MIÉRCOLES 18 DE MARZO
Ayer haciendo la compra tuve un momento paranoico
en el pasillo de los productos de higiene personal: una chica iba delante de mí
mareando con su carrito, despacio, sin estar ni en un lado ni en otro del
pasillo, como si estuviera de paseo en lugar de hacer una salida rápida con el
menor contacto posible con otra gente. Y terminó por desesperarme un poco, así
que en cuanto vi la oportunidad me lancé a por el gel para estar el menos tiempo
posible allí. No fue hasta que llegó la hora de la ducha (soy de los que se
duchan por la tarde-noche y no por la mañana) cuando caí en la cuenta de que lo
que puse en mi lista de la compra era el champú y no el gel al que me lancé con
prisas para evitar a la tía que paseaba por el súper.
Tuve también un momento de debilidad en el que incluí
en el carrito de la compra algo que no estaba en mi lista: un tarro de Nocilla
Y lo hice a sabiendas de que estos productos son los menos indicados en
momentos de nula actividad física, pero me dije que un fin del mundo es un fin
del mundo y que tampoco pasaba nada. Cuando llegué a casa me conjuré en ponerme
a prueba a mí mismo y ver cuánto tiempo podré pasar sin abrir ese tarro de
Nocilla, porque sé que en el momento en el que lo abra, me lo zamparé de una
sentada.
Dejando de lado estas cuitas de supermercado,
anoche un amigo que vive en Melbourne, Australia, nos dijo que posiblemente en
poco tiempo podían verse como nosotros, y nos pidió de parte de su pareja neozelandesa
(@intrepidista, podéis seguirla en Instagram) consejos de qué echamos en falta
después de varios días de confinamiento, para poder ir preparándose con aquello
que quizá se les puede pasar de largo. Nuestra respuesta, además de
preguntarles si la familia de ella tiene alguna hacienda o granja con wifi a la
que escapar en Nueva Zelanda, fue enviarles la cantidad de vídeos en los que se
da cuenta de que no nos aburrimos en absoluto a propósito de las actividades
sociales que nos estamos inventando durante este Estado de Alarma. Pero siendo
más prácticos, les aconsejamos que se aseguraran buenos monitores y sillas para
confeccionarse un lugar de trabajo cómodo, porque trabajar con un ordenador
portátil es lo más antihigiénico (posturalmente hablando) que podemos tener los
currantes de cuello blanco.
La verdad es que nos estamos organizando bastante
bien, aquí y en Italia. A ver cómo se las apañan otras sociedades menos
volcadas hacia la calle para darse ánimos o estar juntos en la distancia. Cada
noche a las 8 no me dejan de emocionar los aplausos a los sanitarios porque es
el momento en el que te das cuenta de que estamos todos ahí, que a pesar de lo
vacío de las calles hay una multitud pasando por lo mismo que tú, y que salen a
los balcones a compartir ese rato de agradecimiento. Incluso la doctora en
economía polaca confinada en Sevilla de la que hablé el otro día me envió un
vídeo desde su balcón en Triana: a las doce del mediodía un vecino pone una
marcha de Semana Santa y a continuación la gente reza a la Virgen de la
Esperanza. Cada quien busca su forma de llevar esto.
Yo lo voy llevando bien entre el trabajo y
preparar este diario, que no me deja mucho tiempo: vamos, que estoy deseando que
llegue el fin de semana… Y al menos #mivecinapetarda, la que vive pared con
pared (no confundir con la que pretendí hace un tiempo) no está dándome
demasiado follón gracias a que no está con ella su pareja, o expareja,
#JavierdeCartagena. Si esos dos miembros de la pareja bidireccionalmente más
tóxica de la historia de la gente a la que odiar hubieran estado juntos en este
confinamiento, estoy seguro de que en algún momento habría acabado llamando a
su puerta para hacerles una terapia de pareja o decapitarlos, cualquiera de
esas dos cosas. Podéis buscar en twitter #mivecinapetarda para saber de qué
hablo.
Por cierto, parte del entretenimiento de hoy ha
sido la cacerolada de las 12 del mediodía para que la supuesta comisión saudí
del rey emérito se destine a la sanidad: ¡Campechano! ¡Paga!
Y el susto de hoy ha sido cuando la rusa tártara
de Astracán que se dejó su maleta huérfana en Madrid, cuando le pregunté que si
había llegado ya a Rusia y cómo estaba la situación me contó que estaba
enferma, con fiebre en el hospital. Es triste reconocerlo, pero he soltado un
soplido de alivio al saber que no es coronavirus sino pielonefritis. No es que
tuviera ningún contacto íntimo con la muchacha, tan solo me dio un abrazo de agradecimiento
por ayudarla, pero un poco de preocupación me entró cuando me dijo que estaba
con fiebre. A la pobre la ingresan en un hospital de enfermedades infecciosas
por estar recién llegada de España.
Con esto voy tachando contactos de las últimas
dos semanas con los que no he circulado, en un sentido u otro, el virus. Hoy
hace justo dos semanas que quedaba a cenar con dos amigas de las que me
despedía antes de hacer mi mudanza (eso fue en otra vida, que espero que regrese). Ya puedo tener cierta seguridad de que, a
no ser que sea asintomático, no pillamos ninguno de los tres el virus en
aquella sidrería de Castellana 179 donde nos pusimos tibios de sidra.
Mañana se cumple otro deadline importante, que ya contaré.
Y bueno, voy a ver qué nos cuenta Felipe VI sobre
esta crisis… Me despido por hoy confesando que a media tarde he sufrido mi
propia crisis doméstica: he atravesado un momento de debilidad en el que he
estado muy cerca de asaltar el tarro de Nocilla. Por ahora aguanto.
PS: Guerra entre cacerolas e himno en mi barrio. Pero van ganando las cacerolas.
CONTINÚA AQUÍ...
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