viernes, 23 de octubre de 2020

CONCURSO "UN RELATO PARA LA RADIO" (Quincena V)

A continuación podéis leer, por orden alfabético, los relatos presentados en la 5ª quincena del concurso de microrrelatos que he organizado para mi sección de cada dos martes en Radio Elche 'Libros y música para un paseo en Vespa'. 

Pedí por las redes y a través de la web MeetUp que se me envíen microrrelatos que comiencen con la frase Tenía que irme de allí, frase con la que terminaba el relato ganador de la quincena anterior.

Una vez finalizado el plazo de recepción, es cuando los hago públicos en este blog y pido a los propios autores que valoren los relatos del resto de participantes y puntúen los tres que consideren más completos, con 3, 2 y 1 puntos. Tienen que enviar su veredicto a mi correo electrónico (dareces@gmail.com) para que cada uno de ellos realice su votación sin saber cómo están votando los demás.

Además, el resto de lectores también podéis votar de la misma forma que los autores (3 relatos con 3, 2 y 1 puntos). Vuestras preferencias servirán para que, en caso de empate entre dos relatos, elegir la obra ganadora. Ya hemos tenido que recurrir dos veces de cuatro al voto del público.

El relato ganador será leído en la sección de radio de la semana siguiente y su frase final será la de comienzo de los relatos de la próxima semana.

Además, el autor/a del relato ganador se lleva de regalo un paseo en moto, de Scootatrip.

Tenéis de plazo hasta el lunes 26 de octubre a las 14 horas para enviar las puntuaciones a mi correo electrónico (dareces@gmail,com). El relato ganador será leído el martes 27 de octubre en el espacio "Libros y música para un paseo en Vespa" de Radio Elche, sobre las 13:45 del mediodía.

¡Suerte!


ACTUALIZACIÓN 1: Una vez finalizado el periodo de votación, incluyo

 el nombre de los autores.

ACTUALIZACIÓN 2: Se publican los relatos ordenados de menor a mayor puntuación. 


ALMA, de Miguel Arias.

Tenía que irme de allí. Toda una vida dentro del cuerpo en el que se había refugiado el alma y que ya no daba más de sí. La piel flácida, arrugada, las piernas débiles, el pulso trémulo, la espalda cada vez más encorvada, el pelo ralo, los dientes metidos en un vaso de cristal. Los ojos hacía tiempo que parecían querer salirse de sus cuencas por encima de las ojeras. Exhaló su último suspiro y cerró los ojos. Y curiosamente aún pudo ver cómo se elevaba, como un globo que había escapado de la mano de un niño despistado perdiéndose en el cielo.

 

RELATIVIDAD, de Raquel Sepulcre.

Tenía que irme de allí. Me agarraba al atril para no caer desmayado mientras resudaba y daba las gracias por el reconocimiento a toda una vida dedicada a la investigación.

Puede que dentro de mi ser el ego se enalteciera. Es posible como quizás en otras épocas más jóvenes y llenas de ambición lo hubiera disfrutado.

Pero en esta ocasión realicé mi papel y caminé despacio frente a la multitud que todavía continuaba con los aplausos acaloradamente.

Apenas podía andar con el bullicio. Pero sobre todo retumbaba en mi mente la llamada del hospital.

Mi padre, había muerto.

Y todo se volvió incertero.

 

SIETE, de Andrés Flores.

Tenía que irme de allí. Después de siete años y tantos esfuerzos, tantas tabletas de chocolate caro, tantos consejos para que vistiera mejor y cortarle la pelambrera de las cejas que parecía el abuelo de Los Munster… Después de todo eso, me dijo que solo éramos «amigos para pasar un rato». Que no me hiciera «ilusiones», que él ya había sufrido con uno que lo dejo plantado y «no creía en el amor». ¡Ah, y que no iba a salir del armario porque no le daba la gana! Irme de allí es lo que hice. Harto, derrotado y molesto por haber perdido el tiempo.

 

INCENDIO, de María José Peña.

Tenía que irme de allí, pronto las llamas empezarían a crecer, eché un vistazo y vi las copas, las chispas reflejadas en ellas, las mismas que, como siempre nos encendían cada vez que quedábamos.

Yacías tranquilo, sin darte cuenta de lo que pasaba.

El humo empezó a apoderarse del apartamento, notaba el calor. En mi mente tus preguntas, las mismas que no respondí.

