viernes, 22 de enero de 2021

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena XI: Todos los días, me traía papá)


A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 11ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Todos los días, me traía papá», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido esta quincena, las obras presentadas en la 11ª edición del concurso de microrrelatos que he organizado para mi seccción de cada dos martes en Radio Elche: Libros y música para un paseo en Vespa

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 25 de enero a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 26 de enero en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!


ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizada la votación, pongo el nombre de los autores de las obras de esta quincena.

ACTUALIZACIÓN 2: Una vez conocido el veredicto del jurado, ordeno los relatos de menor a mayor puntuación.

 


ME HACES FALTA, de Mª José Peña.

Todos los días me traía papá, me traían de cabeza las pequeñas disputas con las que amenizábamos la comida casi a diario, a veces odiaba parecerme tanto a él, aunque siempre decía, «eres más valiente y con más cojones que yo», me guiñaba un ojo y me abrazaba mientras una lágrima le recorría la mejilla. Me sentía mayor, ya era yo quien se preocupaba por él, aunque me siguiera llamando «niña».

Niña, ¿te gusta esta camisa?

Estás muy guapo papá.

A veces me siento culpable. No es que te eche de menos.

Joder, es que me haces falta!, y ya no estás aquí.



NOSTALGIA, de Rosa Juan.

Todos los días, me traía papá al recogerme del colegio, una sonrisa y sus deseos de dar un paseo hasta el regreso a casa. A mi me parecía el regalo diario que esperaba al salir y encontrarlo a la puerta.

Un día, dejó de venir, me dijeron para consolarme que se había ido a otro país, pero yo seguía percibiendo su presencia cada día, hablaba en sueños con el, le escribía cartas que nunca recibieron respuesta y sigo esperando verle y dar un paseo cada día.

Mi vida ya no volvió a ser la misma nunca más.



CORAZÓN ROTO, de Patricia Rodríguez.

Todos los días me traía papa frasquitos rellenos de emociones. Me traía deseos, desesperaciones, sueños, dolores, alegrías y ambiciones ajenas que yo mezclaba magistralmente en un matraz.

Por culpa de una extraña enfermedad se me había roto el corazón y no podía sentir. Probamos mil y un médicos, cirujanos, curanderos, brujas, hechiceros…No había tratamiento.

Mi padre, desesperado, se embarcó en un largo viaje alrededor del mundo encontrando el remedio en una pequeña isla polinesia.

Volvió con un extraño tatuaje de serpiente que crecía y crecía…. hasta que un día la serpiente se lo tragó, y a mí solo me quedó un frasquito de alegría.



PÁJAROS, de Quirón Herrador.

Todos los días me traía papá pa pa pa papapapájaros. Me decía que sabían cacá ca ca ca cacacacantar y que yo no sasá sa sa sa sasasasabía ni hablar. Los tratrá tra tra tra tratratratraía en una jaula. Al amá mamá ma ma ma mamamamanecer mamá los soltaba. Me decía que sabían vovó vo vo vo vovovovolar y que yo algún didí di di di didididía aprendería. Yo no sasá sa sa sa sasasasabía a qué se rerré re re re rerrerrerrefería, si a hablablá bla bla bla blablablablar o a vovó vo vo vo vovovovolar.

Y mira ahora, mamá, volar mis labios.



TU VOZ, de América Martín.

Todos los días, me traía papá al colegio diciéndome: «Nena, nena, apúrate que si no te dejo», siempre con una sonrisa infinita. Creí que con el tiempo desaparecería el dolor de no escucharte, cuando cruzaste la línea de la vida. Pero aquel día, el móvil sonó y oí el timbre de tu voz que me llamaba: «Nena, nena»... Se cortó mi respiración, y sin poder hablar, pasaron en retroceso las páginas de mi vida por unos segundos, mientras mi cuñado en la línea preguntaba: ¿me oyes?. Con el alma al filo conteste: ¿Papá?... y colgué. Desde entonces atesoro tu voz como un regalo de la vida.



DICHOSA ADICCIÓN, de Martina Arreaza.

Todos los días me traía papá, ese ansiado aroma con el que disfrutábamos cada tarde.

Mamá, reñía por los efectos nocivos que podrían causarle a él. Pero en el fondo; ella también disfrutaba de esos pequeños instantes de paz familiar.

Aún estando ya muy enfermo, no quería prescindir de él. Era su única adicción.

