viernes, 8 de enero de 2021

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena X: Me acurruqué de cara a la pared)

A continuación podéis leer, por orden alfabético a partir del primer relato recibido, las obras presentadas en la 10ª quincena del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche 'Libros y música para un paseo en Vespa'.

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp y mi Facebook que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase «Me acurruqué de cara a la pared», frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 11 de enero a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 12 de enero en el espacio Libros y música para un paseo en Vespa de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!


ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el plazo de votación, se añaden los nombres de las autoras y autores.

ACTUALIZACIÓN 2: Una vez conocido el veredicto del jurado, ordeno los relatos de menor a mayor puntuación.


SEGUNDAS OPORTUNIDADES, de Paquita Márquez.

Me acurruqué de cara a la pared para llorar a solas. Me sentía como si acabara de morder la manzana prohibida y se la hubiera dado a él para que también la probara. Nos habíamos quedado sin paraíso, únicamente nos rodeaban ruinas de amor, ya no nos quedaba nada, solo vergüenza y remordimientos. En la duermevela de mi desdicha creí ver a la serpiente riéndose de nosotros…

Alguien se me acercó y se acurrucó a mi espalda, me envolvió en sus brazos y me susurró con un beso:

─¡Perdona, amor mío! Borremos todo y empecemos de nuevo.

Y volvimos al sexto día.

 

¡SORPRESA!, de Rosa García Panera.

Me acurruqué de cara a la pared tratando de divisar el jardín de mi vecina. Un grafiti escrito en la cual decía: «Tonto el que lo lea».

Ése era yo, porque había que serlo para perder el sueño pensando en una mujer que me ignoraba y no poder dormir, celoso de los que la visitaban. Aquella noche estaba decidido a hacer algo. Me acerqué a la puerta tímidamente, apenas podía ver nada. Iba a llamar cuando, de pronto, ésta se abrió y una mano tiró de mí metiéndome en la casa.

Cuando me fui por la mañana, temblando aún, me felicitaba por mi suerte.


VAYA NOCHECITA, de Rosa Juan.

Me acurruqué de cara a la pared después de haberme levantado tres veces a lo largo de la noche, era imposible dormir unas horas seguidas, ¡los ronquidos de mi compañero de cama lo hacían imposible!, ¿qué puedo hacer? me preguntaba, ni el chasquido con la boca, ni darle un pequeño movimiento para que cambiara de postura, ni mi protesta en voz baja, ¡para que no se despertara!, daban resultado.

Había comenzado el 2021 y yo, ¡cara a la pared¡ pensando cómo solucionar el dichoso problema. De momento, me comí las uvas que habían sobrado en la cena y me fui a otra habitación.

 

FINITUD, de Paquita Márquez.

Me acurruqué de cara a la pared recreándome en el sueño, ese en el que tú estás siempre con tu mirada risueña, tus caricias apasionadas, tus besos exigentes, tu paciencia infinita… Con todas esas lágrimas que a veces derramamos y que saben más a felicidad que a sal, con todos esos días que pasamos amándonos y que creímos eternos…

Kkjj, kkjj; kkjj, kkjj…

Un codazo en la espalda me devuelve a la realidad.

—¡Deja de roncar, coño, que no me dejas dormir!


ATARDECER, de Rosa Juan.

Me acurruqué de cara a la pared delante del ventanal, dejé volar mi imaginación y comenzaron a llegar recuerdos.

Entre los que con más fuerza surgió fue aquel, en el que una tarde frente al mar estaba con la persona que amaba, hablando del futuro y del amor.

En esos momentos nos sentíamos fuera del mundo que nos rodeaba, la puesta de sol, con su colorido, sonrosado, anaranjado y dorado absorbía nuestras miradas, sentados, cogidos de la mano, no había otra cosa que no fuésemos nosotros dos. Así permanecimos hasta que cayó la noche y todavía hoy en los atardeceres frente al mar esos recuerdos me vienen a la imaginación.