Yo, te hubiera intentado, mucho y muy fuerte, porque no creo en los hubiera, pero hubiera hecho una excepción contigo.

Debía dejarte ir, por eso cerré con llave la puerta y dejé que el fuego lo devorase todo, incluido a ti.

 

LO SABIAS, de Martina Arreaza.

Tenía que irme de allí después de aquello. Como a diario, tú salías a trabajar. Aterrada de miedo y repulsión, solía recluirme en mi cuarto contando los minutos. Cinco… diez… mi respiración se acortaba por segundos.

Oía como, sibilinamente, él se acercaba a mi puerta; «ya no hay escapatoria» pensé. Mi cuerpo preso del tuyo, tratando de esquivar esas lascivas garras profanando mi pureza.

El leve ruido de la introducción de la llave en la puerta, hizo renacer mi única esperanza. Grité:

─¡Mamá, mamaaaa¡

Pero una mirada lacerante  me devolvió a la cruda realidad.

─Lo siento cariño, se me olvidó el bolso.

 

SON COSAS QUE PASAN, de África Estrella.

Tenia que irme de allí. Me apetecía estar sola. Estaba tomando un café mientras leía el periódico cuando escuché:

─¿Te importa que me siente contigo?

─De ninguna manera ─contesté.

Entablamos una conversación animada, profunda.

Pasó el tiempo volando mientras escuchaba a mi acompañante.

Es curioso, nos conocemos desde... no sé cuánto tiempo. Nos vemos casi a diario, y solo habíamos cambiado un saludo: buenos días... hasta luego...

Pero hoy hemos abierto nuestros corazones y hemos hablado de casi todo; ha sido todo muy agradable

Hoy he cambiado la opinión que tenia de esta persona.

Hoy la he conocido mejor.

 

ESPEJISMO, de Ana Medina.

Tenía que irme de allí. Una fría transpiración me recorrió el cuerpo cuando él me invitó a sentarme en el sillón de la consulta. Pasados unos minutos lo vi salir. Me incorporé y al girar la cabeza me encontré con la imagen en el espejo. La boca la tenía abierta y era imposible cerrarla a causa de la anestesia, logré con esfuerzo salir al pasillo, y lo vi que se acercaba con unos papeles en la mano, me los entregó diciendo:

─El trabajo estará listo en unos días.

Han pasado cinco meses, «hemos terminado» me dijo.

─¿Tan pronto, doctor? -pregunté al borde de las lágrimas.

 

NIÑA, de Miguel Arias.

Tenía que irme de allí, pero la verdad es que no salía. Ni parecía querer. Cálida, húmeda, ingrávida, en posición fetal, flotaba dentro del líquido que la nutría. A veces giraba, se volteaba y golpeaba las paredes del vientre de su madre desde dentro. Casi como hace ahora, dando vueltas por la cama. Habían pasado ya 42 semanas de gestación y su padre cada día se despedía del trabajo sin saber acaso si sería el último antes de la baja paternal. Pero nada, allí seguía ella; todos nosotros ahí, esperando que saliera y ella apurando el tiempo, como un adolescente retrasando la alarma del despertador.

 

DESORDEN, de Mª José Peña.

Tenía que irme de allí, estaba contra las cuerdas. Mis manos recorrían tu pecho ensangrentado, despacio, con cuidado, con placer.

Dibujé en tu vientre círculos con tu sangre, uno detrás de otro. En el fondo, no me conocías. Me advertiste que eras peor que un tiro a quemarropa al corazón.

Después de mí, otra quizás, y como yo, solo otra más, me dijiste mientras me acariciabas y te adentrabas en mí clavándome tu mirada fijamente.

Me estremecí de gozo y deseo.

Cerré los ojos y empuñé con rabia el cuchillo guardado bajo tu almohada, y en el último gemido antes de correrte, te lo clavé.

 

BANG!!!, de Raquel Sepulcre.

Tenía que irme de allí, de tus brazos, de tus caricias, de tu sabor aún latiendo entre mis labios y comenzando a desear de nuevo otro roce...tenía que salir corriendo otra vez con mi insoportable corazón maltrecho bajo el brazo y maldiciendo mis ganas de volver a amar...

La ruleta del amor había disparado su bala en la dirección opuesta.

Así que cerré la puerta tras mío y parada frente al umbral puse un pie en el suelo sabiendo que nunca olvidaría tus besos.

 

OPTIMISMO, de Paquita Márquez.

