domingo, 15 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Los días previos.


El Fin del Mundo no es algo que suelas tener en tus planes. Lo normal es que en tu agenda anotes citas médicas, visitas de amigos, conciertos, cumpleaños y otros eventos sociales que no te quieres perder y que consideras lo suficientemente importantes como para no dejarlos al albur de tu memoria.

En mi caso, para este mes de marzo de 2020 había agendado algo tan «banal» como un cambio de vida: tras siete años en Madrid, donde había llegado por un traslado laboral después de haber vivido diecisiete años y medio en Valencia, volvía (y vuelvo) a Elche, mi ciudad. Dejo la ingeniería y el project management, dejo la gran ciudad, sus atascos y su contaminación, para dedicarme a un proyecto personal relacionado con el turismo, las motos, el aire libre… Para ello he pedido una excedencia en el trabajo, dije a mi casera que me iba del apartamento donde vivo ya hace cinco años y programé cómo haría el traslado en diferentes fases desde Madrid a Elche: el coche, todos los enseres acumulados en veinticuatro años desde que me fui de Palmeralandia, para lo que necesitaré un furgón bien grande y un par de días de hacer cajas, y finalmente la moto.

Mientras tanto la ola del virus que causaba neumonía había pasado de ser solo algo que ahogaba a una determinada región desconocida de China y que salpicaba muy poco fuera de sus fronteras, a convertirse en una marea que empapaba el norte de Italia. Pero España no era Italia, nos seguía pareciendo igual de lejana que China, y los pocos casos que empezaban a registrarse aquí se me antojaban algo controlable que no iba a interponerse entre mi agenda y yo: ¿cuándo antes había venido el Fin del Mundo a molestarnos y a privarnos de nuestras ocupaciones?

Pues una vez tenía que ser la primera, e iba a llegar en el momento justo para retrasar el giro de 180o que había previsto para mi vida (y ojalá este fuera el mayor de todos los problemas que ha traído el famoso coronavirus).

A comienzos de la semana del 9 al 15 de marzo empezaron a caerse los planes para el fin de semana en el que fuimos conscientes del problema. «¿Por qué tanta alarma?» me preguntaba. «No es para tanto», decía a quienes actuaban de voz de la conciencia. Se canceló una fiesta sorpresa de 40 cumpleaños en Santa Pola para el viernes 13, y contra todo pronóstico también la previa del miércoles 11 en Madrid. Por en medio se habían suspendido las clases en la región y un primer pánico arrasó con los productos frescos y el papel higiénico de los supermercados (¿por qué especialmente en Mercadona?).

Yo sólo venía a por manzanas.

Asistí atónito a la escena de estantes de fruta, verdura y carne vacíos. Había ido como todos los martes a por mis manzanas para la pausa de media mañana en la oficina, y descubrí con estupor que los vídeos que circularon durante el día de gente arrasando supermercados no eran una anécdota: en el de mi barrio, de productos frescos solo quedaban kiwis y puerros. ¿Estamos locos? Además, luego había quedado con una rusa tártara del Tínder, a quien me había ofrecido a acompañarla a arreglar su maleta a un local donde temía que la estafaran por el idioma, y la normalidad en el centro de Madrid era total. Nada en ese ambiente que olía a primavera en las calles de Lavapiés invitaba a pensar que el virus era ya una mancha de aceite imparable que se extendía por todas partes (aunque no negaré que mi instinto arácnido me hacía buscar espacio entre quienes me rodeaban).

El miércoles 11 la M-30 ya iba bastante descargada, e hice el trayecto desde el sur de la ciudad hasta la Torre de Cristal, el edificio más alto de España, en tiempo récord, pero me dije que eso era solo por la ausencia de clases, no me parecía un síntoma del fin del mundo. Incluso esa tarde cargué el maletero del coche con ropa que ya no iba a usar en Madrid: comenzaba mi operación mudanza, dando por sentado que el fin de semana sería como uno de tantos y me bajaría a Elche para empezar a vaciar mi apartamento en la capital.

Pero el jueves 12 ya nos preguntábamos en la oficina que por qué no nos enviaban a todos a trabajar a casa y no solo a los que tuvieran que conciliar, que era una insensatez limitar la medida sin tener en cuenta que alejarnos unos de los otros era por prevención y no por conciliación familiar. Esa misma mañana de jueves el entono de los rascacielos de la Castellana ya venía disfrazado de domingo, y esa extraña sensación de que algo va a pasar se estaba instalando en mi cabeza. En efecto esa misma tarde ya nos tocó recoger todo para trabajar desde casa. Me fui de la torre, donde llevaba trabajando durante el último año, pensando que sería la última vez allí, que no volvería a ver a los compañeros, puesto que me quedaban dos semanas laborales antes de abandonar Madrid. La sensación de fin de etapa se debía más a mis propios planes de desarrollar mi proyecto que a que la semana tentativa de teletrabajo se convertiría en un estado de alarma dos días más tarde. Seguía con mi idea de irme a Elche el fin de semana y decidir si me quedaba a trabajar desde allí, con el debido aislamiento de la familia, o si me quedaba en Madrid. Ganó la segunda opción después de saber de la cantidad de gente que de repente, y ante la posibilidad de que cerraran la región, estaba huyendo a la costa expandiendo el virus. Esa misma mañana terminé por saber que tenía en segundo grado dos contactos ingresados: la abuela de una compañera y el director de mi anterior departamento; y en estas dos últimas semanas había tenido contacto con los compañeros que me unían a esas dos personas enfermas.

Así que cancelé las dos citas que tenía en Elche, relacionadas con mi proyecto futuro, y me convencí de que tendría que quedarme en Madrid sabiendo que los bares cerraban. Mientras tanto una pregunta que dos días atrás parecía remota e inconcebible ya me rondaba la cabeza, y es que parecía en ese mediodía del viernes 13 de marzo de 2020, que llegaríamos al extremo de tener que posponer sine die todas nuestras agendas: ¿podría llevar a cabo la mudanza que tenía planeada para dentro de dos semanas?


CONTINÚA AQUÍ...

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