En los últimos años he hecho
muchos viajes y miles de kilómetros por carreteras de medio planeta,
menos de los que hubiera querido pero más de los que un asalariado
corriente con los días de vacaciones justitos suele hacer.
He recorrido toda la rivera norte
del Mediterráneo, visitado los Balcanes, cruzado Estados Unidos de
costa a costa, llegado hasta la capital de Mongolia atravesando toda
Asia Central, alcanzado el finisterre
del norte europeo en Noruega y bajado un par de veces al moro.
Todo
esto lo he hecho sobre cuatro ruedas (en turismo, monovolumen e
incluso en ambulancia -el Mongol Rally
en 2011-), disfrutando del confort del aire acondicionado, con
espacio para llevar una botella de agua fresca o unas galletitas para
matar el gusanillo y todo el utillaje necesario para acampar y
montarte un picnic en
cualquier parte; además de con mi música, la que hace que las horas y los
kilómetros pasen sin darte cuenta.
Algunos
de esos viajes los hice acompañando a motoristas, quijotes de la
carretera que llevan el espacio justo para el equipaje, que han de ir
atentos a la climatología para saber qué ropa usar, expuestos a
las ráfagas de aire lanzadas por la atmósfera o los vehículos
pesados; y generalmente solos a lomos de sus motocicletas. Y no me
atraía demasiado el mundo motero, desde la comodidad de mi asiento
en el interior de un coche, ¿qué atractivo puede tener subirse a
una moto?
Sin
embargo la necesidad me llevó a comprarme una moto para ganar tiempo a la
vida apretada de Madrid (yo que venía de ir andando al trabajo en
Valencia), una scooter
con la que burlar los atascos de la M-30, regalo con el que me
obsequió la moda detestable de llevar los centros de negocios y las
oficinas a complejos empresariales de las afueras, lejos de los
lugares donde vivimos y de los centros urbanos donde ocurre la vida y
está lo que nos interesa. El caso es que me compré una Vespa de 125
cc para que mi vida en la Villa y Corte no terminara de ser el
infierno alienante total hacia el que se encaminaba a lomos de
atascos en la M-30 o transbordos entre metros y autobuses.
Por
tanto, mi llegada a las dos ruedas fue circunstancial, por
necesidades urbanas diarias, algo de lo que algunos moteros dicen que
no es ser motero: moverse en scooter
por la ciudad para evitar los atascos no es ser motero, según
algunos. A mí sinceramente me la repanocha. Sé que me ha dado vida,
he ganado tiempo y libertad diaria y me ha picado el gusanillo de
lanzarme a la carretera para viajar de forma diferente. Éste
es el segundo año que afronto mis vacaciones con un desplazamiento
en moto, y me está gustando. El año pasado decidí realizar mi
visita familiar a Elche desde Madrid en mi Vespa urbana y modesta. Y lo disfruté. Tanto que meses después hice una escapada a Jaén desde
Madrid también sobre las dos ruedas y este año he repetido mi viaje
a Elche en Vespa.
Ya
hablaré en su momento de los dos viajes anteriores. Ahora, animado
por el hastag
#miburradevacas que la revista Solo Moto
está difundiendo durante este
verano y que descubrí en el facebook de la periodista motera Alicia Sornosa , voy a ampliar, modestamete, la retransmisión que hice mediante Twitter
de mi viaje entre Madrid y Elche pasando por Cuenca y Valencia.
LA
MOTO
En
primer lugar, una pequeña presentación de mi cabalgadura.
Yo
necesitaba un vehículo con el que poder culebrear entre el tráfico
de Madrid sin tener que pensar en sacarme otra licencia
de conducción. Además, yo no tenia vocación motera, así que la
respuesta a mi necesidad era una scooter
automática de 125 cc. ¿Y por qué una Vespa? Pues ya que hacía la
broma la hacía con cierto estilo. La Vespa tiene la personalidad de
las que otras motos pequeñas carecen, y la que me compré casi me
llamó a gritos desde que apareció frente a mis ojos en la tienda en
la que entré a preguntar (imposible conseguir una GTS de 125 de
segunda mano, vuelan en cuanto salen a la venta). Tuve que decidir
entre la LX o la GTS, pero casi desde el primer momento tuve claro
que sería la segunda, ya que dentro del pequeño tamaño de estas
motos en el mundo de las 125, la GTS es más culona que su hermana y
te da más visibilidad y presencia, aunque su mayor peso le quite
algo de reprís.
Así que mi moto fue una Vespa GTS Supersport
gris titanio de aspecto deportivo.
Vespa
en posición María del Monte: «A
la sombra de los pinos»
Mi
conocimiento en el mundo de las motocicletas es nulo, así que poco
puedo decir de las prestaciones del motor de inyección electrónica,
sus frenos o amortiguación. Sólo decir que cumple sin problemas lo
poco que por ahora le pido, aunque es cierto que en autovía o
carreteras nacionales va justa cuando la pendiente sube hasta el 5% y
se me viene abajo. Llaneando se pone sin problemas a 110 (según el
velocímetro, que realmente son 100 km/h). Es de destacar el consumo,
siempre por debajo de los 3,5 l/100 km , y la potencia de sus faros,
que permiten conducir de noche con total tranquilidad.