Tenía que irme de allí si no quería ahogarme. Las mareas vivas en casas junto al río, gastan malas pasadas. Esta estaba resultando altamente peligrosa para mí, que no era capaz de abrir la puerta para escapar. Ya me había sumergido varias veces intentando vencer su maldita resistencia, y nada. Las ventanas, descartadas; tienen rejas. Quedan apenas treinta centímetros de espacio entre el agua y el techo, y sigue subiendo. Floto boca arriba para poder respirar, pero el techo cada vez se acerca más. Cuando aparezcan los bomberos, me van a oír. ¡Mira que les advertí que esta casa no tiene bomba de achique…!

 

EL TÚNEL DEL PÁNICO, de Raquel Zaragoza.

Tenía que irme de allí; debía terminar con aquella pesadilla…

Sucedió durante una noche de Halloween en la que mis «supuestas amigas» me forzaron a entrar en una atracción de terror. Presa del pánico, la angustia claustrofóbica resultaba insoportable para mi acelerado corazón. Estaba a punto de escapar por un tétrico pasadizo, cuando apareció frente a mí un ser de rostro gélido: «¡¡¡Estás muerta!!!›› ─gritó al golpearme. Después, silencio…

Solo al sentir la fetidez de mi propio aliento, comprendí que había chocado contra un espejo; y que aquel zombi, sediento de venganza, que se reflejaba era ¡YO!

 

VOLVER A EMPEZAR, de Rosa García.

Tenía que irme de allí y me fui. Mi abuelo decía que jamás se hubieran conquistado los océanos sin haber perdido el miedo a alejarse de la orilla. Estaba asustada, pero él lo quería todo y yo, por fin, había comprendido que no tenía nada.

Nos despedimos sin palabras, estaba todo dicho. En aquella esquina y sin testigos, nos miramos y esa mirada fue el fin de una historia de amor como tantas otras.

Desde el autobús vi a su mujer abriendo la puerta de la farmacia. ¿Lo sabría? Pensé que la vida provee las oportunidades, pero el éxito depende de uno mismo.

 

NO TE AGUANTO, de Pablo Crespo.

Tenía que irme de allí.

Su boca se abría y cerraba sin parar, como una trituradora que, infatigable, iba a acabar conmigo.

A pesar del aburrimiento, del cabreo soberano, y de las ganas de irme, sonreí por un instante al comprobar que, aunque ya ni la oía, sus quejas, su mal humor, y su amargura seguían taladrándome el cerebro como un teléfono que no para nunca de sonar.

Si tuvieras un botón rojo en la frente lo apretaría con firmeza, pero no 3 segundos para apagarte, si no 10 para que vuelvas a los ajustes de fábrica.

 

FRANCISCO EL INMIGRANTE, de Raquel Zaragoza.

Tenía que irme de allí. Necesitaba volver a mi tierra; no podía pasar el resto de mi vida sintiéndome inmigrante en un país extranjero.

En este largo viaje de regreso a mi pequeño pueblo, los recuerdos de la infancia consiguen sacar de mis desdibujados labios una párvula sonrisa. Y es que, en ocasiones, confundo la tenue luz del ocaso con la del amanecer…

Tenía que salir de allí, escapar del mundanal ruido, para poder disfrutar de las verbenas nocturnas de luciérnagas y cigarras. Y volver a ser: «El tío Paco».

 

PATADITAS, de América Martín.

Tenía que irme de allí porque la duda me atormentaba. En mi cuerpo no te quería, y no tenía otra opción que esa sala clandestina de vientres llenos y almas vacías. La enfermera busca la próxima que irá al quirófano, y con los audífonos puestos, escuchando solo mis reproches, sentí por primera vez tus pataditas... !Estoy aquí! Ahora me invade la ternura y el miedo, fantaseando con tus manitas aferrándose a mi cuerpo, a la vida...

─¿Tiene cita para hoy?

Ella me pregunta y el mundo se detiene, mientras mis piernas encuentran la salida. Ahora sé, que no habrá un final entre nosotros...

 

EL IMPERIO, de Américo Fojo.

¡Tenía que irme de allí, mi señor! La última muralla había caído y el enemigo festejaba en el corazón de tu ciudad. Yo soy el único superviviente, mi señor.

Kuan Do Xing, el jefe supremo de la dinastía, se pasó la mano por el rostro, como si alejara un mal recuerdo, y ordenó:

─General, reúna a la corte en pleno y anuncie que la ciudad imperial se mantiene firme y victoriosa, pero antes lleve este hombre al verdugo.

