domingo, 16 de agosto de 2015

VIAJE EN MOTO: MADRID-CUENCA-Valencia-Elche (1 de 3)

En los últimos años he hecho muchos viajes y miles de kilómetros por carreteras de medio planeta, menos de los que hubiera querido pero más de los que un asalariado corriente con los días de vacaciones justitos suele hacer.

He recorrido toda la rivera norte del Mediterráneo, visitado los Balcanes, cruzado Estados Unidos de costa a costa, llegado hasta la capital de Mongolia atravesando toda Asia Central, alcanzado el finisterre del norte europeo en Noruega y bajado un par de veces al moro.

Todo esto lo he hecho sobre cuatro ruedas (en turismo, monovolumen e incluso en ambulancia -el Mongol Rally en 2011-), disfrutando del confort del aire acondicionado, con espacio para llevar una botella de agua fresca o unas galletitas para matar el gusanillo y todo el utillaje necesario para acampar y montarte un picnic en cualquier parte; además de con mi música, la que hace que las horas y los kilómetros pasen sin darte cuenta.

Algunos de esos viajes los hice acompañando a motoristas, quijotes de la carretera que llevan el espacio justo para el equipaje, que han de ir atentos a la climatología para saber qué ropa usar, expuestos a las ráfagas de aire lanzadas por la atmósfera o los vehículos pesados; y generalmente solos a lomos de sus motocicletas. Y no me atraía demasiado el mundo motero, desde la comodidad de mi asiento en el interior de un coche, ¿qué atractivo puede tener subirse a una moto?

Sin embargo la necesidad me llevó a comprarme una moto para ganar tiempo a la vida apretada de Madrid (yo que venía de ir andando al trabajo en Valencia), una scooter con la que burlar los atascos de la M-30, regalo con el que me obsequió la moda detestable de llevar los centros de negocios y las oficinas a complejos empresariales de las afueras, lejos de los lugares donde vivimos y de los centros urbanos donde ocurre la vida y está lo que nos interesa. El caso es que me compré una Vespa de 125 cc para que mi vida en la Villa y Corte no terminara de ser el infierno alienante total hacia el que se encaminaba a lomos de atascos en la M-30 o transbordos entre metros y autobuses.

Por tanto, mi llegada a las dos ruedas fue circunstancial, por necesidades urbanas diarias, algo de lo que algunos moteros dicen que no es ser motero: moverse en scooter por la ciudad para evitar los atascos no es ser motero, según algunos. A mí sinceramente me la repanocha. Sé que me ha dado vida, he ganado tiempo y libertad diaria y me ha picado el gusanillo de lanzarme a la carretera para viajar de forma diferente. Éste es el segundo año que afronto mis vacaciones con un desplazamiento en moto, y me está gustando. El año pasado decidí realizar mi visita familiar a Elche desde Madrid en mi Vespa urbana y modesta. Y lo disfruté. Tanto que meses después hice una escapada a Jaén desde Madrid también sobre las dos ruedas y este año he repetido mi viaje a Elche en Vespa.

Ya hablaré en su momento de los dos viajes anteriores. Ahora, animado por el hastag #miburradevacas que la revista Solo Moto está difundiendo durante este verano y que descubrí en el facebook de la periodista motera Alicia Sornosa , voy a ampliar, modestamete, la retransmisión que hice mediante Twitter de mi viaje entre Madrid y Elche pasando por Cuenca y Valencia.




LA MOTO

En primer lugar, una pequeña presentación de mi cabalgadura.
Yo necesitaba un vehículo con el que poder culebrear entre el tráfico de Madrid sin tener que pensar en sacarme otra licencia de conducción. Además, yo no tenia vocación motera, así que la respuesta a mi necesidad era una scooter automática de 125 cc. ¿Y por qué una Vespa? Pues ya que hacía la broma la hacía con cierto estilo. La Vespa tiene la personalidad de las que otras motos pequeñas carecen, y la que me compré casi me llamó a gritos desde que apareció frente a mis ojos en la tienda en la que entré a preguntar (imposible conseguir una GTS de 125 de segunda mano, vuelan en cuanto salen a la venta). Tuve que decidir entre la LX o la GTS, pero casi desde el primer momento tuve claro que sería la segunda, ya que dentro del pequeño tamaño de estas motos en el mundo de las 125, la GTS es más culona que su hermana y te da más visibilidad y presencia, aunque su mayor peso le quite algo de reprís. Así que mi moto fue una Vespa GTS Supersport gris titanio de aspecto deportivo.

