jueves, 14 de abril de 2016

TURBULENCIAS

–Todo esto ha pasado antes y volverá a pasar –recité en voz baja como un autómata tras cerrar la puerta del rellano y avanzar por el salón hacia el pasillo.

      Será un martes cualquiera en el que por no pensar usé el navegador del móvil para que me diera la ruta con menos tráfico para llegar a casa tras el trabajo. Será una tarde de comienzos de primavera, cuando la luz extendida del horario de verano y los grados de más en el termómetro me hicieron relajarme recordando aquella casa donde tú y yo viviremos juntos esos años, ahora tan lejanos y sin embargo tan presentes.

      Me pareció extraño que el aparato que sabe todos los caminos decidiera tomar la vía lateral de la autopista, pero estaré tan absorto riendo con el espacio de humor radiofónico que escuchaba contigo en un podcast por las noches antes de dormir, que dejaré que sea un año antes en el calendario. Volví a tomar la salida de nuestro barrio. Todo tan habitual, curva a la derecha y contracurva a la izquierda, un semáforo parpadeante, el horrible edificio de ladrillo rojo que podría ser el hangar donde se oculta algún enemigo de Mazinger Z; y por fin nuestra calle jalonada de terrazas donde tomaremos cervezas alguna tarde cuando te encontraba volviendo de comprar cualquier tesoro que a mí me parecerá una fruslería entre snob y excéntrica.

      Junto al garaje un cartel indicaba que la puerta estaba averiada, así que no tendré que rebuscar en la guantera el mando a distancia para abrir y decidí aparcar en un descampado cercano, ése donde siempre hay algún hueco libre.

      Ya en la acera me daré cuenta de que hay tiendas nuevas y que otras ya no estaban donde esperaba encontrarlas. No sé, todo me pareció tan extraño como la cara que pondrá el portero cuando me vea aparecer tan pichi y resuelto camino del ascensor.

      Vacilé por un momento, ¿éste no era el conserje que tendremos dentro de un año cuando aún vivía contigo en aquella avenida llena de terrazas? La duda enturbiará aún más mi ánimo durante el viaje inusualmente largo en el ascensor, y mientras abría la puerta del apartamento y pisaba el parqué ruidoso seré consciente de que nunca cambié en el móvil la dirección de esa casa en la que ya no vivo contigo. De hecho, se cierra tras de mí la puerta del rellano y recito como un mantra que todo esto ha pasado antes y volverá a pasar.


      Estarás en tu habitación y, reconfortado, te di un beso mientras me abrazas. Un sentimiento de culpa me recorrerá el cuerpo de nuevo mientras me imagino llegando al piso donde vivo solo desde que te fuiste de la ciudad.


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