domingo, 5 de junio de 2016

VIAJE EN MOTO: Elche-RUIDERA-MADRID (2 de 2)

Previously in Viaje en moto: Día 1.




El final del camino, si es Madrid, aparece indicado en la señalización de carreteras de casi cualquier lugar de España, así que es difícil perderse cuando tu meta es el centro de un sistema radial de carreteras.

  El año pasado ya hice casi la misma ruta aunque saliendo más tarde puesto que aproveché la mañana en Ruidera para visitar la cueva de Montesinos, donde el caballero Don Quijote de la Mancha vivió una de sus aventuras. Las visitas guiadas no sólo te permiten bajar a la cueva, donde te explican, además de la geología e historia del poblamiento de la misma, la conexión entre lo relatado en El Quijote con la realidad física de la cueva; sino que te hacen una pequeña presentación del paraje con su fauna y flora. A mí me mereció la pena aquella visita. Por fin, tras tantos años visitando la zona y dos intentos fallidos, conseguía bajar a la cueva.


Panel explicativo de la cueva.


Hacia el interior de los sueños de Don Quijote, 


 Espeleólogo de trapillo.


  Ruidera está en la carretera N-430  a mitad de camino entre las ciudades de Albacete y Ciudad Real. Esta ruta comunica el Mediterráneo con la frontera portuguesa, casi una línea recta horizontal que va de este a oeste en la Península Ibérica. Por ella, desde Ciudad Real, llegué por primera vez a las lagunas en 1983, aunque en el resto de ocasiones casi siempre llegué desde el este, desde Albacete.

  En esta ocasión me iba hacia el norte por la carretera CM-3115 hacia Argamasilla de Alba y Tomelloso, una ruta muy divertida con todo tipo de curvas pero en la que hay que prestar atención al intenso tráfico ciclista. Era un jueves de finales de agosto y encontré varios grupos de bicicletas de carretera y montaña así como otras tantas unidades en solitario.



  A mitad de camino a Argamasilla de Alba se encuentra el castillo de Peñaroya, sobre el embalse del mismo nombre, y con un centro de interpretación notable de la comarca y la Ruta del Quijote.

Don Rechote de la Vespa


  Más adelante, en cuanto te alejas del río, el terreno se estira como si estuviera recién planchado, perfectamente almidonado con viñas y más viñas; y algunas plantaciones de patatas y cebollas que estaban siendo recogidas por cuadrillas de jornaleros bajo el sol del mediodía.

  A partir de aquí el paisaje se vuelve monótono, pero de una belleza singular. No es la vastedad engañosa de un desierto de arena, en el que quién sabe qué o quién puede haber tras la siguiente duna, o la extraña sensación entre la orfandad y el temor que puede despertar un bosque tupido con sus sonidos, murmullos y árboles viejos que te lo ocultan todo. En estas extensiones sin fin de La Mancha, al igual que en las estepas de Asia Central o las Grandes Llanuras norteamericanas, tienes el horizonte despejado y lejano, el cielo limpio e igual de infinito. Lo ves todo. Y te sientes solo. De repente es como si todo el mundo hubiera desaparecido e incluso la estela de tierra levantada por algún tractor en la lejanía casi parece amenazante. Cada kilómetro de la carretera es igual al siguiente, es la misma sucesión de cereal o de viñedo, la misma secuencia de árboles aislados y casetas para los aperos de labranza, como si estuvieras en un bucle, atrapado en una recta que se repite infinitamente y de la que jamás podrás salir.

  Y metido en estas paranoias, es cuando ves despuntar a lo lejos el campanario de la iglesia del siguiente pueblo y te das cuenta de que el horizonte no está en el infinito, sino sólo a tres o cuatro kilómetros de distancia y Tomelloso está a la vuelta de la curvatura terrestre.

  Tanto el año pasado como éste me tocó callejear por Tomelloso sin tener muy clara por dónde estaba la salida hacia Pedro Muñoz. Tenía la creencia equívoca de que estos pueblos manchegos en mitad de la llanura van a ser una malla ortogonal de calles rectas por las que será fácil orientarse... Y no es así. Sus tramas urbanas atienden a trazados de antiguos caminos y el capricho del urbanismo musulmán, con lo que si no conoces el lugar y no estás atento al sol no es raro desorientarse... Por segundo año consecutivo.

