domingo, 22 de marzo de 2020

(OTRO) DIARIO PARA UN CONFINAMIENTO POR PANDEMIA GLOBAL: Viva el vino (y la amistad).


DOMINGO 22 DE MARZO


Por fin, en el décimo día del confinamiento, me he pillado una moña bebiendo. Luego os lo cuento, vamos antes con una reflexión un poco más sesuda.

Hace unas pocas semanas vi una serie de National Geographic relativa al brote de ébola que hubo en Estados Unidos en 1989 (recomiendo este artículo de la revista Jotdown sobre las personas que se enfrentaron a aquello). Ese brote saltó desde unos monos a algunas de las personas que estuvieron en contacto con los animales. Por fortuna la afección a los humanos no fue grave y aquella cepa no fue letal, pero sí un aviso importante de cómo una enfermedad apocalíptica podía llegar a liarla parda. Las autoridades estuvieron cerca de dar el aviso de epidemia y desatar el pánico por algo que finalmente no tuvo ninguna consecuencia sobre las personas más que síntomas de una gripe. La serie está basada en el libro Zona caliente de Richard Preston (lo leí de adolescente, cuando aún estudiaba en el instituto). Al final de la misma se llega a la conclusión de que cuando vamos comiendo el espacio a la naturaleza, cuando la vamos asediando y confinándola a reductos cada vez más pequeños, tarde o temprano los demonios que se esconden en los rincones más escondidos de la selva acaban saliendo como los demonios de El corazón de las tinieblas de Conrad. Y esos demonios en muchas ocasiones son virus a quienes privamos de su ecosistema, de los animales de los que se sirven como huéspedes para replicarse y perpetuarse, de forma que en algún momento una mutación tiene éxito y el virus salta de especie y encuentra en nosotros un campo fértil en el que continuar expandiéndose. No olvidemos que los virus, como cualquier otra forma de vida (aunque hay controversia sobre si los virus son la forma más elemental de vida o tan solo, simplificando, pequeños sacos de material genético) tienen la única misión de replicarse, de proyectarse hacia el futuro por medio de las mutaciones mejor adaptadas al medio siempre cambiante que es cualquier ecosistema. Nosotros también no somos más que la excusa de nuestros genes para poder dominar el planeta. Alguna vez he compartido tertulia de barra de bar con mi amigo Juanma Ortiz hablando de esto, contándome lo que aprendió leyendo El gen egoísta de Richard Dawkins, y llegó a la conclusión de que lo único no sobrevalorado en esta vida es el sexo: somos esclavos de nuestros genes, que tienen el sexo como la única forma de perpetuarse. Así que cuidado con las ganas que tengáis de frungir con otros humanos de vuestro sexo complementario cuando termine este confinamiento, que la genética la carga el diablo y puede haber un baby boom importante en 2021.

Como conclusión a esto también podríamos decir que la respuesta a quién fue antes, si el huevo o la gallina, es el gen.

Sobre el tema de apertura: aunque éste ha sido otro domingo que no voy a misa sí que he comulgado con el arrocito de pescado y el vinito blanco de los domingos de antaño, cuando compartía vida y no era un soltero recalcitrante.

Además, ha sido quizá una de mis jornadas de cocina más satisfactorias de los últimos meses, porque durante todo el tiempo que he estado preparando la comida he hecho una videoconferencia con amigos mediante hangouts: repartidos en Alicante, Elche, Madrid, Londres y Canarias. Algunos cocinábamos y otros miraban, o nos mostraban a sus hijos pequeños, pero hemos compartido esa hora como hace bastante que no hacemos, cuando nos juntábamos en una casa rural y hacíamos una paella al fuego o una barbacoa.
 No es que sea la mejor captura de pantalla, pero es una muestra.


Y al igual que en esas ocasiones, la buena compañía y la alegría que ella proporciona incita a beber, con lo que además de uno o dos quinticos me he pimplado media botella de Blanc pescador mientras cocinaba y comía. Así que luego ha caído una siestaca de hora y media como hace tiempo no recordaba, de esas que te aprisionan contra el colchón y te meten en un bucle de sueños en los que luchas por despertar.


 Y que hambre me da, después del alcohol, volver a ver la comida.

Además he de agradecer que esta tarde un par de amigos han aprovechado para llamar y charlar un ratillo. No lo hacían, o eso creo, por mi ofrecimiento de ayer ante la posible bajona que podría esperarse del confinamiento, así que también es de agradecer que volvamos a cultivar la charla, el hablar por hablar (algo que como conté ayer, no sé hacer por teléfono), y que te den ideas de qué hacer cuando esto termine, como por ejemplo sugerir la posibilidad de que la nocilla se puede untar no solo en pan…


David 4 – Nocilla 0


CONTINÚA AQUÍ.

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