Cada
vez que le hablaba del último sobre rechazado,
de los problemas con el franqueo postal, de la invalidez de los
sellos nacionales más allá de nuestras fronteras, del conflicto en
el proceso de armonización de los sistemas de Correos, de la
inoperancia de los empleados del servicio postal, que no siempre
encontraban Laponia o de cómo la nieve dificultaba las
comunicaciones en aquellas latitudes; mi hijo, con más resignación
que convencimiento, aceptaba mi esforzada inventiva y el triste
pijama que mi sueldo se podía permitir y se iba a la cama esperando
que la próxima Navidad el sobre con sus ilusiones por fin llegara al
Círculo Polar.
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