 

INMOLACIÓN, de Miguel Arias.

Tenía que irme de allí; intentando recordar lo que pasó, me parece haberlo vivido desde fuera, como cuando ves una peli.

Serena, calmada, dócil, como un corderito yendo al matadero. Creo que tuve uno de esos momentos de iluminación total, como un yihadista inmolándose entre una multitud. Lo reconozco, no lo pensé dos veces; ni en él, ni en mi familia, ni en los invitados, ni en qué pensarían al verme correr, agarrando la cola del vestido para no tropezar, impulsándome sobre los zapatos de tacón, empujando con fuerza la pesadísima puerta de madera y lanzando por los aires aquel puto ramo de flores…

 

ESCONDITE PERFECTO, de Paquita Márquez.

Tenía que irme de allí, pero la tapa del baúl se había encasquillado y no pude abrirla. Chillé con todas mis fuerzas, pateé y golpeé el maldito trasto, pero nadie me oyó. Claro, me empeñé en buscar un escondite donde jamás me pudieran encontrar… Llevan seis meses buscándome, de día y de noche. Yo los veo, no sé cómo ni por qué, pero los veo cada día; en grupos y con perros, rastrean el inmenso campo que rodea el caserío. Les grito que estoy aquí, delante de ellos, pero no me oyen, ni me ven. Dadas las circunstancias, creo que me he vuelto invisible…

 

AIRE, de Narcís Ibáñez.

Fotografía de Narcís Ibáñez

Tenía que irme de allí, estaba más delgada cuando llegué, el viaje fue placentero a ratos, nefasto y tortuoso en otros, fue vida. Cual “Tiovivo” de subidas y bajadas, esas que todas celebramos, eufóricas, al reflejarnos en escaparates, paseando en calles transitadas, viendo pasar a los autobuses, nuestros reflejos se van con ellos.

Cuerpos erguidos con el vientre plano y esbelta silueta, ahora, mi imagen encorvada y la vista fija en el suelo, fiel reflejo de mi ánimo y del tiempo que ha tocado vivir, ese día a día, que me devoraba.

Deseo pasar el umbral, abrir la ventana de par en par y respirar.

 

NADAR, de Ana Montesinos.

Tenía que irme de allí, el bullicio de la gente me estaba enloqueciendo, las risas de los invitados me parecían graznidos, la música me taladraba el cerebro, y la idea de encontrármelo cara a cara, me estremecía.

Me dijo que no vendría, pero noté su presencia en la mirada de los demás, en las palabras de compasión de amigos y conocidos, en los corrillos que callaban con mi presencia.

Debía huir, desaparecer, pero como hacerlo, imposible, no había escapatoria. Habíamos dejado la costa hacía ya varias millas, las luces del puerto se habían alejado demasiado.

Verlo con ella sería morir en vida.

Salté al agua.

 

FATALIDAD, de Isabel Núñez de Arenas.

Tenía que irme de allí, si lograba doblar la esquina estaba a salvo. Me apresuré, mi angustia iba en aumento, el corazón latía con desenfreno, no podía ser, otra vez me había pasado. Giré la vista y me pareció ver una sombra…

Uno, dos, uno, dos, vamos, vamos,¡más aprisa! Estamos alcanzando la esquina, ¡doblamos! ¡llegamos! Saco las llaves del bolso sin poder contener mis nervios, abro y entramos. ¡A salvo!

Ya en casa, y sonriendo aliviada, me prometo no olvidar nunca más las bolsitas de recoger las cacas de mi perra.

 

REMEMBRANZA, de Ana Medina.

Tenía que irme de allí. Lo pensé en el momento de ver su rostro reflejado en el cristal de aquel escaparate. ¡Habían pasado tantos años, que me costó reconocerlo! Lo encontré atractivo con la tupida barba que cubría su cara. Tratando de saber si era él, me acerqué y le pregunté la hora, fue entonces cuando vi sus ojos, esos ojos color del cielo que fueron locura en mi juventud.

Me alejé apresuradamente por temor a que me hubiese reconocido, porque no podría haber evitado la pregunta:

─¿Cómo estás, mi amor?

A lo que él contestaría: «Como flor de primavera, cariño».

Nunca logré olvidarlo.

 

LOS BÁRBAROS, de Silvia Espina.