  Con esta lección aprendida, y recordando que en Pedro Muñoz me ocurrió igual el año pasado a la hora de la siesta, sin nadie a quien preguntar por dónde se iba hacia El Toboso, en esta ocasión cuando llegué de nuevo a Pedro Muñoz tomé directamente la ronda oeste del pueblo buscando la carretera hacia el hogar de Dulcinea.



  Tras El Toboso (sin rastro de la amada de Don Quijote) la ruta sigue por la sucesión de rectas interminables (quizá las más largas de España) de la N-301. Fue un tramo de 45 kilómetros por un paisaje que tras la llanura monótona y aparentemente interminable poco a poco se va ondulando entre los campos suaves de viñedos y dehesas abiertas tachonadas de encinas hermosas y sabias que te hacen sentir como un hidalgo solitario y enloquecido de la carretera (Don Rechote de la Vespa, me dijeron una vez) luchando contra los gigantes materializados en el tráfico constante de camiones de esta carretera.

  Este tramo es por la provincia de Toledo, pero más al sureste, entre La Roda y Mota del Cuervo hay otras zonas donde la N-301 ofrece una visión muy peculiar de lo que le pasa a una carretera cuando deja de ser una vía principal (en su momento fue la que canalizó todo el tráfico desde Cartagena, Murcia, Elche y Alicante con Madrid a través de Albacete, hoy dirigido hacia la A-3 o desviado por la de peaje AP-36): En primer lugar, de las gasolineras que había en casi todos los cruces hoy no quedan más que los esqueletos, y de las ventas que jalonaban el camino muchas han ido desapareciendo o, lo que no es muy reconfortante, se han convertido en clubes de carretera.

  Pero vuelvo a mi recorrido: En Villatobas salí de la N-301 hacia Villarrubia de Santiago con la intención de ir a Chinchón (el año pasado seguí la ruta hasta Aranjuez). Aquí es donde La Mancha se rompe y, atravesada por el valle del río Tajo, obliga a la carretera a serpentear por las vaguadas descendiendo hacia el río para saltarlo y volver a subir por la ribera norte, bastante más abrupta, hacia el páramo del sur de Madrid. Además, la carretera no ha sido renovada en el lado de la comunidad de Madrid, que es donde aparecen las curvas y el firme en mal estado; pero dejando ver un paisaje espectacular de todo el valle del Tajo.

  A continuación se atraviesa Colmenar de Oreja (llevaba casi 100 kilómetros sin atravesar ningún pueblo, gracias a las variantes de la N-301) y se llega a Chinchón, donde acabo visitando la plaza mayor llena de arena y convertida en ruedo taurino.

Muy bonito Chinchón, pero más rica la oreja que comí. Si el viaje empezó comiendo oreja, terminó igual.

  Chinchón se encuentra al otro lado del páramo, encaramado sobre la vertiente sur del valle del Tajuña, con una preciosa plaza mayor y centro urbano que ha conservado el encanto sin sufrir los destrozos del desarrollismo, aquí tan cerca de Madrid. Precisamente al abandonar Chinchón para comenzar a bajar hacia el Tajuña por una carretera igual de revirada que la subida desde el Tajo, se divisa al norte la gran aglomeración de la gran ciudad con las cuatro torres de la Castellana amenazando al fondo. Esta bajada hacia la comarca de las Vegas es otro recorrido peculiar y hermoso a través por laderas de badlands áridas que contrastan con las tierras fértiles del fondo del valle, donde además huele a anís...

  A continuación se repite la operación: ascender desde un valle para ir a la siguiente vega, esta vez la del río Jarama. El día era caluroso y en las rampas la aguja de la temperatura del agua del motor subía un poco por encima de lo normal, hasta que comenzara el siguiente descenso hacia San Martín de la Vega con un fuerte viento entre el Jarama y el Manzanares.

 A partir de este punto, con Madrid ya claramente a la vista y la sierra de Guadarrama allá al fondo, el paisaje habitual de todos los días en la ciudad, uno es consciente de que el viaje ha terminado y ya empieza a planificar las rutinas de la llegada a casa: deshacer mochila, ropa por lavar, regar las plantas, si no han muerto, revisar nevera y armarios e ir a hacer la compra...

  Ya se ven las indicaciones de la M-30. El viaje ha terminado. Bienvenidos al infierno.



SE ACABÓ

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