Un «no lugar» puede ser aquel
sitio que se autoimita a sí mismo de una manera asépticamente eficaz y
enfermiza, de forma que es siempre igual sea cual sea el punto geográfico del
planeta en el que te encuentres. En el afán de que sepas reconocer exactamente
dónde has entrado o dónde hallar cualquier objeto dentro de ese espacio, borra
casi cualquier referencia cultural del exterior. En cualquiera de estos «no
lugares» importa lo de dentro, ofrecerte una falsa confortabilidad que te haga
sentir bien con la única intención de que permanezcas allí tanto como ellos quieran,
gastes lo máximo, y vuelvas lo antes posible; independientemente de que estés
en Lima, Nueva York o Ulán Bator. Puede ser una franquicia de comida rápida
donde sabrás que tu hamburguesa extra doble deluxe
o los fetuccini de la abuela de la carta serán lo que esperas, un hipermercado que
será el mismo en Almendralejo que en Dubái (si exceptuamos el bendito cerdo y
el necesario alcohol) para que no te pierdas en sus pasillos; o un hotel de
cadena internacional que te engaña con ser tu casa en cualquier latitud.
Es decir, un «no lugar» es al fin
y al cabo un sitio en el que dejas de ser tú para jugar a ser un número más en
la ninguneante maquinaria social que nos asigna gustos, necesidades y
satisfacciones. Es realmente donde más perdidos estamos, como parecen estarlo
los personajes de esta obra: No lugar.
Una consulta psicológica en la
que un extraño paciente que nos sorprende sobre su circunstancia a cada giro de
guion, es manipulado por, y manipula a, una doctora cuya profesionalidad sube y
baja como en una atracción de feria. Una conversación a cara de perro, o entre
dos niños que no saben cuál es su lugar pero que han venido a encontrarse cómodos y a
salvo en el pequeño espacio de la consulta; un juego de confesiones o una
confusión sobre quién es quién realmente en un texto que trepida en la locura a la que se dejan arrastrar los protagonistas.
Y para que esto funcione, para
que la noria gire y los personajes jueguen con los espectadores a que creamos
que están en un no lugar interior (¡y es que realmente están en esa situación
aunque parezca que sea lo que nos quieren hacer creer!) es sin duda esencial el
trabajo cómplice que desarrollan Elena Gracia y Pablo Tercero, dos actores con
tablas, recursos casi infinitos y un gran conocimiento mutuo; sin desmerecer el
trabajo depurado de guion de Amanda Lobo y Charlie Levi Lery, quien también es
responsable de dirigir por el buen camino a estas dos fieras sobre el
escenario.
No lugar es un trozo de la vida de gente normal que quizá no lo sea
tanto, o la historia de dos anormales que realmente son más normales que tú y
que yo. Una obra que de una forma u otra, y sin renunciar al humor, te ha de hacer
pensar a su conclusión qué estás haciendo de tu vida y con quién.
El próximo 7 de noviembre se
representa de nuevo esta obra que pude ver hace unos meses. Será a las nueve de
la noche en Espacio 8 (Santa Ana 4,
La Latina), y por una buena causa: toda la recaudación irá destinada a ayudar a
los saharauis que han perdido lo poco que tenían con las lluvias torrenciales del
pasado mes de octubre.
Ayudar a quienes lo necesitan sí que es un Sí lugar.
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