INERCIA, de Ana Montesinos.

Me acurruqué de cara a la pared, dándote la espalda, en mi lado de la cama.

Apretaba los labios para que no me oyeras llorar, mis lágrimas mojaban la almohada.

No entendía tus enfados, tus desprecios, tu indiferencia.

Quería volver a eso que creía que teníamos, pero no era nuestro, era sólo mío.

Te fuiste muchos años antes de marcharte de casa, con tus silencios, tus ausencias.

Y por eso esa mañana, con la voz entrecortada te dije que por qué seguías aquí.

Me miraste sorprendido por la pregunta, me dijiste que no lo sabías.

Me dolió y te lloré. Te lloré más de lo que merecías.


PERDICIÓN, de María José Peña.

Me acurruqué de cara a la pared, aún temblando, visualizando lo que acababa de pasar. Era una noche de aquellas que no terminan al llegar el día, miro como aguardas con cierta impaciencia bajo el agua de la ducha mis labios sedientos y moribundos en un acto de caridad. Yo, aturdida y ansiosa, me deslizo por los azulejos y me cuelo entre tus piernas con una lentitud indescriptible, como quien se sabe al fin a los pies del deseo.

Suplicándote con la mirada, te pido que, si vas a sacar lo mejor de mí, por favor; no te lo lleves.


DAÑINA DECISION, de Martina Arreaza.

Me acurruqué de cara a la pared, sin saber qué hacer ni dónde ir.

Un fin de semana como cualquier otro, me lo pidió con tanta insistencia… que no supe negarme ante tanta dulzura. Estaba loco por ella.

Aquella noche, no pude conciliar el sueño; me repetía a mí mismo una y otra vez, no pasa nada, todos lo hacen. Siempre fui muy responsable, pero lo haría.

Qué bonita y radiante estaba; alegría, risas, baile… olvidando mis temores disfruté de aquella fiesta como si no existiera otra.

Una semana más tarde, ocurrió lo previsible; dolor y llanto inundaron mi hogar.

Nunca tan poco… hizo tanto daño.


CONTINGENCIAS, de Paquita Márquez.

Me acurruqué de cara a la pared, me tapé la cabeza con el edredón y contuve la respiración para que creyera que no estaba; hasta me puse la mano en el pecho para acallar los latidos de mi corazón, que parecía andar a saltos. Pero seguía oyendo el crujido de las viejas maderas del suelo bajo sus pasos…

De pronto noté el golpe de su pataza en mi espalda, dí un respingo y, en ese preciso momento, resonó la histérica voz de mi madre llamándome a gritos:

─¡Nacho!, como des lugar a que el perro vuelva a mearse dentro de casa, ¡te vas a enterar!


LA MODELO, de Narcís Ibáñez.

Me acurruqué de cara a la pared, parapetándome al notar las alas surgir lentamente desde mis omóplatos. Prestando atención, escuchaba crecer las cejas del grupo en la celda, indagando como tentáculos inquisidores: ¿qué haces aquí?

Fui la chica de gafas oscuras en la marea humana, estábamos juntos contra la opresión del régimen. Al ver gente correr entramos en un bar. Los Grises nos sacaron arrastrándonos hasta la celda. Siguieron tres días dantescos, sin dormir, con tres hombres alrededor de un agujero, en mi interior una voz decía: «¡Sal volando!»

Al tercer día, sin cargos, me puse las gafas oscuras y calcé los tacones volando hacía la libertad.


HAY UN MONSTRUO EN MI CUARTO, de Patricia Rodríguez.

Me acurruqué de cara a la pared. Había sido la cosa del armario.

Esa noche me habían castigado por pegar a la tonta de mi hermana, y para molestar a mi madre dejé la puerta del armario abierta ¡Como me iba a reír con su ataque de nervios! Ella creía que por las noches salían cosas malas del armario, y nos obligaba a cerrar las puertas a cal y canto.