¡Tenía que irme de allí rápidamente! Sin notarlo, me habían rodeado los bárbaros.

Con sigilo había conseguido esconderme y esperaba el momento apropiado para huir y refugiarme en casa.

No cesaban de hablar en su incomprensible lengua y sus cuerpos se hinchaban y deshinchaban acorde a su verborrea, mientras su único ojo giraba veloz dentro de su órbita.

Aproveché una distracción para reptar por entre los matorrales y evadirme. Consideraba esencial conocer sus planes para advertir a mis vecinos pero de cualquier manera, aunque los entendiera y dada mi fama de fantasiosa, nadie me hubiera creído.

 

ESA TARDE, de Américo Fojo.

¡Tenía que irme de allí ahora mismo!

Ya no soportaba el calor agobiante, la transpiración que me nublaba la vista y el griterío destemplado de la gente que se había agolpado a mis espaldas.

Decidido, cogí la toalla, la botella de agua y comencé a caminar hacia el túnel, alejándome de ese infierno.

Pero una voz potente me paró en seco:

─¡Qué haces, imbécil! ¡Vuelve a tu puesto, cretino!

Era el entrenador que, usando su sutil lenguaje habitual, con el rostro rojo y desencajado, me gritaba desde el lateral:

─¡Eres el portero del equipo! ¿Dónde crees que vas?

 

 

Y el podio queda esta quincena como sigue.

El bronce se lo lleva, con 8 puntos:

CERVEZA, de Ana Montesinos.

Tenía que irme de allí, la policía no tardaría en llegar. En apenas unos minutos todo se precipitó.

Quería tomar una cerveza tranquila, desconectar del agotador día en la oficina, respirar un poco de aire en esa terraza escondida de ese barrio alejado de casa.

Segura de mi misma, con mi traje ejecutivo blanco impoluto y mis tacones de aguja, creía comerme el mundo.

Aquella mujer sacó su arma y me exigió el pequeño brillante que colgaba de mi cuello, me levanté tranquila para irme y de pronto aquel estruendo, la cerveza desparramada, mi ropa manchada de sangre y la ladrona muerta en el suelo.

 

La segunda posición es, con 9 puntos, para:

EL DESPERTADOR, de Mari Bastida.

Tenía que irme de allí, salir pitando si no quería volver a llegar tarde al trabajo. No era la primera vez que el despertador me dejaba tirada. Para colmo, el ascensor estaba averiado. Empecé a correr escalera abajo como si no hubiera un mañana. Alcancé el último escalón trastabillando, sin aliento y no me torcí un tobillo de milagro.

Por fin salí a la calle. ¿Dónde dejé aparcado el coche? ¡Dios mío, todo me pasa a mí! Intentaba recordar cuando de repente sentí que algo no iba bien. ¡No puede ser!

Una bofetada de realidad me frenó en seco. Casi me mato y era domingo.

 

Y esta quincena, el relato ganador que leemos en la radio y se lleva la excursión en scooter, con unos aplastantes 16 puntos es:

BIBLIOTECARIA, de Paquita Márquez.

Tenía que irme de allí a todo correr. Desde que nos visitó el mago, los libros de la biblioteca se habían vuelto locos; ¡estaban dejando salir de sus páginas a los protagonistas malvados de los cuentos infantiles! Parecían confabulados contra mí, todos querían atraparme: la madrastra de Blancanieves con su manzana, el ogro de Pulgarcito, la bruja de La casita de chocolate, el temible Barba Azul…

Pude traspasar la puerta y traté de cerrarla, pero no podía porque ellos la empujaban. Menos mal que alguien me ayudó. Con un suspiro de alivio me volví a dar las gracias. Era el lobo de Caperucita. Se relamía.

 

 

Fuera de concurso

ESPEJO, de David Reche.

Tenía que irme de allí tal y como había entrado: sin hacer ruido y sin que nadie se diera cuenta de mi huida. Maldita la hora en la que mi padre se dejó embaucar, como buen calzonazos que es, por esa arpía falsa y egocéntrica con tendencias homicidas. Por culpa de su enchochamiento me vi perdida en aquella mierda, «secuestrada» en ese bosque infame. Me pregunto cuánto cobró el cazador por conseguirle una chacha a esos siete mequetrefes. Me escabullí de allí, no me fiaba un pelo de ese supuesto príncipe que aseguraban que vendrá a casarse conmigo. ¡A mí me gustan las mujeres, copón!

 

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