Caliente, casi hirviendo lo prefería. Dos segundos en su boca, eran suficientes para darse cuenta; de cuánta felicidad le aportaba a sus sentidos.

Y como olvidar sus últimos días: el contemplar sus ya delicados rasgos; con el único bienestar reflejado en su cara, degustando esa… maravillosa taza de café.



EL ALEMAN CRUEL, de Rosa Juan.

Todos los días me traía papá cuando volvía de viaje, alguna historia que me contaba al acostarme, eran historias fantásticas, me las relataba con todo detalle, sobre ciudades o personas que había conocido y así continuaba hasta que me durmiera.

Hoy, le cuento yo esas historias, le hablo de ciudades y personas, hechos y paisajes. Me mira, se sonríe, sigue con su amable y dulce mirada, a veces me interrumpe, me dice que ha comido lentejas, le sonrío y continúo relatándole historias, «sus historias», espero y deseo que reviva en mí sus recuerdos olvidados.



DE EXPIACIÓN, GAYS, FÚTBOL, PSICOANÁLISIS Y MUERTE, de Marcelo Celave.

Todos los días me traía papá.

Realmente el campo y las gradas son impresionantes.

Ya, pero yo prefería curar mis muñecas, entablillar mis osos, dibujar hospitales. Odiaba el fútbol.

Bueno, lograste tu deseo… hoy eres un médico respetado.

Pero nunca fui respetado por mi padre…

En esa época todos eran un poco homófobos.

¡Yo no soy gay!

Ya, pero que no te gustara el fútbol generaba mucho temor en él.

Más temor infundía él en mí. Soñaba siempre con esos hombres enormes que lo secundaban, tomaban mi casa y amenazaban a mamá... Y al despertar me acompañaba esa fantasmagoría todo el tiempo...

¿Por eso lo mataste?



EL VIAJE, de Rosa Juan.

Todos los días me traía papá a un planeta distinto, buscaba un lugar y un hogar donde vivir, el nuestro estaba en extinción, la contaminación, las nucleares, las acciones de deforestación, estaban llevando al final de la vida el que hasta ahora nos acogía.

Nuestro viaje finalmente encontró un planeta donde posiblemente podríamos vivir, bajamos toda la familia de la nave y se nos mostró una tierra fértil a la que nos podíamos adaptar, pero él no contaba con que nosotros eramos «diferentes» y la inmigración no se aceptaba fácilmente en el lugar al que habíamos llegado.



LAS PEQUEÑAS COSAS, de Raquel Sepulcre.

Todos los días me traía... papá, una flor.

Venía tambaleándose torpe y, a veces, dando ligeros saltitos pero siempre con una aparente sonrisa en su boca. No fallaba nunca, a las diez menos cuarto justo en mitad del almuerzo la sentía llegar ajetreada. Eran tiempos hermosos y sencillos de mañanas sentada al borde de una valla comiendo el bocata entre turnos. Cuando venía sentía que el día merecía la pena aún tras el trasiego de máquinas y brazos entumecidos.

Entonces cogía la flor que notaba ligeramente húmeda y, secándola cuidadosamente, la ponía en mi pelo... para verla otra vez marchar agitando feliz la cola.



TROPELÍA, de Isabel Núñez de Arenas.

Todos los días me traía papá de la mano al cuarto mágico. Allí, decía papá, no podía pasar nadie, más que nosotros dos. Siempre me recordaba que era nuestro secreto.

Una de las veces en que estábamos en el cuarto mágico, mamá abrió llena de rabia la puerta, yo aproveché para escapar aterida de frío.

Ahora, siempre que veo a mamá a través del cristal, ella me dice cuanto me quiere, y yo le envío miles de besos en forma de mariposas aladas.



VACIANDO EL NIDO, de Américo Fojo.

Todos los días me traía papá el desayuno a mi cama, con su primera horneada de croissants de mantequilla, caseros, olorosos, irresistibles; desde su jubilación, se había convertido en un experto repostero.

¡Papá, por favor, que estoy haciendo régimen, con lo que me cuesta adelgazar!

Nena, olvídate del régimen que a los hombres les gustan las curvas y no los huesos…así no vas a conseguir novio nunca.

Siempre la misma respuesta.

Pero desde aquella trascendente cena familiar, en la que les presenté a Julio, nunca más me trajo el desayuno a la cama.



CARTERO, de Ana Montesinos.

Todos los días, me traía papá una historia diferente que yo esperaba ansiosa y feliz. Se sentaba junto a mi cama, siempre sonriente, y relataba con detalle mil y una aventuras acontecidas durante su día.

