‑Deberías airearte un poco y ya
de paso tiras esa ropa, ¡que huele a bicho muerto!
‑Pero cariño…
‑¡Ni cariño, ni cariña! Que ya me
sé yo tus historias. Además, mientras no te afeites esa barba monstruosa ni se
te ocurra acercárteme a menos de seis pies.
‑Pero…
‑¡Chitón! Tira y haz lo que te
digo.
Vencido, se encerró en el baño,
comenzó a desnudarse, no sin dificultades (aún no había asimilado la
inmovilidad de tierra firme), y se metió en la tina. Mientras se frotaba,
Ernest Shackleton añoró el mar cruel, su hundido Endurance, y la hostilidad y dureza de Georgia del Sur.
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