–No creo que
pueda pedirse mucho más para ser un lunes por la tarde –me soltó desde el
recibidor cuando forcé la puerta.
–No me gusta
la ironía –respondí lacónico–. Hago mi trabajo.
–¿Trabajo?
–rio–. ¡Usted es un criminal!
–No señora,
el sistema me obliga a esto.
–El sistema
da asco –escupió–. Y a usted le pagan por… «esto», ¡no me joda!
–Es la ley.
–¡La ley!
Sacrosanta ley... –negó asqueada–. Tenemos la obligación de no cumplir las
leyes injustas.
–¿Quién
decide qué es justo y qué no?
–Echar a
alguien de su casa... ¿No es suficiente pista?
–Oiga, no
maree y aparte, que viene el secretario judicial. Ésta ya no es su casa.
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