EL
VIAJE (día 1: Madrid-Cuenca)
Un
viaje de estas circunstancias, con una ruta recomendada de 400 km por
autovía no es el tipo de viaje para hacer con una Vespa. Sería de
una monotonía mortal. Lo suyo es buscar carreteras secundarias y
nacionales poco transitadas, recorrer ese otro camino en el que el
paisaje está más cerca de la ruta, donde la vía forma parte del
territorio y no es tanto una cicatriz sino una forma de entender el
país o la comarca: Hay vida más allá de las autovías.
El
año pasado hice la ruta Madrid-Daimiel-Aýna-Elche en un sentido y
Elche-Alcalá del Júcar-Lagunas de Ruidera-Madrid en el inverso.
Esta vez quería pasar por Valencia y hacer un recorrido que hace
unos meses me quedé con ganas de hacer: ir a Valencia desde Madrid
por Cuenca, casi una línea recta por el corazón de la Alcarria y
por el sistema Ibérico. Y allá fui.
Intentar
salir de Madrid por carreteras que no sean una autovía es muy
difícil, una especie de via
crucis
de semáforos y glorietas de polígonos industriales: hace unos meses
hice el ensayo de salir hacia Cuenca para aprenderme ese camino, por
en medio de Vicálvaro, y tardé una hora en llegar a Anchuelo. Vale
que quiero viajar despacio, pero no que se me haga de noche sin haber
salido de la provincia. Así que cuando ese viernes salí del trabajo
a las 13:30 me monté en mi Vespa y me lancé a la M-30 y la A-2
confiando en no ser devorado por el tráfico que huye de la capital
del reino un viernes de agosto. Fueron los primeros 23 km de la A-2,
hasta Alcalá de Henares, los que hice por dicha autovía (el año
pasado fueron 50 hasta Aranjuez por la A-4). Estos tramos de
carreteras de alta capacidad cercanos a la capital no me parecen
conflictivos en lo que se refiere a peligro de alcances, puesto que
la velocidad suele estar bastante condicionada por el tráfico y las
múltiples entradas y salidas. Es cierto que hay que andar con mil
ojos porque hay mas actores y elementos involucrados, incluyendo los
movimientos de trenzado, con lo que uno desea llegar lo antes posible
a las carreteras casi desérticas. Y eso ocurrió en cuanto en las
inmediaciones de Alcalá de Henares dejé la A-2 y la M-300 hacia
Pozo de Guadalajara por la M-213.
Es
el lugar donde se te enciende la luz de reserva y ves que los pueblos
están desiertos y sin rastro de gasolineras (afortunadamente
comiendo en Anchuelo comprobé que dentro del radio de acción de mi
depósito y en mi ruta había una estación de servicio).
Normalmente
antes de comenzar un viaje me gusta cotillear las imágenes de
Panoramio
y de Streetview
para tener una idea de qué me voy a encontrar (a veces soy demasiado
buscador de spoilers),
y así hice pensando que a
la hora de parar a comer estaría por esta zona entre Alcalá de
Henares y Pozo de Guadalajara. Quería
comprobar si se veían bares al paso de la carretera por los pueblos
de este tramo (Anchuelo, Santorcaz y Pozo de Guadalajara), cosa por
otro lado algo estúpida: hay bares en todos los pueblos de España a
la orilla de la carretera.
Días
antes vi que en Anchuelo había un mesón junto a la ruta y pensé
que podría parar a comer allí. ¡Qué descubrimiento el Mesón
López! Al menos la oreja y la forma de aliñarla. Sé que volveré.
Para qué comer lechuga si tienes oreja bien aliñada.
Con
la barriga llena, el calor del mediodía y un fuerte viento de
Poniente anunciando posibles tormentas en el cielo plomizo reinicié
mi camino. Hasta pasado Pozo de Guadalajara (donde llené el
depósito) no hay nada reseñable, pero a partir de esta localidad el
camino se pone divertido. La CM-2027 hacia Aranzueque tiene una
bonita sucesión de curvas entre encinares en la que pude probarme y
casi di alcance a una moto más potente que me había pasado en las
primeras rectas de esta carretera. Aún así, en estos entornos
rurales hay que ir con cuidado, puedes encontrarte con maquinaria
agrícola a la vuelta de una curva o que el firme esté resbaladizo
porque hayan caído restos de grano desde un remolque . Eso me lo
encontré allí, especialmente en las curvas con mayor peralte.
Llenan los remolques más de la cuenta y luego van perdiendo carga en
los lugares más peligrosos para los motoristas. Cuidado si circuláis
por estas zonas.