Batirse en duelo con gigantes, recorrer bosques infestados de seres terroríficos, luchar contra dragones, huir de zombis o extraterrestres.

Yo estaba en cama desde hacía años, mi pequeño corazón era débil y tan solo caminar de una habitación a otra me fatigaba.

Hacía tiempo que había descubierto que mi héroe repartía el correo de nuestro barrio.

Mantuve el secreto.

Me marché una mañana gélida de invierno diciéndole que siguiera ganando batallas.



BASTARDO, de Raquel Zaragoza.

Todos los días me traía papá un regalo; era muy generoso, lo único que escatimaba era su «tiempo». Mis amigos no le conocían, los más escépticos incluso dudaban de su existencia.

Hasta que un domingo, apareció para verme jugar contra el equipo de «Los Borjamaris». Quería impresionarle. Deseaba tanto conseguir el balón que, después de entrarle a mi adversario, los dos caímos lesionados…

¡Papá, papá…! grité, al ver que me sangraba la nariz.

Reinó el silencio… Había mucha expectación ante la presencia de mi padre. Él saltó al campo y, sin apenas mirarme, recogió del suelo al niño que le llamaba «papi».



EL CAMINO DEL ADIÓS, de Rosa García Panera.

Todos los días me traía papá leche recién ordeñada y un sándwich de manteca, tomate y jamón que era mi preferido. Subía a los pastos con sus botas de goma y la boina ladeada, cetrino por el sol de toda una vida al aire libre. Retiraba mi pelo con su mano áspera y me sonreía. ¡Buen muchacho! me decía y yo era el chico más feliz.

Papá trabajaba mucho, estaba solo en la granja y yo, aunque era un niño, trataba de ayudarle, me preguntaba qué podría hacer para que no estuviera tan triste, siempre mirando el camino por el que un día mamá se fue.



EL MENSAJE, de Silvia Espina.

Todos los días me traía papá en su coche a la oficina del ministerio. Nuestra función consistía en controlar mensajes en la red, notas y cartas que resultaran atípicas o sospechosas para la seguridad nacional.

Esa mañana, reclamó nuestra atención un extraño sobre de un material desconocido, sin dirección ni remitente. ¿Cómo llegó a nuestra mesa? ¿Quién lo había traído?

El sobre contenía un finísimo papel con signos y símbolos aún más extraños, donde lo único entendible era la fecha de la carta: 1º de enero de 2078.

Al disponernos a fotocopiarlo para decodificarlo y analizarlo, la hoja se volatilizó entre nuestras manos.



RECUERDOS, de Raquel Zaragoza.

Todos los días me traía papá el olor del campo impregnado en sus agrietadas manos. Mientras yo se las hidrataba, con un ungüento casero, él hablaba y hablaba sembrando en mi memoria sus recuerdos…

Pequeña, hueles a romero, como tu madre decía evocando siempre los mismos momentos: Me enamoré de ella en cuanto la conocí. Tenía los ojos azules como el cielo…, el pelo trigueño y sus labios…, sus labios se me antojaban los trémulos pétalos de una amapola.

Ahora que aún estando, mi padre ya no está. Ahora, que lo ha olvidado todo. Ahora, soy yo quien le cuenta sus mejores recuerdos.



EL SOL DEL DOMINGO, de Américo Fojo.

Todos los días me traía papá algo relativo al fútbol, pero cuando me regaló la camiseta del club fue tocar el cielo con las manos; la suavidad de la tela, el tacto del escudo bordado …

Por supuesto, ese domingo la llevé puesta, y al llegar al estadio, repleto de hombres trajeados y con sombreros de fieltro, me sentí protagonista del partido.

San Lorenzo ganó 2 a 0 y al salir, con una sonrisa que no me cabía en la cara, un hombre que no conocíamos se nos acercó, me pasó la mano por la cabeza despeinándome y dijo:

Hoy ganamos por vos, pibe.



PRECAUCIONES, de Paquita Márquez.

Todos los días me traía papá a casa de los vecinos cuando se acercaba la Navidad. No sé por qué decía que era mucho más segura su casa que la nuestra, y yo me pasaba allí todo el día, hasta que papá volvía a recogerme.