Por la mañana encontré a mi familia asesinada. Corrí a mi cuarto miré al espejo…. y me vi cubierto de sangre ¿Fui yo? ¡No!, ¡fue la cosa del armario! Eso le diría a la policía.


¿QUÉ ES MEJOR?, de Silvia Espina.

Me acurruqué de cara a la pared, más liviana, como si flotara. La confesión fue una catarata y con cada palabra fui purificada.

Al principio, fue amor entrañable, éxtasis por el que transitaba como por carbones encendidos, sin siquiera sentir calor. Esa entrega borró toda sospecha, haciéndome vulnerable y sin entrenamiento para cruzar el abismo que se abriría a mis pies.

Pero al mostrar las verdaderas cartas tuvo la descortesía de tratarme con desconsideración, agresivamente y así se fueron deshilachando los jirones de este amor contumaz.

Yo estoy aquí, pero él… ¿no son peores los efectos letales del veneno?


VIDA DE MIERDA, de Marceo Celave.

Me acurruqué de cara a la pared del vecino, que estaba siempre más calentita y me tapé hasta la cabeza.

Fue una noche excitante. Con Tony intentamos robar un coche pero tenía alarma el cretino, corrimos por el callejón y pintamos «viva la rebolución» en la pared de la iglesia, rompimos los cristales de Galli´s Clothing y desembocamos en Plaza Vilcapugio, donde nos liamos a derribar la estatua del general. Algún vecino soplón nos delató y corrimos perseguidos por la pasma. No nos cogieron, claro.

Llegué a casa de madrugada y me topé con la cara amarga de la vida: sin luz, sin agua y sin gas.


EL GRITO, de Patricia Rodríguez.

Me acurruqué de cara a la pared buscando las caras que se escondían entre las vetas del mármol de mi cuarto de baño. Cerré los ojos y me dejé llevar por el sueño de siete o diecisiete pastillas.

Me había aislado a voluntad propia, había pedido vacaciones en el trabajo y me había encerrado en casa. Quería tocar fondo. Solo hablaba con las caras del baño, pues ellas me entendían y éramos amigas.

Así, la noche «pastillera», quise dejar de ser, pero decenas de caras se unieron en un grito conjunto que me despertó.

Vomité, me duché en agua fría y te llamé. Había renacido.


PREGUNTAS SIN RESPUESTA, de Pablo Crespo.

Me acurruqué de cara a la pared, vencido por la náusea que me subía desde lo más profundo del estómago hasta la garganta.

De rodillas, mirando al suelo con la mirada borrosa por el pánico, sentí como el cañón de la pistola se apoyaba sobre mi nuca. El sicario repitió su pregunta por tercera vez, y vomité.

De mi vientre brotaron sangre, lágrimas, lamentos, ruegos, recuerdos, esperanzas, deseos, temblores, amores inacabados, y finalmente mi corazón, que quedó colgando entre mis labios por un hilillo de sangre coagulada.

Entrecerrando los ojos, esbozó una leve sonrisa antes de mover la pistola y reventarme el corazón de un disparo.


REMORDIMIENTO, de Raquel Zaragoza.

Me acurruqué de cara a la pared que reflejaba su sombra. Apreté los ojos, y simulé estar dormido. Porque si Melchor me encontraba despierto, me quedaría sin juguetes.

Mi mamá decía que «Los Reyes Magos» lo sabían todo, y que era imposible engañarles. Pero, yo estaba nervioso y tenía tanta curiosidad…

Antes del amanecer, el «Rey» ya se había ido con el saco lleno. Y cuando nos levantamos, no quedaba ni un solo regalo, ¡faltaba hasta el jamón que, desde Navidad, colgaba en la cocina!

Oculté que fue por mi culpa; y, aquella mañana, mi madre llamó a la policía.


¡CON LO QUE TE QUIERO!, de Rosa García Panera.

Me acurruqué de cara a la pared y me dije que tampoco había sido para tanto. Ella me miraba con cara de reproche y levantaba su dedo índice apuntándome airada.