A
partir de Aranzueque la ruta cambia totalmente. Desde aquí y hasta
Cuenca las dos siguientes carreteras son amplias, bien asfaltadas y
con trazados corregidos. La primera es la CM-236 siguiendo el valle
del Tajuña hacia el noreste (con viento de cola en mi caso), y la
segunda es la N-320, que sólo presenta un pequeño cuello de botella
en la zona de Entrepeñas.
La
carretera N-320 es una especie de alternativa a la A-3, A-31 y AP-36
para aquellos que vayan sin prisas más al norte de Madrid. Una ruta
interior que une las tres capitales manchegas orientales (Albacete,
Cuenca y Guadalajara) con la A-1 en Venturada. El tramo que hice yo
atravesando la comarca de La Alcarria, teniendo que saltar de valle
en valle (éstos estan alineados perpendicularmente a la dirección
de la ruta), estaba en perfecto estado, con variantes en casi todas
las poblaciones, trazados rectificados y cruces a distinto nivel. Uno
de los puntos donde no se dan estas condiciones ideales (para una
conducción relajada y aburrida) es el entorno de la presa deEntrepeñas. Como su propio nombre nos indica, la presa está situada
entre dos peñas en las que se apoya y entre las que encierra el agua
embalsada. El único camino para cruzar sobre el río Tajo es por
encima de la presa, con lo que la carretera ha de ascender hasta la
cota de coronación de la estructura para luego atravesar mediante
túneles ambas peñas en las que se apoya. Es una configuración
típica de muchas carreteras que atravesaban un río aprovechando
alguna garganta más estrecha y donde con el tiempo se ha realizado
una presa sobre la que ahora circula la ruta. Pues bien, la subida
hacia Entrepeñas desde Guadalajara tiene su punto divertido.
Entre
este punto y Cuenca hay varios lugares interesantes, uno de ellos es el
Monasterio de Monsalud en Córcoles, pasado Sacedón, y cuyo interior
es visitable los fines de semana. Como había leído que está
declarado Bien de Interés Cultural, aproveché que está muy cerca
de la carretera para acercarme a echar un vistazo aunque estuviera
cerrado. Se accede por la entrada a Córcoles, sin necesidad de
atravesar el pueblo, por un caminillo en un estado mejorable y una
entrada al monasterio (lo que queda del mismo) mediante unos pocos
metros de camino en pendiente y con gravilla (está indicado). Desde
luego no es la alfombra adecuada para las ruedecillas de mi Vespa,
pero llegué sin problemas.
A
partir de Alcocer ya se atraviesan los pueblos o se rodean
mínimamente, con lo que se puede apreciar mejor la pizarra usada en
las construcciones de esta comarca. Paré a tomar un refresco en
Cañaveras (La
buena mesa,
con pino a la orilla de la carretera, vacío a esa hora, atendido por
la hija de la dueña y el novio fuera de la barra indicando a la
muchacha que al menos me pusiera un vaso con hielo para el
refresco... Vi sacos de cacahuetes, con cáscara. No puedo dar más
datos).
Justo
a la salida de Cañaveras la carretera se empina al 5%, con lo que
tuve que acometer esta pendiente sin ninguna inercia al reemprender
mi marcha desde La
buena mesa.
En esa subida, casi coronando, fui engullido
por un camión ya que la Vespa no pasa de 60 km/h en esas
situaciones (hay que subir sin prisa y con paciencia, vigilando por
el retrovisor que no venga nadie demasiado encendido).
Seguí
la estela del camión, y de otro turismo con una conductora muy
prudente que no consideró adelantarlo en ninguna de las ocasiones
que tuvo, durante 18 km hasta Villar de Domingo García. Un tramo con
curvas abiertas descendentes en las que no me costó seguir a estos
dos vehículos. A la salida de Villar pude adelantarlos aprovechando
la menor aceleración del camión y poner tierra de por medio a pesar
de un par de rampas en las que pensé que volvería a pillarme.
A
partir de aquí fueron unos 25 km tranquilos hasta Cuenca, incluyendo
la entrada por la A-40 para evitar a un autobús que en el enlace
entre esta autovía y la nacional tiró por la segunda echando un
humo más negro que el de Lost.
Esa
tarde en Cuenca, donde ya había estado en otras ocasiones, descubrí
que viajar en moto te permite, después de tomar posesión de tu
habitación de hotel (cuartucho de pensión en mi caso), subir con tu
misma moto hasta el centro del cogollo (en este caso un aparcamiento
para motos en lo alto del casco antiguo a la sombra de la catedral)
sin necesidad de ir a pie (que puede ser un inconveniente si vas
falto de tiempo) o de preguntar por transporte público (si la ciudad
es grande). Cuando llegas a una ciudad en coche no te planteas luego
callejear, lo aparcas y te olvidas de él, pero con la moto me animé
a buscar algún sitio para hacer una foto chula (dentro de mis
posibilidades y desconocimiento) y escalar por las calles
adoquinadas, empinadas y reviradas de Cuenca hasta la misma catedral.
Enhorabuena por lo conseguido y lo mostrado.
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