El
bar al que bajas a ver el partido de fútbol con los amigos, donde a base de
compartir tardes y noches ya conoces a los parroquianos y los saludas con un
arqueo de cejas si los encuentras por las calles del barrio; el banco de la
calle donde te sentabas a esperarla frente a su portal, la combinación de
semáforos en rojo y verde que encuentras al salir de casa con el coche, esos
niños camino del colegio con los que te cruzas todos los días y que llevas años
viendo crecer, la tradicional pizza de los viernes, las triquiñuelas de la
pescadera del súper para que te lleves siempre unas almejas, el desayuno de los
sábados en la terraza de la esquina leyendo el periódico, las tardes de sofá
viendo vuestra serie favorita, temporada tras temporada; el ritual de cada
mañana al levantarte, el programa de radio y el orden de las secciones que
escuchas camino del trabajo, la limpieza del baño el viernes por la tarde, el
saludo a la kiosquera cada vez que sales de casa, la lista de la compra del fin
de semana, la escapada a bañarte cuando empieza el buen tiempo, el recorrido
habitual por las tiendas del barrio para comprar los regalos de Navidad, las cosquillas que le haces de repente cuando no se las espera, el
sonido del tranvía llegando a la parada cercana a casa, el lugar donde guardas
cada cacharro de la cocina, la negociación sobre qué película ir a ver al cine,
la sucesión de curvas que te llevan de vuelta al pueblo, esa camiseta que le
regalaste, la copa bien preparada por tu colega el del garito donde cenáis de
tanto en tanto, el parque al que vas a correr algunas tardes, la siesta que os
dais juntos el viernes, la esquina del kebab en la que siempre sueles
encontrarte a ese antiguo compañero de clase y con el que repites la misma
conversación, el dependiente agrio de la administración de loterías de los
jueves por la tarde, la sonrisa cada vez que pasas por la calle donde os
besasteis por primera vez, tu peluquería, el almuerzo con los compañero de
trabajo, la cuadrilla indisoluble de las excursiones a la sierra, esa canción
que siempre pides el sábado por la noche, la vieja furgoneta del frutero
aparcada bajo el mismo árbol para que le dé la sombra, el atajo para ir a la
playa cuando hay tráfico, sus ojos cerca de los tuyos, las vistas desde la
ventana, el olor del mar, la farola donde atas tu bicicleta, la chica de la
copistería, la sartén vieja para la tortilla de patatas, las pintadas del
ascensor, las teclas de tu coche, la cerveza mientras preparas la cena,
las plantas del balcón, la diferencia sutil en el beso que te da y que
significa que quiere que hagáis el amor…
Todo,
absolutamente todo lo que parece parte del paisaje inalterable de tus rutinas,
se esfumará un día, revelándote que nada es para siempre.
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