Vespa en posición María del Monte: «A la sombra de los pinos»


Mi conocimiento en el mundo de las motocicletas es nulo, así que poco puedo decir de las prestaciones del motor de inyección electrónica, sus frenos o amortiguación. Sólo decir que cumple sin problemas lo poco que por ahora le pido, aunque es cierto que en autovía o carreteras nacionales va justa cuando la pendiente sube hasta el 5% y se me viene abajo. Llaneando se pone sin problemas a 110 (según el velocímetro, que realmente son 100 km/h). Es de destacar el consumo, siempre por debajo de los 3,5 l/100 km , y la potencia de sus faros, que permiten conducir de noche con total tranquilidad.


EL VIAJE (día 1: Madrid-Cuenca)

Un viaje de estas circunstancias, con una ruta recomendada de 400 km por autovía no es el tipo de viaje para hacer con una Vespa. Sería de una monotonía mortal. Lo suyo es buscar carreteras secundarias y nacionales poco transitadas, recorrer ese otro camino en el que el paisaje está más cerca de la ruta, donde la vía forma parte del territorio y no es tanto una cicatriz sino una forma de entender el país o la comarca: Hay vida más allá de las autovías.

El año pasado hice la ruta Madrid-Daimiel-Aýna-Elche en un sentido y Elche-Alcalá del Júcar-Lagunas de Ruidera-Madrid en el inverso. Esta vez quería pasar por Valencia y hacer un recorrido que hace unos meses me quedé con ganas de hacer: ir a Valencia desde Madrid por Cuenca, casi una línea recta por el corazón de la Alcarria y por el sistema Ibérico. Y allá fui.

Intentar salir de Madrid por carreteras que no sean una autovía es muy difícil, una especie de via crucis de semáforos y glorietas de polígonos industriales: hace unos meses hice el ensayo de salir hacia Cuenca para aprenderme ese camino, por en medio de Vicálvaro, y tardé una hora en llegar a Anchuelo. Vale que quiero viajar despacio, pero no que se me haga de noche sin haber salido de la provincia. Así que cuando ese viernes salí del trabajo a las 13:30 me monté en mi Vespa y me lancé a la M-30 y la A-2 confiando en no ser devorado por el tráfico que huye de la capital del reino un viernes de agosto. Fueron los primeros 23 km de la A-2, hasta Alcalá de Henares, los que hice por dicha autovía (el año pasado fueron 50 hasta Aranjuez por la A-4). Estos tramos de carreteras de alta capacidad cercanos a la capital no me parecen conflictivos en lo que se refiere a peligro de alcances, puesto que la velocidad suele estar bastante condicionada por el tráfico y las múltiples entradas y salidas. Es cierto que hay que andar con mil ojos porque hay mas actores y elementos involucrados, incluyendo los movimientos de trenzado, con lo que uno desea llegar lo antes posible a las carreteras casi desérticas. Y eso ocurrió en cuanto en las inmediaciones de Alcalá de Henares dejé la A-2 y la M-300 hacia Pozo de Guadalajara por la M-213.

Es el lugar donde se te enciende la luz de reserva y ves que los pueblos están desiertos y sin rastro de gasolineras (afortunadamente comiendo en Anchuelo comprobé que dentro del radio de acción de mi depósito y en mi ruta había una estación de servicio).

Normalmente antes de comenzar un viaje me gusta cotillear las imágenes de Panoramio y de Streetview para tener una idea de qué me voy a encontrar (a veces soy demasiado buscador de spoilers), y así hice pensando que a la hora de parar a comer estaría por esta zona entre Alcalá de Henares y Pozo de Guadalajara. Quería comprobar si se veían bares al paso de la carretera por los pueblos de este tramo (Anchuelo, Santorcaz y Pozo de Guadalajara), cosa por otro lado algo estúpida: hay bares en todos los pueblos de España a la orilla de la carretera.

Días antes vi que en Anchuelo había un mesón junto a la ruta y pensé que podría parar a comer allí. ¡Qué descubrimiento el Mesón López! Al menos la oreja y la forma de aliñarla. Sé que volveré.

 Para qué comer lechuga si tienes oreja bien aliñada.

Con la barriga llena, el calor del mediodía y un fuerte viento de Poniente anunciando posibles tormentas en el cielo plomizo reinicié mi camino. Hasta pasado Pozo de Guadalajara (donde llené el depósito) no hay nada reseñable, pero a partir de esta localidad el camino se pone divertido. La CM-2027 hacia Aranzueque tiene una bonita sucesión de curvas entre encinares en la que pude probarme y casi di alcance a una moto más potente que me había pasado en las primeras rectas de esta carretera. Aún así, en estos entornos rurales hay que ir con cuidado, puedes encontrarte con maquinaria agrícola a la vuelta de una curva o que el firme esté resbaladizo porque hayan caído restos de grano desde un remolque . Eso me lo encontré allí, especialmente en las curvas con mayor peralte. Llenan los remolques más de la cuenta y luego van perdiendo carga en los lugares más peligrosos para los motoristas. Cuidado si circuláis por estas zonas.