—¡No podemos seguir así, cada día te portas peor!

Aunque se enfadara conmigo yo la quería, sobre todo cuando me llamaba con su dulce voz y me abrazaba. Podría pasarme una eternidad mirándola y otra durmiendo a su lado en el sofá. Si pudiera echaría a ese señor que viene a verla.

No se da cuenta de que solo soy un perro y si no me lleva a pasear tengo que mearme en la alfombra.


LA SIRVIENTA, de Raquel Zaragoza.

Me acurruqué de cara a la pared y fingí, como siempre, que estaba dormida…

En aquella mansión, de las apariencias, cuando la señora se retiraba a su dormitorio; el señor ─amante de la lectura y del buen vino─ se encerraba en el despacho hasta el amanecer.

Poco después…, al filtrarse los primeros rayos de luz por la ventana, don Alfonso me despertaba con sus pasos vacilantes bajando los dieciséis peldaños que conducían a mi habitación; vencía, con más torpeza que sigilo, la manecilla de la puerta y… me daba «las buenas noches».



Y el podio de esta semana queda como sigue:

En tercera posición, empatados a siete puntos, tenemos los relatos:


EL FIN DE UNA ILUSIÓN, de Luisa F. Escalada.

Me acurruqué de cara a la pared. ¿Qué otra cosa podía hacer, después de lo que mi hermano acababa de decirme? Me di la vuelta y empecé a llorar, acurrucado sobre la cama.

—Ya tienes diez años, así que te voy a decir la verdad: los Reyes…

Le grité que era un mentiroso, pero él se rio en mi cara y me lo repitió de nuevo:

—Los Reyes Magos son los…

Me tapé los oídos, no quise volver a escuchar aquello que acabó robándome la mejor fantasía de mi infancia.


PIEL, de Ana Montesinos.

Me acurruqué de cara a la pared, me hacía la dormida como cada sábado.

Se te aceleraba el corazón con cada pasito que dabas desde tu habitación hasta la mía. Venías despacio, risueño, con ese buen despertar que te daban los fines de semana.

Yo había oído el abrir de la puerta de tu cuarto y me preparaba feliz para el encuentro de nuestras pieles.

Te metías en la cama y nos abrazábamos y besábamos con el placer de no tener prisa... Susurros, risas, caricias.

Hasta que te sentabas serio y me decías: «Mami, ¿desayunamos?»

Han pasado 40 años y aquí sigues en mi cama del hospital.

 

En segundo lugar, la plata con 11 putos es para:

 ARRINCONADO, de Américo Fojo.

Me acurruqué de cara a la pared porque no quería que me vieran ni yo verlos a ellos, pero escuchaba las risas y la voz de Agustín, que seguía diciendo tonterías.

Lo llaman el rincón para pensar pero para mí es el rincón de sentirse mal, de querer hacerte chiquito, chiquito y desaparecer.

Total, ¿qué había hecho yo? ¿Algo malo?

Sólo me distraje mirando el reflejo del sol en el pelo de Laura, la de los ojos claritos y no escuché que la maestra me llamaba.

El mal compañero fue Agustín, que empezó a gritar: «…tiene novia, tiene novia…»

 

Y vencedora, con 12 puntos, por tercera vez, Raquel Zaragoza con

MARGARITAS BLANCAS.

Me acurruqué de cara a la pared del viejo cementerio. Lloraba asustada y triste ante las piedras que me separaban de mi padre. A mi corta edad todo resultaba demasiado: El muro era demasiado alto, hacía demasiado frío, y la noche era demasiado cerrada para una niña que temía a la oscuridad.

─¿Papá, por qué te has ido? ¿¡Por qué me dejas sola, papá!? ─grité con la voz entrecortada por el llanto.

Hasta que, como cada noche, mi «Ángel de la Guarda» aparecía para consolarme; luego me acompañaba hasta la pequeña lápida, cubierta por las margaritas blancas que, todos los días, me traía papá.


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