DOMINGO
22 DE MARZO
Por fin, en el décimo día del
confinamiento, me he pillado una moña bebiendo. Luego os lo cuento, vamos antes
con una reflexión un poco más sesuda.
Hace unas pocas semanas vi una
serie de National Geographic relativa
al brote de ébola que hubo en Estados Unidos en 1989 (recomiendo este artículo de la revista Jotdown
sobre las personas que se enfrentaron a aquello). Ese brote saltó
desde unos monos a algunas de las personas que estuvieron en contacto con los
animales. Por fortuna la afección a los humanos no fue grave y aquella cepa no
fue letal, pero sí un aviso importante de cómo una enfermedad apocalíptica
podía llegar a liarla parda. Las autoridades estuvieron cerca de dar el aviso
de epidemia y desatar el pánico por algo que finalmente no tuvo ninguna consecuencia
sobre las personas más que síntomas de una gripe. La serie está basada en el
libro Zona caliente de Richard Preston (lo leí de adolescente,
cuando aún estudiaba en el instituto). Al final de la misma se llega a la
conclusión de que cuando vamos comiendo el espacio a la naturaleza, cuando la
vamos asediando y confinándola a reductos cada vez más pequeños, tarde o
temprano los demonios que se esconden en los rincones más escondidos de la
selva acaban saliendo como los demonios de El
corazón de las tinieblas de Conrad. Y esos demonios en muchas ocasiones son
virus a quienes privamos de su ecosistema, de los animales de los que se sirven
como huéspedes para replicarse y perpetuarse, de forma que en algún momento una
mutación tiene éxito y el virus salta de especie y encuentra en nosotros un
campo fértil en el que continuar expandiéndose. No olvidemos que los virus,
como cualquier otra forma de vida (aunque hay controversia sobre si los virus
son la forma más elemental de vida o tan solo, simplificando, pequeños sacos de
material genético) tienen la única misión de replicarse, de proyectarse hacia
el futuro por medio de las mutaciones mejor adaptadas al medio siempre
cambiante que es cualquier ecosistema. Nosotros también no somos más que la
excusa de nuestros genes para poder dominar el planeta. Alguna vez he compartido
tertulia de barra de bar con mi amigo Juanma Ortiz hablando de esto, contándome
lo que aprendió leyendo El gen egoísta de Richard Dawkins,
y llegó a la conclusión de que lo único no sobrevalorado en esta vida es el
sexo: somos esclavos de nuestros genes, que tienen el sexo como la única forma
de perpetuarse. Así que cuidado con las ganas que tengáis de frungir con otros humanos de vuestro sexo
complementario cuando termine este confinamiento, que la genética la carga el diablo
y puede haber un baby boom importante
en 2021.
Como conclusión a esto también
podríamos decir que la respuesta a quién fue antes, si el huevo o la gallina,
es el gen.
Sobre el tema de apertura: aunque
éste ha sido otro domingo que no voy a misa sí que he comulgado con el arrocito
de pescado y el vinito blanco de los domingos de antaño, cuando compartía vida
y no era un soltero recalcitrante.
Además, ha sido quizá una de mis
jornadas de cocina más satisfactorias de los últimos meses, porque durante todo
el tiempo que he estado preparando la comida he hecho una videoconferencia con
amigos mediante hangouts: repartidos en
Alicante, Elche, Madrid, Londres y Canarias. Algunos cocinábamos y otros
miraban, o nos mostraban a sus hijos pequeños, pero hemos compartido esa hora como
hace bastante que no hacemos, cuando nos juntábamos en una casa rural y
hacíamos una paella al fuego o una barbacoa.
Y al igual que en esas ocasiones,
la buena compañía y la alegría que ella proporciona incita a beber, con lo que
además de uno o dos quinticos me he pimplado media botella de Blanc pescador mientras cocinaba y comía.
Así que luego ha caído una siestaca de hora y media como hace tiempo no recordaba,
de esas que te aprisionan contra el colchón y te meten en un bucle de sueños en
los que luchas por despertar.
Además he de agradecer que esta
tarde un par de amigos han aprovechado para llamar y charlar un ratillo. No lo
hacían, o eso creo, por mi ofrecimiento de ayer ante la posible bajona que
podría esperarse del confinamiento, así que también es de agradecer que volvamos
a cultivar la charla, el hablar por hablar (algo que como conté ayer, no sé
hacer por teléfono), y que te den ideas de qué hacer cuando esto termine, como
por ejemplo sugerir la posibilidad de que la nocilla se puede untar no solo en
pan…
David 4 – Nocilla 0
CONTINÚA AQUÍ.
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