A partir de Aranzueque la ruta cambia totalmente. Desde aquí y hasta Cuenca las dos siguientes carreteras son amplias, bien asfaltadas y con trazados corregidos. La primera es la CM-236 siguiendo el valle del Tajuña hacia el noreste (con viento de cola en mi caso), y la segunda es la N-320, que sólo presenta un pequeño cuello de botella en la zona de Entrepeñas.

La carretera N-320 es una especie de alternativa a la A-3, A-31 y AP-36 para aquellos que vayan sin prisas más al norte de Madrid. Una ruta interior que une las tres capitales manchegas orientales (Albacete, Cuenca y Guadalajara) con la A-1 en Venturada. El tramo que hice yo atravesando la comarca de La Alcarria, teniendo que saltar de valle en valle (éstos estan alineados perpendicularmente a la dirección de la ruta), estaba en perfecto estado, con variantes en casi todas las poblaciones, trazados rectificados y cruces a distinto nivel. Uno de los puntos donde no se dan estas condiciones ideales (para una conducción relajada y aburrida) es el entorno de la presa deEntrepeñas. Como su propio nombre nos indica, la presa está situada entre dos peñas en las que se apoya y entre las que encierra el agua embalsada. El único camino para cruzar sobre el río Tajo es por encima de la presa, con lo que la carretera ha de ascender hasta la cota de coronación de la estructura para luego atravesar mediante túneles ambas peñas en las que se apoya. Es una configuración típica de muchas carreteras que atravesaban un río aprovechando alguna garganta más estrecha y donde con el tiempo se ha realizado una presa sobre la que ahora circula la ruta. Pues bien, la subida hacia Entrepeñas desde Guadalajara tiene su punto divertido.



Entre este punto y Cuenca hay varios lugares interesantes, uno de ellos es el Monasterio de Monsalud en Córcoles, pasado Sacedón, y cuyo interior es visitable los fines de semana. Como había leído que está declarado Bien de Interés Cultural, aproveché que está muy cerca de la carretera para acercarme a echar un vistazo aunque estuviera cerrado. Se accede por la entrada a Córcoles, sin necesidad de atravesar el pueblo, por un caminillo en un estado mejorable y una entrada al monasterio (lo que queda del mismo) mediante unos pocos metros de camino en pendiente y con gravilla (está indicado). Desde luego no es la alfombra adecuada para las ruedecillas de mi Vespa, pero llegué sin problemas.




A partir de Alcocer ya se atraviesan los pueblos o se rodean mínimamente, con lo que se puede apreciar mejor la pizarra usada en las construcciones de esta comarca. Paré a tomar un refresco en Cañaveras (La buena mesa, con pino a la orilla de la carretera, vacío a esa hora, atendido por la hija de la dueña y el novio fuera de la barra indicando a la muchacha que al menos me pusiera un vaso con hielo para el refresco... Vi sacos de cacahuetes, con cáscara. No puedo dar más datos).

Justo a la salida de Cañaveras la carretera se empina al 5%, con lo que tuve que acometer esta pendiente sin ninguna inercia al reemprender mi marcha desde La buena mesa. En esa subida, casi coronando, fui engullido por un camión ya que la Vespa no pasa de 60 km/h en esas situaciones (hay que subir sin prisa y con paciencia, vigilando por el retrovisor que no venga nadie demasiado encendido).

Seguí la estela del camión, y de otro turismo con una conductora muy prudente que no consideró adelantarlo en ninguna de las ocasiones que tuvo, durante 18 km hasta Villar de Domingo García. Un tramo con curvas abiertas descendentes en las que no me costó seguir a estos dos vehículos. A la salida de Villar pude adelantarlos aprovechando la menor aceleración del camión y poner tierra de por medio a pesar de un par de rampas en las que pensé que volvería a pillarme.

A partir de aquí fueron unos 25 km tranquilos hasta Cuenca, incluyendo la entrada por la A-40 para evitar a un autobús que en el enlace entre esta autovía y la nacional tiró por la segunda echando un humo más negro que el de Lost.



Esa tarde en Cuenca, donde ya había estado en otras ocasiones, descubrí que viajar en moto te permite, después de tomar posesión de tu habitación de hotel (cuartucho de pensión en mi caso), subir con tu misma moto hasta el centro del cogollo (en este caso un aparcamiento para motos en lo alto del casco antiguo a la sombra de la catedral) sin necesidad de ir a pie (que puede ser un inconveniente si vas falto de tiempo) o de preguntar por transporte público (si la ciudad es grande). Cuando llegas a una ciudad en coche no te planteas luego callejear, lo aparcas y te olvidas de él, pero con la moto me animé a buscar algún sitio para hacer una foto chula (dentro de mis posibilidades y desconocimiento) y escalar por las calles adoquinadas, empinadas y reviradas de Cuenca hasta la misma catedral.


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