A mí, al principio, no me gustaban nada los chicos de los vecinos, ni sus juegos, ni sus costumbres, ni sus comidas. Jugaban a ensuciarse de barro ¡y su madre ni siquiera se enfadaba! A eso nunca me acostumbré, pero las comidas terminaron por encantarme. Ahora no soporto el insípido pienso para

pavos y me pirran las peladuras de patatas.



LAS FLORES TAMBIÉN CRECEN EN EL INFIERNO, de Marcelo Celave.

Todos los días me traía papá… bueno, exagero, sería una vez por mes. Preparaba la canasta la noche anterior, cogíamos el autobús en Atocha y viajábamos a San Martín de la Vega. De allí andábamos hasta un polvoriento descampado a orillas del río Jarama.

¿Ves? Del este venían las tropas franquistas y al mando tu abuelo, con los rifles cruzados sobre la nuca vadeando las turbulentas aguas.

De este lado, los milicianos rojos de la división Lister esperaban. Entre ellos Pilar, tu abuela.

La primera embestida fue repelida por los valientes milicianos que capturaron a tu abuelo.

Y bueno… vine yo… viniste tú, vendrán tus hijos...



ESTRATEGIAS, de Rosa García Panera.

Todos los días me traía papá una bolsita llena de gominolas, de las blanditas que son las que me gustan. Salía del cole y le buscaba entre los demás padres. Las chuches no eran lo importante, aunque le decía a él que sí, lo que de verdad me alegraba era que estuviera esperándome, alejado de todos, medio escondido tras los setos.

Papá dejaba la bolsita siempre en la misma maceta, entre las flores y me lanzaba un beso al irse. Hubiera salido corriendo tras él, pero, si mamá le veía, solo hubiera servido para que, de nuevo, volvieran a pelearse.


LA FOTOGRAFÍA RASGADA, de Narcís Ibáñez.

El niño y el padre
Art director+Idea gráfica: Narcís Ibáñez
Composición (Photoshop): SAPINA

Todos los días, me traía papá ausencias, desamparo por habernos abandonado a nuestra suerte. Madre hizo de padre y madre a la vez. Él se olvidaba de enviarnos dinero. «Algunos salían a buscar tabaco sin pensar en la vuelta». Mi padre siempre estaba trabajando, era un espectro que existía y nunca veíamos. Los abuelos maternos fueron vitales nos encandilaban sus hazañas, contándolas se le enturbiaban los ojitos al Yayo, reflejos azules de mar. La Yaya siempre vigilante, alegre.

Un día en la calle apareció un hombre trajeado, se me acercó diciéndome: ¡soy tu padre! No me engañe, mi padre está en la puerta, se llama Yayo.



Y el podio queda esta quincena de la siguiente manera:

Con 9 puntos, la tercera posición es para:

TRADICIONES, de Paquita Márquez.

Todos los días me traía papá una palabra nueva. Papá era bibliotecario y le encantaba jugar con las palabras, por eso cada día me buscaba una que me pudiera resultar interesante. Cada vez las buscaba más sugerentes, y yo tenía que escribir algo sobre ellas. Torrentera, alucinación, fragilidad, deambular, febril, nostalgia… Así fui forjando pequeñas historias inverosímiles que, con el tiempo, se fueron convirtiendo en cuentos fantásticos.

Ahora me dedico a escribir libros de relatos y soy yo la que le llevo a papá una palabra cada día. Palabras sencillitas, como hija, casa, amor, beber… Para que no las olvide, como todo lo demás.



Con 12 puntos, en posición de plata, repetimos autora con:

HUMANOIDE, de Paquita Márquez.

Todos los días me traía papá instrucciones precisas para ajustar las funciones del robot doméstico que había creado. Nos libraría de la engorrosas tareas de casa y podríamos seguir con nuestros experimentos: mamá con la química orgánica, papá podría dedicarse sin molestas interferencias a la robótica espacial, y yo a las interacciones del universo cuántico. Pero algo debía fallar en los precisos cálculos de sus instrucciones, porque el robot, siempre que lo ponía en funcionamiento, bajaba al jardín y se extasiaba ante el vuelo de una mariposa, o cogía una flor y la deshojaba con el «me quiere, no me quiere…». Nos estaba dejando sin margaritas.



Y con 13 puntos, el relato escogido por nuestro plantel de autoras y autores como ganador, ha sido:



EL MENDIGO, de Raquel Zaragoza.

Todos los días me traía papá un trozo de pan para cenar…, y unos céntimos para guardar en mi hucha.

Él fingía que llegaba cansado de tanto trabajar. Yo fingía que le creía.



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