana por la CV-60.
Como en sus primeros kilómetros se trata de una autovía, ésta
asciende sin grandes virajes, ni siquiera en el tramo donde aún es
una carretera convencional. Cerca de su final, en Montaverner, enganchamos con el corredor definido por la antigua N-340,
la carretera más larga de la red de carreteras del Estado y que se
apoya en otra ruta aún mucho más antigua, la Vía
Augusta romana.
Así que siguiendo los pasos de los elefantes de Aníbal y de los
comerciantes romanos después, enfilé el puerto de Albaida con la
luz de reserva recién encendida y el puño roscado pero a 60 ó 70
km/h hasta hacer cumbre y poder escapar de un camión que amenazaba
con engullirme. Apuré hasta la entrada a Alcoy, que atravesé de
punta a punta recordando cuando hace 30 años recorría con mi padre
estas comarcas debido a su trabajo. A partir de aquí, todo el
recorrido lo habré transitado en mi niñez a bordo del Renault 18
GTD ranchera verde que usaba mi padre para el trabajo (era un buen
bicho, el coche). Y es realmente a partir de Alcoy donde el camino
vuelve a ser divertido prácticamente hasta el final de la etapa en
Elche.
Entre Alcoy y Jijona la N-340 circula por el espectacular barranco de
La Batalla y enfila luego el puerto de La Carrasqueta (aunque aquí
la carretera ha pasado a denominarse CV-800)
A un paso del mar se encuentra este puerto de 1.020 m de altura, cuya
vertiente sur (una cornisa colgada casi en la cumbre) se divisa desde
las playas de Arenales del Sol, allí donde espero pasar las próximas
tardes; como un corte largo y ligeramente inclinado allá lejos en la
montaña.
A partir de aquí el paisaje empieza a cambiar abruptamente, los
bosques de los lados norte de las sierras se convierten en las vertientes de solana del sur, parajes
cada vez mas secos y áridos. Estamos acercándonos a donde de verdad
casi nunca llueve.
El descenso de La Carrasqueta hacia Jijona es aún más divertido que
su ascenso, y es que el lado sur es más accidentado hasta la misma
entrada a la ciudad del turrón, con una sucesión de curvas a 180
grados más que notable. Tras atravesar la población siguiendo las
indicaciones a Tibi se asciende de nuevo un puerto (aquí la aguja de
la temperatura volvió a subir ligeramente por encima de lo normal,
como ocurrió durante la calurosa primera jornada) por la CV-810. Es
una carreterilla con rampas entre pequeños bosques de pinos y curvas
rápidas en «S» que
cuando desciende hacia Tibi (donde está una de las presas más
antiguas de Europa) se complica con 4 curvas de 180 grados entrando
al pueblo.
Después de Tibi se siguen las indicaciones hacia la A-7, donde hay
que entrar y salir (por aquí cerca se puede subir al Balcón
de Alicante, un lugar con unas vistas espectaculares sobre la
ciudad) para seguir por la CV-827 camino de Agost. Esta carretera
circula a media ladera por un paraje duro y semidesolado, con una
gran cantidad de curvas para todos los gustos donde disfruté
muchísimo tumbando entre laderas de arcillas rojas e irisadas, un
paisaje muy característico de esta zona de la provincia, y
especialmente en toda la cuenca media del Vinalopó.
Ya, una vez que se atraviesa Agost, hemos dejado atrás las montañas
(salvo la bajada desde Aspe a Elche) y circulamos tranquilamente por
las carreteras comarcales y locales más concurridas de esta zona del
Vinalopó medio. Hay que atravesar Monforte del Cid y Aspe por la
CV-825 y a continuación el trámite de glorietas y curvas de la
CV-84 entre Aspe y Elche para volver a divisar el mar cuando se entra
por el norte de Palmeralandia.
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